miércoles, 24 de octubre de 2018

Horacio Marino Rodríguez en el Museo de Antioquia / Víctor Bustamante




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Horacio Marino Rodríguez en el Museo de Antioquia


Víctor Bustamante

En esta quinta jornada poco a poco establecemos el perfil de Horacio Marino Rodríguez, soy, somos los transeúntes que lo buscamos en la ciudad, ahora en el Museo de Antioquia, lugar donde se guarda con celo y se conserva  una gran colección de la plástica del territorio, de nosotros, y ese nosotros no es algo especulativo, aquí reposa lo que los pintores e ilustradores modelaron para esa posteridad que se construye con tantas visiones y colores plasmados en las telas, en los lienzos en los cuadros, en los papales en los cuadernos con los lápices y las tintas si se quiere a través de los años que huyen y dejan cada una de esas obras valiosas que emergen como ahora en esta exposición donde el monograma de HMR sale de su olvido, brilla como su autor, que fue la misma confusión creada por ese mismo olvido, que fue el descuido y la poca valoración en su momento y que un largo proceso de años casi lo arrincona en las bodegas y galpones solitarios y extenuados de ese mismo olvido, cenizas de la  ciudad. Ahora en su ascesis creativa la faceta de ilustrador  pintor de HMR emerge y se separa de su obra anterior, la elaboración de lápidas, no para dejarla de lado sino como complemento, como uno de sus estados y pasos necesarios en su proceso de formación de los caminos que él siguió, aun dubitativo, entre si quería ser pintor o fotógrafo. Ese largo camino que el autodidacta puede retomar o dejar de lado, donde solo él sabe su objetivo, donde solo el regresa o retoma su quehacer como algo que lo motiva, la pasión y una búsqueda del cocimiento por sí mismo. El autodidacta es un pensador libre, el autodidacta está lejos de la academia y establece sus búsquedas, esa palabra.

Una de sus cercanías era la presencia de Francisco Antonio Cano quien convivió con ellos en familia. Cano retrataba rostros de muertos con la descripción oral de sus familiares, HMR era tallador de lápidas: ambos en oficios que veneraban la muerte, está aún era de carácter sagrado. Cano ya establecía sus dotes como pintor y fue su socio en la fotografía. No es especulativo que él influenció a Horacio Marino, y a este le faltó, escribir sobre el tema, así como lo haría después con la fotografía y la pintura. Ambos dejarían la fotografía, ambos destellarían en su oficio: Cano como pintor, HMR como arquitecto. Pero estos eran los pasos necesarios, estos eran los pasos para cristalizar una actividad, en ello fueron brillantes.





Hay una fotografía de Rodríguez hermanos, en 1897 que resume a un grupo de soñadores, de intelectuales: De pie Luis de Greiff, escritor y padre del poeta León,  luego, también de pie Horacio Marino y sentados a la derecha el fotógrafo Rafael Mesa y dando la espalda y sentado el pintor Francisco Antonio Cano. Estas personas, estos artistas, están presentes en la creación de una revista El Repertorio. Y en 1896 propugnan por ser creadores. Detrás hay un lienzo con una columna que luego se verá en otras fotos, pero lo que se destaca es el gesto de ellos, Luis sonríe y mira a la cámara, Horacio Marino serio también está fijo en el lente, lo cual le da vida al instante porque quien mire la fotografía se encuentra con la mirada de ellos. Rafael Mesa mira al escaso horizonte del estudio de Palacé donde fue tomada la foto y Cano parece mirarlo a él. Todos lucen sus bigotes, los de pie también sus chiveras; todos muy elegantes con sus sacos y su ropa de paño, en un momento cuando el ser intelectual es una suerte de persona que, apartada de los demás, busca un oficio poco rentable, ser escritor, poeta o pintor. En esta fotografía se resume ese ser que soñó con la sensibilidad sin dejar su utopía, y que aquí en la exposición se respira. Cada uno de ellos en su sabiduría, en su creatividad nos ha enviado un mensaje, sí, el mensaje de los sueños, de las utopías, en cada uno de ellos me encuentro, soy heredero y depositario de su legado. Francisco Antonio Cano le realizaría en 1920 un retrato a Horacio Marino, en él lo vemos serio, muy adusto y elegante de saco, chaleco y corbata. Era una lejana retribución a un ensayo que había escrito Horacio Marino sobre él en 1896, para ese momento Horacio Marino había cristalizado su actividad creadora y  le había aportado a la ciudad la construcción de edificios de mucha relevancia; era ya uno de sus pioneros, pero como paradoja del destino, en este lugar el Museo de Antioquia, antes Palacio Municipal y uno de los edificios de más prestigio e importancia para la arquitectura nacional, no lo conocería a pesar de haber sido edificado por su firma. Él, Horacio Marino, ya había muerto.


Horacio Marino Rodríguez de Francisco Antonio Cano, 1920
Hay otra fotografía de este evento: Recuerdo de la exposición de 1893, que se llevó a cabo el 20 de julio en la casa de Patricio Pardo, en el Parque de Bolívar, cerca a la casa de Pastor Restrepo. El gobierno del departamento había promovido la Primera Exposición Artística e industrial, y una fotografía, por supuesto, de los Rodríguez, deja esa huella imperecedera, aun intacta,  como un documento, sí, es un documento ya que en 1892 también se había realizado otra exposición. En esta, Cano ganó con un retrato de Mariano Montoya, también presentó la escultura Dulce martirio, y obtuvo otros reconocimientos. No olvidemos que se preparaba la Exposición Universal en Chicago para el mes de octubre de este mismo año, donde Edison presentaría su Kinematoscopio.

Hay dos dibujos de HMR que me llaman la atención: Bolívar en agonía y otro, Crucifixión, S. XX, en blanco y negro, al carboncillo. Entre estos dos personajes, Bolívar y Cristo, residen las creencias que HMR vive para ese momento, y que perduran en el país durante casi un siglo Bolívar y Cristo los dos padres de la mentalidad colombiana decimonónica que se cuela hasta el 1960, cuando los héroes comenzaron ser desalojados de la imaginería popular. Bolívar representa el héroe máximo del glorioso Libertador que cabalga cubierto de gloria en su caballo palomo, pero en este cuadro Horacio Marino lo muestra enfermo, derrotado, sin los gonfalones, ni el uniforme de gala que tanto lució en tantas pinturas legadas por su pintor, aquel que  creo su iconografía, José María Espinosa, pero HMR parece que ese espíritu de derrota lo embargó y por esa razón lo ha pintado así. Otorga el Bolívar pensativo, hundido en las alas de su derrotada y, así mismo, hundido en el cuello de su chaqueta, sin la elegancia, sin la fijeza de sus años de laurel.

Su otro dibujo, de HMR, es Crucifixión, S. XX, donde la escena bíblica representa a Cristo en la cruz rodeado de los ladrones, mientras María lo mira, y la estupefacción de la historia se hace presente cuando sus acompañantes lo miran antes de irse mientras otros ya viajan a otros destinos. Todo macerado con un cielo negro donde la tormenta de la iniquidad y del poder se hace presente. Es tal el nivel de elaboración de ese paisaje que de inmediato uno advierte en la creatividad de HMR, y en su trunco camino por el arte de la pintura. Este dibujo es una copia de Cristo en la cruz del húngaro Mihály Munkácsy, que también estimuló a Cano en Jesús ante platos que también es una reproducción del cuadro homónimo del húngaro y que preside la Exposición de pintura de 1893.

Acompañan la exposición algunas publicaciones con grabados de HMR, además unas primorosas acuarelas y esculturas de Nel Rodríguez, unos dibujos de Cipriano Rodríguez, pinturas de  Francisco Antonio Cano, por supuesto, y el facsímil de El Montañez y El Repertorio donde Horacio estuvo presente, como si aquí también celebraran este evento sus amigos y familiares en esa permanencia que trasmiten estas obras de arte de sus familiares, de sus amigos, que lo acompañan en esta reinvidación, su presencia, la de HMR.



Acuarelas de Nel Rodríguez


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