Darío
Ruiz Gómez
Contemplando
desde un amplio mirador la panorámica de
la ciudad hacia el perfil de
la cadena de montañas que enmarca el occidente del valle, me sorprende la consolidada muralla de un un
borde apretado de altos edificios de vivienda que han sobrepasado la cota de lo
que se había considerado como malla urbana. ¿Cómo se produjo esta desbocada invasión de las laderas? Debo de inmediato preguntarme sobre las vías que
debieron construirse para incorporar esos
bordes y en qué medida se han resuelto los servicios de agua, luz, transporte,
zonas verdes, para esa numerosa y desconocida población. Hacia la zona de Castilla el número
de urbanizaciones es aún mayor y la densificación más intensa ya que se
desperdiga sin orden alguno en las
laderas donde el borde estuvo marcado por huertas, fincas, lo que
hace que la frontera con Bello se apretuje aún más. ¿Cuál ha sido el impacto
del cable en el barrio Caicedo y la Sierra? ¿Qué fue del llamado Jardín Circunvalar que serviría de freno a las invasiones
irregulares y conectaría al transeúnte con la autopista Medellín, Bogotá?
¿Cuántas personas llegan cada semana de distintas regiones del país a invadir estas laderas bajo el señuelo de que van a tener vivienda
gratis? Es algo palpable el hecho de que tanto Medellín como el resto de
ciudades colombianas han sido sacudidas
por la violencia de la última década,
masas de
desplazados y nuevas estructuras
criminales a través de cuyo accionar los
espacios públicos, los símbolos de la ciudad han sido aniquilados y hoy esas organizaciones
muchas de ellas nacidas del tándem guerrilla-paramilitares- narcotráfico tratan
de imponer su territorialidad bajo formas aberrantes de gobernabilidad.
Si
Bogotá ha recibido ingentes cantidades de desplazados prácticamente de todo el
país, si Cali ha recibido del Pacífico,
si Medellín de los pueblos, del Bajo Cauca, del Chocó, esto quiere decir que hoy al mirar las ciudades colombianas nos
enfrentamos a una problemática que nadie ha querido ver, analizar, enfrentar. ¿Qué
brotó del choque entre la ciudad tradicional y la
presencia de estos nuevos relatos? ¿Discriminación o incorporación? ¿Cuál fue
la respuesta de los urbanistas para impedir
que estos desplazados se sumieran en el
crimen y la miseria? ¿Porqué los demógrafos, los ingenieros hidráulicos, fueron
suplantados por los politiqueros? El desconocimiento de la realidad hace espurias las llamadas ciencias sociales, desenmascara la llamada literatura
“política” : para describir esta complejísima problemática hacen falta lenguajes capaces de nombrar estas nuevas
situaciones. Volvemos a convertir en anécdota lo que en realidad es un choque de territorialidades
no establecidas por la planificación sino
por los nuevos poderes criminales. Las intenciones de la Alcaldía Fajardo con
su plan de bibliotecas fueron buenas pero rápidamente las devoró el vértigo de este proceso de cambio de dueños del
territorio urbano. Colocar un edificio en un área conflictiva no llevaba necesariamente al rescate de ésta,
era necesario contar a la vez con un plan de renovación urbana, con el debido
control del crecimiento de la ciudad construida, enfrentar radicalmente el crecimiento de la ciudad
ilegal y la corrupción aberrante de la burocracia. ¿Las matanzas de hoy son solamente un enfrentamiento entre
bandas o la demostración de una dramática pérdida de los espacios legales? ¿Para qué, entonces, una oficina del Área Metropolitana incapaz de
dar respuesta a estas problemáticas?
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