viernes, 18 de marzo de 2016

RAÚL GÓMEZ JATTIN: EXUBERANCIA Y NOSTALGIA / Raúl Alberto Mejía



RAÚL GÓMEZ JATTIN: EXUBERANCIA Y NOSTALGIA
Raúl Alberto Mejía


Cuando se es joven, estudias “Licenciatura en Español y Literatura” y transcurre la década de los ochentas, el “Magazín” literario de “El Espectador” era el referente de lectura dominical. Más allá de evocaciones y demás detalles al respecto de dicha publicación, fue allí donde me topé con la figura de Raúl Gómez Jattin. En la memoria versos al río Sinú, exuberancia de paisajes y de frutos como el mango. Cada domingo, por lo general, se citaba y publicaban asuntos sobre algún poeta local o internacional. Muy curioso que una década después, también por la prensa, supiese de su ridículo accidente en Cartagena. Quienes hemos ido allí (en esos años), presenciábamos la temeraria velocidad de buses llamados “ejecutivos”. Al avanzar por sectores como “el laguito”, la inminencia de un accidente se hacía casi real. Muere obtusamente el poeta, se cree que fue suicidio, pero me parece inviable, dadas las circunstancias de su enajenamiento y de la barbarie letal del transporte en su ciudad nativa. Poeta pues, de no escasos titulares y por lo visto, sujeto asiduo de secciones de farándula y amarillismo.

Un asunto más, leído en algún tabloide: los acudidos recitales, masas de admiradores y metiches que colmaban salas donde él se presentaría con su tamaño, aura e impronta de “poeta maldito” en vida. Leí que en cierta ocasión le fue prestada la edición que hizo NORMA de su poesía para que declamase y luego, entre apuntes, reclamos y risas se quedó con ese ejemplar. Era ya una “vedete”, imantaba con su presencia de poeta extraño, sobreviviendo a veces con la venta de inéditos versos.

Pareciera que de tanto en tanto se vuelve urgente, necesario, el advenimiento de un nuevo poeta “maldito”.  Malditismo sospechoso y sesgado, más para sobrevalorar la obra o la biografía de un escritor. Ignoro si a priori algunos vates lo buscan, lo ansían como pretexto para trascender un poco más, hacerse notar, llamar la atención en caos de trasuntos y mañas de la sociología y de la psicología, más proclives hacia apologías de tres centavos. ¿Quién, antes de Raúl, era nuestro poeta maldito de ocasión? En Medellín -aún- pervivía Darío Lemos, pero una vez fallece de mugre y de miseria, ¿era el momento para adueñarse de semejante sitial? La denominación de “poeta maldito” pudiera ser más lejana que su formulación en la Francia del siglo XIX y extenderse hasta que rocemos la extinción. Esa cuestionable aura de “maldito” luce facilista y oportunista, salvo que sea sacrificio y reacción ante la indolencia de medios, poder y corrupción de aquellos que manipulan la cultura gubernamental.

Nace y muere Raúl Gómez Jattin en Cartagena (1945-1997). Pronto se nutre de la notoriedad del Caribe: su mar, ríos, exuberancia, frutos y va a habitarlo todo con palabras y poemas energéticos, adjetivos cálidos como los entornos en los que se mueve, entre estudios, ocio y temporadas en la vasta región sabanera del norte de Colombia. Hacia 1980 aparece su libro “Poemas” y entre ellos uno que se convierte en su propia “Parábola del retorno”, siendo Raúl más contundente en la nostalgia. El poema se titula “Qué te vas a acordar Isabel”. El lirismo es intenso y los contrastes que maneja entre los lejanos chicos y el ahora adultecido de ambos, son devastadores: “Cuando nos vemos me tiras un “qué hay de tu vida”/frío e impersonal/Como si yo tuviera de eso/Como si yo todavía usara eso”. Líneas de admirable sencillez, lo coloquial transformado en herida visceral.

No dudo que parte de su atractivo para figurar como interlocutor de “parrandas” y/o reuniones etílicas y poéticas, ha debido ser por su sugestiva y explícita zoofilia: cero tabús y enumeración, veraz o no, de prácticas que se asumen como usuales de idiosincrasias regionales. En ciertos ámbitos ha debido provocar escándalos y risotadas, tamaña franqueza de su yo sexual -que habría abochornado al mismo Porfirio Barba Jacob- se deja leer en varios textos, generando relativa curiosidad y singularidad ante su lascivia personal. No sé, es una apuesta temeraria el irse despojando de prejuicios o iniciar una ácida despersonalización para provocar al otro, con inusitadas proezas de la libido. No es ése el Raúl notable, el escritor vertical y sumido en sus épicas y tragedias.

Pronto, también, nos encontramos con el hombre de lecturas, el actor, el conocedor de teatro y maestros de la literatura. Son perceptibles ecos de sensualidad y elaboración en él de Kavafis, más allá de su homosexualidad y, de Aurelio Arturo, en sus meticulosas descripciones de la naturaleza. Igual es poeta que no rehúye a su propio “desbarrancadero”, transeúnte del pesimismo y de la impotencia. El ejercicio que realiza en “Retratos”, bastante autobiográfico, le permite oscilar entre la angustiada primera persona y salirse de ella, ejerciendo como narrador y cronista de su época, familia y amigos. Más adelante otro de sus célebres poemas: “Casi obsceno”, testamento de su deseo, finalizando con ominosas etopeyas de sí mismo: “No soy malvado. Trato de enamorarte/Intento ser sincero con lo enfermo que estoy/y entrar en el maleficio de tu cuerpo/como un río que teme al mar pero siempre muere con él”.

Podría colegirse que en su madurez a Raúl le tiene sin cuidado dejar escuela, ser huésped de ismos arribistas o grupúsculos elitistas de la lírica escrita en Colombia. Demuestra suficiente coraje y desdén para no venderse. En este poema “De lo que soy”, finaliza con versos memorables: “La poesía es la única compañera/acostúmbrate a sus cuchillos/que es la única”. No le llama la atención ser modelo de publicidad, lucir toscamente elegante o hacer parte de logias higiénicas y castas. “Estoy viejo”, nos dice, lo expresa para sí y para todos. Y no es que sea “maldito”, es que la no pertenencia te aproxima, sino a ese apelativo, si a diversos como desconocido, anónimo, distante. Rigor y valentía en el poeta cartagenero.

La edición que realizó la editorial NORMA, corresponde a los años comprendidos entre 1980 y 1989, después hay otros títulos. En “Hijos del tiempo”, su lenguaje es más depuradamente fino y conciso, ha sabido tomarse tiempo para escribirlo, el último de esos poemas es de belleza sobrecogedora: “Lola Jattin”, la madre, atractiva mujer y silenciosa esposa. El poeta, su hijo, ha dejado espurios, lastres de arrabales y mendicidades y se ha acercado emocionado y nostálgico a la evocación: “Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte” … “Más allá de estas lágrimas que corren por mi cara/está Lola -la muerta- aún vibrante y viva/sentada en un balcón mirando los luceros”. La incontenible presencia de la nostalgia que sólo posibilita el saber que hubo un más allá de lo feliz y significativo, envuelve al poema en hipnótica atmósfera de tristeza y de derrota. Pero es tristeza y derrota de lo inevitable, de lo que provee el tiempo y sus agentes: muerte, óxidos y olvido de aquello vital y exultante. Este es, tal es su POEMA, que lo ubica con méritos en lo selecto de la poesía universal. Es el poeta de ciénagas, luceros, amor y decadencia, perplejo ante la inasible perfección de la belleza y la horadación segundo a segundo del azar y del discurrir de los años.

En nuestro medio, sabemos de degollinas de críticos y áulicos de editoriales y medios masivos. La vigencia o no del artista o poeta pasa más por tamices políticos y regionalistas, que por agudos análisis. Tras años de su muerte, Raúl Gómez Jattin ha sabido ganarse el espacio logrado por sus versos, no tanto por su curioso eclecticismo sobre lo escatológico y sexual, sino por los riesgos que asumió al hablarnos de su serena epopeya del Caribe y de desnudeces extremas al sentirse poseído por el desasosiego y la melancolía. Sin embargo, se ha ido incrementando revisitada iconografía del Raúl hombre, dándole mayor importancia al legado anecdotario sobre el literario. Vende más lo irrelevante, libros grotescamente personales, reivindicando en el semejante miserias y misceláneas memorísticas. Paradójico sería que sobreviviera más la imagen del Raúl Gómez Jattin execrable y oligofrénico, que la del poeta de exuberancias y nostalgias. Tal vez, podría ser: la frivolidad evita lo inconmensurable y profundo.


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