Librería El Acontista
Víctor Bustamante
Aunque en esta parte de
la calle, el cruce de Maracaibo con El Palo, se disminuye el tráfago citadino,
y se puede caminar de una manera algo serena, cuando entramos a la Librería El
Acontista sentimos la máxima frescura y además la llegada a un lugar lleno de
esa magia que dan los libros; pero qué digo, no solo magia, sino también la
curiosidad y el afán de mirar los libros con el universo de su autor que se
anuncia en sus portadas. En la Liberia los libros son pasivos, esperan a quien
se los lleve, desde sus portadas invitan o el gran escritor con su nombre
brilla para hojearlo y decidir llevarlo, pero sobre todo es el título del libro
que llama la atención. En la Librería los libros también son puertas que abren
sus hojas para entrar a la vastedad de esos diversos mundos que allí habitan.
La librería es el paraíso para los libros, allí lo habitan, lo viven hasta que
son comprados. En la librería es el mundo sin hostilidades para que el libro mantenga
su peso específico: ser el bastión de la cultura, el transmisor de la civilidad,
el advenimiento de la aventura del pensamiento, así como las diversas
geografías de las ciudades que vivimos. Y sobre manera la expresión de una
ciudad. Una ciudad sin librerías demuestra el mal síntoma y perversidad de la
época. En este índice de actualidad es notorio que una librería es necesario
cuidarla, darle exenciones no ser tratada como un negocio cualquiera. En la
librería se va a aprender, a continuar con esa aventura diaria que es la
palabra y su expresión más prístina.
En la librería existe,
muchas veces, el encuentro fortuito entre libro y lector. Uno va en busca de un
libro determinado y a veces se encuentra una sorpresa al leer una sola página
de un libro que atrapa. Otras, se coincide con el descubrimiento de algún autor
que no conocía.
Principios del 2000 en
La Boa, perseveramos algunos amigos escritores. La Boa era, es punto de
encuentro para conversar, escuchar música, tangos o boleros o salsa, en La Boa
la literatura y los sueños de escribir, de editar revistas y libros mantienen
su pulso. Rubén López. José Martínez, Omar Castillo, Raúl Henao, Jairo Guzmán,
Carlos Bedoya, John Sosa, Luis Fernando Cuartas, ah y el poeta Alberto Escobar,
conversamos allí, pura literatura y algo de licor. A veces Billy llega en la
noche de viernes. Lo digo en presente porque estos momentos se tatúan en la
memoria. Y comento este instante por una
razón de peso, allí ocasionalmente entraba un señor, que luego se llamaría Ricardo
López. Él entraba acompañado por una chica alta, Alejandra, lejos de su Diván
Rojo. Ellos venían de un negocio cercano, del cual era dueño Ricardo, una
suerte de bar. Además contaba que deseaba abrir una librería en el segundo
piso, lo cual era una paradoja en la tierra del auri sacra fames. Y en realidad
en medio de ese avatar de lo que es crear una librería, por la dificultad ante
la frivolidad de los medios, el denominado reino de la imagen, y la pereza
intelectual que es la peor plaga de todo, la librería se abrió y aun funciona.
Y se llama El Acontista. Esa palabra que la aprendimos muchas personas debido
al poema del gran león de Greiff.
Relato de Guillaume de
Lorges
Yo,
señor, soy acontista.
Mi
profesión es hacer disparos al aire.
Todavía
no habré descendido la primera nube.
Mas,
la delicia está en curvar el arco
y
en suponer la flecha donde la clava el ojo.
Yo, señor, soy acontista.
La
librería El Acontista posee una idea que la caracteriza, ser al mismo tiempo un
espacio para conversar, para buscar un acercamiento mediante la idea de café
libro con los lectores posibles. Lugar de conferencias de cine, lectura de
poemas, presentación de libros.
Al
subir las escalas nos da la bienvenida un proyector de cine, lo cual expresa el
amor de su dueño, por ese arte, nos señala que la más alta tecnología también
sufre sus apocamientos. Pero en seguida, unos escalones más, y ya obtenemos el
paraíso de esa isla soñada en medio del tráfago de las calles, con sus libros
en los anaqueles y el deseo de a perseverancia en la lectura como una respuesta
a la barbarie no solo del ser humano en su inmediatez, sino en medio de la
ciudad que necesita estos espacios para oxigenarse.
Hay
una contante en la naturaleza, cuando desaparecen las mariposas es síntoma de
que el medio ambiente se haya en estado de alta contaminación. Así ocurre con
las librerías cuando, estas se cierran es síntoma de que la población de la
ciudad va en camino a la más baja pobreza mental, y al entretenimiento como
norma de vida. En esas vidas desoladas y deshojadas sin un libro en sus manos
que los lleven a preguntar, a aprender y a cuestionar.
Dice
un eslogan de la página web de la Alcaldía: “Creemos que la Medellín que
soñamos es posible”. Pero ya sabemos que como todo eslogan esas palabras son
algo general. Lo digo porque es necesario proteger las librerías. Así soñamos
una ciudad más culta.
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