LAS MUERTES DE ROSARIO TIJERAS
Antonio Arenas
Rosario
Tijeras muere tres veces: una cuando el lector desprevenido lee la novela que
recrea el ambiente del sicariato en la ciudad de Medellín, convirtiendo el
personaje femenino en un elemento fuerte y atractivo mezcla de mujer fatal y de
erotismo exuberante. Veamos: “A
Rosario la vida no le dejó pasar ni una, por eso se defendió tanto, creando a
su alrededor un cerco de bala y tijera, de sexo y castigo, de placer y dolor.
Su cuerpo nos engañaba, creíamos que se podía encontrar en él las delicias de
lo placentero, a eso invitaba su figura color canela, daban ganas de probarla,
de sentir la ternura de su piel limpia, siempre daban ganas de meterse con
Rosario”. La otra muerte, es aquella que se ve en la pantalla grande representada
bellamente por la actriz Flora Martínez quien da vida y realce al personaje
femenino de la narración, magistralmente dirigida por el mexicano Emilio
Maillé. La tercera, es la que distanciaremos en el seriado de televisión del
canal RCN e interpretada por la actriz Maria Fernanda Yepes; con libretos de
Carlos Duplat y su esposa Luz Mariela Santofimio, y discusiones amistosas donde
participó Jorge Franco. Las muertes de Rosario Tijeras son entonces, el efecto
simbólico de una realidad desbordante y cruel. El análisis de una sociedad en
riesgo. Ahora bien, el relato “Rosario Tijeras” del escritor Jorge Franco no va
más allá de 190 páginas, escrito en un lenguaje claro, fluido y ligado a una
realidad social que deja absorto a cualquier lector. Además, reta al lector a que
descubra una verdad cruda y desafiante. La historia se convierte en un hecho inverosímil
y en mi opinión evidencia y sostiene dos verdades que nuestra sociedad no podrá
ocultar jamás: el narcotráfico y el fenómeno del sicariato. ¿Cuáles son las diferencias entre quienes
viven en las comunas y quienes habitan los sectores más ricos de la ciudad?
Quizá, la riqueza o simplemente los efectos de la deshumanización que acarreo
el dinero fácil. Los valores trastocados que hacen hoy difícil la convivencia. Una
mirada al mal a aquello que nos deshumaniza, que devela nuestro mundo interior.
Nos horroriza cuando vemos las escenas en la pantalla o leemos la ficción de Rosario
Tijeras. El universo de las comunas de la ciudad de Medellín y el mundo de las
gentes ricas y de bien se atan en la novela generando momentos de
acercamientos, escenarios de drogas, dolor, muerte, angustia y miedo. La
ficción narrativa es macabra y la ironía surge en cada página. Los besos de
Rosario Tijeras son fríos como la muerte:
“Tus besos saben a muerto, Rosario Tijeras “. Es un enunciado que perturba
al lector y de entrada le dice, que el tema va a ser la muerte y la incapacidad
de amar. Porque el amor es goce, regodeo, risa, calor y una satisfacción
indescriptible; cosa que Rosario Tijeras no posee. Es más, a ella, la risa le
es escasa. La muerte crea un artificio real fruto de un largo ejercicio de la
memoria de Antonio el narrador. Ahora bien, la ficción de Rosario Tijeras es aprehendida
en el tiempo o en los surcos de este, llenando un espacio en el cual, el
recuerdo es el fármaco del dolor y el miedo. Jorge Franco utiliza un truco asombroso
cuando en la voz del narrador expresa que: “Ninguna voz es de ella; me lleno de
esperanza pensando que Rosario ya ha salido de muchas como está, de las
historias que a mí me tocaron. Ella era la que me las contaba, como se cuenta
una película de acción que a uno le gusta, con la diferencia de que ella era la
protagonista, en carne viva, de sus historias sangrientas. Pero hay mucho
trecho entre una historia contada y una vivida y en la que a mí me tocaba,
Rosario perdía”. Lo anterior, refleja la angustia de Antonio. Y alumbra de
forma patética lo macabro y sangriento de la historia de una mujer trágica que
debe ser narrada. En los relatos el universo urbano de la Ciudad de Medellín es
recreado y aunque la descripción sea plana e insuficiente, la ciudad se asemeja
a un pesebre, a una tacita de plata, que brilla. La ciudad es vista e
interpretada tratando de recrear un periodo histórico de finales de los años
ochenta atravesado por la influencia del narcotráfico y el sicariato. En la ficción
narrativa, la ciudad de Medellín es vista así: “Los edificios iluminados le dan apariencia de un tinglado
cosmopolita, un aire de grandeza que nos hace pensar que ya hemos vencido el subdesarrollo.
El metro la cruza por medio, y la primera vez que lo vimos deslizarse creíamos
que finalmente habíamos salido de pobres”. De todas maneras, Jorge Franco
trata desesperadamente de mostrar dos ciudades: la ciudad pobre y la ciudad
rica y aseada del Poblado. ¿Neutralidad del escritor? ¡Ninguna! El relato es diáfano, su lenguaje
directo y va al grano.
Las
desigualdades sociales se reconocen en la novela y queda sólo la palabra
escrita y esta será un eterno puente entre las realidades sociales y las gentes
pobres de las comunas de la ciudad de Medellín. Rosario Tijeras es un entramado
social que une cualquier tiempo efímero de cada vida humana con las
desigualdades de las sociedades modernas. El dinero, como referente universal y
sustituto de Dios, logra permear cualquiera clase social. La jerga popular circula
en todos aquellos mensajes que el lenguaje incorpora, dándole así una forma de
temporalidad a la novela que no se destruye aun pasen días, meses, años. O que
el reloj se detenga. La narración comienza allí donde la realidad no llega y
sin embargo, lo real transporta por sus repercusiones y la poderosa figura del
personaje de Rosario Tijeras y nos invita a una pequeña temporada en el infierno
urbano. El personaje central representa una versión femenil del sicario. Una
variante fundamental no explorada antes en a la literatura colombiana. El
sicario ya no es el matón, el macho, con su fierro como se observa con los
personajes de Ferney y Johnefe. El Rey que mata ya no está celoso. Ha cedido su
trono a una mujer. El Rey ahora está deprimido, delira por el amor de Rosario
Tijeras. La figura trágica de este personaje, está encarnada por una “Diosecilla
baratijera” que atrapa a los hombres haciéndolos vivir a su capricho y
negándoles toda posibilidad de amar. La castra mentalmente, generando
desespero, impotencia o dependencia. La Diva es ella en un escultural cuerpo de
una mujer de comuna pobre y además, su vida ha sido azarosa, producto de una
serie de violaciones, ultrajes, humillaciones y abandonada a su suerte por su
padre. Sólo ha nacido para matar. Esa es la ley de su vida; no existe una luz
al final del túnel. Rosario deberá morir a puro golpe de Fierro. El nuevo orden
creado por la sicaria en función de sus necesidades y control deja una estela
de muerte y una desesperanza. La mujer es el árbitro, la dominadora en el
espacio social de la urbe. Es ella quien determina el uso de su cuerpo: matar,
follar y drogarse. La novela es un fármaco de la realidad social; es la memoria
y el saber de lo que paso en la ciudad en un periodo determinado. La lectura de
la novela constituye en el fondo una certeza. Un lavado de conciencia. Una
especie de diálogo con la sociedad y no es precisamente por su prosa ágil y
fácil. Si no porque su lectura es una insinuación de lo posible. Saber lo que
otros vivieron e hicieron, significa salir de la supuesta soledad de la
consciencia y acceder al mundo real. Ver lo que no se ve, oír lo que no se oye,
romper la monotonía cotidiana del delito. Detrás de las muertes de Rosario Tijeras
nos habla un mundo social y una realidad brutal. La escritura, como acto de
catarsis de la memoria, evidencia el desvelamiento de ampliar toda verdad posible
que resuena en la experiencia de la vida. Rosario Tijeras es una metáfora de la
vida que desaparece. Una idea de la muerte, el surco de la muerte que triunfó
sobre la vida. Una realidad y una ilusión que hay que olvidar. Nacida de una
reflexión sobre el sicariato femenino, la mujer se ha convertido en transgresora
de la ley y en un arquetipo universal de la máquina de la muerte. La novela de
Jorge Franco, al igual que otras ficciones; ofrece la primera presentación
sintética de la corriente literaria de la Sicaresca colombiana. Empero, la
cuestión de toda ética de la vida consiste en pensar dogmáticamente. ¿Quién soy
yo y para qué vivo?... ¿Y qué quiero para mí vida?
Tal vez,
Juana de Ibarbourou, tenía conciencia cuando expresó:
“Yo, que soy tan pequeña y liviana
¡qué montón tan exiguo de polvo
seré cuando muera!”
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