sábado, 29 de octubre de 2022

Alfabeto de Ilusiones, Memorias de un maestro Efraín Alzate / Víctor Bustamante

 


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Alfabeto de Ilusiones, Memorias de un maestro

 Efraín Alzate

Víctor Bustamante

 

¿Sabemos toda la deuda social que le debemos a los profesores y, más aún, a la enseñanza? No creo, y lo que sabemos, lo sabemos mal. Y eso precisamente lo pensamos, pero callamos. Los profesores poco muestran sus logros, simplemente sabemos que están ahí, que aportan muchísimo en la esfera social, tanto en los colegios como a las familias.  Sabemos que el medio donde se desenvuelven está pendiente de ellos, pero en la parte que los agravia a la espera de que fallen en algo. Tres estamentos lo miran, lo escrutan, lo revierten: las familias, los directivos y los mismos alumnos. Así el maestro es una suerte de catalizador. Pocos le reconocen su valor y su aporte a la sociedad; incluso existe un premio que se otorga en ese errado concepto disque al mejor maestro en un medio cultural que desmerece esa estructura de improvisaciones en el campo educativo con este ingenuo e insustancial reconocimiento. ¿Y dónde queda el resto de profesores? ¿Los que no ganan premios ni reconocimientos ni menciones?  Los cómodos burócratas hablarán de que al darle un premio a un maestro representa a los demás en la Sociedad del espectáculo. Pura boutade.

Además, cuando se siente agradecimiento hacia los maestros, desde la lejanía, es con ese desdén que la sociedad de burócratas, los ejecutivos del Estado, les han entregado, pero que olvidan como ellos asumen valientemente esta incertidumbre que es la tarea de educar, de enseñar al otro. Incluso, a los mismos alumnos, si se les saluda pasados los años, es para no reconocerlos como a maestros, sino como alguien incómodo, con esa incomodidad que da a una persona de que alguien lo haya iniciado en un proceso de Ilustración y lo haya sacado de la oscuridad de los mismos principios que como acertijos rondan a la mayoría. Muchos de sus exalumnos lo ven desde lejos y no recuerdan ni de una manera fugaz como fue la escala inicial para al procedimiento de enseñanza. De ahí que la labor de muchos maestros quede oculta, incluso dentro del mismo sindicato, ADIDA, porque allí son relevantes los agregados en su militancia, pero los demás maestros están más ocultos y dejados de lado, como si siguieran las mismas pautas del Estado intransigente. De tal manera muchos maestros que son tan necesarios, no se les reconoce su abnegación y son desechados de nuestra cultura, una cultura que nunca ha cristalizado una manera de darles el lugar que se merecen, por el contrario, cada que se puede les envilece.

De ahí que, al leer el libro de Efraín Alzate, Alfabeto de Ilusiones, Memorias de un maestro, nos lleva a recapturar y a repensar la vida de un maestro desde sus inicios. Solo desde esa experiencia es factible referir ese oficio. Aquí en este texto ellos son narrados discretamente, sumidos en su oficio. El autor hace un recuento de su infancia y la de sus profesoras más cercanas, y de esa presencia notable en su vida y de como un buen maestro o maestra deja una huella que subsiste. De ahí que después de tanto trasiego, como esa experiencia letal en Segovia, al lado de tanto conflicto político, de los mineros y de las putillas en los bares, y de esa firmeza, sobre todo, en querer enseñar para cambiar de mentalidad a esos estudiantes, y familias, nuestro reconocimiento se convierte en deuda, pero permanece silencioso, un poco desdeñoso, desde luego por respeto, pues no estamos en condiciones de estarles agradecidos a quienes ocuparon un lugar en nuestras vidas. Y es que la presencia de Efraín en Segovia se da de una manera un poco curiosa, ya que él, indiscreto y ávido de experiencias, frecuenta los bares de la zona donde comienza a cambiar no solo de aspecto sino de mentalidad. Aquí hay un quiebre al adentrarse en la Antioquia profunda, ese territorio donde la vida está signada por la alteridad, por la lejanía del concepto que se mide y señala en un pueblo al recién llegado de una forma diferente en solo varias cuadras adelante. De ser maestro y bebedor por esos pagos aprende lo que es la vida con su otra significación. Así, en Segovia, Efraín ha adquirido lo que sería y vendría después: su temple.

También en esa formación lejos del nido, es decir de Granada, Efraín tiene encuentros propicios, comprometidos eso sí, y a veces discursivos en lo político con varios gamonales donde los enjuicia con valor a pesar de ser un forastero. Y es que, en efecto, Efraín no es un político taciturno, sino alguien preocupado por el bienestar de las personas y, a más de eso, un luchador nato por la asunción del Estatuto Docente. En ese momento álgido de esa confrontación entre el gremio de maestros y el Estado, estuvo Efraín presente y aún es notoria su persistencia y compromiso ante las dudas que generan ese tipo de acuerdos que a veces se convierten en una suerte de panacea trivial.

Esa militancia no ha impedido a Efraín escribir poemas, y al mismo tiempo, ser en todo el sentido de la palabra un maestro; maestro que lleva en sí no solo el interés en ser creativo e inspirado en esa labor filosófica, narrativa, ensayística como lo indican sus libros y, además, teniendo una idea fundamental en la nitidez de su norma de vida que sabe cómo y cuándo se educa, y se llega al momento indicado y preciso para ilustrar lo que serán alumnos útiles y esforzados. Es plausible su interés en no dejar desplazar su carácter de maestro desde el fondo, desde su sentir, y que en adelante parece estar bajo la dirección del sindicato, ADIDA, pero es en apariencia porque él mantiene su sentido común, su independencia. Eso sí teniendo en cuenta como se esfuerza, al restituir el papel del maestro en la sociedad, en la cual sufre un menoscabo, pero que en Efraín es notorio su papel por la dignificación de esta labor en contraposición y el dominio inmerso en una comunidad que infiere, en situar al maestro como la antena que capta todos los males, y al cual se le cobra, por supuesto, cualquier movimiento que lo aparte de lo ya fundado y de lo considerado casi una verdad intransitable que lo lleve a diferir del conjunto en cuanto a sus opiniones. Queda una etapa, y quizá la más sorprendente, cuando el maestro debe coincidir con la ausencia de todo relevo en un medio cubierto de hostilidades que ha sido discrepante desde sus comienzos, ya que su labor es mirada con recelo o con un exceso de admiración a veces llena de fatuidades.

Efraín recuerda la vida de algunos alumnos y de personas que lo han sacudido, que le han llegado. En él su profesión se ha convertido en una suerte de reto de vida, ya que en cada maestro descansa la idea de un mejor futuro de cada generación. De ahí que en su escritura es posible tener presente no solo su trascurso vital, sino también la necesidad de instituciones fuertes, así como la exaltación de los buenos maestros, y eso sí de fustigar a los rectores ociosos y de bajo calado, también él cuestiona los métodos formativos, al exponer sus pensamientos, sus sentimientos en torno a lo educativo. Así leyéndolo con cuidado nos da a entender que todo lo que concierne a un maestro se ha vuelto digno de ser revisado, a veces por esos eventos inhabituales, otras veces temporales, inesperados, transitorios, es decir en esta actividad todo se siente precario debido a que la pedagogía a veces es insuficiente y es necesario el sentido común, lejos del autoritarismo, ya que en ese perpetuo movimiento que se vive en una institución educativa sucede lo inesperado que es cercano a la enseñanza misma, como el carácter episódico en la vida de cada alumno y de los mismos maestros, como si algunos eventos accidentales sorprendieran más de la cuenta, pero si bien en muchos de esos casos son accidentales no quiere decir que lleven la impronta de la insignificancia, sino que en diversas ocasiones son más significativos de lo que pensamos.

Muchas veces en esa sucesión de eventos que, parecen episódicos, es previsible la diversidad de actitudes que se deben llevar a cabo y que el maestro soluciona con mucha prudencia y cuidado. De tal manera Efraín nos dice en su libro como esos eventos que parecen diversos e inesperados llegan cargados de significación en la vida no solo de esas personas, los alumnos, sino también de los maestros, que permanecen juntos durante un día la mitad de su tiempo. De ahí que esa profesión que más se acerca a una vocación, la de ser maestro, cada vez a pesar de la irrupción de los medios de comunicación y de las redes sociales se le da más significación, a medida que estos medios alejan el contacto entre alumnos y su realidad más cercana.  Por esa razón Alfabeto de ilusiones, es más significativo de lo que creemos no solo porque su autor devela su trascurso en esa profesión que es toda una disposición, que es la experiencia en su quehacer que no aparece en ningún manual de pedagogía ni en ningún tratado, sino que esa experiencia se adquiere a medida que el maestro en el salón no olvida que le da clases a personas que están en formación y que en ese trato diario ambos se enriquecen, el maestro con su amistad, comprensión con su sentido de la tolerancia y de su inteligencia, y los alumnos como personas que serán guiadas por ese maestro lleno de fervor y de significación.

Vemos claramente, cómo al leerlo, él ofrece diversos puntos de contacto en esa experiencia de vida, además matizada por su arrojo y criterio existencial, como si nos advirtiera: cada momento en la vida de un maestro lo puede realizar, pero realizar con dedicación y mucha tenacidad. Quizá sea lo propio de cada uno de los maestros, enseñar las verdades que la experiencia araña a momentos inesperados, paro instruir y compartirlos con profundidad, esa profundidad que entregan los gestos en apariencia más rutinarios antes que las enseñanzas pedagógicas y frías que se asumen como doctrina.

Estos relatos, estas vivencias de Efraín están llenas de esa sabiduría que da la experiencia. Una de ellas, su encuentro con el estudiante minero que le enseña al profesor recién llegado a buscar oro, pero también del profesor amenazado que debe cambiar de colegio, ya en Medellín, como una de las soluciones más estériles y, a más de eso, con la humillación más indigna. Y, además, el caso de Brisa Marcela, la alumna díscola que amaba la poesía.

 Alfabeto de ilusiones, Memorias de un maestro, da indicios y claras señales de lo que es haber sido profesor, y eso sí, haberse inmiscuido de una manera profunda en esa labor. Efraín, desde su llegada no ha cesado de enseñar a sus alumnos la necesidad de ser prácticos, y acceder a su sabiduría, apartándose de ese concepto, La letra con sangre entra. Él ha ideado otros caminos, otros conceptos dando a entender que cada maestro o continúa una tradición que ya no le pertenece, o idea e impone la suya en su tiempo donde no se pierde esa  relación con la piedad e incluso aporta rasgos nuevos que con los días se particularizan, dándole su tono que  deberíamos acoger como su característica, lo representativo en él, el toque que lo hizo llegar a esos discípulos ahora casi perdidos en su memoria y que pertenecieron a su tiempo, y que ya mayores, con una fisonomía irreconocible, aún recuerdan a su profe en su estoicismo.

Esta historia, contada por Efraín, puede aparecer también como un inicio de un proceso de Ilustración derivado de algunos textos que hablan de esa labor de los maestros en diversas épocas, dentro de un país que poco lee y al no leer no tiene memoria. Un ejemplo de ello podría ser Dimitas Arias de Tomás Carrasquilla, donde se refiere a aquel maestro tullido y deforme, y que su autor define: “No fue Maestro atrabiliario ni de viarazas: si chuzaba y daba azotes a la indómita chusma, obedecía a la consigna del superior, a la ley de su tiempo, en que era un axioma aquello de "la letra con sangre entra y la labor con dolor".  En esas escrituras que abordan el tema de quien enseña también podría citar El maestro de escuela de Fernando González, donde hacen cara presencia el infortunio, la pobreza suprema de Manjarrez, profesor viudo que hace de su experiencia como si fuera un grande hombre incomprendido. Las cuatro edades del maestro de Aldemar Tapias con más reflexión y propuestas, más una obra con carácter pedagógico; libros que, desde diversas ópticas, dan cuenta de esa labor donde se entrecruzan relaciones muy diversas entre las pedagogías de su momento y el concepto de los profesores; entre el autoritarismo y la religión, que siempre se cuela en las aulas; entre la política y el quehacer diario en un salón de clases; entre el aspecto crítico tan difícil de dilucidar en el bachillerato, donde solo la mística del profesor que está absolutamente solo frente a ellos, sus alumnos, es el responsable y portador de un mensaje, su mensaje, la enseñanza, lejos de cualquier ayuda externa. Así el verdadero maestro se atreve a proseguir su labor con escasos recursos, abandonado, privado, pero entregado de sí mismo, cargado con la ilusión de abrir un futuro de una manera sublime que, ante la indiferencia, es capaz de convocar las fuerzas necesarias; y así logra casi todo, al sacar del oscurantismo a los jóvenes, porque ese todo es una idea que su estoicismo elige para sacar partido; eso sí, como si cada maestro debiera guardar silencio y soportar la particularidad de cada alumno.

El proceso educativo, tan personal y eficiente, prefigurado en este libro, tiene como principal objeto de reflexión alcanzar instancias y objetivos de gran calado que se asocian a la disciplina de la enseñanza y del aprendizaje. En toda circunstancia, honroso y plausible, para poder desentrañar la contradicción que se da en ese instante, en que se logra abarcar los medios propicios para suspender esta incompatibilidad entre alumnos y profesores. Para ese efecto con mucho afecto Efraín añade: “La filosofía y la ética deben enseñarse todos los días a pesar de que se perciba como tiempo perdido. Los discursos morales y éticos algo dejan y algo tomamos”. Así Efraín Alzate.

 

 

 


 





LA POLÍTICA Y LOS IGNORANTES / Darío Ruiz Gómez



 LA POLÍTICA Y LOS IGNORANTES

Darío Ruiz Gómez

El 38% de nuestros(as) congresistas y senadores(as) en sus cargos no alcanzaron a terminar bachillerato y la sospecha es la de que muchos(as) ni siquiera lograron terminar la educación Primaria y algunos se inventaron títulos. Y digo “no han terminado” abrigando la esperanza de que algunos(as) con sus altos sueldos, viáticos decidan para bien de la Patria ponerse al día en esta privación de conocimientos indispensables sobre lo que significa estar en la Política, conocer el funcionamiento del Estado y sobre todo conocer lo que suponen las responsabilidades que sus cargos les imponen y la ciudadanía les exige teniendo en cuenta sus altos sueldos, viáticos y poco tiempo que trabajan. Que un(a) congresista provenga de un remotísimo territorio o de una barriada miserable que les impidió, ante una solitaria lucha por la sobrevivencia, terminar con sus estudios, es algo que nos conmueve y puede ser descrito en una de esos folletones para t.v. sobre lo que supone el mérito personal para escapar de esas barreras y convertirse en alguien de bien pero no va al caso en lo que se refiere a ser representante ante el Congreso (Cámaras, Senado, Asambleas, Concejos) de una Nación lo que implica pasar las pruebas de conocimiento en varias disciplinas, conocimientos económicos, geográficos, sociológicos. Marco Fidel Suárez hijo natural de una lavandera  vivió su niñez y adolescencia en situación de extrema pobreza y como no podía asistir a la escuela  escuchaba las clases  desde fuera del aula tomando notas  sobre un papelito,  superando así la más ofensiva de las carencias de un ser humano: la ignorancia  hasta escribir ese portentoso legado  de erudición y conocimiento que  son “Los sueños de Luciano Pulgar”  En las democracias   como Colombia las oportunidades para estudiar son muchísimas y miles de tecnólogos, profesionales universitarios,  han salido adelante honrando  al país.  Pero la grave separación entre el país de los politiqueros y el país real se hace más ofensiva en la medida en que comprobamos la derrota de la ciencia y de la universidad ante este impresentable lagarterío que no puede tampoco llamarse pueblo. ¿La representatividad de las comunidades no debe estar en manos de quienes conocen a fondo y con amor su problemática, pero también sus logros culturales, su afirmación de la confianza?  

En aquel inolvidable texto “Defensa del analfabetismo” don José Bergamín, diferencia entre el alfabeto -analfabeto que son ahora millones y millones de profesionales, de especialistas que leen y escriben pero que son completamente analfabetos en lo que se refiere al verdadero conocimiento que es rigor y es responsabilidad ética, riqueza lingüística, y, el analfabeto que es quién desconoce el alfabeto porque pertenece a una cultura donde experiencia y saberes se transmiten oralmente. ¿Cómo comprender entonces de parte del analfabeto -alfabeto la complejidad de una sociedad y la misión civilizadora de la política? La palabra necesita de la libertad, se opone a aquello que la ignorancia propicia: la tiranía. Hablamos entonces de la ignorancia y sobre todo del ignorante y de las funestas consecuencias que para una sociedad implica la prevalencia de la ordinariez y la vulgaridad ostentadas desafiantemente por los ignorantes(as) para quien es más importante el griterío que  el diálogo.  ¿Qué es lo primero que hace el ignorante? Desacreditar precisamente el esfuerzo de la educación para sacarnos del atraso de la ignorancia. ¿No ha sido ésta la tarea de nuestro populismo al igualar por lo bajo el problema del conocimiento es decir al pretender demostrarnos que el ignorante es más importante que el científico, que el estudioso? “La verdadera ignorancia, dice Karl Popper autor de “La sociedad libre y sus enemigos”- no es la ausencia de conocimiento sino el hecho de rehusarse a adquirirlo” .

lunes, 24 de octubre de 2022

Los maravillosos años 90 de Carlos Alfonso Rodríguez / Mario Sánchez y Víctor Bustamante

 


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Los Maravillosos años 90 / poemas y anti poemas

Carlos Alfonso Rodríguez


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Víctor Bustamante

No sé aún cual es la separación o el límite entre poemas y anti poemas. Solo podría afirmar algo ya conocido, su autor explora nuevas formas de decir, así como nuevos escenarios que lo conducen a otros tópicos, pero así se sea muy de vanguardia han existido definiciones, escuelas y diversos ismos. De todas maneras, la poesía en su esencialidad expresa al hombre y sus circunstancias. Así con curiosidad y bonhomía se exploren otros territorios, otras metáforas, algo es cierto, los poemas y anti poemas hacen parte de la misma corriente de lo que forma la poesía, el sustrato humano. Con el tiempo los poemas y anti poemas ingresan a ese territorio del cual a veces entran o salen y que es nada menos que a formar la larga tradición poética, una patria ilusoria. Así una zona de exclusión parece que insuflara ese deseo de exiliarse a esa otra zona ideada, imaginada, pero lo cierto es que no nos hemos movido de un solo lugar, el territorio sagrado de la poesía que son las utopías que nos arredran, las palabras que insuflan ese aire fresco de ser creativo; territorios personales sobre los cuales los poetas se entregan de una manera total. Estar en la vanguardia es ficticio, es como esperar un milagro, o si no leamos a Marinetti: “Vamos a asistir al nacimiento del Centauro y veremos volar los primeros Ángeles”. Por supuesto que estas figuras mitológicas invocadas al filo de 1900 no han salido de la imaginación porque nadie las ha visto, pero sí sabemos que algunos las esperan, pero eso ya se aleja del territorio de la poesía para poblar el carácter díscolo de las religiones o el espacio del cineasta.

Pero entremos a ese mundo donde el poeta nos lleva de su mano y de su escritura libre: Los maravillosos años 90. Es cierto, enfatizo en su título por una razón discordante, siempre vimos como maravillosos, los años 60, pero el poeta sabedor de la instancia presente de su caminar recalca en ese instante de los 90, ya casi en el fin de siglo, ¿por qué razón enfatiza en esos años? No cabe duda que algo lo ha marcado y macerado, no cabe duda de que en esos años algo se ha cristalizado en su interior, tal vez el inicio de una experiencia poética, pero también puede ser la consolidación de sus deseos de ser poeta a como dé lugar. En estos años y a través de sus poemas Carlos Alfonso reitera, a pesar de sus diversos oficios su único propósito: ser escritor.

Al autor establecer un límite, y citar un año, los 90, establece una suerte de colapso generacional, pero también de brillo, ya que él se inserta en la tradición de los grupos intelectuales. De ahí que el concepto de generación en cuanto a lo creativo, supure por sus páginas nunca como una nostalgia sino con la imperiosa necesidad de esclarecer, porque la escritura a medida que avanza hace resplandecer lo sublime, oscurecer el musgo y dejar de lado lo irrelevante.

Carlos Alfonso insiste en el concepto de generación, lo cual no es en vano, incluso lo reitera cuando describe a otros escritores anteriores en su momento más brillante, podría referirme al principio de esperanza o a una manera de catarsis de saber cómo a través de su obra justifica su existencia o de otra manera esta obra se convierte en su esperanza de salvación. Pero él no lo hace con pesar como ya lo he dicho, sino con la certeza de su necesidad de reafirmarse ya que de lo contrario desaparecerían en ese concepto de generación, sus preciados amigos, sus ámbitos, en especial, su trasparencia. Ahí coexisten diversos planos de interpretación, desde los instantes sencillos que punzan, ocurridos en la calle y que para él no pasan desapercibidos hasta la música que siempre merodea en sus textos, hasta una ciudad indefinible, el barrio como trasunto personal y el distrito de Lince. Eso sí esa topografía tan personal cohesionada por la lejana línea del mar que es una suerte de norte, una suerte de fuga. Claro que en su poema: “Sé qué soy un miembro no digno de mi generación”, en el cual realiza una suerte de inventario dice que ha dejado los testamentos de sus escrituras, sus utopías, sus amaneceres, su bohemia, pero algo es cierto este halo de romanticismo, y ese pesar, es como si claudicara, pero no, es apenas ese aspecto autocrítico que persevera en él.

Hay en algunos de sus poemas un nosotros que involucra en su pluralidad, ya que él como testigo acentúa su poder de acercar sus territorios, andanzas, visiones, fantasmagorías, precisamente con esas personas que estuvieron ahí. Así el lector quiere sentirse como uno de esos amigos de generación que lo preceden en algunos casos y en otros lo acompañan. Por esa razón es imperioso seguir adelante sobre este pilar necesario en que construye su poesía, como cercanía y necesidad de la certeza y compañía de esos amigos que conocidos o no lo acompañan en su trasiego y que él trasluce en diversos poemas. Él insiste en sus lecturas públicas en solo mencionar y decir dos de sus mejores poemas: “El lenguaje del amor silencioso” y el poema que da título al libro, “Los maravillosos años 90”, donde expone los caminos y situaciones que vendrán y que lo embargan, y que se desarrollan en esa zona de extrema confrontación entre la realidad del viajero que es y que escribe para no dejar que esos paisajes se borren sino para escribirlos, describirlos, vivirlos y por lo tanto que se vuelvan incandescentes por medio de su palabra que es la del forastero.  De ahí que al escribir esa palabra de tanta significación le da él, al viajero, esa persona que no solo transita dentro de su país, sino dentro de otros países, esos paisajes y esos personajes, no como espectros, sino como personas que le llaman la atención a él, para que le deparen su creatividad.

El poeta al inicio de su periplo, que es cada poema, alecciona un viaje hacia su propia memoria, pero no solo se queda ahí, sino que ama viajar en sus poemas para definirse como un viajero total que no deja de soslayar nada, sino que debe ser itinerante en apariencia porque en realidad capta el ámbito de cada uno de los lugares que visita. 

Desde ese punto cero, el inicio, es algo inusitado, no es el equipaje para el viaje, sino aquel que carga el autor, su memoria, sus libros, su avidez de otros horizontes. Y así cargado de preguntas, dudas y complejidades, interrogará esos paisajes que verá de nuevo para satisfacer su curiosidad como si él se convirtiera en un viajero irredento, que lo es, hasta llegar a esa suerte de  lugares, donde mira ese baratillo de personas, lugares, objetos; todas las formaciones heteróclitas, que coinciden en un instante en que las ve como una comunicación entre el pasado y el presente al cual él da su moderación. A él no le interesa verse clasificado como nuevo o antiguo o viceversa. A él le interesa ese valor per se, lo intrínseco, de ahí que él da fuerza a ese concepto que le da el carácter definitivo y veraz para su labor, para sus exploraciones, ya sea cuando viaja a algún lugar, ya sea cuando conversa con una persona mayor que le ampliará el mundo al darle sus recuerdos, o lo más embriagador, cuando a través de los libros llega a personas como José Baquíjano, Mariátegui, Julio Chiroque, Abraham Valdelomar, y así cae en cuenta que el hombre, a pesar del tiempo y otros lugares es el mismo ahíto de poesía. En este caso, él mismo cuando ejerce su ministerio que es nada menos que la persistencia en escribir y ser contemporáneo como una justificación de lo alto de una existencia. Aquí se junta el carácter de amistad que lo asedia trasmutado en el concepto de generación con aquel sediento viajero que no se queda en los lindes de las ciudades, sino que al buscar a sus escritores expresa el corazón duro de esas ciudades a través de sus poetas. Como viajero ha vendido libros en muchos municipios. No diría que Carlos Alfonso es un trotamundos como se repite con aquellos viajeros sin oficio, que van disolutos y despistados de un lugar a otro por países. No, él ha recalado en Colombia y ya ha penetrado en la médula de su poesía. Además, el Neonadaísmo se enorgullece de tenerlo entre sus militantes más activos.




Hace poco me refería a un escritor colombiano, Félix Ángel, que escribió un libro, Miguel, en Estados Unidos, y me preguntaba si ese texto pertenecía a la literatura estadunidense o a la colombiana. Hubo una respuesta, el escritor no tiene patria o cosas por ese estilo, lo cual es una mentira, el escritor sí tiene un origen. Es que a veces nos las damos de universales y justificamos este tipo de cosas. Lo pregunto es por una razón muy sencilla si Carlos Alfonso es un escritor peruano o un escritor colombiano o un escritor colombo-peruano. Lo digo porque me gustaría saber cuáles poemas de su texto han sido escritos en cada país, para concluir de una manera certera si el cambio de país lo ha obligado a buscar nuevas temáticas. No sé si esta pregunta merecería toda una mesa de trabajo para preguntársela al autor. Recordemos el caso de Porfirio que escribió muchas de sus obras en el país, pero otras en México y allá en las antologías mexicanas aparece como un reconocimiento a su escritura.

De esta manera a través de sus poemas, a través de sus pesquisas, se da un diálogo entre dos países de cultura muy definida, Colombia y Perú, aunque el todo en cada uno es tan engañoso, en Carlos Alfonso es posible avizorarlo ya que él poco a poco ha entrado por el camino de la poesía y de la liturgia de los libros en ambos países, y así mismo realiza indagaciones sobre algunos músicos que le llaman la atención. este encuentro entre dos poetas, en su poema sobre Gonzalo Arango y en otro sobre Raquel Jodorowsky donde reúne personas de la literatura que se admiraron mutuamente. Aunque en Gonzalo parecía más ganar la parte erótica, pescador de ilusiones, ya que carnal y rezandero, preferiría las buenas compañías femeninas, para su clan poético, una suerte de armonía pasional del nuevo mundo a la manera de Fourier.

He mencionado la música, la cual no se puede dejar de lado, al leer sus poemas, que es seguir el sendero por su poesía. Carlos Alfonso tiene una cercanía muy fuerte con algunos cantantes populares, a la manera de Olimpo Cárdenas, Oscar Agudelo, el Caballero Gaucho, Julio César Villafuerte. Es más, con un conjunto uruguayo, Los Iracundos. Hay un ensayo memorable sobre José Tcherkaski, el primer letrista de Piero, o la vindicación de Luis Fernando Garcés, el cantante. Esta cercanía con la música no es un capricho sino una certeza ya que él también es compositor. En uno de sus poemas ya lo había prefigurado: se queja de no poder ser un cantante, ya que tiene todos los atributos y el talento para serlo.

En su carácter de viajero, ya sea al desplazarse de lugar o a través de los libros o a través de su memoria, el poeta, Carlos Alfonso, ha dejado de lado los atrabiliarios conceptos de lo moderno y lo antiguo, ya que al digerirlo se diría que se queda con la pureza de ese estado, así como en una calma total, pero no, a él le gustan son las impureza, ese estado mediador entre ambos. De ahí que él sabe que las vanguardias se juntan con lo moderno, pero muchas veces no lo son, son apenas apariencia ya que lo que subyace en esa fachada es lo popular que es lo que en realidad le interesa al investigador, lo popular es lo impuro lo no aceptado, lo que lucha por establecer y que se logra solo con los años, ya sea con su autenticidad, con su crítica o con su facilidad de acercamiento.

Subsiste en este libro el corazón de la utopía, las andanzas, los sueños, la persistencia en la poesía como catalizador y como manera de anotar su propio devenir y, por supuesto, la cristalización de un proyecto, sus poemas reunidos en un libro donde aún perduran sus poemas intactos cada que al abrirlos el lector les dará vida. Hay algo formidable y es la franqueza con que el autor refiere cada tema, de decirnos que hubiera querido vivir en el tiempo de los auténticos viajes, cuando no se tenía noticias del lugar donde recalaría cuando se ofrecía en todo su esplendor un espectáculo todavía no estropeado, contaminado y maldito del lugar visitado. No, a él le ha tocado viajar por un mundo ya conocido donde la diferencia se ha perdido cada día. Además, no hay perspectiva más exultante para el poeta que la de ser el primer peruano que recala y se afianza en Medellín y ya hace parte de la ciudad. Revive de esa manera la llegada de Roberto Juarroz que vivió unos años en Medellín, de Camilo José Cela que vivió unos meses, así como la experiencia de otros escritores viajeros, y, a través de ellos, continúa con esa instancia crucial del escritor de ser una suerte de emigrante por las ciudades y las autopistas, por los caminos y requiebros personales. Esto no lo hace más moderno, como los escritores apresados en el turismo que van de país en país y no poseen obra, sino ganas de viajar lo cual es muy lógico para ellos, pero que no aporta nada a la literatura, sino sumisión y faroles grises. El caso de Carlos Alfonso es diferente y certero, él se ha quedado y anclado de una manera total, y ya cuando escriba sus poemas medellinenses sabremos su secreto y sus estancias. Gracias a él recibimos una persona llena de humanidad a la cual no es ilícito admirar por su apropiación de esa ciudad de la cual, sí conoce sus suburbios y a aquellos artistas casi al filo del olvido, uno de ellos Luis Flórez Berrío denostado por los gestores culturales del municipio y por los doctores de la academia que no saben qué significa la poesía popular, y al cual aprendí a degustar por él, y así mismo a proseguir nuestra admiración por Mara Agudelo, de la cual él mismo se advierte como un admirador total y a la cual ella recibe nuestro aviso: no está sola.

Este libro es una experiencia decisiva en la vida de su autor, que se ramifica en varios temas que son la síntesis de su experiencia. Carlos Alfonso contempla sus aspectos positivos. En este sentido su poesía nos entrega esa envergadura donde no existe el conflicto personal, un yo taciturno o en caída, como un ángel maldito de la poesía. No, en él hay siempre una salida.

El núcleo central del libro son los textos de Los maravillosos años 90, a los cuales lo antecede el poema más emblemático de él sobre la madre, El lenguaje del amor silencioso. Luego el ensueño poético continúa con La morada de los abuelos que es una manera de referirse a sus tiempos de adolescencia en el Perú. Así en cada una de esas etapas es posible notar lo que lo hace desear ser, luego con los ojos y la curiosidad de mantener la inocencia saber que el siglo 21 lejos de su tierra le traerá a otras infinitudes.

Sabe, finalmente, que lleva consigo un antecedente y es el don poético, con el cual desea sorprender en la libertad de su vida intacta, reconciliable con el entusiasmo de su palabra.  

Hoy he leído Los maravillosos años 90, y he caminado por Lobatón y por Lince y vi la línea del mar como un espejismo allá a lo lejos.

Hoy he caminado con César Vallejo y con Whitman, con Allen Ginsberg y sé de la profusa amistad de Carlos Alfonso con ellos.

Hoy he leído Los maravillosos años 90, y supe del concepto de amistad que traspasa sus páginas, cuando las palabras del poeta las retrotrae y las define, en su admiración a los grupos cercanos o a ciertos escritores que lo han acompañado.

No sigamos adelante, mejor me detengo al cerrar la última página. Ya he dicho bastante para mostrar un poco en qué y por qué el poeta ha recogido aquí sus mejores momentos, sus mejores palabras, sus mejores poemas que incesantes prosiguen por ese río torrentoso y turbio de la calle y de la existencia, y que revuelven, acentúan, y nos apasionan.

 

miércoles, 12 de octubre de 2022

¿QUIÉN PODRÏA DECIRME ALGO SOBRE MEDELLÍN? / Darío Ruiz Gómez


 ¿QUIÉN PODRÏA DECIRME ALGO SOBRE MEDELLÍN?

Darío Ruiz Gómez

Es verdad que antes del largo confinamiento de la pandemia  estaba el hecho de que  sufríamos  la crispación del espacio público  con cifras escandalosas  de  asesinatos en un año y formas de crueldad cada vez más desusadas  respecto a anteriores formas de violencia que atentaban contra la conquista del espacio público y sentían los ciudadanos que las conquistas que se habían hecho para afirmar  la convivencia se estaban yendo al traste,  acompañadas  de  la privatización creciente  de los espacios  cívicos, la desaparición de ese núcleo cultural, de memoria personal y familiar que es el barrio porque desde la llegada de Quintero a la Alcaldía sentimos que entrábamos en lo que se llama un interregno o sea a vivir sintiendo que de improviso las normas cívicas que permiten el intercambio social, la humanización de los territorios con políticas de integración social, impidiendo la violencia de los desplazamientos urbanos como expresión de una nueva forma de especulación urbana; iban  desapareciendo ante lo que llamaría una “despreocupación” de esta Alcaldía  atenta más por la imagen publicitaria  personal del mandatario que  a enfrentar debidamente estas urgentes problemáticas, esta nueva fractura social propiciada por la masiva migración venezolana, costeña, del Chocó que ha ido asentándose sin regularización alguna   en la marginalidad y bajo las estrictas leyes impuestas por el crimen organizado confirmando las afirmaciones  de Mike Davis  de que en estas marginalidades crecen y se afirman bajo este tipo de organizaciones otras ciudades distintas y diferentes entre sí, desmembradas del antiguo concepto de Centro hegemónico cuyo significado simbólico  ha desaparecido por completo . Después de este penoso encierro fuimos sabiendo de una ciudad donde ninguno de los gravísimos problemas viales fue resuelto y donde como lo describió magistralmente Spitaletta el Centro se ha convertido en un apestoso muladar. Y si hacemos un tour por los barrios podemos constatar los grandes arrume de basuras, las calles llenas de huecos y las gentes padeciendo las torturas de los delirantes trancones vehiculares con cientos de accidentes y muertos, con los peatones dejados a su suerte y con la prostitución y el comercio sexual desbocado, amén del ostentoso fracaso de interconexión de los distintos sistemas de transporte. Tenemos entonces no a un gobernante sino a un actor que representa un papel que otro le ha escrito.

Quintero ha estado siempre en otra realidad y tal como lo califiqué él ha sido el comandante de una operación Caballo de Troya mediante la cual Petro logró introducir en el gobierno de Medellín personajes claves para la campaña en la cual continúa y para “el futuro gobierno de la Medellín” ¿Un Alcalde que no gobierna porque está viajando por órdenes propias o requerimientos del Sr Presidente? ¿Nos ha informado la Comisión Electoral de la creación de un Partido Político llamado MIN y del cual no conocemos sus estatutos pero que actuó abiertamente en la campaña de Petro? ¿Cuánto ha costado a los ciudadanos la permanente asesoría política del partido español de extrema izquierda Unidas Podemos?  Después de ser destituido de su cargo Quintero viajó a Washington con una corte de amigos para presentar su caso ante la Corte Penal Internacional ¿Cuáles fueron los costes de este fracasado viaje? Quintero nunca ha estado aquí como lo comprueba ese desplazamiento aéreo de 9.000 kilómetros para verse en Europa unas horas con Petro. ¿No necesitamos la verdad sobre sus asesores de Comunicación en la tarea de difamar al entonces candidato Fico Gutiérrez?  Y los “delegados” suyos en importantes reuniones como la de Seguridad sobre el Bajo Cauca?  Alguien muy poderoso le permite estos deliberados desafíos a la  autoridad.  Sabemos que Quintero será una importante figura del gobierno de Petro pero le falta un año de gobierno y la ansiedad por estar en Bogotá le está trayendo más graves y mayores errores de los cuales nadie lo podrá exonerar

Tríptico de la edad madura / Marcela Atehortúa Flórez

Un hombre besa a su pareja. (Rankin/Relate)




Tríptico de la edad madura

Marcela Atehortúa Flórez

 

El otoño

 

El otoño se acerca con su ruido de hojas secas

Cambiando de colores y consistencias

Encendiendo el horizonte con sus naranjados, rojos y amarillos

Los árboles desnudos de su vestido

Cobijados con los vientos septembrinos.

Aquí estoy, esperando

Después de un largo tiempo

Aguardándote con tus misterios

De fiebres y de climaterios

De piel ajada y cuarteada

De sueños vencidos en una batalla.

¿Qué habrá más allá de “cerrar edad”?

¿Habrá aventuras nuevas? ¿Saborear nuevos vinos?

¿Sórdidos viajes al interior del ser?

¿Expediciones poéticas a la vida y al amor?

¿Qué me espera?

 

...

El climaterio

 

Le tengo terror al climaterio

Lo que viene detrás de eso

Lo que esconde, lo que oculta, lo que significa

Aridez, soledad, desamor

Esperas que nunca fructifican.

¿Por qué el temor a envejecer y aclimatar?

Porque han pintado de terror el horizonte de los años

La idea de la muerte nos acompaña cada día

La intranquilidad por la finitud nos agobia.

Son tiempos de inspiración, de pensarse a sí mismo

De noches añosas que dibujan un desfiladero al amanecer.

En este punto del trayecto, te ves apocada al balance

A equilibrar las cargas del viaje

A soltar amarres y blandir tu bandera

Echarte a navegar sin brújula ni estrellas

Es la continuación del viaje.

 

...

El tiempo pasa

 

El tiempo pasa

Dejando su inexorable huella en mi cuerpo y en mi alma

¡Ya no tengo la piel de manzana! Clama humedad

Los surcos cincelados cerca a los ojos

Las carnes se tornan grávidas

El abdomen se abulta y el derrier pierde su curvatura

Las tetas delatan su pasado de amamantar

El peso sube y baja según la prescripción médica y las horas sentada leyendo o escribiendo, viendo televisión o tejiendo.

El ánimo me da la espalda

El caminar se torna suave y sin afanes

Los sueños siguen siendo infantiles

La mirada aún es fulgurante

El sexo permanece tibio como un carbón cerca del fuego

Mi coraje no lo detienen bridas ni herrajes

Mi ímpetu llama a las tempestades, la energía de la tierra, del cielo y el mar.

El alma rebosante como un tonel de vino añejo, suave y fuerte

Que me beba quién merezca

 

...

 




SENTIDO, VIDA Y FELICIDAD / Karen Yiseth Mena Murillo,




SENTIDO, VIDA Y FELICIDAD

Karen Yiseth Mena Murillo,

Quisiera, quisiera escribir algo más importante que no relacionase con mi patética vida, lástima, lástima que cuando queremos ser feliz no somos lo suficientemente importante para nosotros mismos, parecemos desear tanto, pero ¿será que algún día lo lograremos?

¿Lograremos cada deseo?, quisiera que fuese así, que con tan solo desearlo fuésemos felices, que sucediese de repente, pero supongo que la felicidad no se pide, no se desea, sino que tan solo se encuentra, se supone que el sentido de la felicidad es tan solo sentir el deseo, si relacionamos la felicidad con lo humano nos preguntaríamos, ¿Somos felices?, ¿Somos felices como seres humanos?,

Y si lo somos ¿porque lloramos?,

¿Es normal?

¿Es normal sentir tanto sufrimiento siendo humanos? O tan solo es normal sentirnos insuficiente a lo humano,

Ojalá no sucediese así, no me gustaría vivir en una sociedad dónde se pusiese en el piso la felicidad, tanto mía como la de los demás, pero supongo que es normal ya que a pesar de todo estamos en camino de encontrar la felicidad, o como muchos lo dirían encontrar tan solo el sentido de la vida, por eso,

Por eso, por eso quisiera poder ser más fuerte a las decisiones de la patética vida que llevo, porque si, nosotros llevamos la vida no ella a nosotros y es algo a lo cual a pesar que la llevamos no hemos podido tan siquiera aprender a sobrellevarla, me refiero a controlar cada minuto, cada segundo e incluso cada momento en la cual nos hacemos cargo de llevarla, vivirla y sobre todo disfrutarla.

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LAS FALSAS REVOLUCIONES DEL PETRISMO / Darío Ruiz Gómez



LAS FALSAS REVOLUCIONES DEL PETRISMO

Darío Ruiz Gómez

Si de verdad el petrismo fuera un movimiento de izquierda a dos meses de gobierno no hubiera mostrado de manera tan flagrante ante la ciudadanía y ante el mundo su lamentable carencia de un coherente  discurso político. Para que exista el petrismo se necesitaría como es lógico  que hubiera petristas agrupados en un común ideario y solamente  se ha contado con arribistas de bajísimo nivel como Roy Barreras o castristas  como la Ministra de Salud, como la Ministra de Minas,  leninistas  como la Ministra de Cultura, como los siniestros abogados  del Colectivo “José Alvear Restrepo” que  tanto mal le han hecho al país, todos ellos, repito,  practicantes de un populismo tan primario como para proponer que se condene  el petróleo y el carbón –necesarios para la humanidad en este momento de depresión mundial económica y social-  y se defienda la coca. Lo que una vez analizado es  solamente un revoltijo de populismos  ya desacreditados por las monstruosas dictaduras de Maduro, Ortega, Díaz- Canel. Persecución sistemática a las libertades, pobreza económica, destrucción del campo y miseria de los campesinos como en la actual Venezuela.  O sea, el fracaso de las llamadas “revoluciones  proletarias”  propuestas  en Colombia como parodias del  “Socialismo Siglo XXI”. ¿No han leído el más reciente informe de la ONU sobre las torturas, desmembraciones de cuerpos, desapariciones ejecutadas presencialmente por Maduro y sus narcoministros para sentir vergüenza ante la comprobación de que un ser humano pueda ser tan depravado? ¿Qué diferencia hay entre Iván “Mordisco” y Diosdado Cabello?

Más de tres millones de colombianos que se lanzaron a las calles de Bogotá, Medellín, Cali  y muchas  ciudades y pueblos  salieron al espacio público  para  recordar su repudio al populismo petrista, a sus intentos de destruir el Estado de Derecho,  tal como gloriosamente lo hicieron cuando se opusieron a la firma de una Paz amañada  hasta reaparecer hoy convertidos  en una  verdadera fuerza de resistencia  como un gran movimiento cívico desligado de los  desacreditados Partidos políticos  y  encaminados  hacia  la restitución de una Democracia (burguesa) históricamente necesaria . Aquel logro de nuestro civilismo no agotado a través del cual pudimos considerarnos durante algunas décadas como un país moderno.  La República es necesario repetirlo, ya había planteado retos como la recuperación del campo, la libertad en la educación, los derechos de las mujeres, el intervencionismo de Estado. En el colectivismo del petrismo desaparece el derecho de cada mujer, hombre, niño, a ser considerado un individuo, la oportunidad a escapar de ese colectivismo que los somete y ultraja. Pero además recordemos que para este populismo el campesinado  de Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío, los Santanderes, crisol de nuestro mestizaje,  en una demostración de racismo al revés, ha sido borrado del proyecto de gobierno como si fuera culpable de la tragedia de las comunidades indígenas, de la miseria de las comunidades desplazadas o confinadas por el narcotráfico o la guerrilla que es lo mismo.  El “blanco” como chivo expiatorio a través de políticas de odio. Esta protesta de artesanos, trabajadores,  pequeños  y grandes comerciantes y empresarios, cafeteros, manufactureros, tenderos, azucareros, exportadores de confecciones, o sea la nueva clase popular en perpetua dinámica social, las nuevas clases medias y altas de todo el país, la Colombia que – recordemos el triunfo del No en Chile a un caricaturesco proyecto de nueva Constitución y sus “pueblos originarios”— vigorosamente  estuvo  avanzando  hasta el presente para dar  respuesta a un condenable   y sobre todo perverso populismo.        

domingo, 2 de octubre de 2022

DESANDANDO LOS PASOS / Sara Lucia González Castellanos

  



DESANDANDO LOS PASOS

 

Sara Lucia González Castellanos

 

 

La silueta se dibuja en mi campo visual, ella se acerca y me dice mirándome fijamente a los ojos:

―¿Podría regalarme fuego?, hace mucho calor y me antoja un cigarrillo.

¡Ja, Ja!  Ni siquiera pide el favor. Se ve que tiene dinero, el vestido, los zapatos, ¡vaya que está elegante la señorita!, la miro a los ojos mientras saco los cerillos del bolsillo de mi chaqueta, ¡pero si es ella!, Adelaida, la niña de mis sueños. Yo no puedo disimular mi nerviosismo, mi mano tiembla, la cerilla está algo húmeda y casi no enciende, la llama es débil, rápido la acerco al cigarrillo y   con la otra mano la protejo del viento. Ella está muy cerca, puedo oler su perfume ¡hummm! Como huele de rico, a flores recién cortadas, parece que no me reconoce, ¿cómo es posible? ¿Adelaida como no me conoce?, soy yo, Pablo, su Pablo ¿no se acuerda?   Cuando éramos niños jugábamos a la orilla de la quebrada, recuerdo que siempre la encontraba lavando ropa, yo llegaba sucio después de sembrar el campo. Me daba un beso y nos bañábamos, chapuceábamos en el agua buscando pececitos de colores o la piedra más rara. Ella al poco tiempo se marchó, sus padres se la llevaron a la ciudad y nunca más volví a saber nada de ella, ¿cuánto hace de eso? Yo ya no se…

Me mira, masculla un “gracias señor” y enseguida se va.

―¡Espere señorita, espere!,  le grito y corro tras ella.

 Un poco asustada se detiene y me dice:

―¿Sí?, El viento sacude su falda, con una mano trata de mantenerla en su sitio y con la otra sostiene  el cigarrillo, se ve casi ridícula.

―Perdón señorita, no quiero parecer atrevido, le digo, y suavizo la voz hasta convertirla casi en un susurro:

―Es que me parece conocerla, ¿cuál es su nombre?

―Adelaida de los Santos Apóstoles, sus dos manos están ahora sobre su falda que danza caprichosa al son del viento.

―y usted, ¿cómo se llama?

―Pablo, mejor dicho, Pablo Augusto Rosas Campos, le respondo.

―¿Pablo Augusto Rosas Campos?  Su pregunta estalla en mi rostro, en cosa de segundos dibujo su cara en mi mente, sus ojos son iguales a los de mí Adelaida, tan negros y tan grandes, son como los ojos del agua vistos desde el cielo.

―Si el mismo, Respondo sin alegría.

―No puede ser señor, Me mira incrédula y sus manos se entrelazan bruscamente, mueve su cabeza de lado a lado y prosigue: ―No, no, no, usted no puede ser quien dice ser, o mejor dicho si puede ser, pero usted debe ser otro, espere aclaro mis ideas, espere…usted tiene el mismo nombre y apellidos que tenía un amigo mío…, Luego se queda pensativa. La siento lejana, como cuando alguien se pierde en sus recuerdos.

―¿Que tenía un amigo suyo?, Repito como un tonto.

―Si, dijo ella, desviando la mirada, de uno de sus ojos escapa una lágrima que rápidamente la disipa el aleteo de sus pestañas.

 ― ¿y qué le pasó a ese Pablo?, preguntó inquieto.

―murió siendo aún un niño, dijo y saca otro cigarrillo de su bolso, mecánicamente saco otra cerilla y lo enciendo, fuma aspirando fuertemente, como si le faltara algo.

Esto si es una coincidencia, ella se llama Adelaida de los Santos apóstoles igual que mi amiga de infancia y yo me llamo Pablo Augusto Rosas, igual que su amigo muerto.  

―qué pena, susurró.

―sin temor a ser entrometido ¿le gustaría hablar de su amigo?, le digo muy serio, ―Sabe, aquí todos dicen que sé escuchar.

Ella me mira y se encoge de hombros, ―bueno, usted parece un buen tipo.

―Entonces acompáñeme voy al cementerio y vamos hablando mientras tanto, me dice. El humo del cigarrillo se disuelve en la brisa matutina.

Es casi medio día y la gente duerme la siesta, así que las calles están muy solas, a ella no le importa caminar bajo este ardiente sol y en verdad a mí tampoco, aquí no pasa nada y hablar con Adelaida me reconforta.

Ella rompe el silencio: ―Pablo Augusto era un niño cuando murió, se ahogó en el río, en un paseo de olla, ¿usted debe saber que es un paseo de olla?, ¿verdad?, ese en que se lleva la gallina viva, luego se mata y se prepara el sancocho en la orilla del río. Dijeron que se enredó en un remolino escondido en las aguas aparentemente mansas, lo cierto es que su cuerpo nunca apareció.

Adelaida continua la historia, después de sacar otro cigarrillo y alisarse un poco el cabello desordenado por la brisa: ―También dijeron que los peces del rió se lo comieron; sus padres buscaron su cuerpo o sus huesos y como nunca apareció entonces abrigaron la esperanza de que estuviera vivo, esperaron como diez años, al cabo de los cuales hicieron un entierro simbólico y colocaron una lápida en el cementerio, los viejos murieron de pena poco después.

Ella cuenta la historia y yo siento el dolor que su corazón siente, quizás por su forma de contar, por su mirada triste, no sé, creo que en ese instante ella y yo éramos uno solo, sintiendo un mismo dolor.

―Sabe, Pablo Augusto, perder a mi Pablo cerró el capítulo de mi infancia, primero la partida y después la muerte. Yo ya no vivía en el pueblo cuando eso sucedió, nos marchamos buscando mejor vida en la ciudad, nos enteramos al poco tiempo de lo sucedido y desde entonces fantaseo con que me lo voy a encontrar en alguna parte.

Ella doblo a la derecha, por la calle que conduce al cementerio y yo la seguí.

Al oír esto mi corazón empezó a latir con tal fuerza como si quisiera salir corriendo, ella, al igual que mi amiga de infancia, se había marchado de un pueblo cuando niña.

―¿Cómo así Adelaida, no entiendo?, ¿Usted vivía en un pueblo y se marchó siendo aún una niña?, le pregunto, mientras seco el sudor de mi frente con la palma de la mano.

―Si, y no era un pueblo, era este pueblo, yo nací y viví aquí hasta los diez años luego mi padre nos llevó muy lejos, de esto hace 20 años. Ahora estoy de regreso, vengo a enseñar en el colegio de la presentación, soy maestra de básica primaria.

Quede mudo y petrificado, no sabía que pensar, el pueblo no era tan chico, pero si hubiera otra Adelaida y otro Pablo Augusto muy seguramente los habría conocido, ella debe tener unos 30 años, al igual que mi Adelaida.

―¿Cuantos  años tendría su amigo ahora?,

32 o 33, dijo ella.

―Justo mi edad, yo voy a cumplir 33 en dos meses, no puede ser posible, tantas coincidencias juntas…

La calle termina en la puerta del cementerio, yo estoy tan absorto en mis pensamientos que no me doy ni cuenta de que abre la mohosa puerta dispuesta a entrar.

―¿Me acompaña?, dice y entra, ―cuando murió Pablo juré que si volvía al pueblo lo primero que haría seria visitar su tumba.

Entramos, el cementerio es pequeño, yo hace mucho tiempo no vengo, desde la muerte de mi abuela. Las tumbas están bien cuidadas, las losas de mármol de los mausoleos reflejan los rayos de sol creando sobre ellos un destello sobrenatural, los pájaros cantan a los muertos y retozan en los árboles cercanos.

 Ella empezó a buscar la tumba.

―¿Tu Pablo donde vivía?, La pregunta se me atora en la garganta y presiento la respuesta.

―Ambos vivíamos en la calle cuarta, Responde sin mirarme, sus ojos recorren las lápidas, ― A la vuelta de la iglesia, junto a una panadería que era de una señora llamada Flor. La casa de Pablo era de un piso, tenía teja de barro y paredes blancas con ventanas cafés, él vivía con sus padres Teresa y Santiago, era hijo único. Mi casa estaba al lado, era de dos pisos, con un balcón y puertas azules de madera.

―Usted las debió conocer, preguntó ansiosa, ―¿Aún siguen en pie?  

Me quedo callado, No puedo controlar el latido, mi corazón parece un potro desbocado, ella esta describiendo la casa en que yo vivo, la casa de mis padres, esa es mi casa, entonces ese Pablo soy yo.

¡No es posible!, sacudo la cabeza de un lado a otro, ¡no es posible, yo no estoy muerto!, quien pudo inventar tal mentira, yo estoy aquí vivo, respirando, huelo la madreselva que crece entre las lápidas, escucho el canto de los mirlos, miro a Adelaida buscar la tumba de su amigo; mi corazón no cesa de correr, el sudor moja mi alma y mis manos tiemblan, no es posible, Dios mío quien se inventó mi muerte, maldita sea ¿por qué? ¿Por qué me condenan al olvido de esa manera? ¿Estoy loco? ¿Acaso estoy soñando que estoy vivo cuando en realidad estoy muerto?

―Mire Pablo, me dice Adelaida, ―venga, aquí está la tumba de mi amigo.

En efecto, aquí en el cementerio en medio de las tumbas está la lápida y en ella mi nombre escrito en letras doradas:

 

PABLO AUGUSTO ROSAS CAMPOS

Septiembre 23 de 1968 ―   Octubre 31 de 1978.

El epitafio dice:

 

“sus padres Teresa y Santiago nunca dejaron de llorar su ausencia”

 

Pablo se estremece en repetidas convulsiones, después se desgonza rendido y poco a poco recobra la conciencia, el sudor baña su cuerpo, se incorpora de la hamaca donde duerme la siesta, ¡el sueño, otra vez el maldito sueño!, Exclama con voz ronca, ¿hasta cuándo, maldita sea?, Reclama con rabia a las indiferentes paredes de la habitación y sale al solar,  se enjuaga la cara con un poco de agua fría, el sol se estaciona en la mitad del cielo y la brisa sacude el polvo a los viejos yopos que se resignan a su suerte, el calor es infernal,  aun así se coloca la camisa,  sale de la casa y  toma el camino que lleva a la plaza, a lo lejos divisa una silueta que se aproxima, el observa cómo se hace cada vez más grande hasta que abarca su campo visual, es una mujer que se acerca tan rápido que  no da tiempo para pensar,  ya muy cerca le dice mirándolo fijamente a los ojos: ―¿podría regalarme fuego?, hace mucho calor  y me antoja un cigarrillo.