domingo, 4 de octubre de 2020

DÓNDE ESTÁ LA CIUDAD? / Darío Ruiz Gómez

 


¿DÓNDE ESTÁ LA CIUDAD?

Darío Ruiz Gómez

En el momento en que apareció la pandemia y fuimos confinados en nuestros espacios familiares, la ciudad que abandonamos  era en realidad  un verdadero caos con sus calles atestadas de vehículos que luchaban entre sí tratando de seguir adelante sin respetar nada ni a nadie, la estridencia  era demencial, los crueles accidentes de ciclistas y motociclistas, la muerte de peatones, infierno abrumador que se trataba de paliar mediante medidas de paños de agua tibia propias,  más de boy scouts  que de sabios en la materia, toda esa carreta de “defender el medio ambiente”, de imponer ciclovías por rutas donde nunca se ve a un ciclista?¿En qué habíamos terminado por convertirnos   en una movilidad que nunca contó con una verdadera planificación de vías, con una clasificación de horarios para que no se encontraran  de frente en un infernal rompo y  una descomunal volqueta y un pequeño auto  familiar?  Encontrarse en casa fue para muchos descubrir el engaño y la trampa que supone que en sesenta metros vayan a vivir confinados y durante meses, siete personas. La mentira de la nueva vivienda de interés social, la misma ratonera en los enormes bloques repetidos sin imaginación arquitectónica alguna tanto en los bordes de las Comunas como en los sectores exclusivos de vivienda. La cantidad de atracos, la ausencia notoria de verdaderas aceras, de corredores peatonales convirtió el desplazamiento por las calles en una peligrosa aventura con  la comprobación de que el mapa de los territorios urbanos construidos  por el uso y costumbres de los ciudadanos  había sido  dividido por muchas barreras invisibles o sea bajo una forma silente  y cruel de confinamiento de la población. Inevitablemente hemos contado con el tiempo suficiente para una reflexión necesaria sobre la ciudad, sobre sus recorridos negados a los niños, a los ancianos, a los visitantes  y desde la imaginación herida hemos podido  medir  la distancia que  ya se había   establecido entre una ciudad entregada a  contratistas sin ética alguna  y la ciudad ideal construida  con nuestra   imaginación para escapar de la cárcel del confinamiento. Las premisas que definen el espacio urbano, la presencia de calles y parques ya había sido borrada, contra el ciudadano  todas las patologías urbanas habían estallado en el momento en que irrumpió la pandemia.  ¿Qué vamos a exigir cuando no sabemos aún cuál es la ciudad que nos va a entregar la burocracia municipal?  ¿Se ha acudido a verdaderos especialistas que propongan salidas lógicas al caos vehicular que impide la racionalidad con que deben cumplirse los horarios de trabajo para que funcione la economía de una ciudad, la educación, o seguiremos recurriendo a soluciones simplistas como la de “desterrar el vehículo particular” hoy fundamental en Europa en la pandemia? París ya no es París como Nueva York  ya no será  Nueva York como no lo será mi amado Madrid porque ante los embates de diferentes causas ya vigentes – como la inexistencia de un nexo cívico entre territorios aislados-  y ante  el cambio de usos y costumbres impuestas  por la pandemia la ciudad que ya se había descentrado desde el miedo y  el temor  nos ha llevado a pensar necesariamente en lo que hemos echado en falta: la necesidad de los vecinos, de los lugares de la amistad, de la música de las esquinas, ese algo indefinible e intangible que desde el confinamiento  pudimos  reconocer como la ciudad a la cual siempre reconoceremos, aquel aliento de la vida cotidiana que no puede seguir destrozando la irracionalidad de los intereses en conflicto en contra de la voluntad ciudadana.

¿Qué nos hemos encontrado al recorrer de nuevo la ciudad si ya la delincuencia nos había negado el derecho a caminar? ¿Dónde está el proyecto de ciudad que necesitamos para volver a ser comunidad? ¿Cuál va a ser nuestra enérgica respuesta como ciudadanos(as) al terrorismo que pretende destruir nuestro derecho a los espacios cívicos? Ciudadanos y ciudadanas, niños y ancianos ya no podemos continuar siendo actores pasivos en los destinos de la ciudad, no podemos seguir concediendo representatividad a quienes han sido y son ajenos a las realidades que conforman un verdadero  proyecto de ciudad.

       

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