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Julio Ramírez Johns |
Medellín: Deterioro y Abandono de su
Patrimonio Histórico (93)
Congregación Mariana de Caracas con la
Oriental
Víctor Bustamante
La fachada de la casa con el remate
superior, su cornisa, decorada con molduras de yeso de forma esférica, así como
todo el frente recamado por molduras de yeso, donde no falta el follaje. Sí,
esta fachada se ve presidida por un balcón que es irradiado desde un arco deprimido,
por dos columnas con capitel jónico que remata en un balcón, balcón mirador, de
base hexagonal sostenido por una ménsula agrupada para los eventos citadinos ya
fuera las procesiones, o los discursos políticos, o para lo más elemental,
acodarse en la baranda y mirar hacia la calle desde otra perspectiva. Esa
perspectiva que permitía divisar de soslayo la calle Unión que se llevó la
Oriental. Además, ese balcón, con otra forma de arco deprimido en su momento,
fue uno de los de mayor acierto por su amplitud, su tamaño, así como al ser
enmarcado por dos columnas, y puertas con salientes de madera y vidrieras, así
como una baranda de cemento con balaustradas ornamentadas con forjaduras elementales
de hierro. La parte de la fachada que nos ha quedado hasta, antes de la
pandemia, permitía observar, transeúnte ocasional, ese balcón acompañado por
dos ventanas también con arco deprimido y puertas de madera a cada lado con
vidrieras, seguidas por otros dos balcones sin piso saliente, con una novedad,
balaustres de hierro como motivo ornamental, también con puertas de madera y
vidrieras, en ambos casos para que la luz se filtrara a ese interior que nunca
llegué a conocer y luego otras ventanas con arco en la parte alta y luego dos
balcones seguidos.
Ya en la acera tres entradas con
arco de medio punto con puertas de artesonado de madera, dan indicio de que en
esta casa había cierta amplitud nunca un desvarío. También tres ventanas
enmarcan esta parte. ¿Por qué razón tenía esta casa tres puertas de entrada?, y,
a lo mejor, en la parte perdida de la fachada tenía otras tantas. Lo que podría
significar que pertenecían a tres apartamentos, pero esto es solo
especulación. Solo encontré una
fotografía donde hay una persona en su entrada principal, da la impresión de ser
una monja que mira a la cámara de una manera ocasional. Para ese entonces,
existía ya en esa mansión, porque lo fue, luego de ser mutilada por el llamado
progreso, que allí funcionaba un dispensario, que, con su nombre, se desliza a
otra significación, daba albergue a aquellas personas que ya habían cruzado el
umbral de la pobreza, y que la Congregación Mariana daba alguna ayuda social
frágil y fugaz, ya que los cinturones de miseria arriba en estriaciones las
montañas comenzaban a convertirse en un hervidero.
Siempre me han sugestionado las
ruinas, dan la intención de ser algo sorpresivo que vemos a diario, pero pocas
veces las interrogamos. Muchas veces admitimos qué es lo que se considera una
casa vieja, y que por lo tanto los años han clausurado su significación, y
vista de esa manera superficial, no vale la pena interrogarla sino seguir de
largo. Depredadores del pasado, pensamos que la modernidad y la trivialidad del
marketing es la brújula, es lo nuevo, y por esa razón desechamos lo construido.
Pero ya sabemos que, al mirar una fachada en su abandono, o cerrada para que la
desidia sea un poco más desacertada y solapada, no pensamos en algo muy sencillo,
qué arquitecto construyó esa casa y en qué año, cuál es su estilo, y además
quien fue su dueño, y además, otro, además, cómo era la vida en esa casa
afirmada por las circunstancias externas y por esa contemporaneidad que le dio
lustre.
Algo es cierto las ruinas hablan,
pero no para cualquiera sino para quien se detenga a mirar, parecería, una
tendencia obviar lo considerado viejo y denostar por esa ligereza de nuestros
orígenes, olvidos que son solo la radiografía de nuestro afán por la llamada
modernidad, pero ese estado ilusorio de ser modernos, no existiría sin ese
origen, sin esos artistas, arquitectos o poetas, ingenieros o escritores,
ensayistas o músicos, pintores o ilustradores, cineastas o fotógrafos, que
dejaron su huella. Conservar esas huellas es nuestra obligación, para saber
dónde estamos, en qué instante de nuestra contemporaneidad, síntesis del
humanismo que hemos abandonado, lo demás es caer en el culto cobarde a la locuacidad
de los oficinistas del patrimonio confeccionando con nostalgias de papel, en la
reiniciación constante sobre lo que es Medellín; esencia de una ciudad que se
deslíe sin personas que la valoren y la acojan.
De esas casas, de ese Medellín en
ruinas, es de interés tratar de rastrear el desarrollo, su origen, su
exposición a los años, al deterioro que causa la incultura del abandono, y,
sobre todo, el polvo de la historia que se acumula en su interior, así como las
estrías que se dibujan en las paredes de aquellos cuartos donde antes existió
el frenesí de la vida. De esa casa es imperioso saber la razón por la cual no hubo
probidad con ella y por qué motivo se dejó al desgaire y a la apatía. Una de
ellas puede ser la falta de sensibilidad y la otra, la convulsa imaginería de
sus dueños y devotos para sacarle rentabilidad a como dé lugar rematando su
origen.
El primer placer de la ruina, para
algunos, está inextricablemente mezclado con el triunfo sobre los enemigos
imaginados, con juicio moral y venganza, y con las violentas provocaciones por
la envidia sobre los millonarios, por los
pioneros que se dieron una vida de lujos; pero en nuestro caso es debido
a la nula formación humanística de políticos mesiánicos y de risa, y a la
presión en baja voz de los comerciantes de baja estofa que nunca tuvieron
formación cultural, sino que sus cerebros son máquinas de hacer dinero por
encima de quien se atraviese: códigos, normatividad, reclamos, personas
críticas.
De noche salen no solo las lechuzas cautelosas
por los parques abandonados, los jíbaros recién peinados con sus caramelos de
extravío, sino también los llamados habitantes de la calle con sus perros
andrajosos: las putillas con colorete barato, los pregoneros de la pobreza, es
decir la ciudad fantasma, aquella que baja sus cortinas de hierro a las siete
de la noche para evitar los atracos. De ahí que Medellín es un muladar. Me
refiero al Centro. De ir tanto los mesiánicos a los barrios altos a rogar y a
pedir votos con mentiras, el Centro, ya otro barrio de invasión, nada tiene que
envidiarle a un barrio de invasión.
Incluso esos topos que son algunos curadores
del patrimonio, junto a las criaturas familiares de la ruina que rondan la
ciudad demolida causan una fantasía opaca; las fachadas son pisoteadas con
avisos comerciales, los interiores de esas casas son abatidos y derribados y convertidos
en desolados parqueaderos, la desidia y los turistas brotan dizque en tours
citadinos de una pobreza y rictus que humilla ante otras ciudades. Algo es cierto,
el Centro, antes ameno, soleado y hermoso, quedó desolado, así el señor de los
comercios, el brutal señor de las curadurías, silbarán como las moscas de los
asaderos de pollos, espiarán la mercadería China que atisba desde todos los
rincones con las cucarachas de las ganancias de esas casas destruidas y
aprovechadas y anudadas para exprimir esos espacios, y así, esos insectos del
capitalismo salvaje, topos, lagartos, los ratones que montan en avión, las
modelos de cabecita con tenis que se apropian de la administración del
municipio, los grillos que cantan a la luna como dijo Machado, vendrán a dar un
vistazo tras los vidrios oscuros de sus limusinas, y huirán. Medellín desde
hace unos cuarenta años no ha tenido un alcalde de postín, sino culebreros acendradamente
vestidos con espina de pez, desvergonzados.
Pues bien, esta casa que debió ser
una mansión en pleno corazón de la ciudad, fue construida para Julio Ramírez
Johns por la Oficina de HM Rodríguez) en los años 1920. Él, antes, vivía con sus
hermanos, José, Jesús y Laurita en el barrio Buenos
Aires en la calle Ayacucho entre Nariño y Giraldo, pero debido a su tesón, a
sus negocios años después con los billares Champion y su almacén en Ayacucho
con Carabobo frente al Palacio Nacional, debieron buscar otros rumbos, es decir
otras casas, cerca a sus congéneres; el olor del dinero atrae.
Los Ramírez Johns habían llegado de
Santo Domingo, junto a su padre, José Pablo, habían incursionado en la minería
y en el cultivo de caña de azúcar. Julio vivió durante diez años en Nueva York,
allí en la NYU estudió finanzas internacionales, trabajó en la Bolsa de
valores, fue miembro de la Junta directiva de la Cámara de comercio
colombo-americana, a su regreso en 1914, creó su establecimiento comercial. Así
reza su presentación:
Julio Ramírez Johns & Co. Casa fundada en 1915. Representantes de manufactureros. Importación de artículos eléctricos, grafonolas, pianolas, llantas para automóviles y cajas para caudales. Dirección telegráfica: "Juljohns". Código A.B.C. Teléfono #9-52 y 33. Referencias: Banco Alemán Antioqueño de Medellín y Mercantil Bank of the Americas, New York. Calle de Colombia #204.
También engrosarían la dinámica del consumo de cigarrillos ya que La Compañía Colombiana de Tabaco, Coltabaco, concentró, entre 1920 y 1930, cinco empresas antioqueñas: La Calidad y La Libertad, El Encanto y Campeón y Cupido de Julio Ramírez Johns. Julio, además, constituyó y dirigió diversas industrias en colaboración con sus hermanos José y Jesús: Cigarrillos Ramírez Johns Hnos., Billares Champion, Paños Ingleses Alicachín, RCA Víctor Gramófonos y Discos Silver y Zeida.
Los billares Champion fue la empresa de más peso de Julio Ramírez Johns, no en vano en la Gran exposición de 1949 obtuvieron la medalla de oro y el primer lugar. Mario Criales campeón nacional de billar había realizado 1748 carambolas de los cuales a anotó sobre la bondad de sus bandas, la presión de sus efectos y, sobre todo, el coeficiente vibratorio de sus pizarras, también el sacerdote jesuita, escritor y botánico Enrique Pérez Arbeláez, magnificó el pabellón de esta compañía.
De esa casa habitada por Julio Ramírez Johns, y su esposa Margarita Moreno solo
he visto parte de su fachada gris después de la apertura de la Avenida
Oriental. En un par de fotografías se nota la aparición del cemento armado en
la calle, una autopista inusual como diría el arquitecto catalán Sert, y eso sí
ese contorno novedoso para algunos ahí en la avenida en la esquina nordeste de Caracas,
nada menos que ese muñón, que estaría ahí durante tantos años, cincuenta, que son toda una vida, en que nadie se animó a darle un fin
determinado al menos para conservar el resto de esa fachada de tono gris, como
se estilaba con esas casas que fueron perdiendo su prestigio, ante “nuevas arquitecturas”,
y por lo tanto se le otorgaba ese tono de ser edificios o casas viejas, y así,
de una manera insulsa luego fueron pintadas con ese tono de gris como una
manera de preservarla entre comillas, que era nada menos que darle a quienes
ordenaron que fueran pintadas de ese color, el mismo tono a esas mentes grises
que no querían saber nada de esa casa, sino pintarla para “conservar” algo de
ellas, y eso si de cualquier manera.
A algunas de esas casas construidas
en 1920, de estilo ecléctico con balcones bordados con molduras de yeso, en los
últimos años se les dio un color amarillo, lo cual falseaba con esa alegría de colores
su propósito inicial. Esa manía por la hepatitis cromática, impregnó diversos
edificios en Medellín, desde el Hotel Montería al Parque de Bolívar, la Librería Nueva, el edificio Constaín, el edificio Uribe
Navarro, el edificio Continental, el edificio del Paraninfo de la U de A, el
claustro de San Ignacio.
La Congregación Mariana
Julio Ramírez Johns y su esposa
Margarita Moreno, con su generosidad, esa generosidad brindada por su educación
religiosa en el Colegio San Ignacio, despertaría esa actitud filantrópica que
lo llevaría a financiar la Congregación Mariana, y a crear en 1951 una
fundación con su nombre. En ese orden,
en esa actitud, junto a otros millonarios paisas, posibilitaron la creación y
funcionamiento del Centro Odontológico de Caracas donde ya funcionaba el
dispensario. La lista de benefactores sigue con Magdalena Gaviria de Villa,
Emi-lio Restrepo Uribe, Toñita, una anciana de origen humilde, Antonio J.
Londoño y familia, Antonio Restrepo Arango, Gabriel Fernández Jaramillo, Juan
Res-trepo Jaramillo y Jorge Pérez Vásquez, presidente de la Compañía
Colombiana de Tabaco.
En 1966, tras inaugurar la Clínica,
trasladaron el Centro Médico a la casa en la calle Caracas con la Avenida
Oriental, también funcionaron allí varios consultorios médicos y
odontológicos, inaugurados en 1969.
El padre Darío Arango, que lideró la
Congregación Mariana durante cuarenta y cuatro años, recordaba que los
servicios en la sede de Caracas empezaron a cargo de tres monjas vicentinas, a
las que se les acondicionó la parte posterior de la casa como vivienda. También
se les adecuó una pequeña capilla donde se mantenía expuesto el Santísimo y se
oficiaba misa.
Inicialmente la casa de Caracas de
Julio Ramírez Johns se la arrendaron a la Congregación, y luego él se las donó.
Además, en los frecuentes viajes de negocios que él realizaba a Estados Unidos
y Europa, traía equipos odontológicos y elementos para el laboratorio químico
del dispensario que llevaba su nombre. Además, como ya vivía en Bogotá
realizaba gestiones para la Universidad Javeriana, así como para el Hospital
San Ignacio del cual también era benefactor. Incluso llegó a traer imágenes
religiosas, como la réplica de La Pietá que todavía se conserva en la
Congregación Mariana. Es más, su mausoleo en el cementerio de San Pedro posee
una de las tres pietás que hay en el departamento.
Los años setenta definieron un nuevo
periodo en la vida institucional del Centro Odontológico debido al creciente
número de usuarios, y al aumento de los servicios médicos y odontológicos
prestados. Por ese motivo en 1975 se juntan ambos servicios. El Centro
Odontológico permaneció en la sede de Caracas.
Fue tal el incremento de sus
servicios, que en 1985 se compró la casa vecina para poder atender el elevado
número de usuarios. El proceso coincidió con la ampliación de la carrera Unión
para dar paso a la Avenida Oriental, ensanche que se llevó la fachada y parte
de la casa. Los arquitectos Iván Restrepo A., Juan Guillermo Gómez C. y Pedro
Pablo Lalinde C., a quienes la Congregación encargó la remodelación y el
embellecimiento del centro médico, proponiéndoles dos murales para la pared
exterior sobre la Avenida Oriental. El propio Lalinde pintó uno de los murales,
el que recrea la antigua fachada del Palacio Arzobispal. Como el descuido
urbano es tabla rasa, bárbara en la ciudad, ante su deterioro, un segundo mural
sobre el anterior, lo realizó el mismo Lalinde en 1999 con ayuda de Aicardo
Cárdenas. Este, muestra la fachada lateral de la casa mutilada, ya como un
frente ilusorio, que se celebraba así mismo y que también en la constante
citadina de esa subcultura sucia y marginal del desprecio llevó a que ese
mural también fuera destruido, por otros ratones con avisos comerciales.
Lo anterior para expresar una mezcla
de la frustración en Medellín en este tema sin deudos y eso sí con muchos
diagnósticos de penuria, muchas charlas inútiles de patrimonio como algo
muerto, no como un reclamo para que la ciudad no desaparezca a pesar de muchos
catálogos, y normatividad que se solapa cada que requiere la volubilidad de los
dirigentes. Solo en la pandemia, sigilosos como ratones codiciosos, o aún más
como bandas armadas que lo-tean los terrenos de las fronteras de Medellín para
venderlos a los desplaza-dos, así ocurrió en pleno Centro de la Ciudad, la
fachada valiosa de la calle Caracas de esta mansión mutilada siguió su curso,
pero de una manera desca-rada que es la expresión más afamada de Medellín,
tapiaron esa fachada, es decir alteraron ese paisaje citadino, y nadie dijo
nada, como dice el poema de Brecht, y
eso sí nadie dice nada en Medellín en temas de patrimonio. Y así prosigue el reino de la rentabilidad y
ya se abren como una constante las cortinas de hierro para lotear ese espacio,
y esa mentalidad de los paisas, así como ocurre allá en las fronteras de la
ciudad, dándole otro matiz, así sea sucio, a esa ciudad que desaparece ante
nuestros ojos.
La cultura popular medellinense, toda una astracanada contemporánea, con su anticuado estilo de servilismo político y música del despecho, su burla y su risueña subcultura entrecomillas de reuniones sobre patrimonio, con proyectos agotados como los conejos en el sombrero, es decir ahítos de la mendicidad y la mendacidad de sus dirigentes, nunca tuvo en cuenta a los arquitectos ni a la arquitectura patrimonial. Y el término despectivo, es “una casa vieja”, para referirse a algunas mansiones con diversos estilos, es tenido muy presente como un mandamiento y un exabrupto, ante una inútil y costosa Agencia de Patrimonio y Paisaje donde la incultura es un lugar común. Y así se desprecia lo anterior porque se ha instalado en esas mentes, ese porno pueblerino que se pavonea en las calles, en las rupturas aparentes de los políticos junto al moho personal de sus dirigentes con sus chiringuitos y sus pasarelas portátiles de humo, y sus discursos y propuestas dignos de llevarlos donde el psicoanalista, eso sí expertos en psefología para, inauditos, atornillarse en sus puestos, como servidores públicos. Sí, dije, como servidores públicos entre comillas.
El patrimonio en Medellín se ha convertido en una gigantesca simulación que se realiza en los actos oficiales, patrocinados a altísimo costo, en los que no sucede una propuesta de valor mientras se repiten como en el metro los mensajes omnipresentes para vivir serenos y aprender a hacer la respiración y para mantener la tranquilidad. Solo falta que comiencen a rezar el rosario de nuevo, extravagantes e irónicos, en realidad funcionan como los consejeros que dan bendiciones: conteniendo el pánico y la desesperación.
Medellín ahora sin siglas, es una ciudad en la que hasta el último espacio donde se podría respetar el patrimonio ha sido colonizado por un insólito imperativo comercial, de la mano del turismo que arrasa con sus dicterios escaldados con su modernidad de plástico y babas cualquier intento de mirar la ciudad en sí, donde la economía del rebusque ha permeado todas las instancias posibles privadas y públicas, desde los altos cargos hasta los más bajos.
Cada casa subvalorada o dejada de
lado en la lista de patrimonio, como la de la Congregación Mariana, se convierte
en una pared cubierta con grafitis y avisos corporativos y etiquetas que
magnifican ese sitio como otro declive de la historia en la Villa de villanos.
No se pierde ninguna intención, o trucos para explicar y sacar hasta el último
centavo de estos espacios y casas abandonadas durante un tiempo hasta que se
convierten en lugar rentable como la expresión más acabada de esa ciudad que
poco a poco es destruida. Así Medellín.
Bibliografía:
-Londoño Vega María Patricia, Karim
León Vargas y Luciano López Vélez. Historia de la Congregación Mariana
1937-2007
-El Tiempo 1934-1990
-El Mundo, 1987
-Fotos antiguas de Medellín (FAM) de
Leonardo Constantino
-Historia fotográfica de Medellín
(HFM) de Roberto Pérez
-Fundación Julio Ramírez Johns
-Google maps
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