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Horacio Marino Rodríguez
en la Biblioteca Pública Piloto
Víctor Bustamante
Ahora el camino, nunca de
las sendas perdidas del bosque, o de los senderos que se bifurcan, sino más
real, los pasos en esta calle que conducen a otro lugar, nunca la niebla sino a
la Biblioteca Pública Piloto, como una posta, donde hemos seguido los pasos de
Horacio Marino Rodríguez, en su ser creativo. En esta noche lluviosa y del 17
de octubre, hemos entrado al corazón del fotógrafo, a la fotografía, digo, a su
cuarto oscuro restaurado, donde me llama la atención la pequeña balanza para
mezclar los químicos precisos y preciosos para revelar el negativo, junto a los
frascos para guardar los elementos químicos,
y el mortero con su mazo, ambos de porcelana, para triturarlos y poder mezclarlos, lejos ya de su actividad
inicial en la cocina, y luego convertirse en un elemento indispensable en la
botica, para luego ser utilizado en la fotografía. Ahí se disponía él a ejecutar,
ya en la práctica, la teoría de los libros con sus indicaciones llenas de preguntas
y dudas. Aquí en esta pequeña vitrina reparo en los elementos con que Horacio
Marino debía preparar bien los químicos para revelar sus negativos y el fijador
para que ya en el papel la imagen quedara dispuesta como él había concebido en
su imaginación, eso sí con los personajes muy serios, muy circunspectos al frente
de la cámara, para este evento, porque lo era, y ya listo, para cuando él mueva
el obturador.
Luisa Vergara |
Veo las libretas con la
lista de los fotografiados donde ahí, en sus páginas, residen y se disponen
nombres de personas, sus clientes, y cada día de esa historia que se escribirá
con fotos, que son las imágenes de los habitantes de la ciudad donde la moda,
costumbres e importancia se sacaran a la luz cada que se busque un negativo o
en un magno evento como este.
Lo secreto, la manera
como él poseía su estética al fotografiar, los químicos en su laboratorio, en
su cuarto oscuro, y lo público, la fotografía terminada se combinan. Uno es el
paso indispensable para que sucedan los otros. Cierto, aquí en la parte central de
la exposición una réplica ilusoria del cuarto oscuro, bañado con luz roja,
donde Horacio Marino se movía a medio paso entre lo privado, su experiencia con
el baño desarrollador, fijado e impresión, y en lo público, la foto ya terminada
para entregarse en su momento al cliente, pero también sin sospechar que esas
fotografías viajarían hacia el futuro como un mensaje que él había enviado para
que notaran que en la ciudad algunas personas, algunos artistas, entregaban su
momento nunca de solaz sino creativo, y, por supuesto, en ese viaje en el
tiempo, en esa cámara oscura que es el tiempo mismo convertido en materia maleable,
en un túnel donde viajarían en la quietud de un archivo esas mismas fotos y
esos mismos objetos, los miramos, reparamos en ellos como ahora, y una sonrisa
regresa por la donosura, por el cuidado, por la certeza de saber que allá muy
lejos, pero nunca perdido en el tiempo Horacio Marino es recuperado en estas exposiciones,
que son, mejor que todo visiones de su trasegar en tantos campos creativos. Si
en la elaboración de lápidas aprendió el pulso para marcarlas, y crear su monograma,
también ha merodeado en la pintura pero también lo obsede plasmar sus fotografías.
Reparo en la cámara, que
no utilizó Horacio Marino pero sí Melitón, que da sentido de la dificultad, es
una Camera Century Studio 9A, protegida en una vitrina. El lente aun intacto puro
y brillante para dejar pasar la luz y para captar ese fenómeno que extrae la figura
de las personas que viajan hacia la cámara, lejos de la creencia y temor de
Balzac que presumía como le quitaría el espíritu, su alma. No sé si al fotografiar
ellos, los Rodríguez, pensaron alguna vez en la complicidad entre la fotografía
y el espiritismo, como la imagen de la persona viaja para ser copiada por la
cámara y arrebatarle una imagen, su ser, así como el espiritismo reposa en la
posibilidad de capturar las imágenes del espíritu que se evade al éter, a las
atmosferas. Es más hay una fotografía
con doble exposición, “El ángel de la esperezan”, donde un leñador, no despierta
sino que es tocado en la cabeza por un ángel, puro truco, que a lo mejor
Horacio Marino había aprendido de William Mumler, además esa relación entre
fotografía y espiritismo esta presente en las investigaciones aun así
fraudulentas del sacerdote Staiton Moses que ideo el concepto de ectoplasma,
por supuesto que este presumible espíritu solo lo fotografió él.
La cámara es grande y
pesada, esta cámara me deja aún más estupefacto por su pesadez, por su fuelle,
por el dispositivo para la placa que era irrepetible en el tiempo y en lo que
quedara para la fotografía, su pesadez era para darle la estabilidad al lente
que tampoco se moviera como no podían moverse las personas, además el fuelle para
controlar su nitidez. Siempre me he preguntado con cual cámara o si era esta,
que ellos salían a realizar sus fotos afuera, y además, cuantas personas los
acompañaban para provechar al máximo la luz del día y lo que quedara de las
sombras delatoras sobre el corazón de las fotografías ya reveladas.
También hay una pequeña
sala sí, en el centro con el espejo para que las personas, nunca modelos sino
en el primer peldaño de lo que sería la moda, pero en este momento, mejor retratos,
aun con la incertidumbre de que con el tiempo se convertirían en la realidad
que sería entregada y es por el hecho de de haber vencido el tiempo para una mirada
en esa huella de ese día preciso. Sí, aquí la persona se miraba al espejo y,
luego se sentaba inmóvil unos segundos para quedar fijada para la posteridad de
papel en negros y blancos, y, eso sí algo de grises.
En su libro Diez y ocho lecciones de fotografía, aconseja
tomar fotos en la mañana por ser la mejor hora del día, y anota sobre la dificultad
de realizar fotos en grupo y da sus consejos para que ellas queden bien tomadas,
también añade la dificultad de tomar fotos al estilo Rembrandt. Luego en otros capítulos,
indica cómo debe realizarse la actividad y mezcla de los químicos en el
laboratorio, además del proceso del positivado de los negativos y del retoque
donde se pide no abusar de este procedimiento para quitar las arrugas o las
canas a las personas, ya que pierden el carácter que las define, pues, de lo
contrario saldrían muñecos de porcelana y no seres de carne y hueso, sin
identidad. También entrega la fórmula para el uso del relámpago de magnesio para
las fotos nocturnas.
En la exposición existe
un diálogo entre cuatro personas dedicadas a la fotografía: Esteban Duperly, Blas
Navarro, Carlos Ramírez, y William Arango,
desde diversos ángulos con sus trabajos le dan un toque al evento.
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