VOLVER
A HACER LA CIUDAD
Presencia
de la Postmetrópolis
Darío
Ruiz Gómez
¿Por
qué sabemos tan poco de lo que a nivel económico, a todos los niveles que
tienen que ver con el desarrollo social, se está decidiendo, o, no, sobre el presente y futuro de Medellín, es
decir sobre nuestra vida ciudadana? Pero ¿Palpando cada día tal como lo hace la
ciudadanía la evidencia de estos cambios en el uso de la ciudad; porqué las
distintas alcaldías ignoran estos hechos y pretenden desde hace décadas gobernar
a Medellín bajo la perspectiva de una ciudad de servicios ? ¿Desde la irrupción
de la violencia del narcotráfico nos hemos detenido a pensar de qué manera esa
violencia modificó y sigue modificando para siempre nuestros usos del espacio
público, nuestras relaciones sociales, nuestra escala de valores? No es como
podría parecer una mordaza que se impone a los medios de información tal como
se hace en una dictadura política para llevar en secreto estas determinaciones
dejando por fuera las distintas opiniones
de la ciudadanía y negando, por consiguiente, la participación democrática de los
distintos estamentos de la ciudad en una
toma de modificaciones sobre lo que debe ser el rumbo lógico de la ciudad, pero
lo que es cierto es que para determinar
lo que llamaríamos nuestro inmediato futuro es necesario primero conocer
nuestra realidad presente, lo que supone
la destrucción, por ejemplo, del
espacio público, la incorporación de la niñez
y juventud a las organizaciones criminales y las nuevas economías que
definen la vida social, lo cual se presenta de manera contundente como una
modificación de la estructura urbana tal como lo demuestra la ofensa que
suponen las llamadas “Barreras invisibles”. Pero disimuladamente la mordaza ha
existido y sigue existiendo pues lo que Manuel Castells denomina “flujos de
información” supone el dominio total por
parte de los poderes económicos imperantes, inscritos ahora en la sociedad global, la glocalización, y por lo tanto ajenos, desde ese mercado global donde ya operan sus capitales, a las afugias específicas
del ciudadano en la ciudad real y sobre
la vida ciudadana pero ante cuya
imposición los grupos sociales afectados
suelen recurrir a respuestas creativas
inmediatas y de una gran capacidad de reacción popular, los dialectos no sólo
ya de los adolescentes sino de los distintos grupos a través de los cuales se
certifica lo que se ha denominado el regreso a la tribu. La fragmentación
inaudita del territorio de la ciudad llega marcada por la presencia de un aumento de los actores
en juego en la economía del narcotráfico, del turismo sexual, y por consiguiente con un mayor despliegue de
violencia, con la masiva llegada de desplazados y de nuevos habitantes que han
escogido Medellín como su nueva ciudad, extranjeros que incorporan
inevitablemente otras costumbres, otros usos del espacio. Lo que he llamado creciente tugurización de
la ciudad no se debe muchas veces a la
presencia de sectores miserables sino a la imposición de tipologías
urbanísticas y arquitectónicas que los poderes que ejercen dominio mantienen
precisamente, ya que esa espacialidad de
callejuelas, pasadizos, arquitecturas inventadas, les permite mantener un registro total de los movimientos de sus
diferentes habitantes. Son pues por definición, espacios carcelarios, la ciudad
inacabada en territorios donde la especulación urbana, la construcción han
pasado a manos de esta economía ya no tan subterránea.
Pagamos impuestos de rodamiento, el impuesto
predial el impuesto de licores gracias a cuyo recaudo se logran planificar nuevas vías, nuevos espacios
comunitarios, parques, pero las descomunales ganancias de esa “otra economía” y de ese otro poder que ya es gubernativo ¿A
dónde van a parar si no pagan impuestos que reviertan en beneficios sobre esas
Comunas sometidas y sobre la calidad de
vida de niños, de ciudadanos de la tercera edad? ¿Tenemos vocabulario acaso para dar nombre a
estas nuevas fuerzas económicas que hoy no solo dominan más de la mitad del
territorio tradicional sino que ya pasaron de ejercer su dominio a través de
las distintas formas de coacción sobre el ciudadano como las llamadas vacunas,
como el diabólico “cuenta gotas”, para dar paso a una autonomía territorial respecto a lo que Michael Davis señaló como
gobiernos autónomos, regidos con leyes propias donde las ganancias de estos nuevos grupos de poder son estrambóticas. Aquí es preciso referirse a “ciudades dentro de las
ciudades”, a capitales golondrinos. Este
desequilibrio del cual la nueva rentabilidad del suelo es dato
indicativo de un cambio radical de
usos y donde la antigua estructura espacial característica de la economía industrial que correspondió al capitalismo
liberal con su concepto del empleo,
del uso del tiempo, ha dado paso hoy ante la presencia de estos flujos de información, de redes manipuladas por los nuevos capitales, modas,
drogas, turismo sexual al desencajamiento de la espacialidad urbana, del
sistema de transportes, de las identidades barriales, natural y lógicamente de los distintos sistemas de comunicación. ¿Dónde ha quedado
entonces la ciudad de Olano, la del Plano Regulador? Esta globalización, como
señala Castells, frente al uso vital de
los espacios que los grupos sociales continúan afirmando como los lugares donde las gentes se encuentran, intercambian
experiencias, renuevan la cultura pero abren un interrogante sobre la nueva
gobernabilidad que nuestra clase política ni siquiera se ha llegado a plantear.
O ¿Es que debemos aceptar que ya se dan cogobiernos?
Es
esta complejidad o sea este cambio casi
brutal de significados, la que desconoce la anquilosada burocracia municipal encargada de la movilidad en una ciudad que carece de
una nueva semántica vial y a cambio ha ido casi que sistemáticamente
destruyendo las calles o sea un uso consagrado del espacio público, dejando que
la criminalidad se apodere de plazas y parques y establezca de manera abierta
sus propias territorialidades, afirme su soberanía. El poder dominante a través de un nuevo nomenclátor
trata, caprichosamente, de
imponer sus valores dando a calles y plazas nuevos nombres, contrariando la
memoria común. Pero a la vez la presencia en las calles de los guardas de tránsito
desaparece, abandonando la necesaria pedagogía cívica y dejando
que las
cámaras, como en un film de
ciencia ficción, se encarguen de la tarea de imponer multas a diestra y
siniestra bajo el sistema de terror de una implacable autoridad sin rostro
cuando la inseguridad crece de manera alarmante. Vigilar y castigar. Esta
Alcaldía se encontró de sopetón con un problema que había sido represado por
las Alcaldías anteriores y que hoy ha estallado abruptamente ante la mirada de
una burocracia impotente para comprender sus alcances demoledores sobre la vida
cotidiana. Ya no la violencia del atraco callejero, del asalto a residencias,
de la riña sino la violencia programada desde las superestructuras del
crimen organizado que la instauran sin que la ley pueda
hacerles frente o mejor para demostrar la debilidad de la ley y la justicia. Pensemos
en los desastres causados por el desconocimiento de la tecnología adecuada, por
las nuevas funciones de un puente, de un intercambio vial, lo que agrava el problema de la movilidad y desacredita
disciplinas como el diseño urbano y la ingeniería. Al caos, caos. Lo que quiero
señalar es que la autonomía de los distintos territorios en la antigua ciudad
ha dado paso sin necesidad de teorías a lo que se ha denominado “Centralidades alternativas” ya que cada Comuna cuenta con el
mobiliario, las nuevas tipologías comerciales necesarias ¿Para qué entonces
bajar hasta el Centro y bajo cuáles motivaciones si del calendario oficial han desaparecido los
eventos cívicos y religiosos que convocaban a la ciudadanía propiciando de esta
manera el intercambio social, máxima aspiración en las funciones del espacio
público? El desplazamiento de los antiguos habitantes del Centro y de sus
barrios aledaños tuvo lugar, quiero recordarlo, cuando en un grave error de la
Oficina de Planeación se comenzó a destruir a Guayaquil bajo “razones de tipo
estético” olvidando que detrás de las imágenes del tango, de la rumba popular
–nuestra primera cultura urbana en Colombia- estaba asentada una sólida
economía de comercio, la Plaza de Mercado, depósitos de madera, de materiales,
fábricas manufactureras, cantinas, bailaderos, un público popular que se fue apoderando del Centro imponiendo sus
códigos particulares. A lo cual hay que
agregar la desmembración de la malla urbana a causa del tajo de la Avenida
Oriental, de la incapacidad de culminar el rescate de este desastre con un
adecuado diseño paisajístico, etc. Igualmente hay que recordar que a raíz del
llamado Festival de Ancón las gentes de los barrios populares conocieron el
Centro y se quedaron en él hasta hoy,
hasta que lenta pero contundentemente el hampa se apoderó del
Centro e impuso su violencia, acabó con la cultura de la noche. ¿Cómo hablar
desde estos dominios de una nueva vida del Centro? Hay que agregar a este
proceso de tugurización el impulso que, seguramente respondiendo a los
intereses de los nuevos propietarios del Centro les dio la llamada Oficina de
Usos permitiendo que una sola casa se dividiera en tres vulgares negocios, que
sobre el espacio de una casa se construyera un feo edificio de vivienda
rompiendo descaradamente la escala
estética de la calle. ¿Quién podría creer que la calle de Bolivia
ocupada hoy por prostíbulos
clandestinos, por moteluchos – sí, en donde aparece uno de estos, fue la casa
donde Tomás Carrasquilla escribió sus últimas novelas y que debió conservarse
como Patrimonio—fue una calle emblemática de la ciudad? Si ni siquiera hoy el concepto de Patrimonio
arquitectónico y urbano es claro para nuestros diseñadores urbanos, para
nuestros planificadores, el arrasamiento agresivo del patrimonio de la ciudad
construida con sus diversas tipologías arquitectónicas, con su poética de los
lugares fue entregado al caos, a la delincuencia, a la fealdad. A ese proceso de matar y matar calles persiguiendo los derechos del peatón y
causando el más estrambótico caos vial. Se olvidó la ciudad construida para
lanzarse a una frenética especulación urbana que saturó el espacio, densificó
sin antes haber construido las vías necesarias y terminó por destruir la
arquitectura y el urbanismo a causa de un excesivo comercialismo. ¿Cómo definir
los alcances de la corrupción bajo este permanente auge del contratismo que no
es considerado ya como un delito a castigar? ¿Bajo una economía urbana
manipulada por verdaderos clubs de amigos qué opción salvadora podría
emprenderse si también la tarea de la Veeduría ciudadana ha desaparecido? ¿Dónde
está presente la voluntad de hacer frente con argumentos verdaderos a esta
situación inevitable donde la ciudad que conocimos ya ha desaparecido y hoy está sumergida entre los trazos aún
desfigurados de otras ciudades caracterizadas por otras costumbres y cuando la
vivienda en altura planteada sin planificación alguna ha destruido la vida de
barrio, ha desconocido la necesidad del plano de base urbano? ¿Quién habla
entonces de Geopolítica o de Hidráulica para plantear la necesaria relación
entre geografía e historia, entre costumbres y paisaje, entre la tecnología y
los retos de una topografía imposible? ¿Quién está planteando proyectos para
reincorporar vialmente al Centro con las
periferias dominadas por la precariedad? Vivimos hacinados unos y otros, el
caos vial y la contaminación del aire, la violencia de las calles son tan terribles que parecen no corresponder
a la idea de ciudad que todavía
guardamos con la esperanza de salir de una pesadilla y volver a vivir en una
ciudad humana. La ciudad se deshace e incluso las ciudades mueren
cuando han desaparecido los valores de solidaridad y convivencia, cuando, como
ha recordado Lipovesky ya no hay vecinos y sin éstos la ciudad carece de justificación.
Aceptando
lo que salta a la vista y que nadie
puede negar, o sea el enfrentamiento que
se da hoy entre la búsqueda de una ciudad para la vida del ciudadano y la
ferocidad con que los llamados flujos de información del poder económico tratan de jerarquizar la
ciudad imponiendo lo que consideran sus valores, una arquitectura de consumo,
unos no lugares; la búsqueda de una espacialidad pública más humana, debe partir del reconocimiento de una nueva
estructura espacial donde como recuerda
Emilio Lledó la ciudad debe volver a ser la continuidad de la casa.
Precisamente el análisis de esta situación es la que nos permite darnos cuenta
de que los códigos entre los cuales
transcurrió nuestra vida, nuestra idea de ciudad alimentada por experiencias
imborrables, las cartografías personales de lugares que se han ido aposentando
en nuestra intimidad ya sólo quedan en nosotros y por esto mismo se han
convertido en un patrimonio inalienable desde el cual podemos enfrentar el
caos, la escalada de la violencia, la desaparición del intercambio social
porque cuando gracias a esos capitales arrasadores del concepto de
sociedad los antiguos conceptos de
valores fueron considerados como definitivamente desuetos, resulta hoy ante el vacío que vivimos que
precisamente estos valores de amistad, de vida cívica, de creación de una
robusta cotidianidad es lo que necesita urgentemente una ciudad arrasada,
despojada de sus espacios de convivencia. ¿Es esto pura nostalgia o necesitamos
de una nueva lógica urbana que incluya por ejemplo a un protagonista que ha
llegado para quedarse, el extranjero, no solamente norteamericano sino venezolano,
ruso, inglés, rumano? Es lo que se denomina la Postmetrópolis y su convivencia de signos incorporados por
una globalidad que no tiene reversa y es necesario racionalizar espacialmente,
reconocer en los nuevos flujos de información para lograr el reconocimiento de
los actuales ciudadanos, de la nueva familia surgida de esta ciudad mestiza y
oponer al poder económico de las organizaciones delictivas la fuerza silenciosa
de los nuevos valores cívicos, la opción de humanidad que esa economía
abstracta les niega al someterlos y considerarlos como simples esclavos.
¿Incorporar las nuevas tecnologías de los cables aéreos negándole al transporte su misión
esencial de comunicar comunidades aisladas? ¿Seguir negando el verdadero
fundamento de la metropolitanización, es decir continuar ensimismados entre
fronteras que ya han sido desbordadas y
que hoy no pueden concebirse aisladas de las regiones del Norte, Sur, Occidente
y Oriente suficientemente conectadas entre sí?
¿Dónde
está el equipo profesional capaz de plantear este urbanismo integrador ya que
el principal problema de Medellín radica en el rescate de las áreas cautivas
con sus ciudadanos sometidos a poderes nefastos, en receptar con una nueva racionalidad
esta necesidad de otra morfología urbana? Recordar que para el peatón no hay espacios vedados, ni fronteras
invisibles es comenzar a pensar en una ciudad que pertenece y es generada desde
la ciudadanía y para la ciudadanía. Y es
plantear el hecho de que rehacer hoy la ciudad es rehacer la presencia de
varias ciudades que hasta el momento han permanecido desconocidas unas para otras.