domingo, 3 de agosto de 2014

Rubén Vélez en Otraparte

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Rubén Vélez en Otraparte

Víctor Bustamante


En estos tiempos de baja propensión a la lectura, los actos, casi litúrgicos de la presentación de un libro, o un conversatorio sobre el tema, dignifican la actividad creadora y el sentido del encuentro entre personas que aman la activad creadora, lejos de la sinopsis en que nos han acostumbrado quienes deberían estar presente en este tipo de circunstancias: celebrar del libro como reiteración del pensamiento, expresión de libertad, deja de lado la persistencia de esa crónica roja en que se ha convertido la ciudad y sus adláteres de última hora.

Paradójicamente los periódicos recipiendarios de la literatura, la han dejado de lado, ya que los llamados periodistas culturales apenas llegan y no indagan ese mundo rico en presencias, como la actual, que definen una Medellín que se diluye en los titulares sangrientos de los diarios y en la estolidez de la televisión. Así mismo algunos estamentos académicos inmersos en la literatura de entretenimiento o en el pasado como apuesta a la literatura para que la pereza analítica apenas promueva su desidia, y no sean capaces de avizorar los escritores que hacen preguntas a la ciudad. No todo puede ser el narcótico valioso de los clásicos ni la evasión de buscar los escritores actuales de más renombre, la pereza analítica continúa y las escrituras presentes se niegan.

Medellín es una de las ciudades donde mayormente se da la creación literaria y donde más se definen espacios. Me refiero a los escritores que mantiene en vivo la llama de su creación y buscan los lugares, los personajes que no han sido definidos, lejos de la literatura de ese falso Medellín internacional que se promueve desde distantes premios de algunos thrillers que ya sabemos la certeza como han sido escritos, donde se sacrifica la presencia del escritor por el suspenso del marketing.

Conversar con un escritor, es de suyo algo valioso, ya que al leer sus libros aparecen preguntas, caminos no explicados que llenan de interrogantes al lector. Sabemos que el libro está terminado como lo conjeturó el propio autor, pero a veces uno quiero indagar algunos motivos, algunos quiebres creativos, algunas zonas oscuras, algunos rasgos de algún personaje. Además no se puede dejar de lado los diversos mundos explorados y el clima creativo que siempre convoca.

Esa es la razón de este diálogo, las preguntas sobre el libro, la presencia de un escritor tan brillante como Rubén en su alejamiento. Ya que siempre hay cierta propensión a permanecer al margen así él lo quiera, pero sabemos, cuando sale un libro suyo, que es algo tan personal lejos de las modas literarias, que sabemos que hay una pasión por la escritura, así como los caminos personales que lo convierten en un autor presente.

Su literatura es personal no le huye, demuestra su presencia, los rasgos que hacen valioso a un escritor. Rubén hace de sus libros una manera de provocar, de dejar su rastro, cada palabra suya no es la aventura del azar, de decir por decir, sino que está instigada por su vivencia.


En este diálogo encontramos un Rubén Vélez lucido, cáustico, duro, crítico, pero también generoso y brillante, punta de lanza para sus libros sin concesión alguna. Cada uno de sus textos tiene ese toque personal. Niño de buena ortografía mata a su hada madrina no escapa a su presencia, ahí está Rubén de cuerpo presente, y la ciudad no como telón de fondo, como excusa sino con esa presencia fuerte que requerimos, intensa y viva, dura perenne. Ah, dije perenne.

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