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En
noviembre de 1967, al final del sexto año de una relación de tres décadas,
Thomas Bernhard, renovador de la narrativa en alemán y campeón de las más
desagradables controversias, escribe en una carta a Siegfried Unseld, mucho más
que su editor: “Un autor es alguien absolutamente lamentable y ridículo y, bien
visto, un editor también”. Cualquiera familiarizado con la obra del escritor y
dramaturgo austriaco reconocerá en esas palabras un pulso inequívocamente
bernhardiano, la prosa adictiva de un escritor que, se diría, aplicó la técnica
de la tierra quemada a la literatura: para resultar efectiva, la destrucción
debe empezar por uno mismo.
Muchas
de las peleas se deben al asunto central de las misivas: el dinero
La
misiva está contenida en Correspondencia (1961-1988), extraordinario volumen de
la joven editorial barcelonesa Cómplices. Se trata de una selección y
traducción del alemán de Miguel Sáenz del mamotreto publicado en 2009 por
Suhrkamp Verlag para dejar constancia de la relación “especial” y “personal”,
se apunta en el libro, entre uno de sus autores más respetados y Unseld, que
rigió hasta su muerte en 2002 los designios del sello al frente del que sucedió
al fundador en 1959. Hombre cultísimo y atento exégeta de las motivaciones de
sus literatos, definió al timón de aquel barco la cultura alemana de su tiempo
con una nómina de autores que incluyó a Hesse, Max Frisch, Bertolt Brecht o
Günter Grass.
Con
Bernhard empezó a trabajar en 1961, tras el envío de una carta fechada por el
escritor en Viena: “No lo conozco a usted, solo a personas que lo conocen. Sigo
mi propio camino”. Desde aquellas líneas hasta la desaparición del autor
austriaco en 1989, a causa de una sarcoidosis padecida durante décadas, los
senderos de ambos transcurrieron paralelos, o más bien mecidos por los vaivenes
del humor de Bernhard.
“Y como
puedo llamar al mío el mejor editor de Alemania”, se lee en una carta de 1966.
En 1972, la cosa ha cambiado —“Cada vez me imagino más a la editorial como una
anónima potencia enemiga”—, mientras que 1973 resulta un perfecto simulacro de
la fluctuante relación. “Naturalmente, esta carta no me resulta fácil, pero
tenía que escribirla. Marca un punto final”, sentencia Bernhard al principio de
un año que termina con efusividad navideña: “Pienso que no debemos separarnos
(…) con la mayor atención, con todas mis posibilidades, quiero caminar con
usted”.
La
mayoría de los desencuentros se deben al asunto central del libro: el dinero.
Las obsesiones contables del escritor ya protagonizaron el volumen Mis premios,
rescatado por Alianza en 2009 (pese a haber dejado prohibido en su testamento
que se publicase nuevo material tras su muerte, el desfile de inéditos no cesa;
para otoño se espera en el mismo sello la edición de Goethe se muere). En la
intimidad de la relación con su editor la fijación pecuniaria llega al
paroxismo. Bernhard se escuda en el coste de mantener sus ¡tres! casas (nada
desdeñable parque inmobiliario para un autor de culto), así como en su negativa
a girar con la rueda del mundillo literario; a aceptar “las tentadoras ofertas
de los abyectos periodistas y del entorno ensayístico más abyecto aún”.
De ahí
que suplique adelantos, aplace devoluciones de préstamos, exija resultados
(“Que una editorial como la suya no haya podido vender más que mil cien
ejemplares de Trastorno es tan absurdo que nadie puede creérselo”) y denuncie
agravios, como en esta carta de 1985: “Cuando pienso en el gigantesco esfuerzo
publicitario que ha hecho durante tres meses con el libro del Sr. [Martin]
Walser mientras que por mis Maestros antiguos no ha hecho casi nada, se me
pasan las ganas de seguir colaborando”. Ante las embestidas, Unseld, consciente
de la inveterada lucha de clases del mundo del libro —a él dedicó El autor y su
editor (Taurus), que abría una frase de Goethe: “Todos los editores son hijos
del diablo”— reacciona con razonable generosidad y paciencia. “¿Cuándo
eliminaremos de nuestra correspondencia y relación la tediosa cuestión del
dinero?”, se pregunta en 1969. Y él se responde tres años después: “La señora
Ninon Hesse [viuda de Herman] me dijo que en cuestiones de dinero había que
tratar a los amigos como si fuesen enemigos”.
En
efecto, Correspondencia es sobre todo un libro acerca de las fluctuaciones de
la amistad a través del tiempo y del espacio. Bernhard remite cartas desde su
casa en Ohlsdorf, desde Viena, Palma de Mallorca o, en 1985, el hotel Plaza de
Madrid, que halla “espantoso” en la comparación con el Ritz (“probablemente el
mejor del mundo”). Unseld escribe desde Fráncfort del Meno, sede de Suhrkamp,
pero también de Dubróvnik, Salzburgo, Zúrich o Albufeira —“¡Falta alguien en la
playa! (donde, según Alberti "acaba el mar y principia la tierra”),
exclama en una postal de 1980—. En las notas al pie, que constituyen un libro
en sí mismo, se recogen apuntes de los resúmenes de viaje de Unseld, dictados
al regreso de los encuentros con el escritor, ceremonias de apaciguamiento
cuando la relación epistolar adquiría tintes prebélicos.
“Recojo
este encuentro con Thomas por separado, fue demasiado insólito, o totalmente
típico de Bernhard”, se lee en 1973. En otro, del año siguiente, se detalla el
estreno en Viena de la obra de teatro La partida de caza, con el escritor
convertido en “el más importante autor de Austria pero también el más
discutido”. “Después del segundo acto abandonó el teatro y, cuando recogió su
abrigo en el guardarropa, el hombre que lo atendía le dijo: ‘¿Tampoco a usted
le gusta la obra?”
"Unseld
es la gran revelación del libro”, explica el traductor Miguel Sáenz
“Unseld
es la gran revelación del libro”, opina el traductor Sáenz, autor de una
sobresaliente biografía Bernhard (en Siruela). “Sin su paciencia y su fino
manejo, hoy quizá no contaríamos con una obra sobresaliente”. El apoyo
incondicional del editor durante décadas fue más allá del mero sostenimiento
literario y superó desagradables traiciones como la que supuso la decisión del
escritor de vender en los setenta a la salzburguesa Residenzverlag su célebre
serie de relatos autobiográficos.
De esa
controversia hay material en Correspondencia, como de otras sonadas polémicas del
levantisco Bernhard: de sus encontronazos con los festivales de Salzburgo al
secuestro judicial de su novela Tala en Austria en 1984; de su perpetuo choque
con la crítica al enorme escándalo que supuso en la Viena de 1988 el estreno de
Heldenplatz, última obra dramática, en la que arrojaba a la cara de sus
compatriotas el júbilo con que recibieron a Hitler.
En el
desagradable torbellino de la última provocación llega lo inevitable. En
noviembre de 1988, tres meses antes de la muerte de Bernhard, Unseld gira un
telegrama, el último, en el que escribe en minúsculas: “Para mí no solo se ha
alcanzado un límite doloroso sino que se ha traspasado (…). no puedo más”. A lo
que el escritor responde: “Bórreme de su editorial y de su memoria”.
El
editor no hizo ni una cosa ni otra. Cuando murió Bernhard (y se supo su última
voluntad: prohibió vender o representar sus textos en Austria), Unseld escribió
un obituario en Die Presse: “La vida de esa persona encantadora fue un
ejercicio en la cuerda floja, apuntaba a lo total y lo perfecto, sabiendo que
lo total y lo perfecto no era soportable”.
El País.
España, julio 3 2012.
3 comentarios:
Vuelve a tu podrida mediocridad Victor.
Victor es un amigo de Uribe, de Jose Obdulio y se las da de izquierdas. Pobre estupido que no teoen nada que ahcer en la poesia de Medellin, ni del pais
Pobre neonadismo de mierda con este tipo de bobitos que nunca invitan a ninguna parte. Quien no este del lado de nosotros, de nuestra poesia no existe. Aclaro que el neonadaismo esta muerto, abortos de mico.
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