jueves, 7 de septiembre de 2017

LA DESAPARICIÓN DE LO URBANO / Darío Ruiz Gómez





LA DESAPARICIÓN DE LO URBANO

Darío Ruiz Gómez

Durante la Edad Media, se escapaba del campo, de la condición de  siervos sin derecho alguno a la vida, sometidos a las brutalidades de los grandes señores, para  buscar  la libertad que  ofrecía  la ciudad.  Desde entonces el concepto de vida urbana  se establece sobre los estatutos que reconocen y salvaguardan este derecho, ser un urbanitas  es  identificarse  con los espacios donde se reconoce las gentes en la pluralidad.  Es esta conquista la que convierte a la Ciudad en imagen de la libertad, un objetivo  que nunca ha perdido vigencia y desde el cual se han justificado conceptos  como  un urbanismo humano, integrador. Medellín vive en estos momentos un retroceso histórico de dramático alcance  ya que lo que en un momento dado pareció constituirse en la aparición de una cultura metropolitana  gracias a la consolidación  de la moda como una conquista democrática,   un logro de todos los grupos sociales y no manifestación del poder adquisitivo de una minoría, como señala Lipovesky, cuando la ciudad se abrió de fronteras a la presencia de una cultura contemporánea que sirvió para reconocer los logros de nuestro rock, cuando el arte logró alcanzar una expresión generacional  y universal, cuando nuestro noche se llenó de las nuevas tipologías de bares y discotecas  y se recuperaron la calle y los recorridos,  cuando las mujeres de la edad madura conquistaron sus puntos de encuentro, cuando pareció emerger con fuerza una cultura gastronómica, cuando sentimos que nos habíamos alejado de las sombras de la ignorancia provinciana  y nuevas experiencias culturales se fueron agregando hasta presentir que habíamos propiciado un ciudadano consciente de estos valores. No pongo en duda que hubo un planteamiento urbano alrededor de las llamados Parques Biblioteca, de una nueva tipología de los edificios oficiales y esto también nos dio la ilusión de estar accediendo a una ciudad integrada capaz de superar las heridas que había dejado la barbarie del narcotráfico. Pero ¿Cuánto duró esta ilusión si la burocracia que tenía la misión de afirmar estos planteamientos hacia una nueva ciudad se caracterizó rápidamente por su ignorancia, su falta de profesionalismo y pretendió cubrir sus errores recurriendo a un gigantesco gasto en una publicidad engañosa?  Debajo de estos dibujitos, de estos premios comprados ¿Qué planificador previó la expansión secreta y mortífera de un  cáncer que devoró nuestra economía por lo bajo y que destrozó la continuidad del territorio de calles y espacios públicos imponiendo la fealdad? La aspiración a los espacios de la libertad y el intercambio social se vio rápidamente sustituida por algo tan inhumano como las nuevas Fronteras invisibles y la población confinada en verdaderos campos de concentración. ¿No es escandalosa  la  inmoral desaparición de los espacios verdes necesarios para la  salud y el ocio, las licencias otorgadas para negocios de mala muerte?¿No es escandalosa la bárbara invasión de motocicletas circulando sin control alguno?

Este caos descubre una negligencia grave al desconocer que lo prioritario  consiste en resolver el escandaloso problema de movilidad que nos está llevando a una crisis nerviosa que ha alterado de manera grave la conducta de los ciudadanos. Hoy la ciudad no es el espacio que nos hace libres sino el panóptico  al cual  nos someten  a los criminales.


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