EL TRAIDOR, EL DEFRAUDADOR
Darío Ruiz Gómez
La figura del traidor ha
merecido amplias consideraciones filosóficas, jurídicas, obras de ficción,
recordemos en “El señor de los anillos” a Gripa traidor por antonomasia. Pero
la figura del traidor reviste siempre en el terreno de la ética un especial
motivo de reflexión sobre lo que supone la traición a la amistad, a la
confianza de ciudadanos o de una colectividad que depositó en un líder o en un político su confianza. Aclaremos
entonces que no me refiero a esos politiqueros de alcantarilla que medran
buscando un puesto, a esas comadrejas que para salir en la foto son capaces de
vender a un hermano, ese retablo de vilezas ya ha sido colocado en su sitio
gracias precisamente al descrédito de estas prácticas rastreras contra las
cuáles ha reaccionado la sociedad en su conjunto. Revisen la historia interna
del ELN o de las FARC y se darán cuenta de lo que brutal y despiadadamente
supone para estas cuadrillas de malhechores el concepto de traidor. En el caso
de Hernández es otro el concepto que preside lo que jurídicamente debemos
considerar desde este momento como un traidor a la confianza depositada en él
por 10.500.000 colombianos y colombianas. En su más que efusivo reencuentro con
Petro ha exclamado sin sonrojo alguno: “Se ha iniciado el cambio” Hernández
habla con Hernández ya que para su ego de agiotista pueblerino la única
realidad que reconoce es la que ha creado para escapar de cualquier
cuestionamiento de la ciudadanía tal como se lo están haciendo y se lo van a
hacer. Desafortunadamente la lista de políticos(as) que a última hora han
cambiado de bando es infinita - lo del Partido Conservador es una vergüenza -demostrando
con ello los niveles de relajamiento moral que desde hace décadas caracteriza a
la política en Colombia. En España este concepto de traidor ha sido últimamente
recurrente en distinguidos juristas, editorialistas, autores de importantes
columnas de opinión: Sánchez ha traicionado en más de una ocasión a España
llevado por su egolatría.
“Traición –recuerda un
artículo tomado al azar en Google- es aquella falta que quebrantó la lealtad o
fidelidad que se debería guardar hacia algo o alguien” ¿No es esto lo que se
debe jurídicamente condenarse como delito en el caso de Hernández y su obvia previa
componenda con Petro? Aspirar a una reconciliación nacional a partir de este
personaje sería no solo dar un salto en el vacío sino consagrar la traición
manifiesta a una ciudadanía como un método político legal, legitimando el uso
de la difamación para destruir públicamente la honra de un ciudadano como se hizo
con Fico. ¿Desmontar el Esmad para
establecer la policía secreta de Maduro? ¿No necesita un gobierno que aspira a
una convivencia en paz, rechazar de plano las intervenciones a los teléfonos de
los ciudadanos –doy fe de ello porque en mi caso lo constaté- montar desinformaciones,
repito, recurriendo a métodos totalitarios contra la privacidad de las
personas? Si estos delitos no se
condenan públicamente por el Primer Mandatario seguiremos bajo un régimen de
interferencias a la vida privada, de mentiras prefabricadas, de continuos
acechos a la ciudadanía disidente. Recordemos aquello que Sally Yates antigua
Fiscal norteamericana dijo. “No podemos controlar si nuestros funcionarios nos
mienten o son sinceros, pero podemos decidir si queremos hacerlos responsables
de sus mentiras o, si llevados por el agotamiento o por un afán de proteger
nuestros propios objetivos políticos, preferimos mirar hacia otro lado y
convertir la indiferencia hacia la verdad en algo corriente” Escandaliza entonces que delincuentes como Guanumen, Chamorro,
Vendrell, Vinicioi Alvarado estén haciendo el empalme como representantes del nuevo gobierno. La paz y la reconciliación
nacional deben nacer de la recuperación de la confianza mutua rechazando el
terrorismo cibernético tipificado ya por la justicia universal como un delito
de lesa humanidad en la lucha del humanismo contra los nuevos terroristas.
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