Jaime Guevara |
Darío Ruiz Gómez
El bolero que cantaba la
inolvidable voz de Bienvenido Granda finalmente
decía:”…Miénteme una eternidad que me hace tu maldad feliz” Textos y textos se
han escrito con enorme variedad de opiniones sobre la verdad y su necesidad en
la buena marcha de una sociedad.
Hipótesis que muchas veces caen en el problematismo ya que por un lado está la verdad como desafío
a nuestra capacidad de enfrentamiento a
un horror histórico o personal o en contraste se da la llamada mentira piadosa
que nos ayuda a sobrevivir, a seguir adelante creándole momentos de luz a la
confianza en el ser humano. O asistimos hoy a la estupidización de los
enjambres de seres sin alma que permiten que otros piensen y tomen
determinaciones por ellos. El desarrollo
de las tecnologías de información nos ha llevado a ser cautos ante lo que se nos ofrece como verdad, pero también la muerte de la imagen es algo
constatable como lo comprueba la fotografía de guerra, ciertas crónicas “antropológicas”
manipuladas a placer. Ya el tema, repito,
ha dado para mucho y a lo largo de estos
años yo mismo lo he tratado en mi columna de opinión. Solamente que al leer esta semana
que ha muerto Harry G. Frankfurt recordé uno de sus textos publicado en español
por la editorial Paidós en 2013, “Sobre la charlatanería y sobre la verdad”. Frankfurt fue un ejemplo de ese filósofo de un
aparente bajo perfil que asumió
la tarea de recordarnos que las grandes
preguntas existenciales no están sólo en las gavetas de los estólidos académicos sino que esas grandes preguntas le salen al
paso al más común de los seres humanos y
por esto insiste en la necesidad precisamente de conservar el sentido común, en la voluntad
para mantenernos libres a partir de las responsabilidades personales, de nuestra decisión por la
autonomía. Tanto en Marx como en Sartre es notable la ausencia de una ética que corresponda a una responsabilidad personal a diferencia
de una militancia que
exaltan y que llevan ciegamente a cumplir las órdenes que la
Organización te exige a costa incluso de tu vida.
A la charlatanería la llama Frankfurter “Bullshit”(caca de
toro) identificada con el leninismo por su desprecio a la verdad
a través de una perversa retórica en cuyo fondo alienta el
conformismo, la irresponsabilidad ante la suerte de los otros, el nuevo robot,
la nueva sociedad robotizada características de las nuevas clases medias políticas que sueñan finalmente no con un cambio social hacia la justicia y la
equidad sino para sentir que ”han cambiado de estatus, de barrio”. Por esto
Frankfurt insiste en la libertad de la voluntad, en la construcción del yo y
los ideales personales, en el hecho definitorio de construirnos como personas.
El noble ejercicio de la Política, tal como lo he venido repitiendo en los
ejemplos del populismo, ha sido
radicalmente suplantada por la Caca de
Toro y el charlatán se ha convertido en el embaucador que nos dice que la verdad carece de importancia y que a cada
segundo puede mentir y en seguida desdecirse sin decoro alguno. Y no es
necesario establecer las diferencias entre la verdad, la falsedad y la mentira.
Se avecinan tiempos oscuros para la cultura especialmente, para la libertad
pero no podemos salir de la opresión contra la cual no dejaremos de luchar,
para entregarnos a las nuevas castas
dominantes del populismo. Necesitamos acompañar a la niña que en Neiva el asesino Iván Mordisco acaba de dejar huérfana luego
de que sus sicarios mataran a su madre,
una joven patrullera, y, no seguir
escuchando el blablablá de los “juristas
de la Paz”.
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