AURELIO ARTURO
Raúl Alberto Mejía
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Infaliblemente, al re leer
poemas de Aurelio Arturo o al pensar en él, su época, la nostalgia recupera
rutas un tanto olvidadas. “Muchos años después” a su muerte, fuera toparse con
aquel libro que le publicó el Instituto Colombiano de Cultura en la década de
los setenta. Hasta ese momento, ignorando anexos, contenía su obra completa:
condensado cúmulo de treinta y un textos, amén de traducciones y ensayos sobre
sí desde autores que, en su mayoría, lo conocieron y/o lo trataron. Ese volumen
es, incluso, más sucinto que la totalidad publicado por Juan Rulfo. Algunos
como el a medias o totalmente olvidado Rafael Maya, tuvieron el privilegio de
conocer los primeros poemas de Aurelio Arturo; otros, como Charry Lara, citan
el histórico momento y lo consecuente a la publicación en 1942 de” Morada al
Sur”, hito lírico en este país cribado de poetastros execrables.
Y si, cuarenta años después,
heme hojeando, leyendo, asombrándome ante su lenguaje elaborado, denso, pleno
de sugestiones y poesía de altísimo nivel. No se leen sonetos, décimas,
trasnochos románticos o nada de la edulcorada poética de los poetas españoles
contemporáneos (con excepciones) y, peor, de aquellos bardos nominados como los
“Nuevos” o “Piedracelistas” -allende compartir lustros-. No, sentía el regocijo
de leer versos extensos, calculados adjetivos, arrasadora nostalgia, fuerza que
siempre trasciende y que en sus poemas es atemporal. “¿De dónde este caballero,
es colombiano?”, inquietud asaltante. Sólo vivencia similar antes: la obra de
Silva. Sólo una posterior: la brevedad citadina de José Manuel Arango. ¿Otros?
¡Tantos para tantos!, imposible sustraerse al hedor del país de poetas:
millardos entre desbordes, lagrimones, versitos serviles limpiando vitrinas y
letrinas.
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Considero que pocas cosas
fastidian más que el escoger lo mejor, grande o importante al decidirse sobre
lugares, música, autores … Es absolutamente normal (y subjetivo) que el sitio
amado, comida preferida, melodía o, para este caso, poeta, sean para cada uno
de nosotros los mejores, grandes e importantes, por encima de lo demás. Sea, es
maña que nos obsede: la discusión y delirantes litigios parten al contrastar
con lo inferido por semejantes. Éxitos ante coincidencias, improperios, sangre
o amenazas al darse desencuentros. ¡Cliché viejo, aburridor!, pero sin solución
a la vista. No damos, como se dice, el brazo a torcer. ¿Por qué? Libre
albedrío, aunándose a perennes estulticias que instan a terquedad totalitaria.
Siendo así, de regreso a lo esencial del asunto, podría deducirse que el poeta
colombiano del siglo XIX fue José A. Silva, ¿quién otro? ¡Ah bueno!, no faltará
quien cite a Pombo; algún rezagado conservador dirá que Miguel Antonio Caro o
el hacedor de estrofas Rafael Núñez, eso sin contar al ominosamente encumbrado
Guillermo Valencia. No hay tal, asumo que existe unanimidad acerca del
malogrado bardo capitalino. Ahora, tan poco compleja escogencia, adquiere
tintes dramáticos y épicos al allegarse al siglo pasado: vaya lío, vaya
espanto, vaya derroche de libracos, antologías, apuestas, liderazgos. ¿Quién?
¿Acaso (de nuevo) el delirante de versos parnasianos, un errabundo Porfirio o
el tahúr de semánticas León de Greiff? Un tris contemporáneos a él, los
piedracelistas, en especial el padre de cierta poetisa suicida, Gaitán, Cote,
Mutis; aquel único entre los Nadaístas, Amílcar Osorio o el oligofrénico Raúl
Gómez J. ¿Quién?
Insisto en dos nombres ya referidos:
Aurelio y José Manuel Arango, siendo este último enlace hacia la centuria que
transitamos. Sin importarme unanimidad, diría que el principal bardo colombiano
del siglo XX fue y es Aurelio Arturo. Decisión -con su matiz de irrelevancia- a
la que (tal vez) se sumarían otros lectores serios de poesía. ¡Caramba!, el
pandemónium se avizora al colegir que del siglo pasado todavía quedan, quedamos
muchos: ¿nos apuntamos para este, pleno de virus y profecías temibles? Será
exponencial la dificultad que tendrán nuestros descendientes -si es que les
llamara la atención- al escoger su poeta local del siglo XXI. ¡Ah degollina!,
necesitarán lo máximo de inteligencias artificiales para tamaña proeza. No
imagino semejante hazaña, en vista de la inmisericorde contaminación de
poetisos(as) con billones de poemitas sin piedad.
3
De una u otra forma siempre
estamos hablando de los muertos, es un antropológico tic, inevitable. La verdad,
no se trata de configurar rápida clonación en cuanto al acontecer vital,
rastreable de un ser tan hermético como Aurelio Arturo: que dónde estudió,
novias, amigos de infancia, primeros pecados bienales, mortales, decisiones
jurídicas, esbozos, tertulias. Si habló bien o mal de este, aquel, trasuntos
misóginos en pro de satisfacer morbosidad de parte de ateas e hiperfeministas,
etc. No, ello es farándula mediática; sin embargo, como es apenas obvio, deben
señalarse fechas liminares, comenzando por 1906 y 1974, indicando su tránsito
existencial. Nace en La Unión, Nariño, departamento siempre proclive a NO
sentirse muy colombiano, distante de Bogota como el cielo del infierno. La
amada patria, en su “torpeza” insaciable padecía (todavía) efectos devastadores
de la guerra de los mil días, escinción de Panamá y corrupción tan antigua como
la sed de los desiertos. Niñez agreste, vasta, sin apenas adminículos. Hacia
los años 1931-1934, publica sus primeros poemas en la prensa capitalina. Se
infiere que ha debido viajar joven a Bogotá, allí estudia y, de hecho,
permaneció en dicha ciudad hasta su muerte. Es Rafael Maya quien incide no sólo
para la publicación de sus primeros versos, sino para otorgarle un premio a
comienzos de la década de los sesenta. ¿Cuáles fueron de su breve obra? Lo
ignoro, desidia cabalgante. El atrabalario estado de entonces (y para variar)
vivía imbuido en rencillas políticas: tras eterno dominio conservador, el
partido liberal se había hecho al poder (aprovechando división del bisabuelo de
histérica congresista). Ha pasado primera guerra mundial, quiebra económica de
la bolsa de New York. Se gradúa de abogado y, con el tiempo, será juez de la
república.
1942, medianía de feroz
guerra mundial. Camus recién ha publicado “El Extranjero”, hacemos parte de los
aliados, extraviados submarinos Nazis parcialmente se asoman, jóvenes poetas
piedracelistas entrevistan al pomposo autor de Los Camellos y, en fatal conteo,
el camorrista estado da puntadas hacia siguiente catástrofe social que ocurrirá
en 1948. “Morada al Sur”, el más excelso poema patrio del siglo pasado aparece
en aquel año (1942), publicado en revista de la universidad Nacional: ¡por fin
algo de calidad, en buena hora! Lamentablemente, hacia 1974, tras concluir el
episodio del Frente Social, en plena decadencia del penoso Nadaísmo, fallece el
poeta. Once años antes ha recibido un premio, es conocido entre selecto grupo
de intelectuales, vive con emoción las publicaciones de “Golpe de Dados”.
Colombia ya no es aquel país tan incomunicado, se ha ido a la luna, el LSD ha
hecho estragos, suceso mundial ante publicación de “CIEN AÑOS DE SOLEDAD”,
furor científico y tecnológico. Muere Aurelio Arturo con la fallida promesa de
escribir poema épico sobre la conquista de América.
4
“Morada al Sur” o de como la
evocación al ser magníficamente descrita, adquiere un summum de belleza lírica
perenne: “[…] el sueño me alarga los cabellos”.
“Morada al Sur” es a juicio
de no pocos, el poema más importante que se haya escrito en este inmarcesible
país de aedos en los últimos ochenta años. No faltarán quienes piensen lo
contrario y ofrezcan a cambio otros títulos. En ese volumen editado por el
Instituto de Cultura, en su “Biblioteca Básica Colombiana” 1977, a cargo de
Santiago Mutis y Juan Gustavo Cobo Borda, la casi totalidad de quienes aportan
escritos sobre el poeta, admiten la impronta, el hecho relevante de hallarse
ante el más extenso de los poemas de Aurelio Arturo: versos estupendos, frescas
resonancias, profundidad no vista en el acontecer farragoso/retórico de los vates
locales. Tono nuevo en aras de dejar atrás modernismos finiseculares,
galimatías con olor a río Cauca, imitadores de Neruda, de lo peor de Juan Ramón
Jiménez y epígonos desopilantes del mediocre Surrealismo … Nada de eso o muy
perfectamente subliminado (recuperando resonancias del espléndido
Expresionismo); lo cual, para efectos prácticos, podría propiciar discusiones
prolijas, bizantinas.
“Morada al Sur” es un poema
dividido en cuatro estrofas con notable presencia de cuartetos asonantes, a lo largo
de ciento quince versos. Poema extenso, no en demasía si le compara con otros
que rayan los varios centenares; empero, sí demasiados ante delirante expresión
de autores sintéticos, reducidos como madera aglomerada. El asunto de la
brevedad -tan cuestionable-, es evidente al otear lo poco que Arturo publicó.
En “Morada al Sur”, aquel “te hablo” es imperativo no sólo para percibir lo
habitado/vivido, sino para revivirlo: “[…] te hablo de una voz que me es brisa
constante”. En Kavafis la evocación es, generalmente, de carácter erótico, en
Aurelio Arturo es más edénica: nacen el mundo, lo vegetal y elementos afines a
lo visible.
“Morada al Sur” y tantos de
sus versos memorables: “las abejas doradas de la fiebre” … Francamente debería
pagar derechos de autor, admitiendo tremenda influencia de dicha metáfora entre
actos fallidos, asaltos presurosos de musas, amén de manierismos soterrados.
Arrasadora imagen, propia del léxico y contexto de sus agrestes retratos.
“Después, de entre grandes
hojas, salía lento el mundo” … Hojas verdes, revestidas de rocíos, resultado
del humus, gleba, fuerzas terrestres, matriz vivencial. El particular mundo de
Aurelio Arturo nace de allí y lo colateral a tal eclosión se volverá
exponencial.
“El viento viene, viene
vestido de follajes” … Será renombrado ese mismo “viento” hacia el final cuando
sintetice, tras impactantes versos lo descrito: “[…] he narrado/el viento;/solo
un poco de viento”. Viento que mece, transporta, anuncia, comunica problemas,
albricias, desgracias. ¿Mensajero lírico? Sin duda.
Noche, horizontes, quietud,
sombras, conmociones sensitivas … En “Morada al Sur” asombran pluralidad de
lugares, nostalgias, contornos puros y no por ello menos terribles, ese
inevitable tránsito desde lo emergente hasta lo que resista el olvido.
Confesión sosegada, ha debido tardarse un buen tiempo en la escritura de este
poema o, al menos, en darlo a conocer.
Llama la atención el uso sin
miedo del verso extenso, despreocupación por el adjetivo, tiempos verbales en
su mayoría de un pasado en proceso, allegándose al presente dinámico, en
evolución: “subían, salía, principia”. Líneas sin temor de márgenes: “[…] Te
hablo de noches dulces, junto a los manantiales, junto a cielos”. Este verso,
en manos de poetastros sintéticos, los llevaría a publicar uno de sus poemitas
así: “Te hablo de/noches dulces/junto a los manantiales/junto/a cielos” (sic.)
No en Aurelio Arturo, pese a que en su obra NO teme al verso corto, como ocurre
en los bellos poemas “Yerba”, “Palabra”.
Imperdonable y así deteste
las citas, dejar de anexar lo escrito por Fernando Charry Lara, a propósito de
“Morada al Sur”:
“[…] A sostener este
entusiasmo, a fomentarlo, contribuyó la aparición, en 1942, en la extinguida
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL, de su poema “MORADA AL SUR”, que no debe
dudarse en calificarlo como a una de las más hermosas y delirantes
manifestaciones de la poesía colombiana. Una entrañable voz americana, una voz
llena de sueños humanos, una voz alerta a nuestro paisaje y a nuestras cosas,
no deja de escucharse, turbadora dentro de su ardiente sencillez, en la lectura
de esta obra”.
COLOFÓN
¿Vigente Aurelio Arturo?
Ambigua respuesta. Nuestra displicencia idiosincrática es devastadora. ¿Se
escribe en la actualidad sobre el liróforo nariñense? No podría refutarlo,
requiere pesquisas, mayor interés. Algo sí me luce lapidario en el sentir
mediático: en redes, secciones culturales, revistas literarias, festivales,
antologías al por mayor, Aurelio Arturo es un ausente colosal. ¿Será que este
importantísimo escritor se ha ido convirtiendo en herrumbroso trofeo de museos
intelectuales? El devenir de un autor como sujeto suele ser irrelevante, pero
el de su obra atraviesa, a veces, un azar bizarro: queda poco de aquellos
“Zeus” del olimpo o parnaso patrio, caso Germán Pardo García y otros citados, a
lo sumo tumbas olvidadas, egos vertidos en cenizas. ¿Sufrirá Aurelio Arturo
igual suerte? Sea, hay sinergias que desbordan fanatismos, llantos luctuosos.
Supe de un concurso en su honor, ¿todavía existe? ¿Hay cátedra sobre él en las
escasas facultades de literatura?
Al margen de “Morada al
Sur”, por supuesto, conviven poemas singulares: cantos, odas al trabajo,
enunciación de hermanos en ámbitos melancólicos. Muere a los 68 años, poco
antes del accidente de Gonzalo Arango. ¿Inéditos? Lo desconozco, habría que
acudir a sus herederos. No puede olvidarse su faceta de traductor: en ese
volumen se leen preciosas traducciones. Dijo admirar (o preferir) la poesía
escrita en inglés, ante lo cual asentiría Borges. En lo personal, prefiero la
escrita en alemán. En par años, 2024, será el cincuentenario de su muerte,
¿instante para regresar a tan hechizante lírica? ¡Que al menos te conozcan hiperactivos
poetisos, as, quienes evitan lenguaje elaborado, atrevimiento al intentar
poemas “medianamente” extensos y versos sin miedo a márgenes! Ya veremos …
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