..
.. ..Jaime
Guevara
Víctor
Bustamante
Las pinturas de Guevara tienen que ver mucho con una búsqueda peculiar: lo sabemos, escuchándolo conversar, relatando sus vivencias, ese decurso vital que lo ha llevado a viajar por tantas ciudades y, sobre todo, ese viaje a Medellín al Festival de Ancón, así como años después a una Bienal de Arte. Guevara discurre por esos viajes donde es posible notar esa energía presente en sus pinturas, acompañado de una perseverancia que es sinónimo de oportunidades que ella le ha abierto en los momentos más inesperados, a veces extraños, como si esta búsqueda, esta persistencia en ser artista a pesar de verse siempre amenazada, siempre perdura en él como estatus de vida, solo su oficio, que es su símbolo de su existencia, y que lo delata, ser pintor.
Conversar
con él es aprender a saber un poco más de ese trasiego, de su cuasi militancia
en las filas de los hippies transeúntes, viajeros irredentos, con una consigna
de Paz y amor, no sé la razón porque no he visto algunas temáticas de ese tipo
en esas pinturas que lo cercan en un ciclo vital lleno de un esplendor, en él,
precisamente en el que debió conocer y vivir al máximo, no solo la calle en su
acepción más íntima, sino que viajó por las autopistas y carreteras de
Colombia, viendo ese momento balsámico de hachís y más calle y chorro, así como
la gran utopía de ese siglo.
Cuando él pinta es como si dijera que lo que pretende representar implica un sistema de imágenes que lo han apresado. Ya que él domina las dimensiones de su propia experiencia en la tela, en la cual plasma y sucede en su propia inmovilidad, esa inmovilidad aparente en el rastro que deja al pintar, esta reducción nunca al absurdo que remite a su interiorización y que restituye al pintor en su sitio frente a la tela de donde saldrán sus motivos.
Para
Guevara la pintura de un paisaje, sus paisajes, los decide a medida que
trascurre su labor creativa como una representación que va transformando la
idea de una epifanía. Pero de ninguna manera, el propósito de su pintura sería
buscar llevar esta explicación a un extremo. Desde ese punto de vista caemos en
cuenta de su significación ya que sus obras nunca se forman a partir de un
capricho, dentro de su propio universo artístico siempre en indagación
permanente.
El
origen de su pintura no proviene de otra pintura, sino de una idea, de un
recuerdo, tengo una muy presente, donde unos viajeros que se bajan del tren y
en ese claroscuro ese tren persiste detenido y sirve como fondo, pero en esa
realidad que es un recuerdo, uno mira es el tren humeante y poco a los viajeros.
En otra pintura hay dos campesinos que cabizbajos miran a la tierra, de
inmediato uno recuerda el Ángelus de Millet, pintado con otros trazos, y casi
con el mismo tono cromático.
Su
realidad, tal como se encuentra presente en sus obras, presagian que el artista
siempre es el resultado de una realidad de la cual no puede escaparse y que se
plasma en sus obras, imitando apasionadamente lo que ve a su paso, así como
saqueando el presente, esperando poder aprehenderlo, así como brilla en la
noche de su creación. Guevara está seguro de sus aserciones que le llevan, por
ejemplo, a ser partidario de esas mujeres que, elegantes aguardan, ya sea
estacionadas junto a un farol, ya sea en una silla al aire libre o ya sea en un
claroscuro de donde emergen con sus tocados y joyas resplandecientes. Pero lo
hacen de una forma natural, precisa sin ningún subterfugio.
Guevara
(y tal vez sea mejor decirlo así), parece como si necesitara regocijar por
completo al artista que existe en él , protegerlo y ponerlo más allá de la
circunstancia histórica, precisamente porque al tener la idea de abrir un
museo, su museo, es ese deseo recóndito de ubicar un universo que llegue hacia
las ventanas y puertas para su obra,
pero también una manera de ubicarlo, como única estación verdadera a la espera
de los viajeros y turistas, que vayan a Charalá como una misión que tiene un
propósito y es constituir y guardar una verdadera historia que él no quiere que
se deshaga Fante la vista de todos. Su museo no se ha quedado en planes bizarros,
no, ya es una realidad junto a Acevedo y Gómez que allí posee su permanencia en
esta misma casa que pertenecía a él. Y allí, junto con el artista y parte de su
obra se encuentran con él para perdurar; ahí se tropiezan a partir de una idea
de Guevara que se reúnen no en lo imaginario, sino en las circunstancias que no
quieren anteceder al olvido y a la fuga de esas sombras de la nada tan comunes
en el país; no, Guevara quiere estar junto a Acevedo y Gómez. Así, quien llegue
a esta casa situada en una de las esquinas de la plaza principal de Charalá
podrá sobrecogerse con el “Tribuno del pueblo”, ahora apresado lejos del olvido
y en lo inconmensurable de la historia y, además, quien llegue podrá ser
cauteloso al escudriñar los cuadros solidarios de Guevara, a veces con algunas
mujeres que esperan a alguien.
Él
ha desarrollado su vocación a través de sus propias indagaciones, de sus
pesquisas y de sus motivos, nunca de sus discordias. Así, al adquirir su
estilo, que es una fractura a su mundo interior, el artista en sus
inexperiencias, sabe que se apodera del secreto para escanciar sus obras y,
poco a poco, a veces tardíamente, a veces sin esperarlo nunca más que en las
márgenes, descubre, crea y distingue su propia manera de pintar, lo que Guevara
podría colegir como los bocetos determinantes de sus obras. Estos bocetos se
constituyen en un inobjetable elemento para su iluminación, con lo cual va a
denotar, y cuando digo denotar, mejor sería definir plásticamente, una voluntad
crasa de poder, para ir más allá, y así expresar su mundo con su paleta
colorida, aunque a veces los claroscuros de Rembrandt se aparecen en momentos
imprevistos para recordar al maestro alemán.
Guevara
le da a sus pinturas ese toque tan personal, de ir más allá, de indagar
constantemente a través de sí mismo, instantes en los cuales el creador un día
se encontró convertido en alguien libre, ya nunca prisionero de sus maestros.
Encontrar, describir esos esquemas es reconstruir la trayectoria, los
descubrimientos, las metamorfosis, en una palabra, la experiencia específica
que no tiene sentido, sino en las obras y que no traiciona, al describirla con
sus colores en su aspecto más concreto y técnico.
Las
pinturas más cautivadoras que Guevara ha pintado revelan, de manera evocadora,
pero precisa, el posible recorrido artístico por los caminos de Rembrandt, la
persistencia o el crepúsculo sombrío con los que el artista enmarca su propia
visión de su mundo, lo que nos acerca a su dominio, y a todo aquello que nos
hace sensibles al punto central de su descubrimiento, que se puede expresar
como mantener su esencia, desquiciando todos los rasgos, suprimiendo así
aquello que lo antecedió: la búsqueda.
Con Guevara es notorio percibir como su pintura nunca nace de una manera de idealizar el mundo, sino de ubicarlo en su propia historia personal. En apariencia se trataría de situarlo en esa latitud y definirlo como una visión imaginaria, y rivalizarlo como una ficción interior y de esa manera problematizarlo en los lindes de una pintura que desemboca a una expresión pasiva y subjetiva, cuando en realidad a través de su paleta de colores lo que expresa es su misma virulencia, como una forma de expresar su mundo, como si fuera un pescador de imágenes donde él se sume en esa laguna de su creación, buceando a recobrar sus paisajes perdidos, es decir darles forma en lo visible.
Guevara
se inició como pintor en Medellín, es decir, se dio a conocer, ya que él traía
su arte entre sus manos y sus colores en su equipaje, así su pintura fue
aceptada por los marchantes díscolos y por sus coleccionistas que guardan con
capricho sus creaciones. Guevara ha vivido en Medellín, ha explorado su memoria
en algunos murales, ha pintado en los extramuros de la noche sus vivencias y ha
sacado a flote en las madrugadas paisajes inquietos y coloreados que expresan
su voluntad de saber, que ya ubica su arte y su memoria en un país a veces
díscolo e indefinible, pero que en su pintura expresa ante todo dignidad.
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