SILOCIBYNA DE ABRIL
(El Dios que baja de cabezas)
Antonio Machado
Una
fuente salina antigua en Santa Elena, suave, lenta, exhibiendo al descaro sus
destellos de luz. Una hada disfrazada de
libélula azul me da la bienvenida y luego displicente viene y va sin sentido y
volando me olvida. Se posa en un nenúfar
sobre el agua tranquila. Agua quieta y profunda, inundada de luz que pronto se
transforma en una gran ventana hacia ese otro universo de colores neón.
Al
fijar la mirada en todo lo pequeño descubro las mil puertas hacia otras
dimensiones, todas ellas posibles, todas ellas profundas, todas ellas reales.
Todas
ellas presentes.
Me
quedo boca arriba sobre la alfombra suave y dejo lentamente que la tierra me
absorba como abono, Me muero en forma lenta y me transformo en ella, en humus, hierba suave, átomos de
carbón.
A
miles de kilómetros, arriba de una hoja, la libélula hada se ducha en el rocío,
en el inmenso mar que contiene una hoja; y nada y chapotea y canta y luego duerme, como
yo, satisfecha.
El
abeto de ocho años se derrite en la luz y todos sus neutrinos cantan unos a
otros en un brillo imposible.
El
pino de dos ramas, al borde del
arroyo, extiende una llamada, una
infinita rama de amor hacia otra orilla, hacia su alma gemela que ha nacido en
el frente y yo solo contemplo sin razones ni juicios.
Yo soy yo y soy árbol,
Yo soy yo y estoy en la corriente,
Soy libélula azul
y soy la piedra roja de las aguas heladas
El infinito musgo,
el liquen microscópico.
El circulo de hongos de sombrero amarillo.
Soy solo yo que vuelvo
a fundirme en las cosas preñadas de silencio.
Soy la paz imposible
de hallar en las esquinas.
Soy la luz.
Soy el brillo imponente de las algas menudas
Abrazando las piedras.
Soy solamente yo
Sin botas y sin miedo,
Soy yo que vuelve a casa sin el rostro careta
Sin mi cuerpo de olvido.
Soy nuevamente yo
nutriendo cada cosa que nacerá mañana.
Soy yo que vuelve a casa
Sin yugo, sin cadenas.
Soy silencio integral, profundo, universal.
Un eslabón que llega
a unirse a la armonía de esta rueda infinita,
Creadora y sin prisa.
Y
luego, dejadez, la ebriedad de alegría. El caminar descalzo sin dolor ni
torpeza. Empiezo a tiritar en medio del arroyo y me siento feliz abrazado de
frío. Una paz imposible de poner en palabras me recorre en oleadas que me arrancan
sonrisas. Qué pobre es el lenguaje, que inútil el hablar en presencia de Dios.
Cómo expresarle a otro que a veces puedo unirme con los seres del bosque; unir
mi corazón al del pino, al del sol, al del roble, al abeto de luz, y latir al unísono como un hermano más que
llega de visita y se integra en silencio a la mágica orquesta.
El viejo macha.
1 comentario:
Pasando por acá en busca de historia, me encuentro con este agradable escrito y más agradable aún conocer al autor.
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