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Darío Ruiz Gómez / Las Sombras
Darío Ruiz Gómez /
Las Sombras
Víctor
Bustamante
En
un puñado poemas Darío se refiere a Arguelles y Madrid, con una factura tan considerada
que creo que él ya empezaba a pensar en la creación de un libro total donde
diera su perspectiva de España, su vivencia, en esos años de la década del 50
en que vivió allá. Pero si en sus poemas es contundente y vivido, en este
libro, Las Sombras, su quehacer
literario se ve dividido por dos atmósferas que quiere darnos: España y la otra
orilla, Medellín. Y cuando digo dividido es porque en los poemas existe la
contundencia del relámpago, la tentativa infinita de la poesía, la presencia
fuerte de ese país. En cambio en Las Sombras,
la escritura es densa, elocuente, muy personal. Obliga a que su lectura sea lenta,
como si el autor nos llevara a detallar su presencia en las atmósferas de Madrid:
sus calles, sus cines, algunos personajes; ese ámbito que él mismo padeció de
alguna manera, una España casi llevada al encierro, a la especulación pero también
a otros territorios, pero que este libro no deja que su memoria la deje perder.
La instala de una manera tal, que sabemos que la ha sentido casi suya. Allí no hay
ningún alarde lastimero, ninguna aprehensión falsa como ocurre en algunos libros
de memorias de exiliados o de turistas al desgaire. No, Darío nos sitúa una Madrid
entrevista en las calles, en las boîtes, en los cines: la vida misma. Todo acto
en el salón de baile bajo la ejecución del himno de España y la presencia de la
falange.
En
cuanto a la vivencia en Madrid, hay más presencia, más descripción, tal vez debido
a la independencia y liberalidad lejos de ese Medellín del encierro, así como
el hallarse inmerso en un país desconocido donde cada ámbito, persona, cada
vivencia y exclusión merece ser nombrado. Las calles son designadas como si la
memoria no dejara pasar esos eventos, la presencia del cine y de las calles,
las experiencias amatorias. Hay un Madrid que a pesar de las limitaciones de no
habitarla totalmente como su lugar de origen es más sentido, una España más descrita
y al ser más descrita es la necesidad de la memoria por buscarla con más ahínco.
Ese Madrid descrito y escrito es una presencia fuerte en el autor.
El
Medellín de la segunda parte no está localizado en la topografía urbana como si
el autor por excesivo pudor huyera de mencionar y le causara malestar volver a
esa idea de hacer presente a la ciudad. Lo digo porque en sus anteriores libros
la ciudad es nombrada en sus detalles. Pero si hay un gran sentido del espacio
en la casa, en el ámbito de las calles, algunos barrios. O sea, es descrita en sus
detalles pero no es nombrada. Así mismo es indiferente a la mención de los
nombres de las personas los cuales dice de una manera indistinta, el
benefactor, el niño, los padres, como si ahí no interesará el ámbito del lugar
ni los personas sino la atmósfera, la pesadez del recuerdo, de esa presencia
mirada desde la caverna platónica, esas sombras que pasan de un sitio a otro,
su hermano, sus padres, el mecánico, ninguno tiene nombre, pero si, quien narra
es preciso en situar sus lugares interiores extendidos a las atmósferas de sus espacios,
detalla los cuartos, la presencia y preeminencia de los sucesos, el atosigante
mundo religioso de procesiones, de quietud pero sobre todo de miedos y de un mundo cicatero, oscuro
otorgado por esa atmósferas llenas de cementerios donde la muerte es una
presencia no aceptada como destino de la vida sino como la imposición a las ideas,
a la no aceptación del otro, a la no mención del otro que posee sus
disquisiciones.
Darío
en su nuevo camino de su escritura nos define una Medellín llena de una decepción
radical, debido a esos espacios cotidianos sombríos, a la presencia de asesinatos
que maceran cualquier atisbo de liberalidad, a las imposiciones claustrofóbicas.
Esta Medellín no había sido narrada, algo sabíamos de ciertos aires falangistas
en la mentalidad paisa, pero la desmemoria impuesta siempre ha dado la impresión
de que aquí no ha pasado nada. Los falangistas son los otros, indefinibles y oscuros,
sombras reales de las que nadie habla. En ese te sentido Darío instaura una
memoria que no se menciona la españolizante, franquista y católica más cerca de
la falange que de la realidad nacional.
Cierto,
este periodo de la vida cultural, social de Medellín no había sido narrado, ese
periodo de mandato de obispos y curas, laureanista y ortodoxo y muchas veces asfixiante, con fanatismo a bordo, se olvidó, o mejor se escamoteó. En la novela
antioqueña este período nunca fue narrado, se prefirió el indigenismo algunas veces. Dejar de
lado ese periodo descrito por Darío es no saber explicarse la actualidad que
vivimos, desde allí residen muchos síntomas. Ya desde el 38 el apoyo a Franco
como una “causa nacional” en el país, y en Medellín, al recogimiento fondos, hasta se escuchaba un pasodoble a Francisco Franco y el himno de la falange española
cantado por unas damas de la ciudad.
Las Sombras nos devela dos ciudades, dos momentos
históricos específicos. Darío los ha vivido, los ha padecido, los ha disfrutado
y los ha escrito. Nos ha dado su memoria. Ignorarla no es fácil.
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