Este blog, en permanente construcción, hace parte de una revisión de los textos iniciáticos nadaístas con el propósito de mantener nuestra fe intacta en algunos de ellos. Podríamos decir que es una versión remasterizada, con inyecciones letales de cinismo y humor negro, de esta doctrina creada, simultáneamente, en Medellín y Cali.
Mantenemos la fe intacta en la creación libre. Somos icoñoclastas por naturaleza.
neonadaismo@gmail.com
atrás no queda este otro escalón que lleva al infierno
atrás
queda de nuevo este desierto nocturno
atrás
no quiero mirar con binóculos de rayos x ni con linterna táctica el tortuoso
camino que me ha traído hasta acá, hasta este día que se presume de ser el
último
atrás
se han ido algunos que lamento pero ya han llegado
uno
de ellos: cohen/
la
ola de este año, el tsunami de este año no trae olas de 18 metros ni la
barricada de agua que arrasa mientras algunos turistas se suben a los
edificios/ no, esta hola a la inversa se lleva el
basurero personal con tres o cuatro poemas/
los
infaltables proyectos que no se cumplen & se aplazan cada día como si la
muerte no atisbara detrás de la puerta mientras escribo en la pantalla/
este
año se ha llevado todo lo que tenía que llevarse
sueños
no, porque no tengo
utopías
sí, porque han quedado destrozados como la cola deshilachada de un cometa al aire de infancia/
en
este basurero personal no se han ido todas las pastillas, calmantes, &
licores con los cuales me enveneno cada mañana
las
largas & amables conversaciones en versalles
los
pasos perdidos buscando la ciudad destruida por las calles desiertas & sin
historias & mientras con mi existencialismo de ron con cerveza en arcanos/ en el parque del periodista/ en la huerta se pasea impune la muerte/
en
siria se matan a tiros entre los sirios & el estado islámico se despedaza
con el petróleo robado
rusia
estrena otro avión súper moderno,
china
experimenta con otro avión súper moderno
la
usa experimenta otra arma mortal súper moderna
&
así leo los titulares del periódico como si fuera el mismo desde hace tantos
años/
partidos
de fútbol son espiados en las pantallas de cafeterías, grandes bares & cantinas como una
nueva religión
mientras
miles de fieles miran & hacen cábalas porque no tiene más que conversar
a
los amigos le gusta especular sobre el país
hablar sobre los animales políticos/ ensayar discursos & más análisis &
realizar cábalas sobre el cambio que nunca se dará /
que
sacude la guerra de su mente & entra al tabernáculo blanco de la paz
cuántas
veces el doctor pantalla ha pavimentado esa carretera para cobrar su 15%
pero
eso se lleva este año & lo trae este próximo otro año con más argucias
&
todos seguimos callados/
se
derrite el hielo de los polos/
los
polvos son más intensos cada día
este
año se lleva la tierra enfebrecida & emputecida con tanta guerra, con tanto
espionaje, con tanta corrupción pero se la lleva para devolverla el 1 de enero/ mi
amiga llega de donde el psicoanalista con mucho sueño, bastante mareo & muy
molesta. en el hospital mental la enfermera que le dedica un tratamiento le
dijo: "señorita, no aplicaremos la olanzapina porque se agotó a
nivel nacional...además el litio está escacísimo a nivel mundial" ¡qué
tal! un medicamento esencial para el tratamiento de la bipolaridad que se agota
en el país. responsable: el laboratorio que lo importa, & no garantizan
cuando llegue.
nos
dimos cuenta que por fortuna no era inmortal el dictador fidel castro ya que
tenía las pelotas coloradas de tanto comer moringa & hablar del átomo de la
paz sin saber ni jota
los
indígenas emberá katio después de usurparles las tierras deambulan por la
ciudad pidiendo limosna
pero
sigamos hablando de la paz
esa
paz que se vuelve un slogan en los diarios
esa
paz que no entrega los prisioneros de los campos de concentración allá en las
selvas
(miles
de toneladas de cocaina salen por las fronteras, miles de toneladas de dólares
entran por las fronteras & nadie las ve)
en
los espejos se copian las risas que me dejaron/
fue
otro satélite a marte a ver rocas &
polvo/
fue
otro satélite a la antigua noche del universo a ver estrellas & explosiones/
patarroyo
aún cree que va a encontrar la vacuna contra la malaria/
aparece
la idea de otra pedagogía de oficina para enseñar mentiras: más alumnos
desertarán/
turistas
atiborrados de cocaina se pasean en arrastraderas sucias buscando prepagos y un no sé qué por las
calles de la villa/ santos
& uribe continúan su mach de boxeo
las
farc rezan oraciones por la paz mientras esconden sus armas
41.
Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico
Alba
del Castillo
Para Hugo Bustillo
Víctor
Bustamante
Calles
de Aranjuez apacibles y llenas de sorpresas. Así, en ellas, en lo que es otro
barrio de la misma ciudad. No en vano un barrio es así mismo otra expresión de
esa capital, que al crecer erosiona y deja de lado su identidad, dentro de esa
diversidad que nombra, que escribe, que define. Todas las calles del barrio
están maceradas de pasos, todas estas calles que caminamos son la expresión de
huellas, que no lava la lluvia, menos nuestra mutua indiferencia. Estas
fachadas que observamos con su riqueza latente, su significación, donde algún
rasgo perdura, es el signo de un momento, también trae consigo la mudez, el
silencio de un instante de esplendor, de ese esplendor que muchas veces se
pierde dentro de la cotidianidad y que con los días se olvida por parte de los
vecinos. Así la ciudad con sus fachadas, con sus casas, con sus calles, con sus
esquinas: son la expresión de un instante espesado en el tiempo donde algo nos
alumbra: un suceso, una persona, o el motivo de alguna creación. Así la ciudad en
su silencio expresa lo inexpresable lo que no sabemos, pero que ahora buscamos.
Desde su sigilo cada persona, cada lugar; una fachada, una casa, una esquina,
una calle nos quieren hablar; si la interrogamos devuelve su significación. Así
Aranjuez.
En
esa búsqueda por significados, en esta caminata tras la presencia de lo que en
realidad es el barrio, Luis Fernando Cuartas nos explica qué ocurría en esa
casa que ahora tenemos al frente. Era su versión: algo así como una emisora comunal. Su fachada es de color blanco y puertas azules; quiebra el paisaje de las otras casas de la
cuadra. Carlos Vásquez va a pedir permiso por si nos permiten entrar para unas
fotos, y es que conversando con un señor tras las ventanas nos dice que aquí vivió
una cantante de ópera. ¿Cantante de ópera?,’ colegimos que sea Alba del Castillo,
y, en efecto, lo corroboramos mas tarde con algunos vecinos. Así las calles, las fachadas,
nos devuelven su historia, el Medellín disuelto en nuestra mala memoria.
Cierto, aquí en esta casa con una fachada agradable que rompe la simetría del
lugar, con un antejardín como un remanso de llegada dispuesto por sus dueños,
vivió la cantante que cautivó con su voz. En la ciudad hay pocas huellas de su
presencia, ahora sabemos que ella caminó por estas calles y en esa casa
habitó.
Jesús
María, El Negro, Agudelo era sastre y cantante en ese Medellín donde la actividad musical
despuntaba con diversos duetos y tríos. Llegó a conformar, alrededor de 1927, un
dueto con Julián Restrepo. Como Julián se inició muy joven en la música, sus
amigos, guitarristas y cantantes de renombre como Jesús María, El Chino, Trespalacios; Antonio, La Silga, Ríos; Manuel, Blumen, Ruiz y el mismo Negro Agudelo lo llevaban
de acompañante a las tenidas en el Bar Chapinero de José María, El Chato,
Vásquez, también habitué derrochador que daba buenas propinas a los músicos. Pero
ellos también querían llamar la atención de uno de los grandes de la música, a
Pelón Santamarta, que era el administrador. O iban al Bar Americano o a otros
en la geografía nocturna donde las guitarras y el licor paseaban sin ningún
reato. Incluso, ellos, le prestaban pantalones y sacos grandes a Julián para que
aparentara más edad. Luego, en esa
búsqueda de proyectar su actividad musical, Julián y El Negro Agudelo, se fueron de gira hacia Pereira. Entre actuaciones de cafés, y mucho licor, les tocó un
escenario desusado, fueron contratados por la carpa Teatro Estrella. Allí, en
Pereira, Julián conformó de pura casualidad un dueto con Obdulio, que luego
sería uno de los más afamados de Medellín.
El
Negro Agudelo, tuvo una vida efímera, no solo en lo musical, casado con Petrona
Rebolledo, moriría a temprana edad. Él era el padre de Lucía Libia Agudelo
Rebolledo, que más tarde sería Alba del Castillo nacida en Medellín en 1923. Una tía suya, María Dolores Agudelo, la
adoptó y se encargó de su educación y la matriculó en dos colegios privados: El Central
Femenino y María Auxiliadora. Desde temprana edad Lucia Libia mostraba sus
capacidades como cantante.
El trasiego de ella, de esa
cantante valiosa que más tarde será Alba del Castillo, se sitúa en una de sus
viviendas en Niquitao, otras personas que la conocieron refieren al Barrio
Colón. Pero ahora he localizado en Nueva York, a
través del Facebook, a Catalina Cuervo, soprano, en estos días de diciembre, y
ella, ha escrito y descrito su cercanía con Alba del Castillo, su tía, y así
mismo cuenta esa leyenda que corre dentro de la familia, dentro de esa
tradición de las certezas que se viven en ellas.
“Mi
abuela, Blanca, me contaba que a Alba le gustaba cantar desde pequeña, y que
tenía una personalidad muy obsesiva y determinada. Bastante parecida a la mía.
Cuando tenía alrededor de 13 años comenzó a insistirle obsesivamente a mi
abuela que la llevara a Bellas Artes porque ella quería ser cantante. Mi abuela
decidió, pues, darle a Alba esa oportunidad y la llevo a Bellas Artes a su
primera audición.
La
audición comenzó y en su momento el experto le pidió que cantara las mismas
notas que él tocaba en el piano, Alba cantó pero fracasó enormemente, cantando
desafinada y con muchos problemas, inmediatamente el profesor la desmeritó y
les dijo que se fueran, que Alba no tenía talento y que nunca sería cantante.
La niña se fue a la casa sumamente triste pero convencida que era él, el
equivocado. Con su peculiar determinación y personalidad obsesiva, le empezó a
insistir a mi abuela de que la volviera a llevar porque, según ella, debía
presentar la audición pero con su otra voz. "Blanca, es que yo tengo otra
voz, llévame". Mi abuela entonces le insistía en que se olvidara de eso y
que no existía otra voz, pero Alba insistió e insistió, y pudo más su obsesión.
Mi abuela, cansada, cedió y decidió acompañarla de nuevo a Bellas Artes. El
señor después de mucho insistir decidió darle una segunda oportunidad y
escuchar la tal "otra voz" que ella tenía. Comenzó la segunda
audición y Alba con su segunda voz, comenzó a cantar con perfecta entonación y
cada vez más alto y más alto hasta aquellos tonos que solo una coloratura con
extensión posee y hasta que se terminó el piano. El señor no lo podía creer,
inmediatamente fue becada por Bellas Artes. Aquella "otra voz" de la
que la niña hablaba por ignorancia, es lo que hoy conocemos como la voz lírica
o de cabeza, y es la voz con que las mujeres cantamos ópera. Alba tenía una de soprano
y de coloratura impecable y con gran rango y habilidad para las notas altas y
extensas llamadas "whistle tones". Esa "otra voz" la llevó
a ser llamada "la mejor coloratura de Colombia" y El Ruiseñor de
América".
Su
tía, María Dolores, encomendó a Libia Lucia, para su formación, al compositor
español José María Tena que había llegado como director de la Compañía de
Zarzuelas y Operetas Española Dalmau-Ughetti y que también sería director de orquesta
de la radio no solo en Medellín sino en Bogotá. Tena con su esposa Blanca
crearon un concurso, la Hora Infantil en el Teatro Bolívar en 1938. También fue
alumna de Pietro Mascheroni director, pianista graduado en el conservatorio de
Gaetano Donizetti. Y que había sido director de orquesta en el Teatro Cárcamo
de Milán, que había llegado a Medellín con
la Compañía de Ópera Bracale.
El
aprecio de ambos hacia Libia Lucia se debía a su obstinación y a su talento. Ella,
a los diez años, hizo su primera presentación en el Teatro Junín de Medellín,
acompañada por el maestro José María Tena, y a los quince años, el 9 de junio
de l943, debutó como cantante de la Compañía Antioqueña de Ópera que fundó y
dirigió el Maestro italiano Pietro Mascheronni junto a Jorge Luis Arango. Todo
un acontecimiento debido al éxito de Libia Lucia, ya Alba del Castillo, en un
lleno impresionante. Pero ese día Alba, como Gilda, se llenó de nervios, lo
cual en las otras presentaciones fue superado. Allí, en el escenario, compartió
papeles estelares con el tenor Evelio Pérez como el Duque de Mantua, con la
contralto Yolanda Vásquez de la Cruz, el barítono Gonzalo Rivera, como
Rigoletto. Durante esas jornadas se presentaron otras obras como La Traviata, Aida, Caballería Rusticana y
Payasos.
Alba del Castillo continuo sus
estudios de música y también sería alumna del maestro José María Bravo Márquez,
en el Orfeón Antioqueño, y por el timbre
y tesitura de su voz ocupó el primer puesto entre las sopranos colombianas.
Luego, en el Teatro Bolívar, actuaron y
cantaron Jairo Villa, tenor, como Jim
Kenyon, y Alba del Castillo, como Rose-Marie, vestida de india, con su piel
morena, en medio de una decoración exuberante, imitación de un bosque lejano.
En plena función surgía desde el bastidor derecho del Teatro Bolívar a su
encuentro Jairo Villa, ambos cantaron Llamada
de amor indio: “Dónde estás, amor/ que no vienes a mí... “
Rose-Marie
es una suerte de opereta con música de Rudolf Friml y Herbert Stothart, y
libreto y letras de Otto Harbach y Oscar Hammerstein. La historia sucede en las
montañas Rocosas Canadienses y se refiere a Rose-Marie, La Flemme, una muchacha
francocanadiense que ama al minero Jim Kenyon. Cuando Jim es sospechoso de
asesinato, su hermano Èmile planea que Rose-Marie se case con Edward Hawley, un
hombre de ciudad.
En ese Medellín, que poseía un
concepto diferente de acceso a la cultura, ya despuntaba otra manera de acceder
a ella, pues las emisoras comenzaban a dar su papel. Frente al radio Philco, en
La Voz de Antioquia y sintonizando el programa de Chocolate Luker y la orquesta
de Mascheroni. Jaime Trespalacios, entonces, anunciaba a Alba del Castillo que cantaba
Las vírgenes del sol.
En
julio 2 de 1945, Alba del Castillo fue invitada por la cadena Toddy a Venezuela
para cantar en Radio Caracas. Allí fue acompañada, en su presentación, por
Julita de la Rosa al piano y en la flauta Lucien Leroux. También Alba del Castillo cantaría al lado de
Hugo Romani e Imperio Argentina en Chile.
Ese
mismo año, 1945, Alba del Castillo actuaría en una película: La canción de mi tierra. Comedia musical
en la cual vive un romance con Gonzalo
Rivera. Esta pareja de cantantes se había constituido en las figuras de la
canción en Medellín. Ellos recorren paisajes de la geografía antioqueña¸combinando situaciones chistosas con piezas musicales. Su director fue Federico
Kats. También actúan: Celestino Riera, los payasos Rojas, Baena y Moscoso. El guion
es de Leónidas Soler y Carlos Chiappe. La música fue del maestro Carlos Vieco. La responsable es
la Compañía Filmadora de Medellín, Cofilma.
Esta
película se estrenó en Itagüí el 2 de abril de 1945, debido a las críticas de Camilo Correa. En Medellín se presentó en
una función privada en el Teatro Bolívar donde el cinismo de algunos asistentes
llevó a decir que era necesario una colecta para quemar dicha película.
Enrique
Bello, hombre de cine comenta, refiriéndose a Canción de mi tierra: “Fui el encargado del sonido. Los productores
Eusebio Salazar y Félix Restrepo, de Antioquia Films, tenían el firme propósito
de continuar filmando películas, pero el señor Camilo Correa, publicista de la
empresa, al no darle el dinero que exigía, prácticamente la destrozó con sus
críticas en los periódicos, y por eso La
canción de mi tierra fue un fracaso económico. Es curioso que años más
tarde el mismo Camilo Correa dirigió Colombia
linda, una pésima película que, al estrenarla en el teatro Olympia de
Medellín, el público enfurecido rompió sillas, puertas y todo lo que encontró a
mano, daños que obligaron cerrar el
teatro por tres días. “De esta película, La canción de mitierra, hay aun 40 minutos en Patrimonio Fílmico,
lo cual da una posibilidad de apreciar a Alba del Castillo.
Alba
del Castillo tardaría varios años en grabar debido a su carácter, y a sus
representantes que impidieron una proyección de su carrera como una de las
figuras cimeras de la música colombiana. Ya en 1958 hizo su primera grabación con las versiones Vírgenes del sol, que ya había grabado Imma
Sumac, y otras como La piscina de Buda,
Noche china, Siboney, Cuando el indio llora, Canción del alma. Alcanzó a grabar 3 L.P. Fue considerada por la
crítica a la misma altura de otras cantantes de su época como la peruana, que
decía que era princesa inca, Imma Sumac; de la italiana Lily Albanese y de la
estadunidense Emma Eams.
Refiere
el director de la Italian Jazz, maestro Guillermo González, autor de Volverás, grabado por Alba del Castillo,
que él hizo los arreglos para varias grabaciones
de Alba como La piscina de Buda y Vírgenes del sol. Estos últimos igualitos
a los de Imma Sumac. Cuando fueron al estudio de grabación le dice Alba,
maestro, ¿trajo la letra? Sinceramente no entendí nada. Pero Alba era recursiva
le metió cosas imaginarias a la canción.
He buscado las huellas de la
cantante también en algunos libros donde su memoria se haya dispersa. Hernán
Restrepo Duque, es uno de ellos. Ahora Alberto Burgos, en uno de sus textos, La
música parrandera paisa, nos permite un acercamiento:
“Gildardo entonces se colocó en la
Plaza de Mercado, ayudando a un señor Octavio Arenas, y a Daniel Ramírez;
cuando uno entraba a la Plaza, escuchaba una voz que retumbaba:
— ¡Carne, carne, carne, carne,
carne, carne!
Esa era la voz de Gildardo Montoya,
vendiendo huesos y vendiendo tocino.
Él empezó con la música mejicana,
pues era aficionado a todos los cantantes rancheros de ese país; y recuerdo que
Radio Visión, hacía un programa que dirigía un señor Juan Eugenio Cañaveral
—que fue esposo de María Luisa Landín—, y Gildardo actuaba en ese programa,
como aficionado y cantando canciones de José Alfredo Jiménez. También había un
programa en Radio Sinfonía, cuyo director era Ciro Álvaro Vega, y tenía como
asesor a un locutor llamado Fabio Manzano Martínez; el mencionado programa se
llamaba Descubriendo Estrellas y allí también cantó Gildardo con el dueto
Álvarez Acosta, pero no cantando mejicanas, sino música parranderita del tipo
de Guillermo Buitrago, Julio Erazo y otros; ese día ganó el concurso una
muchacha llamada Flor del Valle y cuyo nombre de pila era Shirley Rincón
Rincón, y el segundo puesto lo ocupó Gildardo con los hermanos Álvarez Acosta;
el jurado estaba compuesto por el periodista Carlos Serna, la soprano Alba del
Castillo, y Arturo Restrepo dueño de Almacén Discoteca; Gildardo llegó a la
casa con cierta verraquera y comentaba:
— ¿Cómo es que esta vieja, Alba del
Castillo, siendo tan amiga de nosotros, le da el triunfo a esa muchacha Rincón
hombe?.., siendo tan amiga de nosotros”.
Cierto, Gildardo no aceptaba ser
derrotado en su elemento, la música parrandera, a la cual él le había dado otro
carácter y esplendor. Además, él había escuchado a Alba del Castillo, habían
sido amigos en Aranjuez, ya que Montoya había vivido en ese barrio.
En 1968, en Bogotá, el profesor italiano
Vittorio Pastorelli le dio la idea de grabar un álbum con varios intérpretes de
música colombiana traducidos al italiano que se llamó Smeraldi Musicali di Colombia. Allí una de las invitadas fue Alba
del Castillo que grabaría Plegaria al sol
en italiano, dicha composición es de Carlos Vieco, también en su voz escuchamos
Fantasía tropical y Noches de Cartagena. El profesor había
traducido al italiano para grabar Danza negra de Lucho Bermúdez y del clásico de Rafael Campo Miranda, Playa,
brisa y mar, rebautizado como Spiaggia, que fueron incluidas finalmente en el lp.
En esta poca información que hemos
encontrado, por ahora, sobre Alba del Castillo al leer un poema dedicado a ella
por Jaime Jaramillo Escobar, encontramos el nombre de un amigo suyo, Jesús
Rincón Murcia. Le hemos escrito al señor Rincón Murcia, barítono, que no
responde en Facebook, pero si encontramos dos sentidas notas suyas sobre Alba
del Castillo. Una de ellas, Una rosa y un
bolero, allí nos entrega su afecto y admiración por la cantante.
“Por el año de 1970 nos movíamos intensamente
en la organización de un festival-beneficio para una voz inolvidable, hermosa
dama, querida por todos los artistas, que padecía de cáncer: Alba del Castillo,
El ruiseñor de América, soprano de calidades excepcionales.
La llevaba del brazo, calle 23
abajo, rumbo a la séptima, cuando llegó a nuestros oídos la voz de Alberto
Osorio que emergía de la rocola de un café, como un remanso espacial, verso y
música, en medio de la estridencia de pitos y motores.
Alba me detuvo. Suspiró. ¡Qué
lindo!, exclamó. Terminada la canción, continuamos nuestro camino. Sabes qué
me gustaría que me regalaras cuando muera? , me dijo. Qué, Albita? , le
pregunté sorprendido. Una rosa y un bolero, replicó sonriente.
Poco después le dimos sepultura en
el Cementerio Central en medio del dolor artístico. Coloqué la rosa sobre su
ataúd, antes de los últimos ladrillos. El bolero, se lo estoy debiendo.
Son las tres de la madrugada, mi
hora de luz. De algún recodo de la memoria salió esta noche el pasaje anterior
para encontrarse con una coincidencia extraña en el tiempo y en el espacio.
Alberto Osorio, la voz que nos
detuvo a Alba y a mí esa mañana del mes de abril de hace 21 años, y quien
conocerá esta historia solo cuando la lea aquí, acaba de inaugurar un
lugar-sueño, donde la canción es reina, y que bautizó bellamente: Rosas y boleros.
Alba del Castillo murió en Bogotá
el 2 de junio de 1973".
En el año del 2014 Jaime Jaramillo Escobar
presentó su libro, Poesía de uso, en
él hay un poema dedicado a la cantante. Es tan sincero y soberbio el homenaje
que el nadaista le hace a Alba del Castillo, como ningún poeta le ha hecho a
alguna cantante en el país. Allí Jaime refiere el infortunio, y además, le reclama y recrimina a ese país
absorto en todo menos en el talento de sus artistas.
Alba
del Castillo
Jaime Jaramillo Escobar
Las voces de Alba del Castillo
(Lucia Libia Agudelo Rebolledo)
Y de Ima Sumac
(Zoila Augusta Emperatriz Chávarri
del Castillo),
Se escucharon diariamente en todos
los bares y cafés de América española durante el siglo XX
Voces que colmaron las vidas de
muchas gentes con el timbre y la tesitura de su voz,
Su emoción, la excelsitud de su
canto, la perfección de su arte,
Esplendorosos pájaros de maravilla,
Que merecieron el título de divinas,
Aunque con muy distinta suerte
Porque el Perú supo apreciar y
enaltecer a su diosa, y en Colombia, Alba del Castillo, murió a los cincuenta
años en extrema pobreza,
Tanto que fue necesario recoger
limosnas para comprar un pobre ataúd, como
lo cuenta don Jesús Rincón Murcia, uno de sus felices admiradores.
Alba del Castillo había nacido en
Medellín en 1923 y su deceso se produjo en la fría Bogotá, en junio de 1973,
Cuando solo su voz recogía monedas
en las rockolas de los bares, mientras su persona desfallecía en la miseria del
olvido
El fox de Bravo Rueda se adaptó a
magistralmente a las voces de las divas
Excelsas sopranos que aún siguen
resonando en los oídos de todos cuantos las
escucharon y conservan el recuerdo fiel en su memoria
En el alma podríamos decir,
Pues aunque el alma no existe todo
el mundo sabe lo que es
Alba del Castillo, alma del canto,
canto del alma,
En la ingratitud de un país
cicatero,
Que dejó morir al gran Crescencio Salcedo
ofreciendo rústicas flautas de cañas a cien pesos en los andenes de Medellín,
Sin que ninguna autoridad, ninguna
persona, supiera su valor y
Reconocer al artista confundido con
mendigos y rebuscadores
Pero qué esperar, si Bolívar tuvo
que buscar refugio en manos españolas,
Y Manuela Sáez debió huir al Perú,
con un negra fiel y perderse en un pequeño pueblo costero.
Injusticia e ingratitud siempre ha
sido y sigue siendo el distintivo nacional
No la “libertad y orden”, que
ninguno de los dos ha llegado todavía.
Ahora,
en esta tarde de viernes, merodeamos por estas calles serenas de Aranjuez, por
estas calles cargadas de preguntas, como si al caminar con él y con Carlos
Vásquez redescubriéramos la presencia del barrio, del cual no queremos que se
pierda su esencia: su valor, la transcendencia de las personas que lo habitaron
y, aun ahora, la otra generación que las habita la comprenda, así como esos
lugares que son puntos de referencia.
Luis
Fernando y Carlos conocen los secretos de su ámbito, cada calle, cada fachada
cada persona han sido auscultadas por ellos, cada historia cobra en ellos su
peso, su persuasión y nos da la especificidad del barrio, su toque de
distinción.
Pero
esta tarde de este viernes no podría dejar de lado la presencia y la circunstancia
del mismo Luis Fernando, iba a decir genio y figura, pero estas palabras están
muy trilladas, pero, en efecto, lo son, además le agregaría la presencia de su persona,
lo valioso de su persona. Y no lo digo con fatuidad sino con certeza. Una de
ellas, la más conocida, el de ser todo un poeta en la extensión de la palabra.
No el poeta de versos mustios, no el poeta acicalado en su oficina, no el poeta
de los premios con sus estafas, no el poeta rígido en la cárcel de su ausencia,
en su hermetismo de salón, sino en su sólida presencia. No; Luis Fernando, como
poeta es más que eso, es la pasión total, es la sorpresa total, es la desazón
total, y lo inesperado. Y no lo digo de una forma gratuita, ya que en su
revista, junto a sus compañeros de ruta, le han dado a la poesía ese toque que
necesitaba, nada menos que haberla sacado de las cavernas y de las academias,
de la rigidez y del control, y de los censores de pacotilla de baja estofa
moral que por ahí perviven. Por eso Punto
Seguido abrió otras exclusas a la poesía en Medellín. La alegría, el
desparpajo, los mundos secretos, los poetas casi lejanos, y los otros poetas
perduran en la revista.
Pero
ahora leemos En La calle no calle de
Luis Fernando que es la otra expresión de su actividad, entre los muchos
caminos que el frecuenta. Él no quiere que la presencia de sus calles que
habita de sus lugares que sufren menoscabo y olvido sean desechadas. De ahí que
la historia sea su punto de referencia pero no la historia manoseada, esa dada
y repetida en cronicones disolutos, sino la real, la que vale, la que se esconde,
y ahora por un mágico encuentro sale a flote con todo el peso y su valor.
De
ahí que al leer su libro, recorramos con él sus puntos de referencia. Allí no
hay datos ni ubicuidades sino poesía pura, el poder de la evocación de la
presencia a quien él les quiere decir sus palabras, susurrarles que él las vio
cuando las advierte o cuando está ahí presente; él quiere dejar su rastro de
ese rostro que las atisba de frente.
Él,
sí, es el poeta que mira a la manera de Velásquez detrás de las cortinas antes
de irse pero solo un instante, pero es tan poderoso ese instante que ahí queda
todo con él hasta las meninas absortas sin comprender por qué son pintadas. Es
la trasfiguración de esa mirada en el espejo donde no solo es la realidad
virtual ya aprisionada por el poeta sino que perdura en toda su extensión.
Cuatro bocas abre la cosmogonía del libro, allí en esa pauta del camino que nos
puede llevar a entrar al barrio, a este oasis, a estos aminos cada uno de ellos
posee la certeza de llevarnos a algún lugar que el poeta abrió. Todo depende de
la decisión del transeúnte, por eso Cuatro bocas nos conduce ahora a la calle
no calle, al sótano de los relojes y del maestro de música, y poco a poco
estaremos en el Aranjuez de Luis Fernando. Es decir, ese que cada uno porta y guarda
y esgrime como su territorio sagrado. De ahí que el poeta le haya cantado a
esos lugares y a personas. Él no dejó detrás
de su ojo avizor que se disolvieran esos momentos y personas ya incluidos en el
recaudo del presente no como estigma sino que son presencia, lo real.
Historia
y poesía se conjugan en su libro. Ahí descubrimos a Luis Fernando y ahí nos
revela su acto creativo con los secretos y la presencia y la presciencia cara que
él describe, que lo mantienen con su pulso vital. Por esa razón, En calle no calle, la poesía y la
historia aparecen de la mano, no se separan, y por esa misma razón, Luis Fernando
ubica su Aranjuez, aquel que para muchos pasa desapercibido, pero que él le
envía esos mensajes secretos cuando los leen sus dueño, es decir los provocadores
de sus escritos de esos pequeños tableaux, que también son reflexiones sobre
esos instantes y personas, que habitan el barrio, pero que sobre todo lo habitan
a él, porque aquí él les da vida. No las
que ellos muestran sino la que el poeta percibe. O sea que él traspasa esa infinita
presencia de lo real, para crearles su realidad. De ahí Velásquez mirando al
espejo antes de subir las escalas e irse. Pero él sabe así como el poeta, que
no se irán nunca, que ahí se quedarán detenidos para siempre en la eternidad
del poema, de las palabras escritas con ese pulso vital. Así Luis Fernando Cuartas.
Ahora
estamos en su casa, la casa de un poeta es una zona de exclusión. Ahí se define
él en su totalidad. En la casa de un poeta reina el desorden aparente porque su
dueño sabe dónde quedan los folios, los libros, la música, sus oficios, sus
sueños; en algún lugar de sus cuartos están ellos. Nadie ose buscar ese secreto.
Quien se atreva a ordenar la casa de un poeta, lo que en verdad, hace es obligarle
a perder el orden a su dueño. Solo él
posee el secreto y el nervio que habita en cada uno de sus papeles, de sus utensilios.
Por esa razón quien entra es un extraño, en esa atmósfera donde solo habla el
poeta y sus vicisitudes y sus certezas y sus proemios y sus continuos preámbulos,
porque la casa de un poeta no tiene límites ni alfas ni omegas. Ahí siempre reposaran
en algún rincón: cartografías, mundos, soliloquios, fotografías, caminos, rutas,
ebrias orfebrerías, submundos que gravitan
alrededor de su dueño.
Desde su último piso, en la terraza, no de los
sueños perdidos sino en la terraza de las presencias divisamos junto a él, la
ciudad, esa Medellín, allá nunca lejana, sino la ciudad mirada desde otro paisaje,
desde los pasajes de Aranjuez, desde las colinas de Aranjuez. Y allá la ciudad
inicial acunada, acuñada, abrazada por los barrios que suben a las montañas; Aranjuez
fue uno de los primeros que subió a las estribaciones, y así las escribaciones
de sus escribanos no dejen que Aranjuez, sea tierra sin otra definición. ¡Que no!
Pero
si allá vemos el centro de Medellín, su centro sagrado, que aniquilan cada día
algunas mentes enfermas, aquí estamos en Aranjuez en la casa, en la terraza del
poeta. Desde aquí miramos la Escuela de Ciegos y Sordomudos, las iglesias con
sus torres arañando el escaso cielo de invierno, las otras escuelas con la impronta
de las casas que ahí existieron, y las calles que él escribe cada que sale a
recorrerlas.
Aquí,
ya en el balcón, el poeta en sus dominios, La Palomera la llama, a su casa, y
desde aquí conversamos, desde aquí sentimos el paso de la lluvia que transita
sobre los montes y jaspea las calles y con sus dedos de agua va por los
tejados, por las fachadas. Irremediable, siempre la música inesperada de la lluvia
está en los poemas y aquí en esta tarde de del 2 de diciembre.
Aranjuez
no sitia a Medellín, pero amorosa envuelve la ciudad, y más ahora cuando descubrimos
sus caras presencias, su síntesis, su médula sin ménsula, Aranjuez es parte de
la ciudad no la lejanía ni un barrio cualquiera. Es la propia esencia de la ciudad,
una de sus lugares que le dan forma a la ciudad histórica. Desconocerlo es
desmerecernos.
Con
Luis Fernando Cuartas, con Carlos Vásquez, se mantiene ese hilo invisible, en apariencia,
pero fuerte con la gran tradición cultural casi perdida de Aranjuez. Ellos son
el enlace con esas personas, esos artistas, que le han dado presencia al
barrio.
Pero
sigamos con el poeta que ahora nos revela ese otro carácter de ser juguetón y
un irremediable anarquista de la imagen, es decir todo un creador, ya que nos enseña
sus collages, con esa paciencia de subvertir las otras pinturas, las otras
fotos, con sus trazos para crear su realidad. Iba a decir sus ferchorías, pero
sería mejor añadir: sus arquetipos, lo
que él quiere ver allí está impreso en su alma, la del creador, quien se va por
otros laberintos, por supuesto lunarios, para indagar, saber qué saldrá cuando
en la mesa de trabajo él se atreve a obedecer el impulso de la creación sin origen
ni finales.
No
había comentado que nos había recibido a la entrada un dibujo de los mayas,
aquellos que fueron mal interpretados con el factor maya y nos advirtieron a
algunos ilusos sobre el final del mundo, pero aquí en el mundo de Luis Fernando
Cuartas gravita su pasión creadora donde todas las teorías son posibles. Ya sé
que él las redefinirá y las trasgredirá a su manera, que es el acento que les da
en su eterna búsqueda por algo cierto: donde se mueven y rivalizan las
creencias populares, las disquisiciones que le dan lustre a la vida el poeta
las vive a su manera. Así Luis Fernando Cuartas.
“¿Por qué me preguntas por mi linaje? Como la
generación de las hojas, así la de los hombres”
Homero
Llegué,
llegamos, a la entrada del taller de don León Vargas, en este inicio de un
periplo por Aranjuez, porque es un periplo caminar las calles del barrio, mirar
las fachadas de algunas casas que pasan desapercibidas para sus habitantes, y
sobre todo, saber que su acervo cultural es necesario tenerlo en cuenta,
sacarlo a la superficie, ya que esta valoración lo que le da lustre al barrio.
Sí, ahora con
el poeta Luis Fernando Cuartas, cicerone preciso, llegamos a lo que él llama la
calle no calle: a un local ubicado en la mitad de una manzana con este número:
86-41; él, conocedor de los secretos de Aranjuez, abre la puerta y junto a
Carlos Vásquez, bajamos las escalas en búsqueda del taller. Esperamos un
momento, el justo, para que abra la reja un señor que enseguida se revelará
como don León.
El taller
nos entrega toda la curiosidad al mirar su
interior que parece detenido en el tiempo. Hay una fotografía del taller y sus
expertos en blanco y negro. Una vitrola aguarda sobre otros objetos, hay un
piano, varios pianos con su costillar de cuerdas al aire libre, Mauricio, su
hijo, nos enseña las maderas del piano que debe arreglar, para devolver a la
vida no solo la música del piano sino fortalecer su vida útil. Sobre la mesa de
trabajo diversas herramientas en ese desorden que solo ordena quien trabaja
allí. Luego hay unas rocolas por arreglar, al lado derecho algunos tornos, y en
otra mesa, como el monarca del salón un sofá, creo que Luis XV, con su elaborado
espaldar de color rojo, pero que aquí deben devolverlo a su vida ya que algunas
maderas debe de ser reparadas. Hay una mesa antigua que debe de ser reparada, y
la sorpresa nos aguarda en el fondo, hay diversos relojes en la pared con la
paciencia de sus diversas horas que parecen definir el tiempo que aquí, en este
lugar, en el taller, se ha detenido.
Aquí,
cerca de la ventana que baña con su luz esta parte donde don León trabaja, hay una mesa con sus herramientas, y es ahí
donde se encuentra esa joya envidiaba por un músico de postín, nada menos que un
violín de prestancia, un Maggini. Es decir, un violín construido por Giovanni
Paolo Maggini, (1550-1630), este con Gasparo da Saro son considerados los mejores
constructores de violines de la escuela bresciana.
Los
instrumentos elaborados por Maggini al final de su carrera son considerados los
de mayor renombre, debido a la calidad de la madera y los orificios sonoros,
grandes, bien curvados y cuidadosamente terminados, así como por su tono
excepcionalmente suave. Muchos se adornan en la parte posterior con
decoraciones tales como la cruz de San Andrés, un dispositivo de la hoja del
trébol, medallones, crestas, y otros motivos. Los barnices varían de un marrón
claro en sus primeros esfuerzos a un color más transparente brillante del oro o
del rojizo-marrón de la calidad rica en instrumentos posteriores. El típico
modelo tardío de Maggini tiene una fila doble de lados. Maggini construyó
durante su vida unos sesenta violines, nueve violas, dos violoncelos, un
contrabajo y algunas violas. Don León consiguió este valioso instrumento
musical en una anticuaria del Poblado y poco a poco lo ha estado restaurando,
no en vano, este oficio lo aprendió de su padre, y de un maestro polaco. No sé si él sabrá en qué año y cómo fue traído este valioso instrumento a Medellín.
Su fecha de construcción data del año 1600 más o menos. Especulo algo, podría
haber sido un legado de las diversas compañías de ópera que llegaron a la
ciudad o pudo haber pertenecido a un violista, nunca en el tejado, sino a un artista de renombre que lo perdió o lo
vendió. Lo cierto es que esto es pura especulación, ya que el instrumento no es
cualquier instrumento sino que posee su pedigrí.
Junto a la
ventana, y colgado en la pared, hay un cuadro con una fotografía del padre de don
León, Julio Antonio, que era ebanista y músico, como si su presencia bastara
para acompañarlo en su labor diaria. Así mismo el taller es considerado una
prolongación del ámbito familiar. También en otra fotografía le da las gracias
a Remberto Osorio (afinador de pianos) y el luthier y compositor yugoeslavo Eduardo
Polanek. Polanek aparece como autor de obras junto a Verdi y a Tobani, Hatley,
Strauss, Marchetti, Herscbthwin, Malats, y José M. Tena durante un concierto en
el Pablo Tobón dado por Juan Duque B. en 1968. Polanek compuso el pasodoble,
Fiesta de la Candelaria. Además tocaba el contrabajo en Banda Sinfónica de
Antioquia.
Polanek fue profesor en el Conservatorio, luego organizó
su estudio privado en un local en el
pasaje Junín- Maracaibo, donde enseñaba la técnica de la escuela alemana de
guitarra y la técnica de la guitarra clásica; además de su propio método, también
instruía con el método de teóricos de la guitrra como Fernando Carulli, Matteo
Carcassi y Fernando Sor, y elementos
técnicos de la Escuela de Francisco Tárrega, así como repertorio de música del Renacimiento, el Barroco y los
clásicos.
Mauricio,
Sergio y Julián, hijos de don León, trabajan en el mismo taller. Creo, que de
él para ellos se admite la perdurabilidad de su memoria y de los secretos
adquiridos en la fabricación y arreglo de instrumentos, así como de la sutileza
de los materiales, para regresar a la vida el instrumento musical rescatado del
abandono o de aquel que sale de sus manos para entregarnos todas las músicas
del mundo.
Don León es un
lutier con todo el peso específico que esta labor otorga pasa muchos días buscando la madera precisa,
el diseño que ya tiene en su mente, el proceso de maduración del instrumento
que construye, hasta la solidificación de la música que saldrá de el cuando el
ejecutante rasgue las cuerdas, y el milagro de la música que aligera el alma
nos haga sentir un vibrato o las líneas musicales de alguna pieza. De tal
manera el luthier nos aparta de la construcción de producir en serie y en serio
instrumentos musicales. Este, al apartarse de este proceso, propio de los
tiempos modernos, permanece incólume para imprimirle a sus instrumentos ese toque
personal, ellos son su creación.
Pero no solo
aquí en este taller la exquisitez y la nobleza de la madera están presentes,
sino que la memoria de don León, nos lleva, durante la conversación, por esos
laberintos del tiempo perdido de la ciudad. Cierto, por esas diversas capaz que
lo forman, no solo el tiempo lineal que vivimos sino ese que es circular y nos
hace volver a esa memoria de la ciudad que si no fuera por él, se perdería. Él
nos comparte su memoria en cada palabra. En cada personaje que saca a colación
de inmediato comprendemos que de vivió Medellín, y sobre todo su presencia en
el barrio, en Aranjuez nos da el pulso de la medida de su riqueza cultural, que
sale a flote cuando en el trascurso de la conversación nos entrega nombres,
lugares, instancias que se convierten en la morada de otras presencias;
presencias valiosas Mascheroni, Bruckner, Correa, Longas, Matza. Alguna vez Margarita
Yourcernar admitía que conversaba mucho con su padre, debido a que este le
entregaba su memoria; de tal manera ella aseveraba que así poseía la felicidad
de saber que había existido antes de ella en boca de los relatos de su padre.
De ahí la perseverancia en conversar con las personas mayores. En ellos reposan
aquellos datos, aquellas personas, aquel ambiente que es casi imposible reconstruir
por medio de libros y prensa. Siempre falta ese toque de la atmósfera presente
que otorga quien fue contemporáneo, en este caso don León.