miércoles, 23 de agosto de 2017

51 Patrimonio Recuperado, El Jordán


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51. Patrimonio Recuperado, El Jordán

El Jordán

Víctor Bustamante


Día 4 de julio de 2017, El Jordán revive, ha sido restaurado, y esa es una gran noticia para la ciudad. Para esa ciudad que ha destruido el 99 % de su patrimonio y solo conserva el resto, y que no ve la posibilidad de acabarlo con cualquier excusa. Por esa razón celebramos la reapertura de este lugar de cierto reconocimiento y tradición, que haya sido recuperado y se la haya dado un nuevo uso, que con los años será una presencia en la actividad musical para que los habitantes de Robledo se apropien de él.

Ahora leo el texto de Luis Fernando Gonzáles, El Jordán y la Casa Zea en la historia urbana de Medellín de la Colección Memoria y Patrimonio, 2016 del municipio de Medellín, que ha recuperado parte de su historia, del devenir, de la conformación del ámbito citadino que tuvo este lugar en su momento de esplendor, hasta que poco a poco fue abandonado por sus habitués que alguna vez lo hicieron grande, debido al cambio de gustos musicales, a la apertura de otros centros de diversión, a los presión de los urbanizadores que no tienen corazón con la ciudad y que como aporte llegan con sus ridículos nombres a denominar lugares.

Seguir la lectura del este texto, que ya forma parte de la historia de la ciudad, significa ponerse en el umbral del rescate, de quedarse sorprendido para establecer lo valioso que ha sido Medellín, lejos del exterminio y abandono de su riqueza cultural, como si dijéramos que en esta investigación ha quedado lo que fue del Jordán, lo cual da pie para otra pregunta, las continuas transformaciones que aún la mantienen inacabada y con causas complejas, donde es notoria la radicalización y el servilismo para desconocer sus lugares valiosos que como consecuencia, ha traído la quiebra del modelo de planificación y por el otro la insoportable doble moral de una sociedad jerárquica que condena al olvido su patrimonio, así como la repercusión de este en  los diversos órdenes de la cultura, sobre todo en esa arquitectura de los años posteriores a la consolidación de la ciudad con sus emblemas, así como aquellos edificios y lugares perdidos en la época de su mayor capacidad industrial.

Todas las piezas de esta investigación llevan, restauran al Jordán, coinciden en este rompecabezas armado con mucha integridad. Por una vía o por otra, en ocasiones contradictorias, vamos llegando a Anapolis, hemos cruzado el río de la ciudad histórica para apuntar lo que ha ocurrido allá, en Robledo, donde lo visitamos inmediatamente con su marco propicio en esta reconstrucción de su ambiente que consigue hacerle justicia. Luis Fernando no conjetura, persigue como un investigador acucioso lo que se halla oculto en cada uno de los detritos que aguijonean la sensibilidad de quienes aún lamentamos la pérdida de lugares caros a la memoria. Por esa razón se toma la molestia de hacer coincidir punto por punto las piezas de su investigación para entregarnos el esplendor de ese lugar, pero de igual manera suministra la materia y la forma de que éstas están hechas en una cultura inmensa como la nuestra, que también es la única responsable de destrucciones atroces, donde nada se ha dejado al azar, pero este rescate la nombra, la recobra.

Su autor aporta claves fundamentales para la reconstrucción histórica del Jordán, desde diversas disciplinas, con un grado tal de aproximación que el lector se siente incluido, inmerso en ese rescate. En una de las páginas medulares de su libro, Luis Fernando indaga en el inicio, en la fundación de esa suerte de poblado más allá del río, sumergido en ese gran tapiz de verdes con una larga historia por descubrir.

Se abren tantas preguntas: ¿Cuáles eran los objetos que componían el mobiliario en las etapas sucesivas del Jordán? ¿Dónde están las fotos interiores de sus fiestas? ¿Yacen en álbumes familiares? ¿Cuáles eran los discos que reposaban en los pianos, en los estantes de sus cantineros? Así como el periplo de aquellos melómanos que iban de estadero en estadero con sus discos de 78 para escuchar la música que solo ellos poseían en la voz de sus cantantes preferidos. También se ha perdido el relato de las barras de amigos que asistían al Jordán acompañados de sus mujeres, oasis citadino, lejos de la rumia del hogar. De todas maneras Luis Fernando no ha pasado por alto uno solo de estos detalles a la hora de emprender su exégesis creativa sobre este estadero.

En el inicio, persiste ese deseo de ubicarlo, de establecer la topografía de Otrabanda que despunta, y se cristaliza en Robledo donde se da un núcleo industrial. De su autor me gusta su temperamento investigativo, su estirpe enciclopédica que va consolidando diversos puntos a medida que avanza la investigación, ante las situaciones que de repente aparecen y se revelan cuando cobre algún dato que no conocemos. Luis Fernando ausculta, quiere saberlo todo acerca del Jordán. Por esa razón en el texto interactúan: narración, ensayo, análisis histórico, vida cotidiana, para establecer lo preciado: el contexto.

Existen tantas historias sobre el lugar que se han perdido. Una de ellas, el viaje de los caminantes desde Bello por el camino que salía de esa población, cruzaba por las fincas de recreo de lo que ahora son Las Cabañitas, pasaba la parte baja hasta llegar a Robledo. Esa suerte de peregrinación desde las 2 de la tarde era para llegar en la tarde al Jordán y allí encontrar un ambiente diferente, no solo de la tertulia del renombrado lugar sino del ambiente lejano, separado del límite de la ciudad.

Hay otra historia muy anterior sobre El Jordán, donde se afirma que en el momento de esplendor de sus baños, aparecía el fantasma de una bella mujer que también se bañaba con los nadadores desconcertados. Mentira o pasión, El Jordán ha tejido sus leyendas, muchas de ellas perdidas ante el llamado “progreso”, o mejor, lo que la habladuría popular llama “el ensanche” que se lo lleva todo, hasta la memoria más sublime.

Días del 80, desde el Centro, más precisamente desde el Bar Jurídico, donde nunca iban jueces ni abogados, menos fiscales, ahí en Córdoba con La Playa, alguien, creo que Guillermo Álvarez o José Martínez llegó con la noticia de un evento allá en el Jordán, donde se celebraría algo con Darío Ruíz, ah, y por supuesto, allá nos fuimos en taxi en plena noche a esa reunión, a ese homenaje. Llegamos al mítico Jordán, sedientos pero de más ron, ávidos de proseguir la noche. En el mostrador algunos de sus habitués delataban su soledad ocasional. Preguntamos por el homenajeado, y preciso, adentro, en el patio, estaban ellos: sí, los escritores de renombre encabezados por Darío Ruiz, por Mejía Vallejo, por el visitante de Cali, Cruz Kronfly, Collazos, Billy. El fotógrafo Melo no gastó placas fotográficas en nosotros por una razón de peso, no éramos invitados.

La presencia de otras personas se diluye, ya el lugar comenzaba esa síntesis del abandono, los nuevos vecinos, rebeldes y tácitos, buscaban otros sitios; querían algo más movido, de ambiente, donde la curiosidad, la música y otros trucos comenzaban a llevárselos a otros lugares, mientras su dueño caprichoso envejecía con su música y con sus gustos, y el lugar se convertía en su propia leyenda.

Algo es cierto, estamos ya recostados a la historia de la ciudad que pasa de lado ante la mayoría de los habitantes enfrascados en ese eterno presente sin preguntas que da el perfume narcótico de la cultura del entretenimiento. También ha cambiado la conformación de su ámbito, así como se erigen las torres frías de apartamentos donde sus inquilinos no tiene tiempo de vivir o visitar el alrededor sino de llegar a encerrarse a sus casas.

Es cierto al volver al Jordán ya no beberemos con los dioses.









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