Czeslaw Milosz sobre Simone de Beauvoir
Beauvoir, Simone de. Nunca tuve contacto personal con ella, pero mi antipatía no ha disminuido ahora que ya está muerta y que su nombre desciende con rapidez hasta el reino de las pequeñas notas al pie. Se diría que esta antipatía hacia una dama que simbolizaba el gran mundo era algo inevitable para alguien que, como yo, procede de una provincia lejana. Alguien podría pensar que es el comportamiento propio de un palurdo ante una civilización refinada. Beauvoir se encerró tanto en el capullo de la cultura francesa que ni siquiera pudo imaginarse cómo se la veía desde fuera.
De las tres compañeras de clase de la École Normale Supérieure que se llamaban Simone —además de ella, Simone Weil y Simone Petrément— la Beauvoir estaba convencida de que era la más liberada, representando mejor que nadie «el discreto encanto de la burguesía» francesa. Jamás pude perdonarle su vileza y la de Sartre en la cacería que emprendieron contra Camus. Fue como el argumento de un cuento moral: un hombre recto, noble, veraz y un gran escritor a quien una pareja de supuestos intelectuales escupieron en nombre de lo políticamente correcto. Qué ceguera doctrinaria la suya al escribir una novela entera, Les mandarins, para intentar desacreditar a Camus, relacionando sus ideas con chismes sobre su vida personal.
Y ella, que se erigió en la voz más audible de las feministas. Eso no dice mucho a favor de las feministas. Siento respeto, e incluso debilidad, por aquellas mujeres que defienden a otras mujeres movidas por la compasión. En el caso de Beauvoir no era más que una moda intelectual. Una tía tonta.
CZESLAW MILOSZ, Abecedario: Diccionario de una vida, Ebookmundo.com (AQUÍ), traducción de Katarzyna Olszewska & Sergio Trigán, 1997, págs. 161-163
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