lunes, 1 de diciembre de 2014

Poemas de Jana Putrle Srdic



Jana Putrle Srdic


Jana nos lleva con su poesía a un territorio insospechado, algo claudicante, en estos momentos de la comunicación extrema, así nos enseña el verdadero abismo de la incomunicación, de la soledad como remedio a una vida llena de objetos y de personas y donde el amor aun toca, así sea como dejadez y duda. Ella desde un panóptico personal mira, siente, percibe como gravitan alrededor de ella misma la atmosferas y la pesadez de la vida donde solo tiene las palabras para subsanar esos silencios que la hacen reflexiva y donde solo queda el poder evocativo de la poesía para describir un estado de cosas, sobre todo lo cotidiano que es piedra de toque para dar una mirada muy personal, sin ningún atisbo de soberbia sino con la paradoja de ver como discurre el tiempo y la vida a su alrededor.
Amor, soledad, trabajo: ahí reside el tríptico de la vida moderna, que podríamos llamar moderna. Síntesis de lo mismo, pero ahí residen las palabras de Jana para decirnos que la poesía nos recobra.
Esta mañana leyendo a Jana he visitado su ámbito en Ljubljana, Eslovenia y he sido tocado por sus palabras.




Poemas de de Jana Putrle Srdic



Lentitud del invierno

Todo te pasa con un lapso de retraso:

un verso una y otra vez.

Mil veces el mismo gesto, el cuchillo sobre las patatas,

la mano a través del cuerpo.

Haces girar la rueda y mueves los engranajes.

Nada en especial, contemplas fijamente

el cristal de tu mesa, escuchas la respiración

del perro.

A menudo, las cosas sólo son.

Ella dice adiós con la mano

cuando pasas,

los coches avanzan con luz verde

y se detienen con luz roja.

Todo está por venir o ha pasado ya:

amor, soledad, trabajo.

Y todo es bueno para algo,

incluso este maldito frío

que matará a todas las garrapatas.





Al final de un amor

Espolvoreo sésamo negro y pimienta cayena

sobre las calabazas amarillas de Sarah —esas achaparradas

y mantecosas— mientras pienso en la traducción

de la poesía siberiana, pero mis pensamientos

se recalientan en la calurosa cocina veraniega

y el lenguaje no es ya algo que me importe,

ni tampoco las relaciones —

este momento es aromático café africano,

este momento es maleza que araña terneros

mientras Zoran corre por el bosque y Lili

extiende su estera al otro lado de la colina

preparándose para el yoga (zumban los mosquitos),

en este momento estamos unidos por el caluroso

aire de la tarde que se envuelve alrededor de nuestros tobillos,

un dulce arroyuelo;

nos juntamos a través del brillo del verano,

a través de las grandes calabazas maduras

mientras ya vuelan los pájaros a medio crecer

y pronto será tiempo de migrar,

de vestirse, de empaquetar, siente la brisa bajo la falda,

pronto echaremos el cierre, fuegos encendidos, cremalleras,

y cuanto debe morir irá a parar al cubo de basura

(sandalias andrajosas, hierba, largos días, pájaros

con alas rotas), cuanto debe partir llegará al sur

en cajas de madera con los pies helados o un zumbido

en los oídos y una taimada añoranza

y entonces compartiremos nuestra tristeza —permaneciendo aquí,

afrontando la infraestructura invernal de las ciudades—

con los del sur, en contacto con el aire y el sol,

deshaciéndonos en su barro,

abandonados en un vertedero,

con el peso de otro verano poniente

como un gran gato suave

(con un pájaro en su tripa)

durmiendo sobre nuestros pechos.





Mujer en la ventana

Una mujer en el núcleo de su familia se

escurre hacia el borde de la sociedad,

una mujer frente a una pantalla vacía,

en el cubo desnudo de una galería

es un error inadvertido, un espacio vacío

en la multitud de votantes y manifestantes,

nadie la necesita. Ella está ahí,

arrastrando su pierna izquierda,



sin saber qué hacer, espera

que la salve el autobús, que la salve un email

o alguien que la llame por teléfono.



En alguna parte extranjera del mundo, una mujer está

frente a la ventana, contemplando la nieve

que cae pesada borrando —la mujer está asomada

a su propio vacío, y en este desolado espacio

donde nadie la necesita,

en la incómoda cabeza vuelta,

en un jersey que es apenas suyo,

con nieve en los hombros,

intenta conjurar algo aún irreconocible,

algo sobre una forma hacia la cual ella

alargará la mano,

la estructura del mundo que penetra lo visible

sólo a través de las ramas de árboles y de

finas líneas en el hielo.



Cuanto llama a la mujer a la ventana

la mantiene en silencio. Ella sopesa dar

un paso hacia lo desconocido.






yo, tú, ella

estamos sentados al lado del mar, miramos las luces de los barcos

y los coches que se mueven por el horizonte


después de estar callados durante dos horas, pienso,

esto es todo lo que hay


y todos nuestros susurros de que nos queremos

vienen de una soledad extrema.


los repetitores tocan la batería y el bajo, gritan,

ja ne trebam nikog, da mi kaže, da me voli.



cargo mi oscuridad, en cada petrolero un poco,

como en un juego de computadora distribuyo el peso.



el sol del ocaso nos lame las caras


como si fuéramos unos perritos ciegos, recién nacidos


nos baña el viento del puerto








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