RAÚL
GÓMEZ JATTIN: EXUBERANCIA Y NOSTALGIA
Raúl
Alberto Mejía
Cuando se es joven,
estudias “Licenciatura en Español y Literatura” y transcurre la década de los
ochentas, el “Magazín” literario de “El Espectador” era el referente de lectura
dominical. Más allá de evocaciones y demás detalles al respecto de dicha
publicación, fue allí donde me topé con la figura de Raúl Gómez Jattin. En la
memoria versos al río Sinú, exuberancia de paisajes y de frutos como el mango.
Cada domingo, por lo general, se citaba y publicaban asuntos sobre algún poeta
local o internacional. Muy curioso que una década después, también por la
prensa, supiese de su ridículo accidente en Cartagena. Quienes hemos ido allí
(en esos años), presenciábamos la temeraria velocidad de buses llamados “ejecutivos”.
Al avanzar por sectores como “el laguito”, la inminencia de un accidente se
hacía casi real. Muere obtusamente el poeta, se cree que fue suicidio, pero me
parece inviable, dadas las circunstancias de su enajenamiento y de la barbarie
letal del transporte en su ciudad nativa. Poeta pues, de no escasos titulares y
por lo visto, sujeto asiduo de secciones de farándula y amarillismo.
Un asunto más, leído
en algún tabloide: los acudidos recitales, masas de admiradores y metiches que
colmaban salas donde él se presentaría con su tamaño, aura e impronta de “poeta
maldito” en vida. Leí que en cierta ocasión le fue prestada la edición que hizo
NORMA de su poesía para que declamase y luego, entre apuntes, reclamos y risas
se quedó con ese ejemplar. Era ya una “vedete”, imantaba con su presencia de
poeta extraño, sobreviviendo a veces con la venta de inéditos versos.
Pronto, también, nos
encontramos con el hombre de lecturas, el actor, el conocedor de teatro y
maestros de la literatura. Son perceptibles ecos de sensualidad y elaboración
en él de Kavafis, más allá de su homosexualidad y, de Aurelio Arturo, en sus
meticulosas descripciones de la naturaleza. Igual es poeta que no rehúye a su
propio “desbarrancadero”, transeúnte del pesimismo y de la impotencia. El
ejercicio que realiza en “Retratos”, bastante autobiográfico, le permite
oscilar entre la angustiada primera persona y salirse de ella, ejerciendo como
narrador y cronista de su época, familia y amigos. Más adelante otro de sus
célebres poemas: “Casi obsceno”, testamento de su deseo, finalizando con
ominosas etopeyas de sí mismo: “No soy malvado. Trato de enamorarte/Intento ser
sincero con lo enfermo que estoy/y entrar en el maleficio de tu cuerpo/como un
río que teme al mar pero siempre muere con él”.
Podría colegirse que
en su madurez a Raúl le tiene sin cuidado dejar escuela, ser huésped de ismos
arribistas o grupúsculos elitistas de la lírica escrita en Colombia. Demuestra
suficiente coraje y desdén para no venderse. En este poema “De lo que soy”,
finaliza con versos memorables: “La poesía es la única compañera/acostúmbrate a
sus cuchillos/que es la única”. No le llama la atención ser modelo de
publicidad, lucir toscamente elegante o hacer parte de logias higiénicas y
castas. “Estoy viejo”, nos dice, lo expresa para sí y para todos. Y no es que
sea “maldito”, es que la no pertenencia te aproxima, sino a ese apelativo, si a
diversos como desconocido, anónimo, distante. Rigor y valentía en el poeta
cartagenero.
La edición que
realizó la editorial NORMA, corresponde a los años comprendidos entre 1980 y
1989, después hay otros títulos. En “Hijos del tiempo”, su lenguaje es más
depuradamente fino y conciso, ha sabido tomarse tiempo para escribirlo, el
último de esos poemas es de belleza sobrecogedora: “Lola Jattin”, la madre,
atractiva mujer y silenciosa esposa. El poeta, su hijo, ha dejado espurios,
lastres de arrabales y mendicidades y se ha acercado emocionado y nostálgico a
la evocación: “Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte” … “Más allá de
estas lágrimas que corren por mi cara/está Lola -la muerta- aún vibrante y
viva/sentada en un balcón mirando los luceros”. La incontenible presencia de la
nostalgia que sólo posibilita el saber que hubo un más allá de lo feliz y
significativo, envuelve al poema en hipnótica atmósfera de tristeza y de
derrota. Pero es tristeza y derrota de lo inevitable, de lo que provee el
tiempo y sus agentes: muerte, óxidos y olvido de aquello vital y exultante.
Este es, tal es su POEMA, que lo ubica con méritos en lo selecto de la poesía
universal. Es el poeta de ciénagas, luceros, amor y decadencia, perplejo ante
la inasible perfección de la belleza y la horadación segundo a segundo del azar
y del discurrir de los años.
En nuestro medio,
sabemos de degollinas de críticos y áulicos de editoriales y medios masivos. La
vigencia o no del artista o poeta pasa más por tamices políticos y
regionalistas, que por agudos análisis. Tras años de su muerte, Raúl Gómez Jattin
ha sabido ganarse el espacio logrado por sus versos, no tanto por su curioso
eclecticismo sobre lo escatológico y sexual, sino por los riesgos que asumió al
hablarnos de su serena epopeya del Caribe y de desnudeces extremas al sentirse
poseído por el desasosiego y la melancolía. Sin embargo, se ha ido
incrementando revisitada iconografía del Raúl hombre, dándole mayor importancia
al legado anecdotario sobre el literario. Vende más lo irrelevante, libros
grotescamente personales, reivindicando en el semejante miserias y misceláneas
memorísticas. Paradójico sería que sobreviviera más la imagen del Raúl Gómez
Jattin execrable y oligofrénico, que la del poeta de exuberancias y nostalgias.
Tal vez, podría ser: la frivolidad evita lo inconmensurable y profundo.
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