domingo, 4 de diciembre de 2016

Luis Fernando Cuartas/ En la calle no calle


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Luis Fernando Cuartas/ En la calle no calle

Víctor Bustamante

Ahora, en esta tarde de viernes, merodeamos por estas calles serenas de Aranjuez, por estas calles cargadas de preguntas, como si al caminar con él y con Carlos Vásquez redescubriéramos la presencia del barrio, del cual no queremos que se pierda su esencia: su valor, la transcendencia de las personas que lo habitaron y, aun ahora, la otra generación que las habita la comprenda, así como esos lugares que son puntos de referencia.

Luis Fernando y Carlos conocen los secretos de su ámbito, cada calle, cada fachada cada persona han sido auscultadas por ellos, cada historia cobra en ellos su peso, su persuasión y nos da la especificidad del barrio, su toque de distinción.

Pero esta tarde de este viernes no podría dejar de lado la presencia y la circunstancia del mismo Luis Fernando, iba a decir genio y figura, pero estas palabras están muy trilladas, pero, en efecto, lo son, además le agregaría la presencia de su persona, lo valioso de su persona. Y no lo digo con fatuidad sino con certeza. Una de ellas, la más conocida, el de ser todo un poeta en la extensión de la palabra. No el poeta de versos mustios, no el poeta acicalado en su oficina, no el poeta de los premios con sus estafas, no el poeta rígido en la cárcel de su ausencia, en su hermetismo de salón, sino en su sólida presencia. No; Luis Fernando, como poeta es más que eso, es la pasión total, es la sorpresa total, es la desazón total, y lo inesperado. Y no lo digo de una forma gratuita, ya que en su revista, junto a sus compañeros de ruta, le han dado a la poesía ese toque que necesitaba, nada menos que haberla sacado de las cavernas y de las academias, de la rigidez y del control, y de los censores de pacotilla de baja estofa moral que por ahí perviven. Por eso Punto Seguido abrió otras exclusas a la poesía en Medellín. La alegría, el desparpajo, los mundos secretos, los poetas casi lejanos, y los otros poetas perduran en la revista.

Pero ahora leemos En La calle no calle de Luis Fernando que es la otra expresión de su actividad, entre los muchos caminos que el frecuenta. Él no quiere que la presencia de sus calles que habita de sus lugares que sufren menoscabo y olvido sean desechadas. De ahí que la historia sea su punto de referencia pero no la historia manoseada, esa dada y repetida en cronicones disolutos, sino la real, la que vale, la que se esconde, y ahora por un mágico encuentro sale a flote con todo el peso y su valor.

De ahí que al leer su libro, recorramos con él sus puntos de referencia. Allí no hay datos ni ubicuidades sino poesía pura, el poder de la evocación de la presencia a quien él les quiere decir sus palabras, susurrarles que él las vio cuando las advierte o cuando está ahí presente; él quiere dejar su rastro de ese rostro que las atisba de frente.

Él, sí, es el poeta que mira a la manera de Velásquez detrás de las cortinas antes de irse pero solo un instante, pero es tan poderoso ese instante que ahí queda todo con él hasta las meninas absortas sin comprender por qué son pintadas. Es la trasfiguración de esa mirada en el espejo donde no solo es la realidad virtual ya aprisionada por el poeta sino que perdura en toda su extensión. Cuatro bocas abre la cosmogonía del libro, allí en esa pauta del camino que nos puede llevar a entrar al barrio, a este oasis, a estos aminos cada uno de ellos posee la certeza de llevarnos a algún lugar que el poeta abrió. Todo depende de la decisión del transeúnte, por eso Cuatro bocas nos conduce ahora a la calle no calle, al sótano de los relojes y del maestro de música, y poco a poco estaremos en el Aranjuez de Luis Fernando. Es decir, ese que cada uno porta y guarda y esgrime como su territorio sagrado. De ahí que el poeta le haya cantado a esos lugares y a  personas. Él no dejó detrás de su ojo avizor que se disolvieran esos momentos y personas ya incluidos en el recaudo del presente no como estigma sino que son presencia, lo real.

Historia y poesía se conjugan en su libro. Ahí descubrimos a Luis Fernando y ahí nos revela su acto creativo con los secretos y la presencia y la presciencia cara que él describe, que lo mantienen con su pulso vital. Por esa razón, En calle no calle, la poesía y la historia aparecen de la mano, no se separan, y por esa misma razón, Luis Fernando ubica su Aranjuez, aquel que para muchos pasa desapercibido, pero que él le envía esos mensajes secretos cuando los leen sus dueño, es decir los provocadores de sus escritos de esos pequeños tableaux, que también son reflexiones sobre esos instantes y personas, que habitan el barrio, pero que sobre todo lo habitan a él, porque aquí él  les da vida. No las que ellos muestran sino la que el poeta percibe. O sea que él traspasa esa infinita presencia de lo real, para crearles su realidad. De ahí Velásquez mirando al espejo antes de subir las escalas e irse. Pero él sabe así como el poeta, que no se irán nunca, que ahí se quedarán detenidos para siempre en la eternidad del poema, de las palabras escritas con ese pulso vital. Así Luis Fernando Cuartas.

Ahora estamos en su casa, la casa de un poeta es una zona de exclusión. Ahí se define él en su totalidad. En la casa de un poeta reina el desorden aparente porque su dueño sabe dónde quedan los folios, los libros, la música, sus oficios, sus sueños; en algún lugar de sus cuartos están ellos. Nadie ose buscar ese secreto. Quien se atreva a ordenar la casa de un poeta, lo que en verdad, hace es obligarle a perder  el orden a su dueño. Solo él posee el secreto y el nervio que habita en cada uno de sus papeles, de sus utensilios. Por esa razón quien entra es un extraño, en esa atmósfera donde solo habla el poeta y sus vicisitudes y sus certezas y sus proemios y sus continuos preámbulos, porque la casa de un poeta no tiene límites ni alfas ni omegas. Ahí siempre reposaran en algún rincón: cartografías, mundos, soliloquios, fotografías, caminos, rutas, ebrias orfebrerías,  submundos que gravitan alrededor de su dueño.

Desde  su último piso, en la terraza, no de los sueños perdidos sino en la terraza de las presencias divisamos junto a él, la ciudad, esa Medellín, allá nunca lejana, sino la ciudad mirada desde otro paisaje, desde los pasajes de Aranjuez, desde las colinas de Aranjuez. Y allá la ciudad inicial acunada, acuñada, abrazada por los barrios que suben a las montañas; Aranjuez fue uno de los primeros que subió a las estribaciones, y así las escribaciones de sus escribanos no dejen que Aranjuez, sea tierra sin otra definición. ¡Que no!

Pero si allá vemos el centro de Medellín, su centro sagrado, que aniquilan cada día algunas mentes enfermas, aquí estamos en Aranjuez en la casa, en la terraza del poeta. Desde aquí miramos la Escuela de Ciegos y Sordomudos, las iglesias con sus torres arañando el escaso cielo de invierno, las otras escuelas con la impronta de las casas que ahí existieron, y las calles que él escribe cada que sale a recorrerlas.

Aquí, ya en el balcón, el poeta en sus dominios, La Palomera la llama, a su casa, y desde aquí conversamos, desde aquí sentimos el paso de la lluvia que transita sobre los montes y jaspea las calles y con sus dedos de agua va por los tejados, por las fachadas. Irremediable, siempre la música inesperada de la lluvia está en los poemas y aquí en esta tarde de del 2 de diciembre.

Aranjuez no sitia a Medellín, pero amorosa envuelve la ciudad, y más ahora cuando descubrimos sus caras presencias, su síntesis, su médula sin ménsula, Aranjuez es parte de la ciudad no la lejanía ni un barrio cualquiera. Es la propia esencia de la ciudad, una de sus lugares que le dan forma a la ciudad histórica. Desconocerlo es desmerecernos.
Con Luis Fernando Cuartas, con Carlos Vásquez, se mantiene ese hilo invisible, en apariencia, pero fuerte con la gran tradición cultural casi perdida de Aranjuez. Ellos son el enlace con esas personas, esos artistas, que le han dado presencia al barrio.

Pero sigamos con el poeta que ahora nos revela ese otro carácter de ser juguetón y un irremediable anarquista de la imagen, es decir todo un creador, ya que nos enseña sus collages, con esa paciencia de subvertir las otras pinturas, las otras fotos, con sus trazos para crear su realidad. Iba a decir sus ferchorías, pero sería mejor añadir: sus arquetipos,  lo que él quiere ver allí está impreso en su alma, la del creador, quien se va por otros laberintos, por supuesto lunarios, para indagar, saber qué saldrá cuando en la mesa de trabajo él se atreve a obedecer el impulso de la creación sin origen ni finales.

No había comentado que nos había recibido a la entrada un dibujo de los mayas, aquellos que fueron mal interpretados con el factor maya y nos advirtieron a algunos ilusos sobre el final del mundo, pero aquí en el mundo de Luis Fernando Cuartas gravita su pasión creadora donde todas las teorías son posibles. Ya sé que él las redefinirá y las trasgredirá a su manera, que es el acento que les da en su eterna búsqueda por algo cierto: donde se mueven y rivalizan las creencias populares, las disquisiciones que le dan lustre a la vida el poeta las vive a su manera. Así Luis Fernando Cuartas.

1 comentario:

Omaira dijo...

GRan loco, gran poeta, gran amigo. Felicitaciones por la nota