domingo, 21 de octubre de 2018

Horacio Marino Rodríguez en la Biblioteca Pública Piloto / Víctor Bustamante


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Horacio Marino Rodríguez en la Biblioteca Pública Piloto

Víctor Bustamante

Ahora el camino, nunca de las sendas perdidas del bosque, o de los senderos que se bifurcan, sino más real, los pasos en esta calle que conducen a otro lugar, nunca la niebla sino a la Biblioteca Pública Piloto, como una posta, donde hemos seguido los pasos de Horacio Marino Rodríguez, en su ser creativo. En esta noche lluviosa y del 17 de octubre, hemos entrado al corazón del fotógrafo, a la fotografía, digo, a su cuarto oscuro restaurado, donde me llama la atención la pequeña balanza para mezclar los químicos precisos y preciosos para revelar el negativo, junto a los frascos para  guardar los elementos químicos, y el mortero con su mazo, ambos de porcelana, para triturarlos  y poder mezclarlos, lejos ya de su actividad inicial en la cocina, y luego convertirse en un elemento indispensable en la botica, para luego ser utilizado en la fotografía. Ahí se disponía él a ejecutar, ya en la práctica, la teoría de los libros con sus indicaciones llenas de preguntas y dudas. Aquí en esta pequeña vitrina reparo en los elementos con que Horacio Marino debía preparar bien los químicos para revelar sus negativos y el fijador para que ya en el papel la imagen quedara dispuesta como él había concebido en su imaginación, eso sí con los personajes muy serios, muy circunspectos al frente de la cámara, para este evento, porque lo era, y ya listo, para cuando él mueva el obturador.

Luisa Vergara

Veo las libretas con la lista de los fotografiados donde ahí, en sus páginas, residen y se disponen nombres de personas, sus clientes, y cada día de esa historia que se escribirá con fotos, que son las imágenes de los habitantes de la ciudad donde la moda, costumbres e importancia se sacaran a la luz cada que se busque un negativo o en un magno evento como este.

Lo secreto, la manera como él poseía su estética al fotografiar, los químicos en su laboratorio, en su cuarto oscuro, y lo público, la fotografía terminada se combinan. Uno es el paso indispensable para que sucedan los otros. Cierto, aquí en la parte central de la exposición una réplica ilusoria del cuarto oscuro, bañado con luz roja, donde Horacio Marino se movía a medio paso entre lo privado, su experiencia con el baño desarrollador, fijado e impresión, y en lo público, la foto ya terminada para entregarse en su momento al cliente, pero también sin sospechar que esas fotografías viajarían hacia el futuro como un mensaje que él había enviado para que notaran que en la ciudad algunas personas, algunos artistas, entregaban su momento nunca de solaz sino creativo, y, por supuesto, en ese viaje en el tiempo, en esa cámara oscura que es el tiempo mismo convertido en materia maleable, en un túnel donde viajarían en la quietud de un archivo esas mismas fotos y esos mismos objetos, los miramos, reparamos en ellos como ahora, y una sonrisa regresa por la donosura, por el cuidado, por la certeza de saber que allá muy lejos, pero nunca perdido en el tiempo Horacio Marino es recuperado en estas exposiciones, que son, mejor que todo visiones de su trasegar en tantos campos creativos. Si en la elaboración de lápidas aprendió el pulso para marcarlas, y crear su monograma, también ha merodeado en la pintura pero también lo obsede plasmar sus fotografías.


Luisa Vergara

Reparo en la cámara, que no utilizó Horacio Marino pero sí Melitón, que da sentido de la dificultad, es una Camera Century Studio 9A, protegida en una vitrina. El lente aun intacto puro y brillante para dejar pasar la luz y para captar ese fenómeno que extrae la figura de las personas que viajan hacia la cámara, lejos de la creencia y temor de Balzac que presumía como le quitaría el espíritu, su alma. No sé si al fotografiar ellos, los Rodríguez, pensaron alguna vez en la complicidad entre la fotografía y el espiritismo, como la imagen de la persona viaja para ser copiada por la cámara y arrebatarle una imagen, su ser, así como el espiritismo reposa en la posibilidad de capturar las imágenes del espíritu que se evade al éter, a las atmosferas. Es más  hay una fotografía con doble exposición, “El ángel de la esperezan”, donde un leñador, no despierta sino que es tocado en la cabeza por un ángel, puro truco, que a lo mejor Horacio Marino había aprendido de William Mumler, además esa relación entre fotografía y espiritismo esta presente en las investigaciones aun así fraudulentas del sacerdote Staiton Moses que ideo el concepto de ectoplasma, por supuesto que este presumible espíritu solo lo fotografió él.

La cámara es grande y pesada, esta cámara me deja aún más estupefacto por su pesadez, por su fuelle, por el dispositivo para la placa que era irrepetible en el tiempo y en lo que quedara para la fotografía, su pesadez era para darle la estabilidad al lente que tampoco se moviera como no podían moverse las personas, además el fuelle para controlar su nitidez. Siempre me he preguntado con cual cámara o si era esta, que ellos salían a realizar sus fotos afuera, y además, cuantas personas los acompañaban para provechar al máximo la luz del día y lo que quedara de las sombras delatoras sobre el corazón de las fotografías ya reveladas.
También hay una pequeña sala sí, en el centro con el espejo para que las personas, nunca modelos sino en el primer peldaño de lo que sería la moda, pero en este momento, mejor retratos, aun con la incertidumbre de que con el tiempo se convertirían en la realidad que sería entregada y es por el hecho de de haber vencido el tiempo para una mirada en esa huella de ese día preciso. Sí, aquí la persona se miraba al espejo y, luego se sentaba inmóvil unos segundos para quedar fijada para la posteridad de papel en negros y blancos, y, eso sí algo de grises.

En su libro Diez y ocho lecciones de fotografía, aconseja tomar fotos en la mañana por ser la mejor hora del día, y anota sobre la dificultad de realizar fotos en grupo y da sus consejos para que ellas queden bien tomadas, también añade la dificultad de tomar fotos al estilo Rembrandt. Luego en otros capítulos, indica cómo debe realizarse la actividad y mezcla de los químicos en el laboratorio, además del proceso del positivado de los negativos y del retoque donde se pide no abusar de este procedimiento para quitar las arrugas o las canas a las personas, ya que pierden el carácter que las define, pues, de lo contrario saldrían muñecos de porcelana y no seres de carne y hueso, sin identidad. También entrega la fórmula para el uso del relámpago de magnesio para las fotos nocturnas.

En la exposición existe un diálogo entre cuatro personas dedicadas a la fotografía: Esteban Duperly, Blas Navarro, Carlos Ramírez, y  William Arango, desde diversos ángulos con sus trabajos le dan un toque al evento.



 
Luisa Vergara






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