domingo, 13 de marzo de 2022

AURELIO ARTURO / Raúl Alberto Mejía

 


AURELIO ARTURO

Raúl Alberto Mejía

 

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Infaliblemente, al re leer poemas de Aurelio Arturo o al pensar en él, su época, la nostalgia recupera rutas un tanto olvidadas. “Muchos años después” a su muerte, fuera toparse con aquel libro que le publicó el Instituto Colombiano de Cultura en la década de los setenta. Hasta ese momento, ignorando anexos, contenía su obra completa: condensado cúmulo de treinta y un textos, amén de traducciones y ensayos sobre sí desde autores que, en su mayoría, lo conocieron y/o lo trataron. Ese volumen es, incluso, más sucinto que la totalidad publicado por Juan Rulfo. Algunos como el a medias o totalmente olvidado Rafael Maya, tuvieron el privilegio de conocer los primeros poemas de Aurelio Arturo; otros, como Charry Lara, citan el histórico momento y lo consecuente a la publicación en 1942 de” Morada al Sur”, hito lírico en este país cribado de poetastros execrables.

Y si, cuarenta años después, heme hojeando, leyendo, asombrándome ante su lenguaje elaborado, denso, pleno de sugestiones y poesía de altísimo nivel. No se leen sonetos, décimas, trasnochos románticos o nada de la edulcorada poética de los poetas españoles contemporáneos (con excepciones) y, peor, de aquellos bardos nominados como los “Nuevos” o “Piedracelistas” -allende compartir lustros-. No, sentía el regocijo de leer versos extensos, calculados adjetivos, arrasadora nostalgia, fuerza que siempre trasciende y que en sus poemas es atemporal. “¿De dónde este caballero, es colombiano?”, inquietud asaltante. Sólo vivencia similar antes: la obra de Silva. Sólo una posterior: la brevedad citadina de José Manuel Arango. ¿Otros? ¡Tantos para tantos!, imposible sustraerse al hedor del país de poetas: millardos entre desbordes, lagrimones, versitos serviles limpiando vitrinas y letrinas.

 

2

Considero que pocas cosas fastidian más que el escoger lo mejor, grande o importante al decidirse sobre lugares, música, autores … Es absolutamente normal (y subjetivo) que el sitio amado, comida preferida, melodía o, para este caso, poeta, sean para cada uno de nosotros los mejores, grandes e importantes, por encima de lo demás. Sea, es maña que nos obsede: la discusión y delirantes litigios parten al contrastar con lo inferido por semejantes. Éxitos ante coincidencias, improperios, sangre o amenazas al darse desencuentros. ¡Cliché viejo, aburridor!, pero sin solución a la vista. No damos, como se dice, el brazo a torcer. ¿Por qué? Libre albedrío, aunándose a perennes estulticias que instan a terquedad totalitaria. Siendo así, de regreso a lo esencial del asunto, podría deducirse que el poeta colombiano del siglo XIX fue José A. Silva, ¿quién otro? ¡Ah bueno!, no faltará quien cite a Pombo; algún rezagado conservador dirá que Miguel Antonio Caro o el hacedor de estrofas Rafael Núñez, eso sin contar al ominosamente encumbrado Guillermo Valencia. No hay tal, asumo que existe unanimidad acerca del malogrado bardo capitalino. Ahora, tan poco compleja escogencia, adquiere tintes dramáticos y épicos al allegarse al siglo pasado: vaya lío, vaya espanto, vaya derroche de libracos, antologías, apuestas, liderazgos. ¿Quién? ¿Acaso (de nuevo) el delirante de versos parnasianos, un errabundo Porfirio o el tahúr de semánticas León de Greiff? Un tris contemporáneos a él, los piedracelistas, en especial el padre de cierta poetisa suicida, Gaitán, Cote, Mutis; aquel único entre los Nadaístas, Amílcar Osorio o el oligofrénico Raúl Gómez J. ¿Quién?  

Insisto en dos nombres ya referidos: Aurelio y José Manuel Arango, siendo este último enlace hacia la centuria que transitamos. Sin importarme unanimidad, diría que el principal bardo colombiano del siglo XX fue y es Aurelio Arturo. Decisión -con su matiz de irrelevancia- a la que (tal vez) se sumarían otros lectores serios de poesía. ¡Caramba!, el pandemónium se avizora al colegir que del siglo pasado todavía quedan, quedamos muchos: ¿nos apuntamos para este, pleno de virus y profecías temibles? Será exponencial la dificultad que tendrán nuestros descendientes -si es que les llamara la atención- al escoger su poeta local del siglo XXI. ¡Ah degollina!, necesitarán lo máximo de inteligencias artificiales para tamaña proeza. No imagino semejante hazaña, en vista de la inmisericorde contaminación de poetisos(as) con billones de poemitas sin piedad.

 

3

De una u otra forma siempre estamos hablando de los muertos, es un antropológico tic, inevitable. La verdad, no se trata de configurar rápida clonación en cuanto al acontecer vital, rastreable de un ser tan hermético como Aurelio Arturo: que dónde estudió, novias, amigos de infancia, primeros pecados bienales, mortales, decisiones jurídicas, esbozos, tertulias. Si habló bien o mal de este, aquel, trasuntos misóginos en pro de satisfacer morbosidad de parte de ateas e hiperfeministas, etc. No, ello es farándula mediática; sin embargo, como es apenas obvio, deben señalarse fechas liminares, comenzando por 1906 y 1974, indicando su tránsito existencial. Nace en La Unión, Nariño, departamento siempre proclive a NO sentirse muy colombiano, distante de Bogota como el cielo del infierno. La amada patria, en su “torpeza” insaciable padecía (todavía) efectos devastadores de la guerra de los mil días, escinción de Panamá y corrupción tan antigua como la sed de los desiertos. Niñez agreste, vasta, sin apenas adminículos. Hacia los años 1931-1934, publica sus primeros poemas en la prensa capitalina. Se infiere que ha debido viajar joven a Bogotá, allí estudia y, de hecho, permaneció en dicha ciudad hasta su muerte. Es Rafael Maya quien incide no sólo para la publicación de sus primeros versos, sino para otorgarle un premio a comienzos de la década de los sesenta. ¿Cuáles fueron de su breve obra? Lo ignoro, desidia cabalgante. El atrabalario estado de entonces (y para variar) vivía imbuido en rencillas políticas: tras eterno dominio conservador, el partido liberal se había hecho al poder (aprovechando división del bisabuelo de histérica congresista). Ha pasado primera guerra mundial, quiebra económica de la bolsa de New York. Se gradúa de abogado y, con el tiempo, será juez de la república.

1942, medianía de feroz guerra mundial. Camus recién ha publicado “El Extranjero”, hacemos parte de los aliados, extraviados submarinos Nazis parcialmente se asoman, jóvenes poetas piedracelistas entrevistan al pomposo autor de Los Camellos y, en fatal conteo, el camorrista estado da puntadas hacia siguiente catástrofe social que ocurrirá en 1948. “Morada al Sur”, el más excelso poema patrio del siglo pasado aparece en aquel año (1942), publicado en revista de la universidad Nacional: ¡por fin algo de calidad, en buena hora! Lamentablemente, hacia 1974, tras concluir el episodio del Frente Social, en plena decadencia del penoso Nadaísmo, fallece el poeta. Once años antes ha recibido un premio, es conocido entre selecto grupo de intelectuales, vive con emoción las publicaciones de “Golpe de Dados”. Colombia ya no es aquel país tan incomunicado, se ha ido a la luna, el LSD ha hecho estragos, suceso mundial ante publicación de “CIEN AÑOS DE SOLEDAD”, furor científico y tecnológico. Muere Aurelio Arturo con la fallida promesa de escribir poema épico sobre la conquista de América.

 

4

“Morada al Sur” o de como la evocación al ser magníficamente descrita, adquiere un summum de belleza lírica perenne: “[…] el sueño me alarga los cabellos”.

“Morada al Sur” es a juicio de no pocos, el poema más importante que se haya escrito en este inmarcesible país de aedos en los últimos ochenta años. No faltarán quienes piensen lo contrario y ofrezcan a cambio otros títulos. En ese volumen editado por el Instituto de Cultura, en su “Biblioteca Básica Colombiana” 1977, a cargo de Santiago Mutis y Juan Gustavo Cobo Borda, la casi totalidad de quienes aportan escritos sobre el poeta, admiten la impronta, el hecho relevante de hallarse ante el más extenso de los poemas de Aurelio Arturo: versos estupendos, frescas resonancias, profundidad no vista en el acontecer farragoso/retórico de los vates locales. Tono nuevo en aras de dejar atrás modernismos finiseculares, galimatías con olor a río Cauca, imitadores de Neruda, de lo peor de Juan Ramón Jiménez y epígonos desopilantes del mediocre Surrealismo … Nada de eso o muy perfectamente subliminado (recuperando resonancias del espléndido Expresionismo); lo cual, para efectos prácticos, podría propiciar discusiones prolijas, bizantinas.

“Morada al Sur” es un poema dividido en cuatro estrofas con notable presencia de cuartetos asonantes, a lo largo de ciento quince versos. Poema extenso, no en demasía si le compara con otros que rayan los varios centenares; empero, sí demasiados ante delirante expresión de autores sintéticos, reducidos como madera aglomerada. El asunto de la brevedad -tan cuestionable-, es evidente al otear lo poco que Arturo publicó. En “Morada al Sur”, aquel “te hablo” es imperativo no sólo para percibir lo habitado/vivido, sino para revivirlo: “[…] te hablo de una voz que me es brisa constante”. En Kavafis la evocación es, generalmente, de carácter erótico, en Aurelio Arturo es más edénica: nacen el mundo, lo vegetal y elementos afines a lo visible.

“Morada al Sur” y tantos de sus versos memorables: “las abejas doradas de la fiebre” … Francamente debería pagar derechos de autor, admitiendo tremenda influencia de dicha metáfora entre actos fallidos, asaltos presurosos de musas, amén de manierismos soterrados. Arrasadora imagen, propia del léxico y contexto de sus agrestes retratos.

“Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo” … Hojas verdes, revestidas de rocíos, resultado del humus, gleba, fuerzas terrestres, matriz vivencial. El particular mundo de Aurelio Arturo nace de allí y lo colateral a tal eclosión se volverá exponencial.

“El viento viene, viene vestido de follajes” … Será renombrado ese mismo “viento” hacia el final cuando sintetice, tras impactantes versos lo descrito: “[…] he narrado/el viento;/solo un poco de viento”. Viento que mece, transporta, anuncia, comunica problemas, albricias, desgracias. ¿Mensajero lírico? Sin duda.

Noche, horizontes, quietud, sombras, conmociones sensitivas … En “Morada al Sur” asombran pluralidad de lugares, nostalgias, contornos puros y no por ello menos terribles, ese inevitable tránsito desde lo emergente hasta lo que resista el olvido. Confesión sosegada, ha debido tardarse un buen tiempo en la escritura de este poema o, al menos, en darlo a conocer.

Llama la atención el uso sin miedo del verso extenso, despreocupación por el adjetivo, tiempos verbales en su mayoría de un pasado en proceso, allegándose al presente dinámico, en evolución: “subían, salía, principia”. Líneas sin temor de márgenes: “[…] Te hablo de noches dulces, junto a los manantiales, junto a cielos”. Este verso, en manos de poetastros sintéticos, los llevaría a publicar uno de sus poemitas así: “Te hablo de/noches dulces/junto a los manantiales/junto/a cielos” (sic.) No en Aurelio Arturo, pese a que en su obra NO teme al verso corto, como ocurre en los bellos poemas “Yerba”, “Palabra”.

Imperdonable y así deteste las citas, dejar de anexar lo escrito por Fernando Charry Lara, a propósito de “Morada al Sur”:

“[…] A sostener este entusiasmo, a fomentarlo, contribuyó la aparición, en 1942, en la extinguida REVISTA DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL, de su poema “MORADA AL SUR”, que no debe dudarse en calificarlo como a una de las más hermosas y delirantes manifestaciones de la poesía colombiana. Una entrañable voz americana, una voz llena de sueños humanos, una voz alerta a nuestro paisaje y a nuestras cosas, no deja de escucharse, turbadora dentro de su ardiente sencillez, en la lectura de esta obra”.

   

COLOFÓN

¿Vigente Aurelio Arturo? Ambigua respuesta. Nuestra displicencia idiosincrática es devastadora. ¿Se escribe en la actualidad sobre el liróforo nariñense? No podría refutarlo, requiere pesquisas, mayor interés. Algo sí me luce lapidario en el sentir mediático: en redes, secciones culturales, revistas literarias, festivales, antologías al por mayor, Aurelio Arturo es un ausente colosal. ¿Será que este importantísimo escritor se ha ido convirtiendo en herrumbroso trofeo de museos intelectuales? El devenir de un autor como sujeto suele ser irrelevante, pero el de su obra atraviesa, a veces, un azar bizarro: queda poco de aquellos “Zeus” del olimpo o parnaso patrio, caso Germán Pardo García y otros citados, a lo sumo tumbas olvidadas, egos vertidos en cenizas. ¿Sufrirá Aurelio Arturo igual suerte? Sea, hay sinergias que desbordan fanatismos, llantos luctuosos. Supe de un concurso en su honor, ¿todavía existe? ¿Hay cátedra sobre él en las escasas facultades de literatura?

Al margen de “Morada al Sur”, por supuesto, conviven poemas singulares: cantos, odas al trabajo, enunciación de hermanos en ámbitos melancólicos. Muere a los 68 años, poco antes del accidente de Gonzalo Arango. ¿Inéditos? Lo desconozco, habría que acudir a sus herederos. No puede olvidarse su faceta de traductor: en ese volumen se leen preciosas traducciones. Dijo admirar (o preferir) la poesía escrita en inglés, ante lo cual asentiría Borges. En lo personal, prefiero la escrita en alemán. En par años, 2024, será el cincuentenario de su muerte, ¿instante para regresar a tan hechizante lírica? ¡Que al menos te conozcan hiperactivos poetisos, as, quienes evitan lenguaje elaborado, atrevimiento al intentar poemas “medianamente” extensos y versos sin miedo a márgenes! Ya veremos …

 


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