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EN MEDELLIN TOCÁBAMOS EL CIELO
Francisco Velásquez G.
Jairo Osorio Gómez, profesión escritor, fotógrafo y editor, acaba de publicar “En Medellín tocábamos el cielo”, un libro conveniente para debatir en público las inconsistencias y vulgaridades de una ciudad en la que tanto sufrimos y amamos.
Todas las florituras que se le echan a esta “más educada” Medellín, son apenas cantos de sirena para su real significado cotidiano. Nuestra capital se ha vuelto una ciudad enrarecida, además de encarecida. Los denominados espacios públicos, que los ciudadanos cubrimos con los pagos de tantos impuestos que nos son impuestos, cada día se privatizan mas y son “particulares” quienes resultan enriquecidos con el usufructo de tales sitios.
Y aunque existen los oriflameros de la publicidad, los relacionistas públicos del engaño y la argucia, y los burócratas de la nómina dentro del regimen que es la administración pública, se tipifican los entramados y la mentira en forma pura para hacernos creer en hipotéticas transparencias a fin de que sintamos que andamos en el mejor de los mundos: con alumbrados nos engatusan y nos hacen pensar que esta ciudad es la mejor de todas con ese ánimo paisa de exagerar lo propio como sistema de trapisonda que no nos tragamos sino nosotros mismos.
Y las grandes empresas, los emporios del poder mercantil y financiero, hacen propio el diseño de tales propuestas para disfrazar y engañar a sus pobladores. Recuérdese un vituperio y un adefesio que colocaron frente a un museo de arte dizque para expresarle su amor a la ciudad, que hoy es un fiel reflejo de nuestra suciedad y desinterés en ella, por parte de una generación en trance de degeneración ante el dinero fácil y la sexualidad insustancial, enmascarada en el traqueteo que constituye la actividad más sobresaliente de nuevos ricos como los de “las ganitas” paisas.
La reflexión del libro es construida con gran rigor de lenguaje y una postura ética -en el sentido de ser riguroso conmigo mismo, es decir escribir solo lo que quisiera leer como lo mejor- que le ameritan diferenciarse del común de los textos que sobre esta ciudad se publican en los periódicos y revistas de turismo y farándula. (Que se han convertido en un solo escarnio).
El punto de vista del escritor analista mira a Medellín desde las desgarraduras que produce, donde la miseria cotidiana se pavonea por sus calles más ostentosas; los amores clandestinos se tienen que resolver con bastantes peripecias ultramundanas; y los artilugios de la clase dominante se convierten en premisa publicitaria para someter la inconsciencia que nos caracteriza a los paisas, tan afamados pero tan cuestionables, por ser tan aviesos y decididos a comprender que todo lo que dentro de Antioquia se considera una virtud, traspuestos sus límites fronterizos es considerado un delito.
La ciudad que también dio la espalda al río y sus quebradas porque lo único consistente es conseguir plata a cualquier costo porque en ese postulado nos formaron desde niños: “Consiga plata honradamente mijito pero si no puede hacerlo así, consiga plata” es más o menos la categoría que nos inculcan.
Por lo anterior no podríamos encontrar la ciudad que los dioses se soñaban “para que en ella vivieran los hombres”. Aquí no caben sino los comerciantes, contrabandistas y mercachifles del uso de la tierra.
No en balde esta ciudad anda hediendo mucho últimamente como decían, en su denuncia, muchos de los grandes escritores y poetas que nos han precedido, con toda la calidad argumentativa que han compartido en sus realizaciones literarias.
El libro pulcramente editado es el mejor alegato para comprender esta villa incomprensible a menos que la literatura la revele como lo hicieron desde Tomás Carrasquilla, Fernando González y León de Greiff hasta Jaime Espinel, Fernando Vallejo, Gonzalo Arango, Eduardo Escobar, Alberto Aguirre y ahora Jairo Osorio quien ha conseguido un libro bien realizado hasta la saciedad y con un denso análisis que hace que Medellín quede desenmascarada en el despropósito que caracteriza a los insaciables funcionarios de gobiernos, coludidos con los urbanizadores, -hacheros de siempre-, que incluso validan una escultura homenaje a la moto sierra que existe en Mutatá, donde fue erigida durante el reinado del paramilitarismo que tanto daño ha hecho a esta “patria” tan exaltada por el Presidente del que tanto supimos y sufrimos en su doble mandato.
El recuerdo de la “Beya Villa” trasciende la nostalgia; toca las fibras más sensibles de la cultura antioqueña, descrita con severidad por Fernando González en Los Negroides: “El tipo es don Pepe Sierra, genio del ‘conseguir plata para yo’; el tipo es don Esteban Jaramillo, genio del ‘llevarse la plata para yo’. El hombre gordo ha inventado nombres: ‘cementerio de los ricos’ y ‘el cementerio de los pobres’. Sólo en Medellín existen estos nombres. Lo primero que retira de su almacén el medellinense es con qué comprar ‘local en el cementerio de los ricos’; lo segundo es ‘para comprar manga en El Poblado’, y lo tercero es para comprarle el Cielo a los Reverendos Padres. ¡Gente verraca! Motivación estéril. Motivación individualista. Gente que mata la vaca del vecino cuando muerde la yerba del cerco divisorio. Gente vengativa. Gentes que han construido habitaciones llenas de comodidades para su pobreza espiritual y que toleran la inmundicia de nuestros gobiernos” (Envigado, diciembre de 1935).
Y todo en Medellín, para ajustar, “la ciudad pacata de Colombia, Eterna primavera de la hipocresía, la asustadiza y cruel y vengativa y corrompida y rezandera. Roma de las rifas y de las trampas, regida hasta hoy por los enredijos de rata del tanto por ciento y el cuánto me debés. (¡Cómo la queremos!). Por una diabólica simplificación los antioqueños, confunden el misterio de un destino con la ramplonería del oficio, la vivencia con la supervivencia, un lugar en este mundo con una casilla en la nómina: la meta es acomodarse y la virtud medrar. El sueño dorado del paisa es culminar una carrera o alcanzar el éxito, que para ellos es el triunfo en los tejemanejes del trueque, la compraventa y el contrabando. Esto angustia, es tétrico e insalubre para crecer, afea y ennegrece la juventud y el aprendizaje de la aritmética, ciencia esencial entre tenderos, reino de la bárbara sensualidad, entendedor del mundo como acumulación y ruido, acción y excremento”. Toda la diatriba es de Eduardo Escobar.
Hacia 1935, en Los Negroides, Fernando González en Envigado, sentenciaba: “el medellinense tiene su lindero en sus calzones; el medellinense tiene los mojones de su conciencia en su almacén de la calle Colombia, en su mangada de El Poblado, en su cónyuge encerrada en la casa como vaca lechera. Motivación estéril. Motivación individualista. Gente que mata la vaca del vecino cuando muerde la yerba del cerco divisorio. Gente vengativa. Gentes que han construido habitaciones llenas de comodidades para su pobreza espiritual”.
Para finalizar hay que destacar la finura de la edición, su papel esmaltado delicioso, su caja tipográfica amplia y con blancos suficientes para facilitar su lectura, el formato del libro que es novedoso y asegura su manejo, las fuentes bibliográficas que son certeras y sin dubitaciones, y el refinamiento textual que lo convierten en un verdadero texto impreso con calidades indiscutibles de rango literario.
Además lo pedagógico de Jaime Jaramillo Escobar en la presentación donde rememora la ciudad desde los cinco enfoques de un obsedido enamorado de la ciudad que recrea la miseria al margen de la opulencia (ciudad objeto), la propia percepción y aspiraciones (ciudad ideal imaginaria), el verla analíticamente (ciudad atolondrada), la confidencial (ciudad secreta) y la verdadera (ciudad real).
Medellín, enero del 2013