Habitantes,
de
Pablo Montoya)
“Yo busco una forma”
Antonio Arenas
Imagino a Pablo Montoya, sentado en un parque en la ciudad de París. El
famoso y céntrico jardín de Tuileríes, parque parisino lleno de flores, ver la
gente pasar y mirar las esculturas y un cielo descubierto en un día medio
soleado. El escritor gozará de emoción al contemplar los puntos emblemáticos del
parque, las estatuas clásicas de Rodin y otras piezas de arte contemporáneo.
Entonces su existencia tranquila y provinciana se verá alterada por los
recuerdos de su ciudad natal. Ciudad caótica, violenta, convulsionada y el
trasegar de sus habitantes acudiendo a sus lugares de trabajos a ejercer sus labores.
Pero la ciudad que él sueña es una ciudad Kafkiana, donde se dan cita los
fantasmas en el diferencial de las violencias alrededor de un músico, un relojero,
un arquitecto, un aseador, un escritor etc. Hay en la narrativa de Pablo
Montoya, un arraigo por referir la ciudad, un universo literario de una urbe,
violenta y desalmada, donde el arte y la música y la memoria se fusionan con
los temas de la soledad, la violencia, la muerte y el destino. Hay un “yo
poético” en su escritura presto a la contemplación, que nos hace recordar los
pequeños poemas en prosa de Baudelaire. En el libro Habitantes hay alucinaciones,
sátiras, fantasía, humor, violencia, pasajes de la historia que llenan estas
prosas poéticas breves y que nosotros llamamos minificciones. La evocación o
referencia que hace de los habitantes y sus oficios en la ciudad es una
constante paroxística del desarraigo y los lados ocultos de la conciencia. El libro Habitantes rememora a ciertos
personajes y oficios donde se explora su razón más oscura, la desesperanza y el
sufrimiento. La fraseología es de una brevedad asombrosa, de fragmentos y
espacios explosivos que en intervalos hacen pensar al lector. Hay en el libro una
nostalgia consecuente de aquella realidad e irrealidad que el tiempo y la
violencia se tragó y que solo es recuperada por las palabras, las fases cortas
y los fragmentos. Evocación que se torna concisa, humorística y llena de
violencias sutiles. No obstante, esta reminiscencia de los personajes, sus labores,
al desenterrarse se reinventa con un lenguaje nuevo y una locuacidad idílica.
Hay un resplandor en su escritura que atrapa al lector y en su prosa se van exponiendo
las pesadillas del pasado y el presente, revelando una perspectiva surrealista.
La lectura de cualquiera de las veintiséis minificciones termina siendo un acto
infinito, un laberinto de la memoria. Los minicuentos son la remembranza viva y
en ellos se condensa el germen de una ciudad soñada. Leer este pequeño libro de
minicuentos, se vuelve un acto solitario y silencioso, Meditación de seres,
soledad vibrante y una ciudad poblada por habitantes imaginarios, pero que
parecen reales al leyente que trata de comprender sus vidas y sus oficios en el
entorno que habitan.
Leer un hombre, una mujer, un niño, leer la ciudad, leer su tiempo y el pasado
humano que los extrae del olvido. Ahora bien, el lenguaje en que están escritos
no es ambiguo, no hay galanterías, solo metáforas conectadas con las historias
de sus habitantes. Historias que fluyen con naturalidad, imágenes de oficios simples,
claros y precisos donde la realidad y la ficción se juntan. La ciudad memoriza
a sus habitantes, pero también los desaparece. No es el retrato de la ciudad de
Medellín, sino una invención poética de la ciudad, llena de sarcasmo, desdén e
ironía. Un simulacro de los habitantes de una ciudad cualquiera en el mundo. El
primer habitante es un Conductor, hombre extraño, pero de un oficio común, el
bus largo y gris se vuelve parte de la historia y en el relato breve el viaje
en el bus nos recuerda que: “El viaje empezó en un barrio de calles agobiada
por el lodo, en la cadena montañosa que rodea la ciudad”. En la breve ficción,
El Músico, se nos conmemora a un músico desilusionado que escribe una obra,
donde están contenidos todos los sonidos de la ciudad. En otra se describe los
moradores que se condicionan según los oficios de los que habitan los lugares.
En el relato breve del Aseador, aparecen todas las versiones de la vida de una persona
pobre y como esta entra en el terreno de la confusión y la pérdida en los
subterráneos. En el del Arquitecto la ciudad tiene una mirada de sus habitantes
y la vida de estos se extiende hasta los muros, las paredes, casa, edificios y
los sitios populosos y peligrosos de la ciudad. El relato breve de la Adivina
es un sueño arcano y laberintico de la suerte mal echada. El del Mimo, es la
pantomima del que remeda la urbe y sus habitantes. El del Juez, es la justicia
que corroe, y el del Militar, es el que ejecuta o mata a los jóvenes que no se
ajustan al orden establecido. La breve ficción del Mendigo duele por su
indefensión y su asesinato a sangre fría. El del Estudiante, que no termina los
estudios, pero carga los libros, la soledad, la indiferencia, el pesimismo, los
prostíbulos, las paredes y que descubre en su deambular que todo en la ciudad
es mentira y que no hay sublevaciones posibles. La del Cartero, produce
hilaridad, espera una carta, pero no tiene quien le escriba en las ruinas de
una ciudad. Y las demás que son el grito, la mirada, la desesperanza, el
desarraigo y la tristeza. Cierra el Escritor, que sufre, balbucea, la mano que
escribe con dedos torpes, el que escribe en la penumbra hecha de tiempo y sabe
que empieza a existir a partir de una frase, un texto: “una escritura imitada
en el papel”. Un escritor que canta en prosa poética en los años noventa en
prosa experimental, las soledades del hombre, la filosofía popular de los
oficios y las derrotas de la vida del hombre urbano. En síntesis, Habitantes,
es un libro de “breve ficción”, “minicuento” o “cuento corto” que es lo mismo.
ha tenido tres ediciones. Índigo, editores. Paris, 1999, la segunda edición, en
la colección de Autores antioqueños,2003 y su tercera Edición, Asoprudea,2015,
de 1200, ejemplares y funge como un homenaje sincero a Pablo Montoya, ganador
del premio Rómulo Gallegos, en el 2015, con la novela histórica, “Tríptico de
la Infamia”. El libro de la tercera edición es de color naranja y una franja
blanca y no va más allá de 215 páginas y las 26, ficciones breves tienen una imagen
de la ciudad y otras ilustraciones del artista Pedro Agudelo Rendón, quien tiene,
dicen la manía de pintar lo que imagina, en la técnica de acuarela sobre papel
y una medida de 32 x 32 reproducidas den el libro.
Hay un prólogo ilustrativo en sus primeras hojas se encuentra un epígrafe
del escritor mexicano Octavio Paz, que indica lo siguiente: “Hablo de la ciudad
que nos engendra y nos devora, nos inventa y nos olvida”. Es un entrar y salir
de la ciudad que nos devora para caer en el olvido, engullidos por la violencia.
Está dedicado el libro a Myriam Montoya. Sin lugar a duda, Pablo Montoya, es
uno de los escritores más imaginativos y curiosos del siglo XXI, en nuestro
país. Escritor de difíciles lecturas, en sus novelas históricas, cuentos,
relatos, ensayos y prosa poética. Se puede decir que, para él, la escritura, la
música y el arte encierran su energía creadora abierta a enfrentar el caos de
esta nación y la violencia de las metrópolis. Tiene en su escritura una
respuesta abierta y critica a los males que nos aquejan y a estas violencias
que nos desangran. Pablo Montoya, es un escritor insólito, imaginativo, con
preferencias por la novela histórica, el arte y la música en el que la
imaginación actúa como un trapecio de la memoria, donde lo oculto, lo
inesperado, lo sorpresivo, lo histórico, la profundidad del dato analizado cobra
un nuevo sentido. Él tiene una rara energía para el trance de la creación
literaria. Su imaginación no mengua, al contrario, se vuelve expresión suprema
de la memoria, el hecho histórico y la libertad. Su obsesión por narrar de otra
forma la violencia, es como un espejo que da sombra a su vida literaria, entre
la música, la historia y el arte. Híbridos genéricos que trazan sus viajes, sus
mundos literarios y sus personajes. Vale la pena leer el libro: “Habitantes”,
en cualquiera que sea su edición, la primera, segunda o tercera, la necesidad
de poetizar la ciudad y salir de este caos de la violencia.
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