domingo, 3 de noviembre de 2019

Dioses de Barro de Álvaro Villegas


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Dioses de Barro de Álvaro Villegas

Víctor Bustamante

Melancolía es una palabra de un significado atrayente; para unos indica la ensoñación del ser creador, para otros una suerte de enajenación, desaprensión y lejanía que ha poseído a quien decide convertirse en poeta. La conocida imagen del grabado de Durero lleva a pensar que el poeta se encamina hacia esa ensoñación por el camino de la creatividad, junto a la pesada carga de simbolismo que existe en este universo del alemán, pero Álvaro se decide por un atajo diferente, en la contra carátula advierte con su poema “Melancolía”, que él ha escogido otra definición. De ahí que siga un camino personal donde la música de Debussy con su “Claro de luna” acompaña al escritor junto a sus elementos que aparecerán en posteriores poemas de su libro, el vino, la soledad, el erotismo, como punto de partida y de intensidad para describir su mundo poético, es decir, su errancia por las palabras, por el camino tácito de su propia lucidez. No en vano quien escribe establece su territorio.

Dioses de Barro de Álvaro Villegas refiere la ascesis del poeta por cierta bohemia matizada de una particular ensoñación, donde los nombres de mujeres de diverso origen mitológico lo alarman y lo llevan a poetizarlas. No es raro encontrar en sus poemas a Mnemosina, Odile, Azrael, Remedios, Casandra, Penélope, Oshun, Pandora, entre otras damas de estirpe caudalosa, lo que presupone su alta autoestima, solo para citar a algunas de sus heroínas, a las cuales posee en su ensoñación, casi mística, y, a las cuales, les dedica su homenaje como trasunto de su experiencia y de su recorrido por la historia. De ahí que decida poseerlas como un verdadero hombre de mundo que desde la lejanía, desde el tiempo que ha pasado, como una saeta hacia el presente de un escritor que ha decidido darles no el carácter histórico que las ha cubierto con la pátina que cada vez las oscurece, sino que las revive al mencionarlas y al establecer un diálogo con ellas, un diálogo de una sola voz, es decir, una perfecta ensoñación. Lo cual induce a pensar que el poeta acude a ellas como subterfugio a una vida llena de esplendor y de erotismo, pero también a macerar su otra cara, las deserciones y ausencias que causan este tipo de menciones.

Pero al releer los poemas caemos en cuenta que hay en “Dedicatoria”, unas palabras: A ti, que fuiste todas, donde el poeta aclara que para él solo una mujer lo obsede. De tal manera esas ninfas que lo cercan, esas damas heroicas a las cuales rememora, son la síntesis de su quehacer poético con ciertas maneras de imaginar cómo hubiera sido un momento a su lado. Es decir, historia y erotismo, hacen que Álvaro Villegas las tenga presente como si él en el momento de escribirlas y describirla a su favor es para recordarlas desde su plenitud.

Hay tres poemas donde Álvaro se aparta de lo anterior donde se muestra y condensa su cercanía y da otra sensibilidad, ya que en estos poemas lo hacen sentir cerca al mencionar la ciudad. “El laberinto de los espejos” donde asume su carácter de transeúnte en dos lugares muy particulares de Medellín el Parque de Bolívar y Versalles. Ahí, en este texto, el poeta se reafirma en su condición de ser no solo un personaje anónimo que va de un lado a otro por las calles sino que discurre y mira a quien se encuentra. “Metempsicosis”, donde alguna experiencia en Manrique lo hace rememorar un encuentro con alguna dama que pasa a su lado y no lo recuerda.  “Infarto al miocardio” donde el poeta se sume en una suerte de melancolía ante la muerte que parece atisbarlo, pero solo aúlla y pasa de lado, pero de todas maneras lo conmueve la describir este sufrimiento. En el poema que más lo define, “Viernes cultural”, manifiesta el rito del escritor a su ceremonia más a la mano, leer sus textos; la obediencia a sus palabras, a su deseo de verse consolidado como un poeta en su finura y puesta en escena, al describir como se calza su boina vasca de color negro y su abrigo del mismo color para salir a un recital donde leerá sus poemas. A una cita con quiénes, como el, también escriben y padecen del oficio más a la mano: confesarse a través de sus escritos, pero también compartir ese arte a la mano, la poesía.

Pero si los poemas poseen la certeza del amante del amor, junto al deseo como contrapeso, al lado de mujeres relevantes y deseadas en la historia como una manera de escamotear su presente, e indagar en la imaginación, no debemos de perder la cordura, ya que en el título del texto yace una verdad, somos dioses de barro, soñamos, ideamos, y no dejamos de ser mortales. Creamos mitos, iconos, seres falibles, que le damos poder, pero en el fondo somos como ellos mismos. Iguales y rutinarios. Así en el tema erótico, soñamos, y, después, de esa fábula y de la pequeña muerte, somos más mortales que nunca. Ovidio lo dijo mejor: “Después de hacer el amor el hombre es un ser triste”.

El mismo lo afirma en su poema “Dioses de barro”. Al galope se fueron nuestros cuerpos, / la demencia tocaba nuestras almas, / alcanzamos la eternidad/ y nos desmoronamos/ como dioses de barro.


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