domingo, 19 de diciembre de 2010

Sergio Esteban Vélez



Poemas
de
Sergio Esteban Vélez


Víctor Bustamante

Cuando un poeta escribe sobre algunos escritores, está buscando algo que los satisface de ellos. Puede ser un camino que empieza a transitar, una puerta que conduce hacia un laberinto, una forma de ser o de pensar o un puente donde quien escribe se atreve a cruzarlo sabiendo la orilla ignota de lo que vendrá. Estos bellos poemas son eso, una presencia con los escritores amados que llevan hacia una educación sentimental. Si miramos en el gran Wilde, el rebelde Rimbaud, el cercano Porfirio, el siempre misterioso Tenesse Williams o San Agustín notamos que Sergio Esteban mira en ellos libertad y su arrojo: cada uno es un rebelde con causa. En la otra cara de la monedad están las bellas y perversas Isadora Duncan y la siempre amada Marlene Dietrich y la fatal María Callas arropabas junto a Madame Butterfly.
Sergio nos entrega unos bellos poemas donde el paso del tiempo, como lo indica su título, ya que estos poemas pertenecen a “Pabilos del Tiempo”, es lo que nos deja el paso de la belleza y su búsqueda que es lo efímero, lo que se va, n, y es a y través de sus lecturas que el poeta busca y nos entrega lo que vio y vivió a través de ellos.


MADAME BUTTERFLY


Las simas
submarinas
de los ojos azules
de Pinkerton
eran tus únicos confines.
En ellas
naufragaba tu espíritu,
y en cada noche negra,
cuando te acariciaban los vientos oceánicos,
te quedabas dormida
recordando esa única
fruición de pensamientos
en que entregaste el nimbo de tu pecho
a aquel capitán gélido.

Y soñabas la hora
sublime
en que el furtivo amado
subiría corriendo
por la colina verde,
llamándote agitado,
implorando tu abrazo
indisoluble.

Ya lo veías.
Ya podías sentir
su beso entre tus labios
y el gozo de tu sueño
sobre su torso tibio.

Preparabas la casa
que albergaría
su delicia
por novecientos noventa y nueve años,
olvidabas la gloria
de tus ancestros,
y renunciabas a tu propia esencia,
ante la dicha eterna
de aquel
anatema.

Y llegó el día:
en el paisaje gris
se percibía
la silueta de un par de enamorados
que ascendían veleidosos
hacia su nuevo hogar,
y cuando estaban próximos
a tu morada
pudiste ver la intemperancia
del que tanto esperabas,
posesionarse de tu estancia
con su “auténtica esposa americana”...
¡y te ignoraba frío,
como un desconocido!

¡Ah! Butterfly,
tu corazón ingenuo
ya no podrá latir jamás;
ningún elíxir milenario,
ninguna planta extraña
del Japón
alcanzará la estación de florescencia,
para cicatrizar
el loto de tu entraña desgarrada.

Con una banda blanca
le cubriste los ojos
al hijo que lloraba,
invocaste tus genes
en samuráis guerreros,
y con la misma fuerza
de su grito
empuñaste el puñal contra tu vientre,
cumpliste el hara-kiri
y descendiste al suelo
para siempre.



WILDE:


Por aquella osadía
de amar a tu manera,
te maldijeron,
condenaron tu cuerpo,
te escupieron,
creyendo que podrían
hacer girar tu esencia,
pero nada alcanzó
a vencer tu genio:
ni el frío
que enrojeció tu piel
y lastimó tus huesos;
ni las jornadas sobrehumanas
que rindieron tus párpados
y sellaron tu aliento;
ni la deshonra
que punzó tu ego;
ni la soledad,
que te causaba abatimiento;
los pseudoespirituales anatemas
tampoco lo pudieron,
ni el desprecio de aquellos que gustaron
de la supraexcelencia
de tu verbo.

Ahora ni siquiera,
temiendo el sacrilegio,
podía pronunciarse
tu nombre,
ni repetir tus versos.

Tu mente conocía la verdad
y era más libre
que las conciencias atrofiadas,
de enmascarada corrupción
de los sordos borregos,
y los ilógicos ingenuos,
que estaban
afuera.

Y floreció
con más impulso
tu grandeza,
y tu alma creció
hacia la inmarcesible
dimensión
eterna.




BLANCHE DUBOIS*
(Para su alter ego, Tennessee Williams)


“Madera blanca”,
“Blanche
Dubois”,
claro del bosque.

Enamorada
de un espejismo,
leías
la Madame Bovary
y llorabas con cada desengaño
de los romances de Stendhal.

El ritmo raro de tus besos,
carbúncleos,
a la manera de Manón,
en un hotel de mala muerte,
se estremecía
efervescente
con la “amabilidad”
efímera
de los desconocidos.

Ya nunca volverían
los edenes de mayo,
cuando se sonrojaban tus mejillas
con un roce de manos
y apenas florecía la ilusión.

Tus vivencias corrieron
como el agua del río Mississipi,
y con púberes briosos pasajeros
quisiste
recobrar el fuego.

Pero tu piel ya estaba ajada
y sólo te esperaba la demencia
por no morir de depresión,
quedando tus confines al garete,
tu destino sujeto,
como siempre,
a la bondad de los extraños.
                      



MARÍA CALLAS


María Callas,
todas las noches fallecías en las tablas...
y en tus propias páginas,
y tus cantos se alzaban
a la estrella wagneriana,
que no fulgía tanto
como tú en el drama.

Sentías
un nudo en la garganta,
porque esa misma conmoción
de tus heroínas desahuciadas
torturaba incesante
tus cuerdas
trágicas.

No era preciso, entonces,
esforzar tu histrionismo,
pues esas mismas arias
desventuradas,
que imprecaban a Scarpia
venían desatadas
por el río de acíbar
de tu desgracia.

Cada paso era espiado,
cada mirada
era acuciosamente registrada
por la agenda del mundo
y por las masas,
que te aclamaban;
todo ante ti se abría generoso,
reinabas,
y tu figura era
una diosa hecha estatua.

Pero, como Violeta,
Isolda, Tosca, Aída,
Brunhilda y Butterflay
-tus favoritas-,
vencido el sueño
del campo en primavera,
y palpitante el duelo
por el idilio ausente:
¡Perdida la esperanza!
Te absorbe la saudade...
y en el final de tu “cadenza” náufraga,
en el agudo más desesperado,
por amor
callas,
por siempre
Callas...




ISADORA DUNCAN

        “Yo podría bailar ese sillón”
ISADORA DUNCAN

I

Con la anémica alcurnia de una garza,
abres tus alas,
y soslayas, volatil,
las rocas puntiagudas,
que, acechantes, emergen
en pos de derrumbar
tu arcadia imaginaria.

II

Sándalo en brasas,
danzan tus ramas,
que parecen inmunes
al dolor que las desavia...
y el ritmo de los vientos,
que se huracanan,
va impulsando la vela de tu túnica,
empapada en champaña.

III

Alzas el cuello,
la nave avanza...
y te arrebata el aire
del cuerpo
una bufanda.

IV

Comulgas íntima
con la galaxia...
El cosmos te designa
su digna
hetaira.




RIMBAUD


Arthur Rimbaud,
mi consejero espiritual.

¿Qué habrá pasado por tu mente
en aquellos momentos
de desenfreno?

¿Cómo sentirse libre
en un mundo
de confinamiento
que amordaza el cerebro?

¿Cómo mirar al ágora
y decir con orgullo
que se detesta el establecimiento?

Muchachito triste,
que buscabas un pecho
que pudiera llenar
el ideal de tu intelecto,
y que incansablemente
vagaste alucinado
por selvas y desiertos,
esperando encontrar lo verdadero,
pero que sólo hallaste
la sequedad de lo terreno.

Dame tu mano,
poeta bohemio,
que nunca conoció
la grandeza de sus versos.

Quiero que seas
mi alter-ego
y que, como un crescente
ensamble eurítmico,
sigamos
atormentando
al público
ciego
con nuestra libertad de pensamiento,
hasta que lleguemos
a les Champs Elysées,
junto a otros dioses
del Infierno.




ANDY WARHOL


Detrás de esa peluca
sicodélica,
de esa pose burlesca
que ridiculizaba
tu platinada América,
de ese afán porque el mundo
sufriera
por tus frases eléctricas,
por tus fiestas patéticas,
rugía una tormenta:

Exiliado en la Tierra,
no podías hallarle
sentido
a esta viandanza,
no encontrabas sosiego
en nada,
ni en los vanos placeres que exaltabas,
ni en la vaga experiencia
vacía
de la fama.

Orabas, como un niño triste,
porque el amor
no llegaba,
por más que lo invocaras...

Y ningún barbitúrico
hizo dulces tus lágrimas
violetas
de anilina,
por más que camuflaras
de plástico
tu estancia.

Contrario a los poetas,
no veías la luz de las estrellas,
por eso te embriagaste
en aquellas luminarias
que parpadeaban
en los cielos de Hollywood,
y, entonces, las ungiste
con fucsia y con naranjas.

Y fulgió en tu orfandad
la lucidez necesaria
para cambiar tu hábitat
común de ciudadano del consumo
por la plácida paz del tecnicolor,
que obra como un narcótico
en las mentes concéntricas esclavas.

Tu compatriota Dvorak
transmutó su nostalgia
en dulces remembranzas
acompasadas,
pero tú vislumbraste “el nuevo mundo”,
tras cruzar un océano
de coca cola dorada
que escanciaba en tu abismo
Marilyn como un sol
o como un ángel,
ataviada en Chanel número cinco.

Y como en un ignoto cómic cósmico
(pero no los de Liechtenstein),
con un billete verde que pintaste
dibujaste un avión ultramoderno
de la aerolínea opiácea de Morfeo
y calcaste un tiquete
para hundirte
en ti mismo.




MARLENE DIETRICH


Disecada en vida,
Marlene Dietrich
nunca dejó brotar su carcajada,
por no arrugar su piel de porcelana
(no sabemos de qué
color
tenía el alma).

Y, para gozo de su ego,
de máscara de hielo
y esmoquin con sombrero
(que camuflaba un duelo incontenible,
más profundo
que el de Berlín en llamas),
sus líneas de expresión no se marcaron
en casi diez decenios
y sus piernas causaron paroxismo
hasta en la Garbo misma. 

Hoy de su cuerpo
gélido,
que fue el máximo sueño
de dos generaciones,
se ha fugado el estoico sentimiento...
hacia el silencio,
y ni siquiera resta el remanente
de esas piernas tan bien aseguradas.

Todo ya fue banquete
de coleópteros metálicos
y mariposas ocres,
y de himenópteros y dípteros
azules y verdes,
que escuchan con las patas delanteras
y huelen con las antenas.




LA COPA ESCANCIADA


San Agustín,
el obispo de Hipona,
el padre de la Iglesia,
el incansable buscador
de la esquiva verdad
inaprehensible,
también gustó el amor
en sus papilas
y se hundió inconsolable
cuando sus ojos húmedos
lo vieron escaparse
definitivamente.

La juventud ardía,
y aquel mancebo vehemente
lograba que él se alzara en frenesí
y que ascendiera al cosmos
pagano
del éxtasis.

Agustín estudiaba,
leía y naufragaba
en mil incertidumbres,
misterios, jeroglíficos,
teoremas cabalísticos
y enigmas maniqueos...
mas toda su sapiencia no podía
detener su conciencia,
que loca se fugaba
a la silueta necia
del terrenal amado.

Llegó la muerte,
y fulminante su descarga
se lanzó impertinente
sobre el objeto de su elación
y salpicó de hieles
las vértebras de su alma.

Y su curioso espíritu,
que antes había morado
en los dos cuerpos,
se vio vacío, vago y torturado.
Sus ojos lo veían
en todas partes,
y cuando incontenible
se abalanzaba
para abrazarlo
sus manos huérfanas
solo palpaban la locura ciega.

Y esperaba el regreso,
“ya vendrá”, se decía...
y sólo el aire amargo
lo tocaba, glacial,
mientras las lágrimas rodaban
hacia el desierto
y los suspiros infinitos,
el llanto,
los gemidos,
los gritos de la ausencia
absorbían su ímpetu.

Anhelaba el sepulcro,
la vida no era viable
a medias;
el pánico insondable le impedía dormir
y todos los lugares conocidos
le taladraban la memoria.

Ni el juego,
ni la música,
ni las fiestas,
ni el gozo de otros lechos
pudieron alejarlo
de aquel recuerdo.
Y escapó de su patria,
y de la omnipresencia de su duelo,
creyendo que en Cartago confortaría su demencia
pero su esencia estaba dividida
y ya nada podría restaurarla;
entonces se adentró en los planos místicos
con toda la potencia
de su desazón,
a transformar al hombre
en el reo de Dios
y en pecado al amor.
Y, en arrepentimiento
de su propia pasión,
castigó al mundo
y lo sumió en la Edad de las Tinieblas.



MARLENE DIETRICH


Disecada en vida,
Marlene Dietrich
nunca dejó brotar su carcajada,
por no arrugar su piel de porcelana
(no sabemos de qué
color
tenía el alma).

Y, para gozo de su ego,
de máscara de hielo
y esmoquin con sombrero
(que camuflaba un duelo incontenible,
más profundo
que el de Berlín en llamas),
sus líneas de expresión no se marcaron
en casi diez decenios
y sus piernas causaron paroxismo
hasta en la Garbo misma. 

Hoy de su cuerpo
gélido,
que fue el máximo sueño
de dos generaciones,
se ha fugado el estoico sentimiento...
hacia el silencio,
y ni siquiera resta el remanente
de esas piernas tan bien aseguradas.

Todo ya fue banquete
de coleópteros metálicos
y mariposas ocres,
y de himenópteros y dípteros
azules y verdes,
que escuchan con las patas delanteras
y huelen con las antenas.



LORCA


“Que no quiero verla”.
Que no quiero ver tu sangre
filtrándose entre la tierra
ni el ríctus de agonía entre tus labios,
como un San Sebastián.

Lorca,
¿Cómo habrán sido las estrofas
que te dictaba el númen,
mientras las balas asesinas,
te arrebataban del parnaso?

¿Habrán pasado por tu mente
aquellos resplandores
taurinos
de tu tierra,
la fuerza refrescante
del Hudson
en América,
y habrás vuelto a sentir
en tus membranas
los cambiantes sabores
de esos amores
marineros
que las furiosas hordas medievales
actuales
no pueden comprender?

Seguramente por tus ojos,
que se mojaban de nostalgia,
pasaban velozmente
aquellos baños en el río
con Dalí, húmedo y altivo;
el azúcar de Cuba,
y el salobre sabor a celuloide
de Buñuel y sus noches.

Tanto invocaste el drama
y llamaste a los dioses con tu piano,
y quisiste bruñir gitanamente
los mejores romances andaluces,
poeta en Nueva York,
que ahora se fundían
tus alvéolos,
para escribir los versos
que harán
que entre tus brazos moros
se venza anonadado
Ganímedes,
el olvidado efebo
de un poderoso dios.




PORFIRIO BARBA JACOB
(Para su gran biógrafo, Fernando Vallejo)


Era una llama al viento.
Era una pira en el desierto
esferoidal
del cóncavo mundo terreno.

Una tea en un barco ebrio, 
en el océano más revuelto,
que deambulaba sin cesar.
¡Brasas de libertad!

Bocanadas de cierzo
gritaron hedonistas
la distensión de su evangelio,
que se nutría de lo acerbo.
¡Una lumbre impetuosa
contra un helado vendaval!

Era un soplete efervescente
de flama indómita indomable,
un caballo de fuego desbocado
por los ígneos senderos de su errancia,
seduciendo jinetes
que amainaran la aguda compulsión de sus crines:
¡verdadero volcán!.

Era una llama aviesa
ávida por las cimas.

Los ojos encendidos de rojo y de abstracción,
demente mente,
llenos de humo los alvéolos,
y el rebelde discernimiento
retozaba en un piélago inestable,
mientras el corazón, ya desahuciado,
iba a la Acuarimántima
a galope pleno.

Sus chispas afiladas
se ondulaban convulsas
por el ciclón del pensamiento,
y en un trance beatífico
él abrasaba los secretos
que le dictaba el macrocosmos
inmenso.

Levitaba en su fuego
griego
y destilaba el sinsabor constante,
que más avivaba el incendio.
¡Era un crisol de metafísica
encabritado
en el Infierno!

Pero esta hoguera indescifrable
no fue apagada por el viento:
crepita aún
en cada verso.







* Protagonista de la famosa obra “Un tranvía llamado deseo”, de Tennesse Williams.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Tiene mucha madera de poeta este muchacho, maneja vocabulario e imagenes muy bellas, refrescante entre tanta mediocridad.
Deberias tener mas de estos en el blog Victor.
Cuando nos vas a contar que paso con el blog anterior? se perdio entonces todo ese excelente material?

David dijo...

Genial el ultimo poema, pero con respeto -cosa a veces escasa en este blog- recuerda lo que dijo el vijo maestro: la elocuencia esta en lo que no se dice y la condicion para tener estilo es justamente tener algo que decir; Notese la valocidad con que corre esa sangre.

gUSTAVO dijo...

TU POESÍA NO SOLO ES ELABORADA Y CON ABUNDANCIA DE BELLEZA DE BELLEZA, SI NO QUE ES, EN SI MISMA, UNA SORPRESA. ES UN FRUTO DEL BUEN GUSTO, DEL TALENTO, DE LAS BUENAS LECTURAS.

RUPERTO RESTREPO dijo...

ESTE LAGARTO ES UN FALSO POETA INSPIRADO EN LOS PEDOS DEL DECADENTISMO LITERARIO Y ESPÚREO DE LA GODARRIA PAISA.

EL NIÑO PUTA QUE FUNGE DE POETA.

ESTOS ESCRITOS MUERTOS, APESTAN AL MÁS MANIDO LENGUAJE DE COCTEL EN LAS URNAS FUNERARIAS DE LOS TRAIDORES DE LA PATRIA.

Alberto dijo...

Serio eres un gran poeta, poco a pocoreconocera la godarria peotica de Medellin tus poemas sensibles
Gracias Victor por mostrarnos un poeta creativo eindependeitne,

Luly dijo...

poemas kindos y lindo poeta