domingo, 28 de octubre de 2018

Horacio Marino Rodríguez en el Claustro de Comfama




.. ..


Horacio Marino Rodríguez en el Claustro de Comfama

Víctor Bustamante

En plena noche con el cierzo de octubre, y las lluvias de octubre, un suceso, porque lo es, es más, inusitado, por la sorpresa de ese detalle ya que en lo alto, en uno de los balcones que él mismo diseñó, HMR, detrás de la balaustrada y el tono verde de la luz, de la iluminación que golpea la fachada, si allí en lo alto el tenor Andrés Gómez comienza un concierto, pero no es un concierto cualquiera, es decir, lo que va a suceder, lo tomo como una serenata no solo a la ciudad desde la plazuela de San Ignacio sino a cantarle, al propio Horacio Marino en una ceremonia inusitada, sí, esa de otorgarle ese detalle para saber que él está ahí presente, lejos de esa indolencia de casi haber ocultado su obra en la ciudad que tantas veces desaloja, y no valora a quienes la han construido: sus arquitectos, porque en esta exposición, iba a decir itinerante pero no, ¡qué no!, sino presencial que encarna este evento en cada uno de sus pasos entrega a Horacio Marino Rodríguez en su dimensión, con una inseparable fraternidad, debido a la perseverancia de su talento, y por esa razón estamos aquí cámara en mano, satisfacción en mano en este homenaje, en esta retribución , en esta reivindicación para darle el papel que se merece ahí en medio de ese edificio del claustro que él mismo diseñó en parte y, no solo eso, sino también junto al Paraninfo que el reedificó, sabiendo que en el costado occidental de la Plazuela de San Ignacio él mismo, tuvo su oficina. Noche del 24 de octubre al fervor de un concierto que tiene los visos de ser algo más íntimo: una serenata, al saber que aquí los organizadores y los asistentes le rendimos un homenaje a ese gran artista.



Sí, aquí en la plazuela, HMR estuvo en el diseño para el cambio de lo que era el colegio franciscano hasta convertirlo en el actual Paraninfo de la Universidad de Antioquia, luego estuvo también presente en el diseño del Colegio de San Ignacio, hoy el Claustro de Comfama. En esta tarde la plazuela se nota desbordada de sus habitúes que la caminan; unos van de afán, otros entran al claustro para lo de las consultas de salud y de vivienda; otros, en la iglesia asisten a un acto religioso calmados y serenos. El paraninfo con su fachada iluminada se inscribe en el conjunto arquitectónico eso sí cerrado en su conventualidad.

Antes, en las fotos, se ve esa zona, esta plazuela, en completa serenidad, ya que era básicamente un lugar dedicado a la actividad estudiantil. Dos órdenes religiosas la regentaban: los sacerdotes de la orden de San Francisco, serenos y amantes de la naturaleza, y los de San Ignacio, guerreros y de duro carácter, eso sí muy estudiosos, como son los jesuitas desde su origen. Muchos años más tarde estas sedes educativas abandonaron el centro de la ciudad en una diáspora despaciosa y despiadada. Solo quedó como vestigio el nombre inicial de San Francisco como se conocía la plazuela luego arrebata por los ignacianos.

Esta exposición “El modernismo arquitectónico y la transformación de una ciudad”, es el complemento directo de la que permanece aún abierta en la Estación Central de Medellín, del ferrocarril aclaro. Si allá se exhiben las fotos con las obras aun intactas y las demolidas de HMR, pero allá hizo falta un guía que nos atrajera más, que explicara los detalles, la diversa valoración de las obras debidas al arquitecto. En cambio aquí, en el Claustro de Comfama hay un plus, Luis Fernando González explica y se explaya, como debe ser en un tipo de eventos de esta magnitud, el contexto, los detalles que es la razón para hacer aún más valiosa esta muestra. Si en la Estación Central está la indolencia de las obras demolidas y la perdurabilidad de las obras en servicio de HMR, aquí está el camino hacia la cristalización de su arquitectura, en sus cinco momentos, que definen las obras de un gran arquitecto que tuvo que ver, y mucho, en la conformación del paisaje urbano. Aquí ya hay un Horacio Marino más personal, donde se respira su presencia en una de sus creaciones. Aquí, además, en la plazuela, que es un documento mismo con sus edificios perdurables, reparamos en la fachada del claustro con la idealización  de su proyecto, pero así mismo en poder mirarla y admirarla, palparla. 



Aquí ya HMR reaparece con la expectación de  saber que comienza a madurar sus proyectos de arquitectura, ya se aleja de la fotografía y le da a la ciudad su talento de diseño y constructor. Ya en este paso, nunca una pausa sino en la quinta exposición, nos alejamos momentáneamente de las fotografías de sus edificios, y ya entraremos a una de sus obras, el claustro con su primera parte donde el estilo de HMR es evidente y que contrasta con el otro patio donde Goovaerts, le da su sello, ya que este edifico realizado en parte, en su fachada y primer patio, HMR Rodríguez lo siguió en su acabado Goovaerts. ¿Qué hay detrás de ese cambio radical, el espiritismo de Horacio Marino y la afectación debida al clero dogmático que contrastaba con el fervor religioso de Goovaerts, impidió que él siguiera en la construcción?

Entramos al Claustro, Luis Fernando en el primer patio, en un salón amplio, explica la presencia de HMR en el inicio de esta obra, habla de sus bondades como creador, de la limpieza de su estilo, de la búsqueda de un lenguaje. Luego seguimos ya al patio donde comienza el diseño de Goovaerts y explica los cambios de estilo, y como cada uno de ellos en su diversidad, son valiosos. Más tarde nos dirigimos hacia un lugar nunca visitado en la parte posterior, a una suerte de espacio oculto, pero íntimo, el torreón, donde la exposición continúa con diversos proyectos de HMR. Uno para el pedestal al Monumento de el Salvador, y también descubrimos el realizado para el Cerro Nutibara y los otros fuera de la ciudad impresos en un álbum de fotos donde sus propios familiares Mariluz y Mónica se emocionan al percibir el talante y el talento de HMR. Eso sí, ha sido traído el busto del arquitecto que acompaña con donosura en este tour por la ciudad, pero no es un tour cualquiera, es la reivindicación de su nombre.




Luego ya en el Deck, lugar central de la exposición podemos leer  los textos y observar las fotos y los libros del arquitecto así como la explicación clara, brillante y bondadosa de Luis Fernando donde da prueba de la categoría de la obra y, sobre todo, de los cinco momentos creativos como él ha denominado a la sensibilidad del arquitecto que en este momento de la exposición es cuando completamos la plenitud de su presencia.

Cierto, en cada una de las exposiciones emerge de la oscuridad de los años y del polvo del olvido no solo la imagen de un gran medellinense, como fue Horacio Marino Rodríguez, sino la huella que ha dejado a través de los años, y que nuestros pasos lo buscan en ese amplio trasiego que son las calles, los edificios, las fotografías, los diarios, sus escritos, las revistas, las lápidas donde Horacio Marino ha dejado su señal, la magnitud de su presencia, así como en la memorabilia que guardan con cuidado sus familiares.







 Fotografías de Luisa Vergara





sábado, 27 de octubre de 2018

Horacio Marino Rodríguez en el Cementerio Museo de San Pedro


..


Cementerio Museo San Pedro ‎Cincel y mármol 

La Familia Rodríguez M y el oficio de lo fúnebre

En el marco de la exposición: Piedra papel y tijera. Horacio Marino Rodríguez Márquez (1866-1931), el Cementerio exhibe: Cincel y mármol, los Rodríguez y el oficio de lo fúnebre, una serie de piezas funerarias e imágenes fotográficas que muestran la vinculación de la familia Rodríguez Márquez con las actividades y los oficios fúnebres en Antioquia.

La exposición está dividida en cuatro temas: las prácticas funerarias en el Cementerio San Pedro; cementerios en la producción arquitectónica de Horacio Marino Rodríguez; la creación de la agencia mortuoria o de pompas fúnebres de Melitón Rodríguez Roldán y la arquitectura para el recuerdo: los mausoleos de la familia Rodríguez.

Piedra papel y tijera, es un programa expositivo de ciudad liderado por la Universidad EAFIT. Se pueden apreciar también esta exposición en la Biblioteca Pública Piloto, en la Fundación Ferrocarril de Antioquia (Estación Medellín), en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, en el Claustro Comfama, en el Museo de Antioquia y en la Universidad EAFIT.

Inauguración: 28 de octubre - 2:00 a 5:00 p.m.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Horacio Marino Rodríguez en el Museo de Antioquia / Víctor Bustamante




-------

Horacio Marino Rodríguez en el Museo de Antioquia


Víctor Bustamante

En esta quinta jornada poco a poco establecemos el perfil de Horacio Marino Rodríguez, soy, somos los transeúntes que lo buscamos en la ciudad, ahora en el Museo de Antioquia, lugar donde se guarda con celo y se conserva  una gran colección de la plástica del territorio, de nosotros, y ese nosotros no es algo especulativo, aquí reposa lo que los pintores e ilustradores modelaron para esa posteridad que se construye con tantas visiones y colores plasmados en las telas, en los lienzos en los cuadros, en los papales en los cuadernos con los lápices y las tintas si se quiere a través de los años que huyen y dejan cada una de esas obras valiosas que emergen como ahora en esta exposición donde el monograma de HMR sale de su olvido, brilla como su autor, que fue la misma confusión creada por ese mismo olvido, que fue el descuido y la poca valoración en su momento y que un largo proceso de años casi lo arrincona en las bodegas y galpones solitarios y extenuados de ese mismo olvido, cenizas de la  ciudad. Ahora en su ascesis creativa la faceta de ilustrador  pintor de HMR emerge y se separa de su obra anterior, la elaboración de lápidas, no para dejarla de lado sino como complemento, como uno de sus estados y pasos necesarios en su proceso de formación de los caminos que él siguió, aun dubitativo, entre si quería ser pintor o fotógrafo. Ese largo camino que el autodidacta puede retomar o dejar de lado, donde solo él sabe su objetivo, donde solo el regresa o retoma su quehacer como algo que lo motiva, la pasión y una búsqueda del cocimiento por sí mismo. El autodidacta es un pensador libre, el autodidacta está lejos de la academia y establece sus búsquedas, esa palabra.

Una de sus cercanías era la presencia de Francisco Antonio Cano quien convivió con ellos en familia. Cano retrataba rostros de muertos con la descripción oral de sus familiares, HMR era tallador de lápidas: ambos en oficios que veneraban la muerte, está aún era de carácter sagrado. Cano ya establecía sus dotes como pintor y fue su socio en la fotografía. No es especulativo que él influenció a Horacio Marino, y a este le faltó, escribir sobre el tema, así como lo haría después con la fotografía y la pintura. Ambos dejarían la fotografía, ambos destellarían en su oficio: Cano como pintor, HMR como arquitecto. Pero estos eran los pasos necesarios, estos eran los pasos para cristalizar una actividad, en ello fueron brillantes.





Hay una fotografía de Rodríguez hermanos, en 1897 que resume a un grupo de soñadores, de intelectuales: De pie Luis de Greiff, escritor y padre del poeta León,  luego, también de pie Horacio Marino y sentados a la derecha el fotógrafo Rafael Mesa y dando la espalda y sentado el pintor Francisco Antonio Cano. Estas personas, estos artistas, están presentes en la creación de una revista El Repertorio. Y en 1896 propugnan por ser creadores. Detrás hay un lienzo con una columna que luego se verá en otras fotos, pero lo que se destaca es el gesto de ellos, Luis sonríe y mira a la cámara, Horacio Marino serio también está fijo en el lente, lo cual le da vida al instante porque quien mire la fotografía se encuentra con la mirada de ellos. Rafael Mesa mira al escaso horizonte del estudio de Palacé donde fue tomada la foto y Cano parece mirarlo a él. Todos lucen sus bigotes, los de pie también sus chiveras; todos muy elegantes con sus sacos y su ropa de paño, en un momento cuando el ser intelectual es una suerte de persona que, apartada de los demás, busca un oficio poco rentable, ser escritor, poeta o pintor. En esta fotografía se resume ese ser que soñó con la sensibilidad sin dejar su utopía, y que aquí en la exposición se respira. Cada uno de ellos en su sabiduría, en su creatividad nos ha enviado un mensaje, sí, el mensaje de los sueños, de las utopías, en cada uno de ellos me encuentro, soy heredero y depositario de su legado. Francisco Antonio Cano le realizaría en 1920 un retrato a Horacio Marino, en él lo vemos serio, muy adusto y elegante de saco, chaleco y corbata. Era una lejana retribución a un ensayo que había escrito Horacio Marino sobre él en 1896, para ese momento Horacio Marino había cristalizado su actividad creadora y  le había aportado a la ciudad la construcción de edificios de mucha relevancia; era ya uno de sus pioneros, pero como paradoja del destino, en este lugar el Museo de Antioquia, antes Palacio Municipal y uno de los edificios de más prestigio e importancia para la arquitectura nacional, no lo conocería a pesar de haber sido edificado por su firma. Él, Horacio Marino, ya había muerto.


Horacio Marino Rodríguez de Francisco Antonio Cano, 1920
Hay otra fotografía de este evento: Recuerdo de la exposición de 1893, que se llevó a cabo el 20 de julio en la casa de Patricio Pardo, en el Parque de Bolívar, cerca a la casa de Pastor Restrepo. El gobierno del departamento había promovido la Primera Exposición Artística e industrial, y una fotografía, por supuesto, de los Rodríguez, deja esa huella imperecedera, aun intacta,  como un documento, sí, es un documento ya que en 1892 también se había realizado otra exposición. En esta, Cano ganó con un retrato de Mariano Montoya, también presentó la escultura Dulce martirio, y obtuvo otros reconocimientos. No olvidemos que se preparaba la Exposición Universal en Chicago para el mes de octubre de este mismo año, donde Edison presentaría su Kinematoscopio.

Hay dos dibujos de HMR que me llaman la atención: Bolívar en agonía y otro, Crucifixión, S. XX, en blanco y negro, al carboncillo. Entre estos dos personajes, Bolívar y Cristo, residen las creencias que HMR vive para ese momento, y que perduran en el país durante casi un siglo Bolívar y Cristo los dos padres de la mentalidad colombiana decimonónica que se cuela hasta el 1960, cuando los héroes comenzaron ser desalojados de la imaginería popular. Bolívar representa el héroe máximo del glorioso Libertador que cabalga cubierto de gloria en su caballo palomo, pero en este cuadro Horacio Marino lo muestra enfermo, derrotado, sin los gonfalones, ni el uniforme de gala que tanto lució en tantas pinturas legadas por su pintor, aquel que  creo su iconografía, José María Espinosa, pero HMR parece que ese espíritu de derrota lo embargó y por esa razón lo ha pintado así. Otorga el Bolívar pensativo, hundido en las alas de su derrotada y, así mismo, hundido en el cuello de su chaqueta, sin la elegancia, sin la fijeza de sus años de laurel.

Su otro dibujo, de HMR, es Crucifixión, S. XX, donde la escena bíblica representa a Cristo en la cruz rodeado de los ladrones, mientras María lo mira, y la estupefacción de la historia se hace presente cuando sus acompañantes lo miran antes de irse mientras otros ya viajan a otros destinos. Todo macerado con un cielo negro donde la tormenta de la iniquidad y del poder se hace presente. Es tal el nivel de elaboración de ese paisaje que de inmediato uno advierte en la creatividad de HMR, y en su trunco camino por el arte de la pintura. Este dibujo es una copia de Cristo en la cruz del húngaro Mihály Munkácsy, que también estimuló a Cano en Jesús ante platos que también es una reproducción del cuadro homónimo del húngaro y que preside la Exposición de pintura de 1893.

Acompañan la exposición algunas publicaciones con grabados de HMR, además unas primorosas acuarelas y esculturas de Nel Rodríguez, unos dibujos de Cipriano Rodríguez, pinturas de  Francisco Antonio Cano, por supuesto, y el facsímil de El Montañez y El Repertorio donde Horacio estuvo presente, como si aquí también celebraran este evento sus amigos y familiares en esa permanencia que trasmiten estas obras de arte de sus familiares, de sus amigos, que lo acompañan en esta reinvidación, su presencia, la de HMR.



Acuarelas de Nel Rodríguez


martes, 23 de octubre de 2018

domingo, 21 de octubre de 2018

Horacio Marino Rodríguez en la Biblioteca Pública Piloto / Víctor Bustamante


.. .. ..


Horacio Marino Rodríguez en la Biblioteca Pública Piloto

Víctor Bustamante

Ahora el camino, nunca de las sendas perdidas del bosque, o de los senderos que se bifurcan, sino más real, los pasos en esta calle que conducen a otro lugar, nunca la niebla sino a la Biblioteca Pública Piloto, como una posta, donde hemos seguido los pasos de Horacio Marino Rodríguez, en su ser creativo. En esta noche lluviosa y del 17 de octubre, hemos entrado al corazón del fotógrafo, a la fotografía, digo, a su cuarto oscuro restaurado, donde me llama la atención la pequeña balanza para mezclar los químicos precisos y preciosos para revelar el negativo, junto a los frascos para  guardar los elementos químicos, y el mortero con su mazo, ambos de porcelana, para triturarlos  y poder mezclarlos, lejos ya de su actividad inicial en la cocina, y luego convertirse en un elemento indispensable en la botica, para luego ser utilizado en la fotografía. Ahí se disponía él a ejecutar, ya en la práctica, la teoría de los libros con sus indicaciones llenas de preguntas y dudas. Aquí en esta pequeña vitrina reparo en los elementos con que Horacio Marino debía preparar bien los químicos para revelar sus negativos y el fijador para que ya en el papel la imagen quedara dispuesta como él había concebido en su imaginación, eso sí con los personajes muy serios, muy circunspectos al frente de la cámara, para este evento, porque lo era, y ya listo, para cuando él mueva el obturador.

Luisa Vergara

Veo las libretas con la lista de los fotografiados donde ahí, en sus páginas, residen y se disponen nombres de personas, sus clientes, y cada día de esa historia que se escribirá con fotos, que son las imágenes de los habitantes de la ciudad donde la moda, costumbres e importancia se sacaran a la luz cada que se busque un negativo o en un magno evento como este.

Lo secreto, la manera como él poseía su estética al fotografiar, los químicos en su laboratorio, en su cuarto oscuro, y lo público, la fotografía terminada se combinan. Uno es el paso indispensable para que sucedan los otros. Cierto, aquí en la parte central de la exposición una réplica ilusoria del cuarto oscuro, bañado con luz roja, donde Horacio Marino se movía a medio paso entre lo privado, su experiencia con el baño desarrollador, fijado e impresión, y en lo público, la foto ya terminada para entregarse en su momento al cliente, pero también sin sospechar que esas fotografías viajarían hacia el futuro como un mensaje que él había enviado para que notaran que en la ciudad algunas personas, algunos artistas, entregaban su momento nunca de solaz sino creativo, y, por supuesto, en ese viaje en el tiempo, en esa cámara oscura que es el tiempo mismo convertido en materia maleable, en un túnel donde viajarían en la quietud de un archivo esas mismas fotos y esos mismos objetos, los miramos, reparamos en ellos como ahora, y una sonrisa regresa por la donosura, por el cuidado, por la certeza de saber que allá muy lejos, pero nunca perdido en el tiempo Horacio Marino es recuperado en estas exposiciones, que son, mejor que todo visiones de su trasegar en tantos campos creativos. Si en la elaboración de lápidas aprendió el pulso para marcarlas, y crear su monograma, también ha merodeado en la pintura pero también lo obsede plasmar sus fotografías.


Luisa Vergara

Reparo en la cámara, que no utilizó Horacio Marino pero sí Melitón, que da sentido de la dificultad, es una Camera Century Studio 9A, protegida en una vitrina. El lente aun intacto puro y brillante para dejar pasar la luz y para captar ese fenómeno que extrae la figura de las personas que viajan hacia la cámara, lejos de la creencia y temor de Balzac que presumía como le quitaría el espíritu, su alma. No sé si al fotografiar ellos, los Rodríguez, pensaron alguna vez en la complicidad entre la fotografía y el espiritismo, como la imagen de la persona viaja para ser copiada por la cámara y arrebatarle una imagen, su ser, así como el espiritismo reposa en la posibilidad de capturar las imágenes del espíritu que se evade al éter, a las atmosferas. Es más  hay una fotografía con doble exposición, “El ángel de la esperezan”, donde un leñador, no despierta sino que es tocado en la cabeza por un ángel, puro truco, que a lo mejor Horacio Marino había aprendido de William Mumler, además esa relación entre fotografía y espiritismo esta presente en las investigaciones aun así fraudulentas del sacerdote Staiton Moses que ideo el concepto de ectoplasma, por supuesto que este presumible espíritu solo lo fotografió él.

La cámara es grande y pesada, esta cámara me deja aún más estupefacto por su pesadez, por su fuelle, por el dispositivo para la placa que era irrepetible en el tiempo y en lo que quedara para la fotografía, su pesadez era para darle la estabilidad al lente que tampoco se moviera como no podían moverse las personas, además el fuelle para controlar su nitidez. Siempre me he preguntado con cual cámara o si era esta, que ellos salían a realizar sus fotos afuera, y además, cuantas personas los acompañaban para provechar al máximo la luz del día y lo que quedara de las sombras delatoras sobre el corazón de las fotografías ya reveladas.
También hay una pequeña sala sí, en el centro con el espejo para que las personas, nunca modelos sino en el primer peldaño de lo que sería la moda, pero en este momento, mejor retratos, aun con la incertidumbre de que con el tiempo se convertirían en la realidad que sería entregada y es por el hecho de de haber vencido el tiempo para una mirada en esa huella de ese día preciso. Sí, aquí la persona se miraba al espejo y, luego se sentaba inmóvil unos segundos para quedar fijada para la posteridad de papel en negros y blancos, y, eso sí algo de grises.

En su libro Diez y ocho lecciones de fotografía, aconseja tomar fotos en la mañana por ser la mejor hora del día, y anota sobre la dificultad de realizar fotos en grupo y da sus consejos para que ellas queden bien tomadas, también añade la dificultad de tomar fotos al estilo Rembrandt. Luego en otros capítulos, indica cómo debe realizarse la actividad y mezcla de los químicos en el laboratorio, además del proceso del positivado de los negativos y del retoque donde se pide no abusar de este procedimiento para quitar las arrugas o las canas a las personas, ya que pierden el carácter que las define, pues, de lo contrario saldrían muñecos de porcelana y no seres de carne y hueso, sin identidad. También entrega la fórmula para el uso del relámpago de magnesio para las fotos nocturnas.

En la exposición existe un diálogo entre cuatro personas dedicadas a la fotografía: Esteban Duperly, Blas Navarro, Carlos Ramírez, y  William Arango, desde diversos ángulos con sus trabajos le dan un toque al evento.



 
Luisa Vergara






sábado, 20 de octubre de 2018

El gesto exterminador de un anarquista de Omar Ardila / Víctor Bustamante




.. ..
El gesto exterminador de un anarquista, 
Aforismos de Vargas Vila.

Omar Ardila

Víctor Bustamante

Sobre Vargas Vila hay un velo sucio que ha ocultado su escritura y lo ha mostrado muchas veces solo como un autor de algunas novelas. Una de ellas la más leída. Aura las violetas, que, incluso se ha llevado al cine. También abunda la mala prensa que  ha opacado su obra con la persistencia de esos  chismes, como que sedujo a su madre, como que era masón y mantenía su quehacer gay. También  ha existido un silencio elocuente que no ha podido borrar su obra abundante en el campo de la novela, pero a la hora de esa verdad esquiva, lo que ha molestado en Vargas Vila es la perdurabilidad de su crítica, de hecho ha sido el único escritor desterrado en los años 1900.

Y aunque la menospreciada cultura popular, aquella que solo posee como medio de comunicación, el voz a voz, lo ha leído, no era raro ver en los ventorrillos de libro en las calles y en las librerías de segunda sus novelas, que eran leídas en ediciones de segunda hasta que mucho después, en 1973, fueron publicadas sus novelas. De ellas me molesta ese continuo adjetivar que les da a su escritura un brillo innecesario, pero y este otro pero es que en algún ensayo Borges estuvo presente en la conferencia que Vargas Vila dio en Buenos aires en 1924. O sea, queda una idea  sobre Vargas Vila que era un escritor de peso, un escritor que era muy leído, en el ámbito hispanoamericano, aunque el vasto y sucio silencio intentó callar su obra, sobre todo en Colombia donde muchos escritores nunca dicen lo que piensan en sus textos sino en baja voz. Algo no le perdonaban a Vargas Vila sus diatribas contra Núñez y la Regeneración y su sometimiento al clero, así como pone en su sitio e esos “prohombres” que saquean el país, solo interesados en el poder como su paraíso buscado. En los países donde debió huir fundó periódicos o revistas, en Venezuela, La Federación, Eco Andino y Los Refractarios, y fue expulsado ante las quejas desvergonzadas del gobierno colombiano. En Estados Unidos funda la revista Hispano América, luego de ser echado de del diario neoyorquino El Progreso ante su cara contra la tiranía de los presidentes gramáticos, que marcan y aun define el carácter del sr colombiano. Las babas para acceder al poder.

Por esa razón al leer el libro de Omar Ardila, El gesto exterminador de un anarquista, Aforismos de Vargas Vila, (La valija de fuego, Editorial, 2018), él ha indagado en algo que nunca sabía, y son sus aforismos, al leerlos, caemos en cuenta de sus acerados conceptos, donde la política, los mitos, la academia, la gramática, la religión, el amor, las leyes, son vapuleados con un sentido de desmesura y propiedad, bajo el influjo de un yo poderoso que no se esconde, sino que habla con toda su furia desde adentro, que me digo, por qué motivo no había leído este Vargas Vila de los aforismos, ese escritor, ese pensador, que es único en ese momento en el país, en ese país bogotano que aun cantaba los bambucos y pasillos de Julio Flórez, ese país que mantenía una tradición del amor como algo cercano a la muerte creado por Isaacs, visible en Tránsito en Salve Regina y que fue cristalizado en la María del mismo Isaacs y que pasa por Aura o las violetas, como el amor con el deseo que subyace con la remembranza a un ser muerto. Ese país que solo se recrea y traza como legado su memorabilia de escritores que nada dicen, que, extasiados transcienden el tiempo sin saber la razón por la cual muestran un país desde un solo lado, donde se olvida la virulencia y honestidad, la osadía y la necesidad de que un escritor diga algo.

Pero Vargas Vila mientras escribía ficciones de este tipo, también trazaba lo más contundente de su obra, sus aforismos, criticando no solo el ser colombiano, los esbirros con una manera de permear con sus discursos, cualquier estado de cosas sino que todo lo dejan como una insaciable tabula rasa  , y que nos reclamaba y nos recuerda como desde hace muchos años que alguien en el país fue capaz, con su osadía y acerados conceptos, oponerse al curato, y a los políticos, graciosos gramáticos,  y al partido conservador que duró en el poder tantos años.

Por las páginas de este libro obtenemos ese Vargas Vila, confrontador, disparando desde su panóptico con sus aforismos, contrariado por algunos de sus exegetas como, Federica Montseny, Ignacio Cornejo, Pompeyo Gener, que algunos van valorado su obra, otros recobran solo parte de ella, otros lo desquician, otros no le han perdonado, que haya tenidos cargos diplomáticos de Ecuador y Nicaragua, pero también que los obreros de Barcelona lo hayan leído como uno de los arúspices del movimiento anarquista donde Vargas Vila es una de sus voces poderosas.

Omar Ardila ha escogido de varios de los libros del mordaz Varas Villa, los aforismos que más le han dado lustre al escritor, y que nos hacen pensar como esa tradición de escritores que se debieron ir del país, así como esa presencia y tradición del anarquismo un perdura como esa otra escritura de ideas que combatió a quienes se escondieron detrás de las sotanas, de la gramática y de los cargos públicos a dirigir un país que no merecerían.

Con esta investigación, presentación y  ensayo crítico, Omar Ardila devuelve un Vargas Vila fresco, potente, acerado, cínico, punzante, mordaz, con su escritura  tan personal como debe de ser un escritor en su completa soledad alejado de la fisura que le otorgan los medios y que domestican las alabanzas.


Marco Osa, Queequeg editorial, con tatuajes en su brazos, también ha tatuado este libro a su manera, le ha dado su carácter, es decir su sello, su personalidad. Sus páginas rebosan del cuidado, del detalle, de la disposición de las fotografías que le dan una nueva aura a la afilada pluma de Vargas Vila.






jueves, 18 de octubre de 2018

martes, 16 de octubre de 2018

lunes, 15 de octubre de 2018

La gran película del mundo, Cine y filosofía de Andrés Upegui / Víctor Bustamante

Andrés Upegui      -Babel, 2018-

.. ..

La gran película del mundo, Cine y filosofía

Andrés Upegui

Víctor Bustamante

El cine, su interpretación, su crítica, su aproximación, siempre merece las diversas reflexiones que lo acercan. A veces muy literarias, otras reseñas someras, otros intentos de acercarlo a diversas ciencias. A veces puro divertimento, otras; las más, reseñitas, lo cual, a pesar de algunas contemplaciones con sus parrafitos didascálicos, lo convierten en un punto de inflexión, ya que para unos es el arte de nuestro tiempo, para otros como el director de cine, Peter Greenaway, ya es una forma de arte desueta, de otro siglo; y aun así, él persiste tratando de acercarse e ideando nuevos formatos para narrar. De todas maneras este tipo de especulaciones, llevan a un intento de interpretar el cine, esa sucesión de imágenes que nos abstrae y distrae de la vida cotidiana, esa forma de arte que no ha podido desligarse de la literatura; es más, que trata de absorberla, de devorarla, sin poder lograrlo. Así una frase publicitaria tomada del antiguo vademécum chino persiste, en decir que una imagen vale más que mil palabras. De sí una imagen solo muestra, no interroga, pero si quien mira la imagen y posee, sin poses, un bagaje apreciable la puede interrogar y darle su valor.

En este caso, y, desde otro punto de vista, Andrés Upegui, en su libro, La gran película del mundo, Cine y filosofía, intenta acercar estos saberes del pensar al echo cinematográfico de la mano de uno de sus arúspices de la sociedad civil, Giles Deleuze, al hurgar en ese laberinto teórico para merodear por el concepto y la imagen como la piedra basal en la cual fundamenta su aproximación al cine para buscar su diversidad de significados. Pero este arduo camino hacia la interpretación del cine también conduce a su autor por un camino impensado: su religiosidad, con la cual trata de abordar y darle cierto carácter a su argumentación sobre este arte que, a veces, es industria, desde diversas maneras, dándole ese tono contradictorio a su acercamiento a Deleuze. Pero con la fe, como sustrato que no deja de ser una manera de proximidad a lo oscuro con la creencia de que lo sobrenatural, como Dios, que es un invento de la soledad, merodee en su libro para establecer más cadenas, como algo que persiste.

Cuando Andrés Upegui se aparta de este sustrato cuasi filosófico y religioso, entrega su versión sobre el cine, y más concretamente sobre películas poco mencionadas, y, así reflexiona con textos brillantes como: “Un personaje en contra de su autor”, “La tragedia del artista sin cabeza”, “El cuerpo prisión del alma”, pero percibo que no pierde su sustrato confesional cuando en un texto preciso y contundente sobre Andre Rubliov de Andrei Tarkovski, incluso, casi justifica el asesinato que lleva a cabo el monje con ciertas medidas ex profeso, y, termina comparando ciertos pasajes de esta película que sobrecoge, con los ocurridos de una manera sobrenatural en la Biblia, ese libro excluyente, con milagros o eventos que son pura ficción. Sí, la Biblia aquel libro cuyo productor, Cecil B. de Mille, para el cine de Hollywood le dio tantos réditos al describir su ficción.

Pero también en un texto sobre Wenders, El cielo sobre Berlín, Andrés más teólogo que crítico de cine, se extenúa con los ángeles, aquellos seres incorpóreos que hacen parte de la cofradía católica y que en el tiempo en que fue filmada esta película aparecían de la mano de la moda californiana. Ya sabemos cómo la Nueva era se trasvasó en angelología y nos hicieron creer en este tiempo de crasa irreligiosidad que los ángeles, seres de ficción, llegarían. Wenders, aún más ingenuo, los lleva a que se pierdan entre los libros de las bibliotecas, cuando su único fin dentro de esas creencias es ser portadores de mensajes que se inician así, El ángel del Señor anunció a María, el acto de más crueldad hacia un hombre al establecer a San José, carpintero diligente, como una víctima del amor, y del dogmatismo religioso.

Este discurrir católico a ultranza se soslaya y otras veces reaparece de una manera contundente en muchas de sus apreciaciones, en su texto sobre El abrazo de la serpiente, no por los efectos especiales y risibles del final, sino de una crueldad inusitada, en un chico de Laureles, que deja de lado lo que es un exterminio. Luego Andrés se refiere a Luis Alberto Álvarez, su mentor, como un verdadero apóstol del cine que con tesón, inteligencia y amor abrió, y enseñó el camino de ese arte en la ciudad. Pero también, en sus opiniones, Andrés condena al género biográfico como algo de farándula, olvidando que la vida y los aportes de una persona no deberían pasar de largo. Luis Alberto en ningún momento, en sus críticas, apeló de una manera directa a su religiosidad para analizar una película ya que sospechaba que era un muro de contención donde se quedaría atrapado, y podría quedar cercenada su objetividad.

De todas maneras la aproximación de Andrés, cuando no es tan confesional, continúa con una posibilidad casi inédita, para abordar una crítica de cine donde se tengan en cuenta los diversos elementos que aportan la literatura, así como la filosofía para darle al cine una confrontación con las otras ciencias y asumirlo de una manera total, para que no queden fisuras cuando se interpreta o se analiza una película. Ejemplo de este enfoque valioso, ya los había mencionado, pero reitero en ellos: “Un personaje en contra de su autor”, donde juega con haber encontrado a Figueroa, aquel protagonista de fábula hasta llevarlo a una intrigante conversación. Este texto es el único donde Upegui, muy serio y ecuménico, desborda su humor y contundencia como una manera de abordar un documental. Un texto esclarecedor. “La tragedia del artista sin cabeza” sobre el cine de Carlos Santa, en este texto cumple lo que debería sr un escrito sobre cine, invita a ver el trabajo de Santa, que por fortuna no es un santo, y es uno de los más acertados del libro. Dentro de las otras críticas en, “El cuerpo prisión del alma”, Andrés aborda el caso de un secuestro y lo hace con donosura y mucha sapiencia. También en el texto sobre La mujer del animal, desborda su capacidad y conocimiento de cine para encontrar otro matiz, lejos de la violencia y ven en su interior el drama humano.

Aun así, el cine regresa de la mano de Andrés Upegui con su carácter contradictorio, donde la pasión y el análisis fraguan un texto lúcido.

Como colofón hay unas palabras de un gran cineasta Claudio Lanzmann que le da un peso inusitado al testimonio directo: “Él insistió en que la palabra era la única forma de transmitir el Holocausto hasta el punto de afirmar que si, en el curso de sus investigaciones, encontrara imágenes de los campos filmadas por los nazis, las destruiría”.







martes, 9 de octubre de 2018

Horacio Marino Rodríguez en Estación Central de Medellín


.. .. .. ..

Horacio Marino Rodríguez en la Estación Central de Medellín

Víctor Bustamante

Una obra de arte posee una significación que la distingue de las otras, lo que aporta, la tendencia que abre una posibilidad creativa, y quién la llevó a cabo. Además por pertenecer a una ciudad determinada, termina con el tiempo, dándole su sentido de pertenencia a esa ciudad donde fue creada. Me refiero a los edificios que, año tras año, crean el perfil, su silueta. Edificios que con los días se convierten en el paisaje para muchas personas que lo tienen como un punto de referencia. Ya que sus muros, sus paredes, sus esquinas, sus arcos, el artesonado de sus puertas le otorgan esa identidad. Así que valorar un edificio, así como a su arquitecto, es darle a este el doble carácter de ser una obra de arte pero también que ha sido creado por un artista. El arquitecto posee esa doble función en idear obras de arte pero también que sean funcionales, que sirvan de algo, que sean de utilidad para que diversas personas lo habiten, lo usen, lo disfruten, vivan en él. Así estos edificios se convierten en el oasis, en la oficina necesaria, en el lugar para una función pública. Es decir, es parte de todos, así que lo circundan no solo los transeúntes y sus habitúes, también termina convirtiéndose muchas veces en símbolo de la ciudad o, a lo mejor,  en uno de sus lugares preferidos, ya sea en una calle de un barrio.

De ahí que cada edificio considerado como obra de arte posee un rasero, es uno solo, con las ideas creadas y materializadas por su autor que es su arquitecto. Un edificio es único en su género, de ahí que valorar su preservación y su cuidado es una labor que debería mantenerse para que la ciudad recuerde su historia, sus diversos periodos creativos; que la ciudad no olvide a quienes la construyeron y que la hacen relevante. Arquitectos, ingenieros y maestros de obra, alarifes y artesanos, dibujantes y escultores, ebanistas y carpinteros, merodean en cada una de sus construcciones.

Un edificio adquiere con los años su pátina, y no es una simple casa vieja, algo que es necesario demoler para que el hombre actual destruya lo que dejaron sus antecesores. Un edificio es una memoria, un edificio es el diálogo con otros arquitectos que antecedieron a los llamados modernos o posmodernos que han arrasado con la historia por el mismo efecto, el síndrome del progreso per se, el estar, en lo actual sin advertir que la ciudad la han construido diversos artistas, desde los albañiles, desde los artesanos, hasta el más serio arquitecto que la dibujó en el papel, hasta llegar al plano con el esmero y su detalle.

Un edificio posee algo que lo define, es un ejemplar único. Contrasta con el libro, el cine y la música; estos han sido editados en varios ejemplares, muchas veces en miles. Además en las bibliotecas se conservan originales o ejemplares de ellos, y además se pueden repetir, copiar ya sea de una manera legal o pirateándolos. Con un edificio no ocurre, es así mismo un ejemplar único, es así mismo la expresión de su autor, es así mismo su propio incunable. Es muy peculiar y difícil que un edificio sea construido en la misma ciudad dos veces con los mismos planos, a no ser las casitas del Estado o los actuales edificios de apartamentos que cambien el paisaje de la ciudad. De una manera indirecta se copia el modelo socialista, uniformado y sin gracia y sin color para los obreros y sus vidas desde afuera, grises. Alguna vez se construyeron o mejor se reedificaron los mismos edificios en una misma ciudad. Cuando, Varsovia, fue destruida en la Segunda Guerra Mundial, sus habitantes la reconstruyeron con la misma configuración paisajística, ya que ese crimen de lesa arquitectura, no podía dejar que la ciudad, su paisajes, su ámbitos: su esencia quedara solo en fotografías. Ellos la reconstruyeron con el mismo entusiasmo de querer que su vida cotidiana se mantuviera presente.

Por esos antecedentes, por esa contrastada manera, lo valiosa de esta segunda parte que recobra la obra de Horacio Marino Rodríguez, como arquitecto, se convierte en un réquiem, ya que la mitad de sus obras han sido destruidas lentamente y con la solapada manera de los dueños de estas obras, ya que sus edificios caen, se destruyen.

Esta exposición, que es también, recuerdo, presencia y reunión, comienza de una manera didáctica con nombres fijados en las paredes de la Estación Central de Medellín ya que remiten a una manera y a un estilo: balaustrada, arquitrabe, fuste, arco de punto. También hay un telón de color blanco donde el dibujo de un horno enseña cómo se fabricaba cemento, luego en el piso, dispuesto, un arco en ladrillo, en diversos entramados de ladrillos para mostrar cómo se dispone un muro, y, en hierro, una parte de lo que fue la cúpula de un banco así como sus vitrales. También la definición, en alto relieve, en madera, quemadas otras palabras y sus diagramas, con su significación, lo cual remite a aquellos nombres de la personalísima creación de la arquitectura en sus comienzos aquí en la ciudad. Cierto, aquí en lo que ha quedado de la poderosa Estación Central de Medellín nos disponemos para entrar a este edificio de estilo renacimiento francés que si no fuera por la protesta de un puñado de estudiantes de arquitectura de la UPB, hubiera sido destruido. Seguro, aquí, en este lugar entró Horacio Marino a reparar en su estilo. Seguro por estos pasillos, el arquitecto ha caminado para reparar en algún detalle o cuando salía de viaje, así como en este día celebramos sus obras, y sobre todo su obra, su actitud ante la vida, sobre todo, su inteligencia, su talento, su talante, para celebrar que algunas de sus obras están aun en pie.

Al interior, la exposición nos ilustra acerca de un libro de Horacio Marino, el Libro del constructor, donde él expone esa manera suya de resumir los materiales que se usaban, los procedimientos técnicos y, así mismo, da una idea acerca de su magnanimidad al no dejar que esos conocimientos sean de unos pocos sino que el público tenga derecho a utilizarlos, al igual que con su otro libro, Dieciocho lecciones de fotografía.

Pero y, ese pero nos advierte sobre las obras de HM Rodríguez en este campo específico de la arquitectura donde el réquiem que había mencionado sobre sus obras está presente debido a la insensatez de los medellinenses: el Circo España, el edificio Hincapié Garcés, el Banco Alemán antioqueño, el Teatro Bolívar, el Banco Sucre, el edificio Tobón Uribe, el edificio Sierra, la Fábrica Nacional de Chocolates, así como el núcleo de ellos mismos, donde la fotografía y la arquitectura confluyeron, el edificio donde funcionaba la Fotografía Rodríguez y la oficina de HM Rodríguez  en Palacé. Es decir, parte de su obra situada en el Centro de la ciudad, ha sufrido los embates y que la destrocen, que es como decir avasallar el Centro mismo. A pesar de que a Horacio Marino se le realiza un homenaje con justicia y con amor, es el arquitecto que más ha sido golpeado con la destrucción de su obra.

Esta clase de eventos, que son muy valiosos, solo poseen la escritura y la fotografía como una suerte de protección, pero también se convierten en una especie de perfidia y reclamo, ya que comienzan toda suerte de preguntas acerca de la indolencia y la insensibilidad que preside a diversas generaciones de medellinenses, que dejaron pasar de largo la nefasta manía destructora. Por eso solo tenemos la ironía de escribir páginas inútiles y sin sosiego para la evocación de un recuerdo pertinaz, la Medellín que nunca conocimos, sino en fotografías, en periódicos o en novelas. De ahí la paradoja de acudir al lenguaje a fin de señalar sus limitaciones, ya que las palabras solo pueden describir, mostrar estos momentos. Ante esa imposibilidad, y esa barrera, queda, esa aspereza, y el desconcierto, de estar hurgando una memoria que huye cada día ante la ciudad que marcha sin sosiego dejando de lado a sus creadores, en este caso a Horacio Marino Rodríguez, como si se preparara una trampa en la que siempre caemos, así nos retrasemos, y que es el llamado progreso. Tal vez porque esas continuas traiciones, de no preservar, trasmiten la desfachatez de aquellos mecanismos sin solución que conducen a la destrucción, como algo irremediable.

De todas maneras Luis Fernando González, al liderar parte de este evento, nos libera momentáneamente  de esas traiciones y olvidos, y recobra a un artista.







sábado, 6 de octubre de 2018

HM Rodríguez en Eafit / Piedra, Papel y tijera


.. .. .. ..

HM Rodríguez en Eafit.

Piedra, Papel y tijera


Víctor Bustamante

La vida cultural de Medellín está por replantearse en sus diversos aspectos desde hace muchos años, ya que existe la costumbre de establecer procesos de cultura a un nivel muy general lo cual ha llevado a que muchos de sus personajes se dejen de lado, se excluyan por comodidad, se mencionen de soslayo, o de paso, se le otorgan una mención precipitada debido a la premura y a la tozudez de agrupar este proceso de identidad cultural en poco espacio, ya sea en algún libro, ya sea en algún video de diez minutos para establecer el formato de ligereza cultural ante espectadores de afán, cuyas vidas son un video clip. La vida cultural en Medellín casi siempre se ha impregnado desde ese  punto de vista con intelectuales, como políticos emergentes, tan apresurados, ya que ellos desfilan por las páginas de la historiografía, con sus realizaciones, y desafinan y desafían la inteligencia con sus leves definiciones, por esa razón, un campo tan lleno de presencias y riqueza cultural ha sido dejado de lado; me refiero a la arquitectura y a sus creadores, de ahí que la escasa ilustración y humanismo lleve a decir a algunas arquitectas cuando se refieren al patrimonio, como el oasis de algunas casas viejas, lo cual se extiende y entiende en términos generales a las personas, aquellas que pasan por algunos de esos edificios y no interrogan, tal impavidez es necesario derogarla y darle a esos lugares su contenido y su presencia. Interrogar la ciudad, con sus calles y edificios, así como a sus personajes, es darle el peso específico que se merece. Por ese motivo esta exposición, y las que siguen sobre Horacio Marino, llenan ese cúmulo de respuestas y aclaraciones necesarias acerca de lo que hemos sido, y es tal dimensión que de no verla se perdería el linaje de la creación en un momento muy determinado de ebullición de la ciudad.

Esta exposición, “Piedra, papel y tijera”, y las que siguen, junto a diversos eventos en versos sitios de la ciudad, se convierten en un acto de justicia, ya que se repara y se analiza el verdadero papel de Horacio Marino Rodríguez, en lo que se refiere a su vida creativa, ya fuera como editor de revistas, como escritor, como fotógrafo, ya fuera como arquitecto, ya que su presencia casi se había esfumado en medio del quehacer y el talento de sus hermanos y de sus otros familiares, por ejemplo en la fotografía ante Melitón, por ejemplo como arquitecto ante la firma MH Rodríguez y la sociedad con sus hijos.

Un acto loable, un acto irresistible, lleno de curiosidad nos acerca a su vida, a la dinámica de su universo creativo, y ese acto que lo hace aún más valioso, es el autodidactismo, ya que Horacio Marino prácticamente se hizo solo y así mismo indagó y escribió sobre esos temas. De qué manera abordó la pasión creativa que, ahora sacada a la luz pública, nos conmueve y aún más nos enternece, ya que arrojarse a los diversos campos del conocimiento y de las artes, que investigó, llevan a abordar una pregunta, de qué manera, y con qué tesón, con qué medios posibles se acercó a los campos que con los años él decidió establecer como una presencia, su presencia. Cual fue la razón que lo movió a ser un gran fotógrafo, a ser editor de revistas y por último a convertirse en arquitecto, labores que se encuentran entre lo artístico pero también con la posibilidad de ser una labor de manutención. Nunca sabremos la razón por la cual Horacio Marino cambió de actividad aunque siempre moviéndose en la parte artística, lo que sí dilucidamos después de tanto tiempo, es saber que su talento creativo aún persiste y resiste la fatal idea de progreso, definida desde la óptica del comerciante paisa que solo vive la actualidad frágil sin su historia como sustento y presencia en la ciudad, de todas las fugas.

Por ese motivo esta labor, con sus investigadores, nos cita a ver en esta exposición, algo de lo cual no deja que se pierda en la espuma del afán, la perdurabilidad de una obra.  Nunca sabremos si su constate cambio de labor, de HM, entre lo artístico y el negocio, se debió a que no se sentía cómodo cada que abandonaba uno de ellos, o si buscaba ampliar su estro creativo, lo que sí sabemos en la distancia es que este evento devuelve un Horacio Marino en toda su extensión con su talento y arrojo porque decidirse a ser arquitecto sin pasar por la universidad, es poseer arrojo y confianza, y así mismo saber que en los libros subyace el conocimiento y así, él se apropió de esos saberes en arduas jornadas de estudio, para dejar su huella en los edificios construidos que aún están en pie, pero también en las fotografías que él creo y que lo ubican como uno de los grandes fotógrafos y  además uno de sus divulgadores ya que escribió libros sobre ambos temas: Fotografía y arquitectura, sus pasiones, su indagar, su asocio y aproximación a la realidad. En ambas artes Horacio Marino nos conmueve; fue un creador total. Allí hay que buscarlo.

Esta jornada inicial lo recobra como fotógrafo, este inicio por el ductus de sus búsquedas, lo apartan de las lapidas, lo acercan al dibujo, a la pintura, y lo ubican en una labor llena de un rigor muy consustancial a la memoria: los retratos, los paisajes. Esta jornada inicial ubican a su familia, a sus quehaceres, a sus amigos, a la circunstancia del espiritismo, esta jornada inicial es la entrada a su mundo.

Meses atrás me había encontrado en la sala de periódicos de la Universidad de Antioquia con los historiadores e investigadores Juan Carlos Buriticá y Maribel Tabares, indagaban con la paciencia del alquimista en los diarios y otras publicaciones a la caza de notas de prensa, de anuncios comerciales; es decir, tras las huellas de Horacio Marino para que su historia, su quehacer no se extraviara en los meandros de nuestra indiferencia.

La exposición me deja perplejo, ya que hay reunidos diversos objetos de los Rodríguez, que provienen de diversas colecciones, y que enternecen; han permanecido en manos generosas que los han conservado `porque estos constituyen una referencia,  ya que son la presencia de ellos, trozos de su vida, ya sea los diarios, los cuadernos y sus manuscritos, los gabinetes, los sofás, por supuesto más fotografías, las tarjetas de visita, su sellos, sus diplomas, por supuesto sus libros de aprendizaje, no como simples abalorios sino que estos objetos que sirvieron para su oficio, los tuvieron cerca, fueron en su conjunto indispensables para su labor, para establecer su nombradía; los acompañaron en este proceso de dejar la memoria fotográfica de Medellín,  ya que, cada que vemos una fotografía desconocida de ellos redescubrimos la ciudad y así mismo los personajes con esa estética que nos enajena, la de ese taller fotográfico. Ahí en esos negativos de la colección de la Biblioteca Piloto subyacen unas doce mil fotografías que definió desde su óptica HM Rodríguez en su época de fotógrafo.

Además existe en esta exposición, en estos trozos y trazos arrancados al olvido y a las cenizas de nuestra indolencia ese sustrato en las creencias teosóficas que tanto persuadieron a esa familia tan valiosa en el devenir de Medellín, ya que en largas sesiones de espiritismo buscaron el equilibro, la inobjetable huida de esa sociedad que intentó acorralarlos, como perversa y rara avis, bajo la aquiescencia de la jerarquía de los purpurados, cuando en realidad el espiritismo desembocaría con los años nada menos que en el primer socialismo tamizado de punzadas de un cristianismo primitivo.

Todas las piezas aquí reunidas coinciden, todas apuntan a establecer la labor de HM Rodríguez, llegan desde diversos sitios, desde diversas personas, así se restituye su imagen, su labor, en una palabra, su presencia. Por una vía o por otra, por una indagación o una huella,  la atmosfera se impregna con la aquiescencia de los asistentes a quienes conmueve, tanto talento, tanto talante, tanto arrojo.