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Dioses de Barro de Álvaro
Villegas
Víctor Bustamante
Melancolía
es una palabra de un significado atrayente; para unos indica la ensoñación del
ser creador, para otros una suerte de enajenación, desaprensión y lejanía que
ha poseído a quien decide convertirse en poeta. La conocida imagen del grabado
de Durero lleva a pensar que el poeta se encamina hacia esa ensoñación por el
camino de la creatividad, junto a la pesada carga de simbolismo que existe en
este universo del alemán, pero Álvaro se decide por un atajo diferente, en la
contra carátula advierte con su poema “Melancolía”, que él ha escogido otra
definición. De ahí que siga un camino personal donde la música de Debussy con
su “Claro de luna” acompaña al escritor junto a sus elementos que aparecerán en
posteriores poemas de su libro, el vino, la soledad, el erotismo, como punto de
partida y de intensidad para describir su mundo poético, es decir, su errancia
por las palabras, por el camino tácito de su propia lucidez. No en vano quien
escribe establece su territorio.
Dioses de Barro de Álvaro Villegas refiere la ascesis del poeta por
cierta bohemia matizada de una particular ensoñación, donde los nombres de
mujeres de diverso origen mitológico lo alarman y lo llevan a poetizarlas. No
es raro encontrar en sus poemas a Mnemosina, Odile, Azrael, Remedios, Casandra,
Penélope, Oshun, Pandora, entre otras damas de estirpe caudalosa, lo que
presupone su alta autoestima, solo para citar a algunas de sus heroínas, a las
cuales posee en su ensoñación, casi mística, y, a las cuales, les dedica su
homenaje como trasunto de su experiencia y de su recorrido por la historia. De
ahí que decida poseerlas como un verdadero hombre de mundo que desde la
lejanía, desde el tiempo que ha pasado, como una saeta hacia el presente de un
escritor que ha decidido darles no el carácter histórico que las ha cubierto
con la pátina que cada vez las oscurece, sino que las revive al mencionarlas y
al establecer un diálogo con ellas, un diálogo de una sola voz, es decir, una
perfecta ensoñación. Lo cual induce a pensar que el poeta acude a ellas como
subterfugio a una vida llena de esplendor y de erotismo, pero también a macerar
su otra cara, las deserciones y ausencias que causan este tipo de menciones.
Pero
al releer los poemas caemos en cuenta que hay en “Dedicatoria”, unas palabras:
A ti, que fuiste todas, donde el poeta aclara que para él solo una mujer lo
obsede. De tal manera esas ninfas que lo cercan, esas damas heroicas a las
cuales rememora, son la síntesis de su quehacer poético con ciertas maneras de
imaginar cómo hubiera sido un momento a su lado. Es decir, historia y erotismo,
hacen que Álvaro Villegas las tenga presente como si él en el momento de
escribirlas y describirla a su favor es para recordarlas desde su plenitud.
Hay
tres poemas donde Álvaro se aparta de lo anterior donde se muestra y condensa
su cercanía y da otra sensibilidad, ya que en estos poemas lo hacen sentir
cerca al mencionar la ciudad. “El laberinto de los espejos” donde asume su
carácter de transeúnte en dos lugares muy particulares de Medellín el Parque de
Bolívar y Versalles. Ahí, en este texto, el poeta se reafirma en su condición de
ser no solo un personaje anónimo que va de un lado a otro por las calles sino
que discurre y mira a quien se encuentra. “Metempsicosis”, donde alguna experiencia
en Manrique lo hace rememorar un encuentro con alguna dama que pasa a su lado y
no lo recuerda. “Infarto al miocardio”
donde el poeta se sume en una suerte de melancolía ante la muerte que parece
atisbarlo, pero solo aúlla y pasa de lado, pero de todas maneras lo conmueve la
describir este sufrimiento. En el poema que más lo define, “Viernes cultural”,
manifiesta el rito del escritor a su ceremonia más a la mano, leer sus textos;
la obediencia a sus palabras, a su deseo de verse consolidado como un poeta en
su finura y puesta en escena, al describir como se calza su boina vasca de
color negro y su abrigo del mismo color para salir a un recital donde leerá sus
poemas. A una cita con quiénes, como el, también escriben y padecen del oficio más
a la mano: confesarse a través de sus escritos, pero también compartir ese arte
a la mano, la poesía.
Pero
si los poemas poseen la certeza del amante del amor, junto al deseo como contrapeso,
al lado de mujeres relevantes y deseadas en la historia como una manera de escamotear
su presente, e indagar en la imaginación, no debemos de perder la cordura, ya
que en el título del texto yace una verdad, somos dioses de barro, soñamos,
ideamos, y no dejamos de ser mortales. Creamos mitos, iconos, seres falibles,
que le damos poder, pero en el fondo somos como ellos mismos. Iguales y
rutinarios. Así en el tema erótico, soñamos, y, después, de esa fábula y de la pequeña
muerte, somos más mortales que nunca. Ovidio lo dijo mejor: “Después de hacer
el amor el hombre es un ser triste”.
El
mismo lo afirma en su poema “Dioses de barro”. Al galope se fueron nuestros cuerpos,
/ la demencia tocaba nuestras almas, / alcanzamos la eternidad/ y nos
desmoronamos/ como dioses de barro.
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