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HM
Rodríguez en Eafit.
Piedra, Papel y tijera
Víctor
Bustamante
La vida cultural de Medellín
está por replantearse en sus diversos aspectos desde hace muchos años, ya que
existe la costumbre de establecer procesos de cultura a un nivel muy general lo
cual ha llevado a que muchos de sus personajes se dejen de lado, se excluyan
por comodidad, se mencionen de soslayo, o de paso, se le otorgan una mención precipitada
debido a la premura y a la tozudez de agrupar este proceso de identidad
cultural en poco espacio, ya sea en algún libro, ya sea en algún video de diez
minutos para establecer el formato de ligereza cultural ante espectadores de
afán, cuyas vidas son un video clip. La vida cultural en Medellín casi siempre
se ha impregnado desde ese punto de vista
con intelectuales, como políticos emergentes, tan apresurados, ya que ellos
desfilan por las páginas de la historiografía, con sus realizaciones, y desafinan
y desafían la inteligencia con sus leves definiciones, por esa razón, un campo
tan lleno de presencias y riqueza cultural ha sido dejado de lado; me refiero a
la arquitectura y a sus creadores, de ahí que la escasa ilustración y humanismo
lleve a decir a algunas arquitectas cuando se refieren al patrimonio, como el
oasis de algunas casas viejas, lo cual se extiende y entiende en términos
generales a las personas, aquellas que pasan por algunos de esos edificios y no
interrogan, tal impavidez es necesario derogarla y darle a esos lugares su
contenido y su presencia. Interrogar la ciudad, con sus calles y edificios, así
como a sus personajes, es darle el peso específico que se merece. Por ese
motivo esta exposición, y las que siguen sobre Horacio Marino, llenan ese cúmulo
de respuestas y aclaraciones necesarias acerca de lo que hemos sido, y es tal
dimensión que de no verla se perdería el linaje de la creación en un momento muy
determinado de ebullición de la ciudad.
Esta exposición, “Piedra, papel
y tijera”, y las que siguen, junto a diversos eventos en versos sitios de la
ciudad, se convierten en un acto de justicia, ya que se repara y se analiza el verdadero
papel de Horacio Marino Rodríguez, en lo que se refiere a su vida creativa, ya
fuera como editor de revistas, como escritor, como fotógrafo, ya fuera como arquitecto,
ya que su presencia casi se había esfumado en medio del quehacer y el talento de
sus hermanos y de sus otros familiares, por ejemplo en la fotografía ante Melitón,
por ejemplo como arquitecto ante la firma MH Rodríguez y la sociedad con sus hijos.
Un acto loable, un acto
irresistible, lleno de curiosidad nos acerca a su vida, a la dinámica de su universo
creativo, y ese acto que lo hace aún más valioso, es el autodidactismo, ya que
Horacio Marino prácticamente se hizo solo y así mismo indagó y escribió sobre
esos temas. De qué manera abordó la pasión creativa que, ahora sacada a la luz
pública, nos conmueve y aún más nos enternece, ya que arrojarse a los diversos
campos del conocimiento y de las artes, que investigó, llevan a abordar una
pregunta, de qué manera, y con qué tesón, con qué medios posibles se acercó a
los campos que con los años él decidió establecer como una presencia, su
presencia. Cual fue la razón que lo movió a ser un gran fotógrafo, a ser editor
de revistas y por último a convertirse en arquitecto, labores que se encuentran
entre lo artístico pero también con la posibilidad de ser una labor de manutención.
Nunca sabremos la razón por la cual Horacio Marino cambió de actividad aunque siempre
moviéndose en la parte artística, lo que sí dilucidamos después de tanto tiempo,
es saber que su talento creativo aún persiste y resiste la fatal idea de progreso,
definida desde la óptica del comerciante paisa que solo vive la actualidad frágil
sin su historia como sustento y presencia en la ciudad, de todas las fugas.
Por ese motivo esta labor, con
sus investigadores, nos cita a ver en esta exposición, algo de lo cual no deja que
se pierda en la espuma del afán, la perdurabilidad de una obra. Nunca sabremos si su constate cambio de labor,
de HM, entre lo artístico y el negocio, se debió a que no se sentía cómodo cada
que abandonaba uno de ellos, o si buscaba ampliar su estro creativo, lo que sí
sabemos en la distancia es que este evento devuelve un Horacio Marino en toda
su extensión con su talento y arrojo porque decidirse a ser arquitecto sin
pasar por la universidad, es poseer arrojo y confianza, y así mismo saber que en
los libros subyace el conocimiento y así, él se apropió de esos saberes en
arduas jornadas de estudio, para dejar su huella en los edificios construidos que
aún están en pie, pero también en las fotografías que él creo y que lo ubican
como uno de los grandes fotógrafos y además
uno de sus divulgadores ya que escribió libros sobre ambos temas: Fotografía y arquitectura,
sus pasiones, su indagar, su asocio y aproximación a la realidad. En ambas
artes Horacio Marino nos conmueve; fue un creador total. Allí hay que buscarlo.
Esta jornada inicial lo
recobra como fotógrafo, este inicio por el ductus de sus búsquedas, lo apartan
de las lapidas, lo acercan al dibujo, a la pintura, y lo ubican en una labor
llena de un rigor muy consustancial a la memoria: los retratos, los paisajes.
Esta jornada inicial ubican a su familia, a sus quehaceres, a sus amigos, a la circunstancia
del espiritismo, esta jornada inicial es la entrada a su mundo.
Meses atrás me había encontrado
en la sala de periódicos de la Universidad de Antioquia con los historiadores e
investigadores Juan Carlos Buriticá y Maribel Tabares, indagaban con la paciencia
del alquimista en los diarios y otras publicaciones a la caza de notas de prensa,
de anuncios comerciales; es decir, tras las huellas de Horacio Marino para que
su historia, su quehacer no se extraviara en los meandros de nuestra
indiferencia.
La exposición me deja
perplejo, ya que hay reunidos diversos objetos de los Rodríguez, que provienen
de diversas colecciones, y que enternecen; han permanecido en manos generosas
que los han conservado `porque estos constituyen una referencia, ya que son la presencia de ellos, trozos de su
vida, ya sea los diarios, los cuadernos y sus manuscritos, los gabinetes, los sofás,
por supuesto más fotografías, las tarjetas de visita, su sellos, sus diplomas, por
supuesto sus libros de aprendizaje, no como simples abalorios sino que estos
objetos que sirvieron para su oficio, los tuvieron cerca, fueron en su conjunto
indispensables para su labor, para establecer su nombradía; los acompañaron en
este proceso de dejar la memoria fotográfica de Medellín, ya que, cada que vemos una fotografía
desconocida de ellos redescubrimos la ciudad y así mismo los personajes con esa
estética que nos enajena, la de ese taller fotográfico. Ahí en esos negativos
de la colección de la Biblioteca Piloto subyacen unas doce mil fotografías que
definió desde su óptica HM Rodríguez en su época de fotógrafo.
Además existe en esta exposición,
en estos trozos y trazos arrancados al olvido y a las cenizas de nuestra indolencia
ese sustrato en las creencias teosóficas que tanto persuadieron a esa familia
tan valiosa en el devenir de Medellín, ya que en largas sesiones de espiritismo
buscaron el equilibro, la inobjetable huida de esa sociedad que intentó acorralarlos,
como perversa y rara avis, bajo la aquiescencia de la jerarquía de los
purpurados, cuando en realidad el espiritismo desembocaría con los años nada
menos que en el primer socialismo tamizado de punzadas de un cristianismo primitivo.
Todas las piezas aquí reunidas
coinciden, todas apuntan a establecer la labor de HM Rodríguez, llegan desde
diversos sitios, desde diversas personas, así se restituye su imagen, su labor,
en una palabra, su presencia. Por una vía o por otra, por una indagación o una
huella, la atmosfera se impregna con la
aquiescencia de los asistentes a quienes conmueve, tanto talento, tanto talante,
tanto arrojo.
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