¿DÓNDE ESTÁ LA
CIUDAD?
Darío Ruiz Gómez
En el momento en que
apareció la pandemia y fuimos confinados
en nuestros espacios familiares, la ciudad que abandonamos era en realidad un verdadero caos con sus calles atestadas de
vehículos que luchaban entre sí tratando de seguir adelante sin respetar nada
ni a nadie, la estridencia era demencial,
los crueles accidentes de ciclistas y motociclistas, la muerte de peatones, infierno
abrumador que se trataba de paliar mediante medidas de paños de agua tibia propias, más de boy scouts que de sabios en la materia, toda esa carreta
de “defender el medio ambiente”, de imponer ciclovías por rutas donde nunca se
ve a un ciclista?¿En qué habíamos terminado por convertirnos en una
movilidad que nunca contó con una verdadera planificación de vías, con una
clasificación de horarios para que no se encontraran de frente en un infernal rompo y una descomunal volqueta y un pequeño auto familiar? Encontrarse en casa fue para muchos descubrir
el engaño y la trampa que supone que en sesenta metros vayan a vivir confinados
y durante meses, siete personas. La mentira de la nueva vivienda de interés
social, la misma ratonera en los enormes bloques repetidos sin imaginación
arquitectónica alguna tanto en los bordes de las Comunas como en los sectores
exclusivos de vivienda. La cantidad de atracos, la ausencia notoria de
verdaderas aceras, de corredores peatonales convirtió el desplazamiento por las
calles en una peligrosa aventura con la
comprobación de que el mapa de los territorios urbanos construidos por el uso y costumbres de los ciudadanos había sido
dividido por muchas barreras invisibles o sea bajo una forma silente y cruel de confinamiento de la población.
Inevitablemente hemos contado con el tiempo suficiente para una reflexión necesaria
sobre la ciudad, sobre sus recorridos negados a los niños, a los ancianos, a
los visitantes y desde la imaginación
herida hemos podido medir la distancia que ya se había establecido entre una ciudad entregada a contratistas sin ética alguna y la ciudad ideal construida con nuestra
imaginación para escapar de la cárcel del confinamiento. Las premisas
que definen el espacio urbano, la presencia de calles y parques ya había sido
borrada, contra el ciudadano todas las
patologías urbanas habían estallado en el momento en que irrumpió la
pandemia. ¿Qué vamos a exigir cuando no
sabemos aún cuál es la ciudad que nos va a entregar la burocracia municipal? ¿Se ha acudido a verdaderos especialistas que
propongan salidas lógicas al caos vehicular que impide la racionalidad con que
deben cumplirse los horarios de trabajo para que funcione la economía de una
ciudad, la educación, o seguiremos recurriendo a soluciones simplistas como la
de “desterrar el vehículo particular” hoy fundamental en Europa en la pandemia?
París ya no es París como Nueva York ya
no será Nueva York como no lo será mi
amado Madrid porque ante los embates de diferentes causas ya vigentes – como la
inexistencia de un nexo cívico entre territorios aislados- y ante
el cambio de usos y costumbres impuestas por la pandemia la ciudad que ya se había descentrado desde el miedo y el temor nos ha llevado a pensar necesariamente en lo
que hemos echado en falta: la necesidad de los vecinos, de los lugares de la
amistad, de la música de las esquinas, ese algo indefinible e intangible que
desde el confinamiento pudimos reconocer como la ciudad a la cual siempre
reconoceremos, aquel aliento de la vida
cotidiana que no puede seguir
destrozando la irracionalidad de los
intereses en conflicto en contra de la voluntad ciudadana.
¿Qué nos hemos
encontrado al recorrer de nuevo la ciudad si ya la delincuencia nos había
negado el derecho a caminar? ¿Dónde está el proyecto de ciudad que necesitamos
para volver a ser comunidad? ¿Cuál va a ser nuestra enérgica respuesta como
ciudadanos(as) al terrorismo que pretende destruir nuestro derecho a los
espacios cívicos? Ciudadanos y ciudadanas, niños y ancianos ya no podemos
continuar siendo actores pasivos en los destinos de la ciudad, no podemos seguir
concediendo representatividad a quienes han sido y son ajenos a las realidades
que conforman un verdadero proyecto de
ciudad.
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