lunes, 21 de marzo de 2022

ÉPICAS SEDENTARIAS / Raúl Alberto Mejía

 


Raúl Alberto Mejía

 

En efecto, solíamos extendernos tras ausencias,

casa a solas, ventanas atraídas por lo distante.

Toda adultez pretende decantar abismos,

inducir optimismo ante restos adheridos.

Minúsculo patio para tres niños,

-no alcanzaban sábanas, viandas-;

joven salta, nos salva de incipiente incendio …

Segundo café ralentiza memorias, suspendo.

Allí mismo (paráfrasis) verticalizan vuelos,

previo a lentes reducida capacidad visual.

Salen parientes, fastidian bichos: nadie.

De seguro, cada que me citan pesadillas,

arrastran consigo fragmentos de aquellos días.

Habrá que asear pisos curtidos, lodosos,

marzo irrumpe sin consabidas ideologías.

Sin afán se desperezan cortinas;

alguien más centra palabras, se esfuerza.

En edificio abandonado suenan mazas,

delgada mujer, desprovista de atractivos,

flexibiliza huesos en búsqueda de féretro.

Ha poco observé a roedores de frutas:

entornos recuperados abastecen apetitos.

No sé leer aún, pero festejo dibujos,

hay ocre luz, hacinamiento, hermetismo.

Vemos poco al padre; en adelante, será distante,

cual reencuentro tardándose décadas.

Ebrio sedentario recupera movilidad,

al igual que muchos, transita dosis de pesimismo.

Límpidas aguas del estanque solitario,

“mayor tendrá que usar gafas”, es lo que recuerdo;

ostentaba mejores prendas, alucinaciones:

no ubico lo que veo mal o dejé de adivinar,

madre y hermanas observan entre penumbras.

Nociones patrias gravitan torpes durante infancias,

vastas gramas todavía, nadaístas dispersándose.

Quise en verdad aquella medalla, libro de historia,

disociaciones asaltan ingenuidad desesperante.

Elegante cuello de la mascota, estática contempla:

durante minutos se desplazan nubes,

sobre doseles se posan olvidados susurros,

dirimen resentimientos pomposos de lecturas.

Terrible descendía aquel afluente,

llovía cuando íbamos, les llovió a discretos amantes.

Dicha vorágine de aguas supo asustarme:

no habría sabido de celdas si hubiese caído.

Perfectos traseros de incipientes damitas,

erotismo sin asimilar ósmosis de deseos.

También vivenciar pobreza en compañero,

cuartos desprovistos, ojos desnudos.

Permanecen remanentes devastadores,

hienden con el hastío sesiones lúgubres.

Oh sí, ese dios de entonces enarcaba cejas,

displicente a lo que formularan espectros herejes.

Cielos nocturnos; en medio, gatos acechantes,

contrasta luz hacia el ocaso, visibilidad irresistible.

Escapar preconiza tendencias a caminar a solas,

apatía mediaba sobre escasos vigías.

Sedosidades incompletas acariciaban hermanas,

seducción ante lo minúsculo entre vates cobardes.

Regresar una vez tu pánico transfiguró figura indecente,

calles, irse a la escuela, torpezas del desorden.

Enorme casona, techos deshaciendo antigüedades;

dientes podridos, ignorancia de quien resistía sin saberlo.

-Mujer lleva de la mano a niño que asesinarán,

cadencia macabra de pasos, cómplices por doquier.

“Ve allí, regresa, sabrás qué hacer si preguntan”,

órdenes disciplinan a todo desposeído.

No intuía melancolía por celajes, súcubos;

correr sí, correr cuanto pudiera, ir hasta el desmayo.

Noches difíciles al acudir tormentas, alimañas,

ese frío, esa hambre … Dormirse sin cápsulas,

a sabiendas que crujían delirantes penumbras.

Así el hijo en insólita ocasión: llanto sonámbulo,

revives alegorías al auscultar espejos.

Llegas tarde padre, estruendos a hurtadillas;

retumban truenos, fantasías tras cerraduras.

Gota repite tortura precisa, incisiva;

ahora te levantas madre, todavía joven …

Diversas formas de padecer, incluso entonces:

no son coincidencias asedios de cenizas.

(Aquel chico fue espantosamente asesinado.)

Espalda en ascuas, cansancio acumulándose,

extrañísimo sueño al regresar a la lucidez:

poseía respuestas de editora esquiva, por fin,

aduciendo oníricas negativas al envío de libros.

También -por supuesto- recurrían escenas,

enormes escenarios cubiertos de humedades,

aproximarse progresivamente hacia el espacio,

comunión extrema entre elementos acuosos.

Semanas en expectativa, prepararse a tiempo,

uñas, cabellos solían crecer vigorosamente,

últimos escollos teatrales ante los demás.

Fueron fiebres, consecuentes resfríos:

sobre barandas oscilaban desasosiegos,

encuadre de imágenes que tanto persisten.

Volver … Meses en sumisión de miedos,

coloquios que no sé cómo concluir.

Desconozco a quien podrá reírle anciana,

bayas, dejadez fluctuando entre pesadumbres.

Reincidente anhelo por ascender hacia allí:

casa minúscula cernida de pinos, brumas;

empero, contaba con allegados vericuetos,

quincallas compartidas, festín de sudores,

desbordados azules solían atraerme.

Ocaso protegido tras vetustas puertas,

rincones memorizados por obsesivos registros.

Hogar inseparable, roídos muros, asperezas.

Debí sobrevivir a incontables extinciones:

ojos ensombrecidos, soledad drenando poros.

Diez años transcurridos entre audaces viajes,

ingentes montañas, peligrosas corrientes, distancias.

Al regreso pies descalzos, desolación permanente.

Fulgía esmeralda luego de hazañas del héroe,

radios emitían emotivo tricentenario, valle limpio.

Parcial roce con poema bucólico,

pésima exégesis: naciente máscara de asedios.

Ahora es fácil ironizar; otrora, apatía dolorosa:

diversas formas del fracaso enfatizan paralelismos.

Hermosa adolescente, muy superior en palabras,

-difuminarse en silencios, narrativa insípida-:

quien reconocía rocíos sobre labios venció.

He intento de pesquisas, rehacer años,

hallazgos semejan tumbas anónimas.

Libro en mano, solaz vespertino trasciende,

rondan siluetas, versos se atrincheran,

solipsismo atravesado de furiosa agonía.

“Repite, repite lo que dirás, llega tu turno”.

Pasillos, hierbas, grasa, ropas escasas.

No acudiste vociferante, a merced de libretas,

excesivos errores, burlas olfatean huellas.

Nunca fueron tuyos esos cuerpos, déjalos,

añoranzas arrasan con mórbida avidez.

Baladas entonces, canciones ahora: rondan.

Sobre techos se aparean sombras: huyen.

Trozos de vidrio, guijarros lastiman roces.

Esta vez enfrentarse al embate de silabarios,

acaecen líneas, desisten epifanías:

“demuestra que algo ocurre al ocluir espacios”.

Abuelos balancean su última vez sin reclamos,

modulan al instante de sumirse vestigios.

Previos a ti, cercanos, saben de caricias,

indescifrables vahos ciñen curvas lejanas.

A la fecha son muchas preguntas sin respuesta,

solicitas libros; padre, aún ebrio, los lanza.

Desapegos nocturnos acompañan lecturas,

cabalgante miopía sustrae metáforas.

Ladran porfiadamente perros añosos,

en vista de prohibiciones acompaño a la propia,

caen trozos de fruta, estallan contra el suelo.

Sacerdotes desconsolados sin Biblias envejecen.

Ah, tardabas poeta popular publicando:

“inéditos” que, en suma, no hacen uno.

Hurgo versos entre marañas mediáticas

(no quiero compartir, pésimo prójimo),

esa brevedad calculada, silencios codificados,

tácticas viciosas del adicto a su escasez.

Primeros textos llevados a la imprenta,

fulgurantes errores, horrores: a la basura.

Salaz aquella mujer, sospechosas sonrisas.

¡Por favor!, mudez e ignorancia destrozan;

luego, alejarse, su hijo será destierro.

Extraños sortilegios durante la noche,

semejan febriles disputas en tono de alerta.

Quizá excesivo calor, debilidad en el lenguaje,

fantásticos argumentos animan hipocondrías.

Lentitudes suelen disiparse al amanecer,

desgastantes horas para quien se presuma “kafkiano”.

Regresé meses después, no debí hacerlo.

Admites audacias al allegarte a otros:

figuras convergen alrededor de mesas,

diálogos, tertulias, adjetivada poesía.

Parque revisitado deshace vínculos,

hasta hace momentos alféizar, bromas,

ahora urgen apremios hacia ella …

Cuánto reptan frustraciones, equívocos,

limitante complicidad en apremio de obstáculos.

Cuartillas, sonetos, prosas advenedizas,

actos fallidos en pos de deshechos.

Décadas después descienden diplomacias,

diatribas contra el olvido, ácidas reticencias.

Comparten lecturas: observas arbustos,

dirimen asuntos urbanos: parpadeas zozobrante.

Ignoro el por qué repetitivas olas, alcores,

no se atrevieron a sepultarme, ¿por qué?

“Deseo a mujer del prójimo”, vaya delito,

miope, torpe, desatiendo gesto suyo hacia el coito.

Surges ironía como desgastante acreedora:

ya no te irás y, peor, te encanta ser protagonista.

Alas regresan, aires convocantes, morriñas.

Ella se ha ido, discretamente aprendes a besar.

Adultos, sumisiones toscas de lo cercano,

melodías armonizan reiterados vacíos.

Tal vez capacidad para aplazar éxtasis

impusieron impronta de dificultades.

Cuántas veces aplazar aquel urgente “basta”:

el confort hacia la mediocridad es tentador.

Lees “Memorias de Adriano”, “El Gran Gatsby”,

con ellos Trakl, Machado, Celán, Kafka …

Aliados, sujetos al cliché del asombro,

años después vigilan desde el polvo memorioso.

Sale a recortar hierba opulenta dama,

-cíñase crónico complejo profundo-,

su desdén acude a vagos preceptos morales.

Diarios, apuntes, desorden de utopías,

(“siempre tendrás razón angelical Rilke”),

desastres lacrimosos apabullan líneas.

Sin embargo, músculos agresivos, compases,

se adaptan al entorno de tabernas, caminatas.

Estamos a segundos, en otra escala temporal,

de padecer roles adultecidos, inútiles,

arcilla que la angustia moldea como excremento.

Torres metálicas, aferradas a montañas,

algún errático estará tratando de identificarme.

Rectas desiguales avanzan hacia refugios,

-regresa poetastro del retiro agreste-,

dicotomías sobre amistad, discursos resilientes:

máximas hacen fila, epígrafes suntuosos.

Vía “zoom” hablará arrogante poetisa,

recién lectura entre intelectuales de extremos.

¡No, no, lanzarse, detenerse, reordenar arenas!,

inconcebible fuera desistir de viajes,

pasear a lo largo de paisajes extremos: Islandia;

percibir ecos míticos, huríes: Alhambra;

dialogar, entrever lírico auxilio: Trakl.

Desconozco trasuntos de villanos que me rodearon,

es probable que dicho antro sea su piedra de “Sísifo”.

Libros esperados, regalados, libros sin albedrío:

sean cianuro o sangre, habrá desolación.

Quisiera trashumar hacia esas torres,

rondar tras esquelética sombra de joven ahorcado.

¡No, no, quedarse, prolongar hastíos!,

cabellos satisfacen a imantados dedos,

labios, senos, caderas … Ya parafernalia de lo grotesco.

Brisas definen suavidad, oasis crepusculares,

ahítos de serenidad retozan pétalos,

recuperan libertades lebreles lujuriosos.

Reconstruida casa de siempre, vórtices,

osarios ocupan nombres de parientes

y el tuyo, padre, infierno siniestro.

Balcón a balcón, adultos perpetúan derrotas.

“Agrada tu escritura, no lo que escribes”.

¿Quién insiste en prolongar comisuras?

Nostalgia, portal irresistible, ¿cuándo culminas?

¿Quién persiste en recuperar tóxicas imágenes?

Nostalgia, corrosiva terapia de lo deleznable,

eres, sombra tras sombra, reo de fantasmas …

 

 

 

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