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Horacio Marino Rodríguez en el Museo de Antioquia
Víctor Bustamante
En esta quinta jornada
poco a poco establecemos el perfil de Horacio Marino Rodríguez, soy, somos los
transeúntes que lo buscamos en la ciudad, ahora en el Museo de Antioquia, lugar
donde se guarda con celo y se conserva
una gran colección de la plástica del territorio, de nosotros, y ese
nosotros no es algo especulativo, aquí reposa lo que los pintores e
ilustradores modelaron para esa posteridad que se construye con tantas visiones
y colores plasmados en las telas, en los lienzos en los cuadros, en los papales
en los cuadernos con los lápices y las tintas si se quiere a través de los años
que huyen y dejan cada una de esas obras valiosas que emergen como ahora en
esta exposición donde el monograma de HMR sale de su olvido, brilla como su
autor, que fue la misma confusión creada por ese mismo olvido, que fue el
descuido y la poca valoración en su momento y que un largo proceso de años casi
lo arrincona en las bodegas y galpones solitarios y extenuados de ese mismo
olvido, cenizas de la ciudad. Ahora en
su ascesis creativa la faceta de ilustrador pintor de HMR emerge y se separa de su obra
anterior, la elaboración de lápidas, no para dejarla de lado sino como complemento,
como uno de sus estados y pasos necesarios en su proceso de formación de los caminos
que él siguió, aun dubitativo, entre si quería ser pintor o fotógrafo. Ese
largo camino que el autodidacta puede retomar o dejar de lado, donde solo él
sabe su objetivo, donde solo el regresa o retoma su quehacer como algo que lo
motiva, la pasión y una búsqueda del cocimiento por sí mismo. El autodidacta es
un pensador libre, el autodidacta está lejos de la academia y establece sus búsquedas,
esa palabra.
Una de sus cercanías era
la presencia de Francisco Antonio Cano quien convivió con ellos en familia. Cano
retrataba rostros de muertos con la descripción oral de sus familiares, HMR era
tallador de lápidas: ambos en oficios que veneraban la muerte, está aún era de carácter
sagrado. Cano ya establecía sus dotes como pintor y fue su socio en la
fotografía. No es especulativo que él influenció a Horacio Marino, y a este le
faltó, escribir sobre el tema, así como lo haría después con la fotografía y la
pintura. Ambos dejarían la fotografía, ambos destellarían en su oficio: Cano
como pintor, HMR como arquitecto. Pero estos eran los pasos necesarios, estos
eran los pasos para cristalizar una actividad, en ello fueron brillantes.
Hay una fotografía de
Rodríguez hermanos, en 1897 que resume a un grupo de soñadores, de
intelectuales: De pie Luis de Greiff, escritor y padre del poeta León, luego, también de pie Horacio Marino y sentados
a la derecha el fotógrafo Rafael Mesa y dando la espalda y sentado el pintor
Francisco Antonio Cano. Estas personas, estos artistas, están presentes en la
creación de una revista El Repertorio. Y en 1896 propugnan por ser creadores. Detrás hay un lienzo con
una columna que luego se verá en otras fotos, pero lo que se destaca es el gesto
de ellos, Luis sonríe y mira a la cámara, Horacio Marino serio también está
fijo en el lente, lo cual le da vida al instante porque quien mire la
fotografía se encuentra con la mirada de ellos. Rafael Mesa mira al escaso
horizonte del estudio de Palacé donde fue tomada la foto y Cano parece mirarlo
a él. Todos lucen sus bigotes, los de pie también sus chiveras; todos muy
elegantes con sus sacos y su ropa de paño, en un momento cuando el ser
intelectual es una suerte de persona que, apartada de los demás, busca un
oficio poco rentable, ser escritor, poeta o pintor. En esta fotografía se
resume ese ser que soñó con la sensibilidad sin dejar su utopía, y que aquí en
la exposición se respira. Cada uno de ellos en su sabiduría, en su creatividad
nos ha enviado un mensaje, sí, el mensaje de los sueños, de las utopías, en
cada uno de ellos me encuentro, soy heredero y depositario de su legado.
Francisco Antonio Cano le realizaría en 1920 un retrato a Horacio Marino, en él
lo vemos serio, muy adusto y elegante de saco, chaleco y corbata. Era una
lejana retribución a un ensayo que había escrito Horacio Marino sobre él en
1896, para ese momento Horacio Marino había cristalizado su actividad creadora
y le había aportado a la ciudad la
construcción de edificios de mucha relevancia; era ya uno de sus pioneros, pero
como paradoja del destino, en este lugar el Museo de Antioquia, antes Palacio
Municipal y uno de los edificios de más prestigio e importancia para la
arquitectura nacional, no lo conocería a pesar de haber sido edificado por su
firma. Él, Horacio Marino, ya había muerto.
Hay otra fotografía de
este evento: Recuerdo de la exposición de 1893, que se llevó a cabo el 20 de
julio en la casa de Patricio Pardo, en el Parque de Bolívar, cerca a la casa de
Pastor Restrepo. El gobierno del departamento había promovido la Primera Exposición
Artística e industrial, y una fotografía, por supuesto, de los Rodríguez, deja
esa huella imperecedera, aun intacta,
como un documento, sí, es un documento ya que en 1892 también se había
realizado otra exposición. En esta, Cano ganó con un retrato de Mariano
Montoya, también presentó la escultura Dulce
martirio, y obtuvo otros reconocimientos. No olvidemos que se preparaba la Exposición
Universal en Chicago para el mes de octubre de este mismo año, donde Edison presentaría
su Kinematoscopio.
Horacio Marino Rodríguez de Francisco Antonio Cano, 1920 |
Hay dos dibujos de HMR
que me llaman la atención: Bolívar en
agonía y otro, Crucifixión, S. XX,
en blanco y negro, al carboncillo. Entre estos dos personajes, Bolívar y
Cristo, residen las creencias que HMR vive para ese momento, y que perduran en
el país durante casi un siglo Bolívar y Cristo los dos padres de la mentalidad
colombiana decimonónica que se cuela hasta el 1960, cuando los héroes comenzaron
ser desalojados de la imaginería popular. Bolívar representa el héroe máximo del
glorioso Libertador que cabalga cubierto de gloria en su caballo palomo, pero
en este cuadro Horacio Marino lo muestra enfermo, derrotado, sin los gonfalones,
ni el uniforme de gala que tanto lució en tantas pinturas legadas por su pintor,
aquel que creo su iconografía, José María
Espinosa, pero HMR parece que ese espíritu de derrota lo embargó y por esa razón
lo ha pintado así. Otorga el Bolívar pensativo, hundido en las alas de su derrotada
y, así mismo, hundido en el cuello de su chaqueta, sin la elegancia, sin la
fijeza de sus años de laurel.
Su otro dibujo, de HMR,
es Crucifixión, S. XX, donde la
escena bíblica representa a Cristo en la cruz rodeado de los ladrones, mientras
María lo mira, y la estupefacción de la historia se hace presente cuando sus
acompañantes lo miran antes de irse mientras otros ya viajan a otros destinos.
Todo macerado con un cielo negro donde la tormenta de la iniquidad y del poder
se hace presente. Es tal el nivel de elaboración de ese paisaje que de inmediato
uno advierte en la creatividad de HMR, y en su trunco camino por el arte de la
pintura. Este dibujo es una copia de Cristo
en la cruz del húngaro Mihály Munkácsy, que también estimuló a Cano en Jesús ante platos que también es una
reproducción del cuadro homónimo del húngaro y que preside la Exposición de
pintura de 1893.
Acompañan la exposición
algunas publicaciones con grabados de HMR, además unas primorosas acuarelas y
esculturas de Nel Rodríguez, unos dibujos de Cipriano Rodríguez, pinturas de Francisco Antonio Cano, por supuesto, y el facsímil
de El Montañez y El Repertorio donde Horacio estuvo presente, como si aquí también celebraran este evento sus amigos y familiares en esa permanencia que trasmiten estas obras de arte de sus familiares, de sus
amigos, que lo acompañan en esta reinvidación, su presencia, la de HMR.
Acuarelas de Nel Rodríguez |
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