lunes, 19 de marzo de 2012

Gonzalo Arango

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Gonzalo Arango

Victor Bustamante

Nadaísmo fue, es nuestra más bella e intensa primavera. Por fin hablaban un puñado de escritores que rompieron moldes y se batieron a tecla de máquina de escribir contra esa anomalía del deja vu. Leídos hoy sus poemas conservan su frescura inicial, sus manifiestos aun contienen esa dosis de amor negro y humor rojo. Sus propuestas cambiaron el rumbo de la literatura en el país de escritores contemplativos con nuevas metáforas, nuevos riesgos, nuevos mundos explorados desde el mismo momento en que escribieron. Fueron contradictorios que es una manera de ser vital.


Gonzalo Arango, Alberto Escobar, Jotamario, Jaime Jaramillo, Amilcar Osorio, Darío Lemos, Eduardo Escobar, Malmgrem Restrepo, Jaime Espinel, Humberto Navarro, Elmo Valencia y el lejano Eduardo Zalamea crearon un espíritu de cuestionar, de maldición, de humor que oxigena esa literatura de mitos y leyendas, de micos y mariposas, sacaron la literatura de los gabinetes de los graciosos gramáticos e insuflaron, ah!, ese soplo que aún nos llega.


Para ellos mi devoción, y mis afectos

Por eso soy, somos nadaístas de la segunda generación, o neo-nadaístas.  ¿Acaso no existen computadores de primera y segunda generación?  Aunque Alberto Escobar refiere en largos y bebidos diálogos que los demás somos para-nadaístas.


Tengo graves sospechas de que son nadaístas: Andrés Caicedo, Jairo Guzmán, Fernando Vallejo, Fernando González, Lautremont, Artaud, Bernardo Ángel, Lucia Agudelo, Ricardo León Peña-Villa, Rubén Vélez, Charles Bukowski, Pacho Velásquez Luz Ángela Rendón, Martha Quiñonez,Luis González de Guzmán,  Henri Miller, Jack Kerouak, Thomas Bernard, Sade, Allen Ginsberg, Voltaire, el Hamaquero  y yo.


La vida intelectual de Gonzalo Arango fue polémica desde un comienzo, atravesó todas las etapas creativas de un momento peculiar donde se cuestionó todo.


Brillante, sagaz, líder, místico, panfletario, gígolo, poeta,cronista encarnó el intelectual polémico y supo ser contemporáneo.


Este cuento inédito fue cedido para Los papeles de Babel por el poeta Rubén Vélez.




Un lago para ese amor

Gonzalo Arango

 Cuando la miré me sentí súbitamente enamorado. Yo traté de hablarle, pero una oleada de sangre me encendió la cara. En los días siguientes me sentí sacudido por las más audaces emociones. Por su parte nunca supe que jugaba en mi vida un papel que como en las grandes tragedias define con un solo gesto una cantidad de amarguras y de soledades irremediables. No le comuniqué nunca la presencia de esta pasión que ya había nacido en mí. Estaba ella tan ajena a la importancia que yo pusiera en su ser, que si se lo hubiera comunicado habría tenido para mí un bondadoso sentimiento de piedad. Pensar que me pudiera compadecer era algo que me irritaba: juro que la habría abofeteado. Esta piedad seguramente le hubiera nacido de la comparación entre su belleza de una espiritualidad angélica, fulgurante, con mi ser anónimo, sin nada en él que excitara la posibilidad de una conquista.   Mi rostro no indicaba nada extraordinario y mi ser íntimo apenas encaraba algunas modestas ambiciones.


  Como nunca le dije nada, mi derecho sobre ella nació de la gran facilidad con que yo me instalaba en el mundo de las ilusiones. Si le hablara –pensé- toda la ansiedad y la espera se desvanecerían en un poco de polvo, de viento o frenesí. Quise que este amor se debatiera solo, luchara en sí mismo con imágenes ausentes, que triunfara por sí mismo. Tuve celos cuando la veía pasearse sola con su aire ingenuo y fascinante como un desafío a los hombres y a la naturaleza. Para evitarme esas emociones violentas que se desencadenaban en mí, prefería no verla y me retiraba a la soledad a gozar íntimamente mi dulce e incomunicable secreto.


  Poco me interesé por su vida, aunque me atormentaba ese gran espacio negro y desconocido de su pasado que no quise investigar para no afrontar un mundo de realidades vulgares, de incidencias, pensamientos y deseos. Yo la amaba y pensé que su pasado sin mí, sin mi ternura y sin este bello idealismo de que la hice objeto, se desvanecía su valor, se hacía opaca su belleza...

Nunca supe su nombre, pero yo la reconocía como Babel, seguramente por ese significado de infinito y de fracaso que encierran todas las aspiraciones humanas.


  En uno de esos ataques de celos me encerré en mi cuarto. Pasaron algunos meses sin duda, y cuando salí de la fascinación de las lecturas que había hecho, había desaparecido. No pregunté si se había casado o muerto o si se había ido a la luna. Yo no hacía parte de su mundo real: éramos dos lejanías. Pero yo la amaba contra su voluntad, fuera del tiempo o en la muerte.


  No la volví a ver...


  Ahora tengo 40 años. Han pasado muchos desde entonces. A esta edad no puedo asegurar que mi vida ha sido un éxito o un fracaso. Me parece que cuando se hace parte del tiempo  estas dos palabras   carecen de sentido.    No tengo derecho a dar un concepto sobre lo que soy. De todos modos soy algo, supongo. He tenido aspiraciones, he meditado en la muerte, la vida me ha parecido un acontecimiento merecido y hermoso, he querido escribir un libro...

  Aunque he vivido solo no puedo decir que no amo a los hombres. Contra toda disculpa los amo, lucho en el mismo mundo de ellos y a decir verdad, les temo: temo sus esperanzas, sus amores y sus fracasos.


  Respecto a la novela que he estado escribiendo en los últimos años he tenido que reformarla cada vez que la leo. Me siento vivir, fluir el pensamiento, la sangre y veo que no puede terminarse, como si se tratara de un argumento infinito. Me parece que cada palabra que escribí hace un año ha perdido su brillo o su verdad. Entonces tengo que recomenzar. Es intolerable que el pensamiento sea algo tan frágil que no resista el paso de unos días. Cuando reviso cada frase pienso que si ya está escrita es porque el pensamiento ha sufrido una metamorfosis y toma una entidad extraña, áspera y ajena y se me desliza la vida hacia una objetividad intolerable. Cuando miro el perfil de las palabras con esa seguridad agresiva bajo mi pluma, me dan ganas de gritar. Han pasado muchos años comenzando y volviendo a caer en la misma trampa. He renunciado definitivamente a escribirla.


  Hoy he pensado en la conveniencia de estar enamorado. Siempre me pareció difícil compartir una intimidad con mujeres. Me imagino acercarse una con aire preocupado y redentivo:


  -Amor, ¿en qué piensas?

  Yo no sabría responder,  porque si a algo  tengo un verdadero  temor es a las palabras, y además, uno suele estar abstraído, con un vacío en la conciencia, eternizando. Pero esto es lo que pensaría antes. Ahora sé lo que puedo responder:


  -¿En qué habría de pensar? Justamente estaba pensando en ti.


  Pues he decidido buscas esa mujer y tener con ella una vida simple para dejar de sentirme tan solo y olvidar en ella el recuerdo o la sensación obstinada de que uno tiene tanta importancia sobre la tierra.


Me he quitado la barba y me he puesto como son ordinariamente los hombres. Espero que no habrá diferencias entre ellos y yo. Antes de salir a la ciudad ( yo vivo en el campo ) me miré en el espejo, cosa que no había hecho nunca y dediqué a mi rostro una pequeña sonrisa. Cuando me reí de que me miraba y que sentía como un descubrimiento de mi cuerpo, me reí estrepitosamente y temí que estuviera loco. Me tranquilicé pensando que era apenas normal, pues me cayó muy en gracia que yo fuera así y que nunca tuve inquietud en imaginarme cómo era. El tiempo me había señalado con sus huellas inexorables.

  El primer problema que se me presentó cuando estuve en las calles de la ciudad fue el cómo hablarle a una mujer. Es cierto que conocía muchas novelas de amor y los trucos del erotismo. Recordaba ahora las palpitantes escenas de Julián Sorel con la señora Renal; la inteligencia deliberada con que Kierkegaard pone en “El Diario de un Seductor” la manera más directa para llegar a la conquista del ser amado. Pero esto no me alentaba. ¿Con qué pretexto iba yo a interesar a una mujer, qué palabra inicial le diría?  ¿Ese  “Te amo” no estaría precedido por miradas, coqueteos, sonrisas y leves contactos corporales? ¿Tendría fuerza para llevar hasta el final semejante aventura? Lo primero que se me ocurrió fue encontrarla. Pensé que luego podría confiar, atraído por sus ojos, en la fuerza de los impulsos, que en estos casos se debe sentir uno arrebatado por una inspiración que fluye naturalmente de lo más profundo del ser.


Ahora, recostado en mi cama, recuerdo infinidad de rostros, algunos de ellos hermosos, otros saturados de perfumes inolvidables, de sonrisas deliciosas, de ojos que abrían un pequeño mundo melancólico lleno de anhelos, esperas, felicidades fracasadas.


  He repetido la búsqueda varios días. Confieso que en mi anhelo de encontrarla me he metido en los lugares más refinados y he descendido sin escrúpulo a los más sórdidos sitios de mujeres libertinas. Nada. He renunciado definitivamente a ella. Creo que cualquiera estaría bien para mí, pero tengo mi fundado temor de que yo no estaría apropiado para ninguna.     Esta duda se debe a la incapacidad de abandonarme a la posesión de otro ser.

Recuerdo con remordimiento los torpes diálogos que sostuve con algunas mujeres y que no me hicieron muy feliz. A una que estaba sola en el banco de un parque le dije:


    -Sería el hombre más feliz si me estuviera esperando.


    Ella respondió con crueldad:


    -Puede ser desgraciado, porque espero a otro, y puede seguir su camino.


    Yo me puse rojo de vergüenza y no supe qué contestar. Como me quedé ca-llado sin saber qué hacer con los pies, le dije: -bueno, de todos modos él ha tenido suerte.


  No he vuelto a la ciudad desde entonces. Cuando estaba en sus avenidas sentía una turbación de verme en medio de ese oscuro y denso oleaje de la multitud, de rostros felices, puros, intrascendentes. Una tarde, a la caída del sol, el aire parecía derretido, sentí vértigo de verme arrastrado, sudoroso, en ese movimiento sólido y cálido que no conducía a nada. Miré la puesta de ese sol de verano y me dije: “Mañana no estaré y otros ojos mirarán en mi lugar un crepúsculo parecido: la existencia es un fracaso”. Después pasó el mareo y me pareció estúpido lo que había pensado. “Si me comparo con el sol –pensé- es porque estoy arruinado: lo que importa es que estos ojos son míos ahora...”

Había renunciado a todo y me sentía tranquilo, pero mi vida ha sido turbada por una nueva inquietud. Después de pasar el día encerrado en mi cuarto salgo a recibir un poco de sol en el momento en que la tarde agoniza, cerca al estanque, donde reverberan las orquídeas. Allí me echo sobre una yerba pura, de cara al cielo. En el estanque saltan los peces. En la calma de tarde estival miro el lago en su profundidad coloreada de verde. Me quedo horas enteras mirando como salido del tiempo. Contemplo mi rostro retratado en esa calma acuática y el movimiento de las nubes. Ayer estaba extasiado mirando el lago y de repente, a un lado de mi imagen apareció una mujer. Me quedé quieto para no espantar esta aparición y estaba seguro que había alguien absolutamente real a mi lado. Hubiera podido decir hasta el color de sus ojos, verdes como el agua, y la dulce sonrisa que se dibujaba en sus labios. Cuando intenté hablarle, las aguas se agitaron movidas por el pecho de unas  golondri-nas que rozaron la superficie refrescante. Cuando las pequeñas ondas del lago empezaron a morir y las aguas tornaron a su habitual serenidad, la imagen había desaparecido. Miré los alrededores y no había nadie. Pensé que había sido una alucinación, pero aún perduraba en mi el recuerdo de su rostro. Esa noche me emborraché trastornado por semejante aparición.

  Todas las tardes salgo al lago para esperarla, pero la imagen no ha vuelto. Desde entonces no hago sino pensar en ella con un sentimiento nuevo que es el amor. Ahora vivo esperando una sombra, enamorado de una sombra. Cuarenta años de una vida de búsqueda, de anhelos, de luchas y pasiones íntimas que culminan en un lago, en espera de algo que no existe, instalado dolorosamente al pie de la irrealidad.


  Me dejé arrastrar por estos pensamientos melancólicos. Veía muy clara mi falsa postura en el mundo, todo inasible y abstracto como las imágenes del cielo que se retrataban en el fondo del lago. Con el corazón oprimido empecé a reclamarla a grandes voces. No había duda de que la imagen correspondía a un ser real, pues una imagen no surge de la nada. Pero ella no estaba y mis voces se perdían tiernamente sobre las aguas. Comprendí lo irremediable de mi soledad. Esa imagen desaparecida como por un mágico sortilegio me hizo temer que yo no fuera un ser absolutamente real. Cuando tuve este pensamiento me provocó hundirme en el fondo del lago y sentir una agonía real en mis pulmones, encontrar la imagen en el fondo o perecer.

….
Llegó la noche. Mi perfil era negro bajo el cielo. Comprendí que había sido rechazado en mi esfuerzo por ingresar como cualquier hombre en el mundo de los vivos. Ahora, mirando la noche estrellada, tuve la inquietud de cómo entraría en el de los muertos. ¿Volvería todo a comenzar? Yo me había deslizado tiernamente en busca de aquella imagen que en el pasado se llamaba Babel y ahora ya no podía ni imaginarla, pero había vuelto a mi vida con ese instinto liberador, sedienta de morir a mi lado.


Me acaricio la cara con un aire casi metafísico y siento que la barba ha crecido de nuevo. Tengo un verdadero fastidio de mi cuerpo. Hasta cierto punto me desprecio por todas estas cosas que nacen en mí como una fatalidad.

( Dedicado a Luisa Sánchez de Pérez con la siguiente leyenda: “Madame: aspiro a que este cuento sea digno de tu gusto literario. Si logro conmoverte, se salvó. Francia habla siempre por ti: Gonzalo” )

7 comentarios:

Elisa dijo...

Gonzalito te amamos de por siempre

Elisa dijo...

Gonzalito te amamos de por siempre

flipper dijo...

San Gonzalo Maldito
Patrono de los tontonientos
poetontos del tontódromo
que llaman neonadaismo

Te suplico que no permitas
que publiquen tus cuentos tan malos
que no parecen escritos por ti

Ten piedad de la ignorancia
y mediocridad de tus falsos devotos
que quieres cogerte de parche
para darse bomba a sí mismos

Gonzalito del averno de las letras
te perdonamos tu mala poesía y
tus histerias personales magnificads en pataletas que hicieron historia entre los pobres de espíritu

gALLON dijo...

OJALA HUBIERAN MUCHOS GONZALITOS EN ESTE MUNDO PODRIDO

Jota dijo...

Gonzalo Arango, motor principal de esa lucha, gastó la mayor parte de sus energías en alimentarla, a sabiendas de que le sustraía alientos a su vocación de escritor: Me siento como si la vida me hubiera soltado de la mano -dice en carta al también nadaísta Eduardo Escobar-, existo al vaivén, ni siquiera escribo mi obra maestra. Uno es un tramposo hijo de puta. Uno se aplaza, uno se muere cada día en el reloj suizo, uno es un suicida. En 1963, a consecuencia de una declaración de Gonzalo Arango, en la que acusaba al nadaísmo de desesperación nihilista y derrotismo, sus compañeros lo quemaron simbólicamente en el puente Ortiz de la ciudad de Cali.

tehe sad poetry dijo...

Gonzalito te necesitamos ene sta hora donde la poesia se ha vonvertido en algo de la bolsa de valores y en algo de la bolsa personal, regresa pronto. Estoy cansado de camianr por e cnetro comiendo pandequeso de 599, de cuenta de los amgigos que ya lo miran a uno con desconfiana. te cuentoq eu soy capaz de traducitrte otda tu obra al latin, inclusive mas que aquellos que traducen y nunc hna salido del pais.

Anónimo dijo...

Gonzálo Arango: pobre montañero de Andes que nunca pudo botar el capote, como el hamaquero y como Vitor.