viernes, 10 de febrero de 2023

UN OMBLIGO A PLENO SOL / Antonio Arenas


 

UN OMBLIGO A PLENO SOL

Antonio Arenas

Hablar del ombligo es meterse en el ámbito del cuerpo, del silencio y la indeterminación. El ombligo se conecta con los músculos y la piel que los rodea, y esto es lo que determina la forma y tamaño de dicha cicatriz. Tal es el espacio propio en el cuerpo que difiere en cada mujer. Un ombligo es una morada de silencio cerca del plexo solar y sin embargo allí la vida y el deseo cobran esencial plenitud. El ombligo es producto de una inclinación circular, que carece de forma, pero es el cuerpo y la vida los que hablan. “El simbolismo dado en todos los tiempos y culturas al ombligo de signo de unión de la mujer y el hombre con un pasado y por extensión con un poder y una sabiduría que nos son transmitidos físicamente nos lleva de la mano a la figura impulsora del nacimiento”. La mirada al ombligo de una mujer seria entonces el resultado de una acción subjetiva, pero realmente no es así, quien habla es el cuerpo en un lenguaje que brota desde las entrañas de un mundo llamado mujer. Algunos dirán: “Lo que se observa depende de quién lo esté mirando”. Hablar en un sentido óptico como si en su decir se agotara la potencia de un cuerpo. Todo ombligo muere para dar paso a una nueva vida y después a un cuerpo esbelto de mujer o hombre y tan frágil como la debilidad humana. Ahora bien, fue una tarde del mes de enero del año 23 en una comunidad de apartamentos, había una piscina ovalada forrada de baldosas azules y negras en sus bordes que permitían ver el agua cristalina. El piso a su alrededor era de unas tabletas de color arenoso. Dos mujeres habían acabado de salir de la piscina. Una de ellas estaba sentada mostrando su brazo derecho tendido y es posible que tomara una foto con su cámara de su celular, tenía un rostro fresco y sobresalía su cabello largo y negro que caía a sus espaldas y su pecho, simulaba además una sonrisa juguetona, y miraba con sus grandes ojos negros el horizonte y dejaba ver en su rostro, unos labios gruesos y carnosos, no era fea y tenía sus propios atributos. La otra mujer estaba de pie, a sus espaldas como queriendo encubrir algo con el cuerpo de la mujer sentada. Tenía un pequeño “bikini” negro ajustado a su cintura y dejaba ver su ombligo y el plexo solar. Las dos mujeres llevaban vestidos de baño negro ajustados a sus cuerpos que hacían resaltar sus líneas corporales. Una era más robusta que la otra, pero sobresalía en ellas sus cabelleras y el color de su pelo, sus vestidos y la forma en que estaba la una junto a la otra, queriendo ocultar sus pies. La tarde tenía un aleteo de viento y calor y se veía un cielo limpio y sin amagues de luvia. El sol abrazaba con cierta ternura sus cuerpos. Un raro movimiento de una de las mujeres hizo que mis ojos se posaran en ellas y en especial la mujer que mostraba el ombligo y el plexo solar. Era de mediana estatura y de rostro serio, una mirada escrutadora, sus labios cerrados simulaba una sonrisa maliciosa. La imagen del ombligo que se mostraba profunda y circular, tenía una raya invisible que llegaba a su ser íntimo, no había vellos púbicos y todo encajaba con su postura corporal. El ombligo estaba sonrosado por el calor y el agua, su forma profunda insinuaba algo de erotismo y levedad. Se llama conjetura al fruto de la imaginación de todos los sentidos, llamamos piel a una piel y al contraste de la mirada que escruta y soslaya el deseo o la pasión. Toda piel sabe cuándo sí y con quien sí. Toda mujer sabe que no hay nada más halagador que se le eche una mirada descarriada de pies a cabeza. Un hombre no puede negarse a participar en ese juego. Hay ojos que le arrojan a una mujer encima toda la oscuridad de su deseo y más si es bella y su piel es tersa y suave. El cuerpo de una mujer es ondulado, se desliza subrepticiamente y con sigilo. Basta una mirada no hay necesidad de fuerzas, alcanza una mirada que ronde, controle e imagine. Es en el cuerpo de la mujer donde el alma busca su teatro. El ombligo y el plexo solar se convertirán en su centro, las llamas y la corriente sanguínea de cualquier hombre mortal fluirá en esas aguas. Hay que decir que el ombligo seduce porque está donde se piensa, siempre estará en una mujer como una aventura o un viaje a realizar. Algo parece decir. “Mírame aquí estoy”. La mirada es dolorosa porque quien observa padece la propia ausencia del otro. El cuerpo de una mujer y sobre todo el ombligo es esa obra de la que nunca se es dueño ni se está seguro, que no responde a nada sino a sí misma y solo se hace presente en el cuerpo de una mujer. “El ombligo es la herida que queda tras la rotura del cordón umbilical en el recién nacido. Suele ser una depresión en la piel”. Los hay de todos los tamaños, formas y colores, algunos dirán que es el escenario preciso para pensar en la mujer…

antonioarebe1@hotmail.com

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