Antonio Arenas / Cuentos
EL VOLCAN DE LODO
Eso fue en la mañana para ser más exactos
eran las diez, dijeron que, pagando unos cuantos pesos, se vería el agujero del
cráter. El volcán de lodo está en un
pueblo lejano de La Costa Atlántica y detrás de una cerca de alambres de púas.
Es un hoyo lleno de lodo fétido y hay un lazo grueso amarrado de un costado, al
otro para agilizar la salida de los bañistas: David, Rubén y otros. Los
intrépidos decidieron meterse al cráter.
Al tiempo tuvimos noticias de ellos. Negras eran sus figuras que salían
cubiertas de lodo putrefacto. En el agujero todos y todas brincaban tratando de
realizar la danza del Treno. Los espíritus incrédulos se reían y rumiaban para
sí tales saltos del sinsentido humano. Los hálitos fantásticos, los augures y
los principiantes de chamanes decían que el lodo pestífero sanaría el cuerpo.
Todo el que se bañara en lodo renacería renovado en cuerpo y alma. Una mujer creyó ver, en el calorífero
del lodo a los hechiceros venidos del más allá, que raptaban los cuerpos
desnudos de las mujeres y los niños y se los llevaban a sus moradas secretas
como carnada para atraer el demontre erótico y los diablos alucinados por la
belleza humana. Por esa y única razón cavilaba ella, que las damas que se
zambullían en el volcán de lodo se dejaban llevar por la alegría de las
bacantes y mostraban al máximo sus atributos femeninos. Los jóvenes se
arrojaban con loca alegría y los viejos y las viejas se embriagaban de lodo
maloliente, creyendo encontrar la eterna juventud perdida. Al salir los
bañistas de lodo, encontraban que los accionistas del lugar habían instalado
baños públicos y duchas tenues para que, con ayuda de manos ligeras de mujeres
negras, la redondez del cuerpo fuera sentida, visible y el lodo cayera
lentamente por el flujo del agua purificadora. Lo que no saben los visitantes
al volcán de lodo, es que cada dos años los brujos y los demonios pactan
suicidios colectivos para adornar el infierno de cuerpos y lodo fétido. Nadie
sabe cuándo y cuáles serán los elegidos. La
adulación al lodo es el signo perturbador de la condición humana. La
borrachera colectiva queda marcada por un olor nauseabundo; como el tufo de
azufre de los infiernos. No presione a los demonios, ellos vendrán por los
preferidos. No está bien dirán los incrédulos que, la tortura del barro estrujé
el cuerpo y limpié sus impurezas. Un chapuzón en el agujero negro del cráter
hará que usted se sienta el ser más feliz sobre la tierra de dios. Hasta que no
se hayan perdido en el lodazal, no tendremos la esperanza de encontrarnos los
unos a los otros. El goce y la dicha contienen casi tanta dicha como la misma
dicha realizada en el barrizal. El sueño de los que se lanzan al lodazal es
encontrar la felicidad suprema. La vida es alegre, todo está bien, todo es
bueno. ¿Para qué preocuparnos de brujos y demonios e infiernos? Para que en un
hombre y una mujer pueda surgir lo posible, es necesario intentar una y otra
vez lo imposible. Creer no constituye, de manera alegórica más que un segundo
poder, Querer es el primero. Las montañas proverbiales que la fe mueve no son
nada al lado de lo que puede hacer la voluntad del hombre. El lodo y el volcán
pueden tener más cualidades de lo que tú mismo imaginas o crees, pero para
saber si esto es cierto o no hay que lanzarse al agujero. El secreto de la
renovación del cuerpo no está, sólo en vivir, sino también, en saber para qué
se vive y se goza. Adelante los diablos y brujos… Aún esperan.
UN HOMBRE
Un hombre se levanta en el alba, va al baño, se ducha,
luego frente al espejo se afeita una barba de varios días. En su habitación hay
un lujoso clóset donde guarda una colección de vestidos y zapatos de varios
colores. Elige el negro es de los más recientes está casi nuevo, se viste
despacio logrando una precisión en cada detalle de su atuendo. Es fin de semana
y sabe que debe ir a su oficina, leer el correo y terminar un trabajo atrasado
que deberá entregar urgente a su jefe. El jefe es riguroso, exigente ya ha
despedido a varios empleados por incumplimiento de sus labores. Sale, baja por
las escaleras, el ascensor de su edificio está malo, lleva varios días sin
funcionar y no hay quien lo arregle. Es día sin carro en la ciudad a pesar de
ser un viernes festivo, se dirige al paradero del autobús que lo llevará a su
trabajo. Ya en su oficina se sienta frente al computador y nota el crujido de
la silla, está algo incómodo, lee los correos y da respuesta a lo más urgente.
Hace varias cartas, las imprime y las deja en sobres cerrados para que sean
enviadas. Revisa el trabajo que entregará a su jefe, lo termina y lo mete en
una carpeta lujosa, no quiere regaños y enemistades con el jefe. Termina su
trabajo está todo en orden. Saluda al portero al salir. El portero se hace un
poco el distraído leyendo la prensa, le
dice: buen día doctor que raro verlo hoy
por aquí; es viernes festivo y no hay nadie en las otras oficinas. El hombre
sale de la oficina y en la acera del frente del edificio donde trabaja toma un autobús
para el centro de la ciudad. En el viaje se distrae mirando por la ventanilla
el difícil tráfico vehicular y el ruido que lentamente va llenando la atmósfera
de la urbe. Llega al paradero de los buses. Baja de este, y camina dos cuadras,
localiza un puesto de revistas y periódicos, compra el diario. Divaga un poco
por la ciudad, observa la monotonía, la congestión y el arrume de venteros
ambulantes que gritan sin cesar. En la
repostería Té Astor, pide un café negro, el lugar está un poco lleno, él
sólo nota el trajín de las meseras en su ir y venir para atender a los
clientes. Se hace tarde, debe regresar. Llega a su Apartamento, abre la puerta,
entra y se sienta cómodamente en un sillón de cuero que ya tiene sus años de
uso. Lee el periódico paulatinamente, página por página, y se detiene en la
sección en la que se informa sobre los resultados de las loterías. Saca de su
cartera negra un billete de lotería, lentamente lo mira, compara los números
con el del periódico, ve que son iguales los cuatro números del mayor y la
serie. Sonríe para sí, es una sonrisa maliciosa la que se refleja en su rostro.
Los observa reiterativamente como para salir de dudas. Ve nuevamente que son
iguales los dígitos del periódico y los de la lotería. Se levanta, va a su
habitación, abre el nochero, saca un revolver. Luego se suicida.
LA MUERTE DE UN CRONOPIO
“Nada más parecido a un cronopio que un niño creativo, vital,
desconcertante…”
Cortázar
Las aguas del río
eran turbias y aplacadas. Se observaba en ellas una corriente lenta. El día
caía y el silencio de las aguas sólo era perturbado por el ruido de una docena
de aves que se elevaban, buscando refugio en el ocaso. En un pequeño muelle,
las barcazas estaban arremolinadas formando un innegable atasco y poca
visibilidad en la orilla. Unas barcas estaban pintadas de fuertes colores,
otras de fibra de vidrio y las demás de madera curtida y seca por las asperezas
del sol. Había dos restaurantes adecuados en los extremos del muelle. Atendían
unos pocos clientes, no muchos pues, la hora para almorzar se había terminado.
Corría la tarde. El olor del pescado frito se confundía, con el hedor del río.
Los moscones en el comedor revoloteaban sin cesar. Las sillas y las mesas daban
al lugar la impresión de escaso espacio o mala distribución en la estancia. Un niño y una niña de cabellos rizados
deambulaban de manera juguetona por unos tablones que se enlazaban con un
planchón. Un viejo, arrugado por el tiempo, movía con dificultad unas canecas
añiles cargadas de combustible y las montaba en su chalupa formando un arrume,
las situaba con gran esfuerzo. El viejo, sin camisa y concentrado en su
trabajo; exhibía unos brazos musculosos y unas manos fuertes hechas para el
trajín. Sudaba y el agua le corría por la frente y el pecho como una liviana
tela, mojando todo su cuerpo. No tendría más de setenta años. En su rígida
cabeza ya mostraba las canas. Nadie vio el Caimán, que se deslizó con sigilo,
perfidia y cautela. Al instante se oyó un sonido seco y unas mandíbulas que
atraparon con rapidez a la chiquilla. El niño miró absorto y con miedo al
animal que desapareció velozmente en las aguas del sombrío río. No cabe la
menor duda de que el niño intentó gritar, pedir auxilio, derrumbarse ante tal
situación. Es su hermana la que yace en el río y usted se reirá, pero, nadie ha
visto los Caimanes en el río. El viejo termina de cargar su chalupa y se aleja.
Los pocos comensales saborean un delicioso pescado frito con patacón, ensalada
y una limonada con hielo sin mucho dulce. El destino de una niña les es
indiferente. Ella, era impertinente, vital desconcertante y bulliciosa. La
imaginación del Caimán la transfiguró en agua. No hay flores, tortugas,
cronopios. El río es un pliegue de fosa común. Las moscas conservan su vuelo en
el recinto del comedor y se posan en las sobras de la comida. Una madre, al abrir la puerta de su casa,
nota la ausencia de sus hijos, no sabe dónde están. Grita atemorizada y desconfiada,
sospecha lo peor. En las riberas del río se vive precariamente; la población es
pobre y está condenada a desaparecer. Cerca del río hay un pueblo, celebran las
fiestas del réptil. Hay mucho ruido, música y licor. La niña gime desde las
insondables aguas.
Carajo ¿Por qué no me ayudan?... Un
niño en la orilla del río dibuja con una tiza sobre una tortuga una flor roja.
Es lo más parecido a su hermana muerta…
EL SUEÑO DE PABLO
Pablo era un niño
de once años y vivía en un barrio peligroso, digo peligroso porque las bandas
criminales controlaban el territorio y decidían el futuro de algunos, niños,
niñas y adolescentes. Los anhelos de Pablo giraban en torno al futbol. Deseaba
con toda su alma ser futbolista profesional; jugar en un equipo de primera
división y porque no jugar en la selección Colombia. Pablo era un niño flaco y
desgarbado, con una figura que no le favorecía en nada para ser futbolista y
era lo más parecido a lo que en el futbol llamamos un tronco. Pero a pesar de
todo esto, su ilusión, su cuerpo y espíritu estaban en el futbol; a tal punto
que se sabía de memoria, quien era Leonel Messi, Cristiano Ronaldo, James
Rodríguez, Falcao, Jackson, Bacca. Sabía que Piqué, el zaguero central del Club
Barcelona, tenía dos hijos con Shaquira. Entendía, además, que, Juan Pablo
Ángel, alguien con su mismo nombre, fue goleador en el Atlético Nacional, en el
equipo River de Argentina y en la selección Colombia. Pablo entró por obra del
infortunio a ser parte del equipo de futbol de su colegio. El entrenador que
sabía de su pasión por el futbol, de aguatero, digo mejor del que reparte el
agua en los descansos de un partido de futbol, lo pasó a futbolista, mejor un
suplente más en el equipo del colegio, ya que faltaba un jugador para completar
la plantilla de veintidós jugadores y él como entrenador la tenía que entregar
completa. Esto hizo que los demás compañeros se burlaran del él, lo golpearan y
le gritaran tronquito, paquete y un sinfín de disparates. Pablo no era un
virtuoso del balón, era zurdo y su pierna izquierda solo le servía para caminar
y saltar. Un día llegó a su casa maltratado y sangrando, su padre
inmediatamente lo reprendió. No sea nena
mijo, actué como un varón, no se la deje montar, devuélvale los golpes. Su
padre había sido militar, era alto y fornido, se jubiló con un rango bajo en el
ejército y con una pensión que cubría las necesidades de su familia. Su madre
en cambio, lo adoraba, era una mujer débil y sumisa a los caprichos de su
esposo, pero amaba a su hijo, a pesar de todo lo ocurrido, esta era una familia
unida, humilde y silenciosa. Pablo el día que llegó golpeado a su casa no
comprendió lo que le decía su padre, lo suyo no era la lucha libre o el karate,
él amaba el futbol, no era una nena, actuaria desde ese momento como un
verdadero futbolista profesional, aguantaría los golpes, los estrujones las
patadas y la sangre. Pablo ideó una estrategia, se hizo amigo de Raúl Ronaldo
Sánchez, sí, así se llamaba el mejor jugador de futbol del colegio y de su
barrio. Raúl Ronaldo era admirado por todos, los profesores, los compañeros y
en especial por las muchachas que lo rodeaban dentro y fuera de la cancha,
algunas le mandaban besos, otras le decían: I Love Ronaldo. Pablo empezó a
entrenar con Ronaldo, entrenaba todos los días más de la cuenta, aprendió a
jugar futbol, a hacer piruetas con el balón, a gambetear con su pierna
izquierda, tanto que hoy es el mejor volante de creación del equipo de su
colegio. Los que lo han visto jugar exponen que los equipos de las divisiones
inferiores le hacen ofertas, lo quieren por su garra y potencia, por su gambeta
y pegada en curva al balón. Su padre lo admira y sueña que juegue en un equipo
profesional. En unos años Pablo, se ha robustecido, ya no parece el mismo flaco
de antes, su melena negra y rizada atrae con atención a las muchachas, pese a
la seriedad de su rostro y su timidez.
Pablo es un jugador habilidoso, serio y disciplinado. Su fantasía sigue
siendo ser futbolista profesional. Un día tuvo un sueño grande, soñó que jugaba
en un equipo profesional, el Atlético Nacional, era un partido de verdad, un
clásico en la ciudad, el estadio lleno y a reventar, gritos y más gritos de las
barras bravas. Faltando un minuto están cero a cero, tomó la pelota, sereno en
su acción, gambeteando a todos se sacó el arquero y con fuerte tiro abrió el
marcador.
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