Gabriela Samper, escondida
Fátima Correa
La historia del cine colombiano, como toda historia, está sesgada,
mutilada, películas perdidas, fotogramas encontrados, nombres ignorados,
ocultos. Y es que frente al documental es aún más dramática la situación, sobre
todo porque la primera mujer, la abuela del documental (porque la mamá se llama
Marta Rodríguez) es desconocida, en las universidades de comunicación o de
cine, no se menciona su nombre, incluso los cinéfilos ignoran su legado.
Excepción hecha claro, de cuando amorosamente su hija, única guardiana y poseedora de su obra, acepta mostrarla bajo
su tutela en algún festival, muestra o evento. Más aún, si alguien va a patrimonio fílmico para ver sus películas, necesitará
una autorización suya. Es comprensible, querer proteger ese legado, darle la
importancia que tiene, explicar el contexto en el que se hizo cada una de las
obras, para así asegurarse de que el espectador entenderá y dimensionará la
importancia que tienen; también poder entender la persona que fue Gabriela: sus
luchas, su pensamiento crítico y adelantado a su época, su sensibilidad y
comprensión del país y las personas, su historia como primera mujer
documentalista en Colombia, respetada y admirada en muchos lugares. Por eso,
cuándo fue capturada en 1972, por supuestas actividades subversivas, un grupo
respetable de artistas latinoamericanos alzó su voz para exigir su liberación,
entre los firmantes estaba Glauber Rocha. Es comprensible querer proteger esa
obra: El páramo de Cumanday, Historia de
muchos años, Una máscara para ti una máscara para mi, Ciudades en crisis ¿qué
pasa?, Festival folclórico de Fómeque, Los santísimos hermanos, El hombre de la
sal, pero al hacerlo, se está privando a la mayoría
de su conocimiento y se le están cortando las alas a una filmografía que podría
estar hablándonos, contándonos, mostrándonos, conmoviéndonos, y que al
contrario, permanece casi oculta .
A 42 años de su muerte, la obra de
Gabriela Samper sigue guardada, custodiada, protegida, escondida, de los
colombianos y del mundo. Son muchos los jóvenes realizadores que pueden
nutrirse de su cine, muchas las personas que pueden apreciar, valorar y
disfrutar de su obra, única, no sólo por los temas que aborda, como en el caso
de los Santísimos Hermanos, una secta
que ya no existe y de la que esa película cortometraje es el único testimonio
vivo, sino también por su manera única de narrar, que la hicieron artista, y
que a pesar de los años que han pasado, nos siguen diciendo algo: perviven en el tiempo, esperando a ser vistos,
encontrados por nuevas generaciones. Un diálogo suprimido pero necesario con
ésta época, con ésta realidad pero también con nuestro cine, que es un grito de
resistencia, un grito de amor, que necesita de sus raíces para seguir creciendo
y floreciendo. Ojalá se libere el cine de Gabriela Samper en las universidades,
en los cineclubes, en la televisión, en la internet, en todo canal de
comunicación y toda persona que quiera
explorar una voz única del cine latinoamericano.
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