EL
COLOMBIANO FEO
Darío Ruiz
Gómez
Es Hernando
Téllez quien descorre los velos de la
condición social de nuestra llamadas élites
dirigentes en Bogotá, una sociedad donde después de la llamada Independencia,
afloró la clase criolla o sea los hijos de españoles nacidos aquí y cuyo
origen social era modesto en España pero
ya con el poder económico y político se autoproclamaron como una minoría
de sangre azul. Era, el comienzo de una
farsa histórica puesta de manifiesto en
su desprecio hacia las “razas inferiores”, hacia el campesino mirado como un
ignorante incapaz de pensar por sí mismo. Con sorna se recuerda que a cada
ciclo de nuevos ricos o de recién
aparecidos sociales corresponde una
lista de supuestos títulos “nobiliarios” que se corroboraban con esos pergaminos que aún
venden en la Plaza Mayor de Madrid con
el respectivo escudo de armas y el “linaje” de cada apellido. Ya la farsa culmina con el nuevo rico pueblerino que convierte a su hija en Reina municipal con
el nombre de algún tubérculo, de algún santo para, de este modo, presumir de un
pasado “aristocrático”. Santos Molano en su extraordinario biografía
de José Asunción Silva describe y
analiza biliosamente las farsas que se
desencadenan en la aldea que es Bogotá y donde la riqueza a veces
mal habida comienza a blanquear la piel de algunos connotados representantes del llamado
“rastacuerismo” (Nuevos ricos) que nos gobernarán desde entonces. Este es el origen y el
desarrollo con diferentes matices a
través del tiempo de nuestros exacerbados
complejos raciales y sociales y del desprecio de las falsas élites hacia lo que se llegó a considerar
entonces como un país
“inferior”. Carrasquilla en “Grandeza” fustigó con ácido humor estos simulacros de caricaturesca
aristocracia de recién aparecidos y Luis
Buñuel se burló de estas mañesadas
colombianas en “El discreto encanto de la burguesía”
Cuando Luis
B. Ramos comenzó a fotografiar los campesinos,
los mercados boyacenses, los recios rostros de una raza silenciosa y
melancólica tal como la describió Armando Solano, ese país ignorado, emergió con la fuerza debida frente a la comparsa de obtusos que han pretendido
ser dueños exclusivos del refinamiento de ladys y
gentlemans. ¿Cuáles fueron los rostros que emergieron para siempre
de las fotografías de Melitón Rodríguez y Benjamín de la Calle, de la prosa de
Carrasquilla, de García Márquez? ¿De qué país surgen los nombres de quienes han
fundamentado la cultura colombiana dándole
un carácter universal? ¿Cuál es el origen social de nuestros grandes
deportistas de fama mundial? A cambio,
en medio de esta podredumbre que nos agobia hoy volvamos a preguntarnos ¿Cuál es el origen de estas fortunas sino la corrupción de los nuevos “rastacueros” que alardean
de sus lujos, de su lobería? Javier Marías refiriéndose a la actual España dominada una
vez más por la vulgaridad y la
ordinariez ha escrito: “España es un
país raro y rastrero en el que cuesta admirar y sentirse orgulloso de alguien” ¿No es éste, precisamente, el motivo del divorcio
en Colombia entre el país plural y la vulgaridad rastrera de la mayoría de la
clase política, de empresarios emergentes? Y todo esto en plena globalidad.
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