LA POLÍTICA NO ES PACÍFICA
Darío Ruiz Gómez
El pacto firmado en el
Palacio de Gobierno por todos los grupos políticos en contienda electoral reclama
por una “cultura política pacífica”. De salida se da en esta exigencia un más que enorme error de
concepción de lo que desde Aristóteles llamamos
política que no es otra cosa que el respeto mutuo a unas formas de
convivencia para una correcta interrelación social donde se respeta al
individuo(a) y lo que llamamos sociedad se establece con base a un consenso
establecido desde la libertad de cada uno o una, cumpliendo de este modo las
premisas para que se dé una sociedad
plural que tome la paz como un implícito de lo político y no como una receta farmacéutica al uso de
cualquier desprevenido(a) dirigente según
la ocasión. A ningún ciudadano(a) se le puede imponer el deber de ser pacífico
como, pintorescamente, lo suelen hacer en tono belicoso los llamados(as) “pacifistas”
ya que la paz política que no parta
previamente de un nuevo pacto social se convierte como lo ilustra nuestra
historia en un escabroso camino de
mentiras y de nuevas formas de violencia. Es aquello que Gregorio Morán les
recuerda a los histéricos (as) pacifistas
que protestan con la machacada consigna de “No a la guerra y sí a la Paz”;
que si quieren ser consecuentes con lo que dicen predicar deberían estar ahora en Ucrania en la primera línea de fuego exigiéndoles a los matones de Putin el cese inmediato de la guerra y el regreso a
la paz de la cual disfrutaba la sociedad
ucraniana. Naturalmente estos(as) activistas después de sus manifestaciones de
protesta volverán tranquilamente a casa sin que les llegue a quitar el sueño
las terribles imágenes de los desplazados, de los hospitales bombardeados. La
buena política es ante todo el triunfo de la razón – nunca dejemos de
recordarlo- sobre las perversidades de
los instintos primarios, la lógica que impide que de llegar a encontrarme -valga el ejemplo- en un
restaurante con un político corrupto que
continúa recurriendo a la violencia, sienta, instintivamente, el deseo de matarlo a nombre de la justicia
que exigen las víctimas, pero es la
razón la que me impide hacerlo confiando en que algún día la justicia verdadera
llegará a condenarlo. Gracias a este generoso compás de espera en la justicia es
que los ciudadanos(as) hacen posible que subsistan los llamados Partidos Políticos
o sea la Democracia llamada eufemísticamente representativa.
Por eso me llamó la atención
en ese Pacto lo de la “cultura política pacífica” que, naturalmente, sólo firmaron los Partidos Políticos tradicionales ya que invitar al “Pacto Histórico” a firmar y a comprometerse a cumplir esta ingenua
propuesta es como invitar a una cena de corderos a los más despiadada jauría de
lobos olvidando que quienes han
recurrido y siguen recurriendo a la violencia para
obtener una ventaja electoral nunca por
principios doctrinarios renunciarán a
ésta. Lo que debieron los Partido Democráticos es exigirles a los lobos
vestidos de cordero que la explícita y previa renuncia a todas las formas de
violencia debió ser no una cordial sugerencia sino una exigencia ineludible que
debieron cumplir antes de ser admitidos en nuestra democracia. Yo no puedo caer en la ingenuidad de darle al
enemigo lo que éste nunca me concedió ni me concederá. Y éste como sabemos ha sido un imperdonable error
de las llamadas democracias blandas que se paga muy caro.
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