TANATOFOBIA
Antonio
Arenas
Una mujer va al
consultorio de un prestigioso médico después de la pandemia y le manifiesta lo
siguiente: doctor me duele todo el cuerpo. Me duele la cabeza. Cuando voy al
baño me duele el estómago. Me duelen las rodilladas, me duelen los pies. Todo
me duele. Le revela además, que tiene un esposo adorable, que ella le cumple
con los quehaceres como toda esposa abnegada. Mi marido no sabe que he venido
donde usted, ni debe saberlo nunca, mi familia tampoco. Doctor, tengo un poco
de desasosiego, me siento en un estado extático, en el que juzgo como si no existiera.
Estaba acostumbrada a vivir junto a los míos, a mirarlos de cerca, ahora salgo
a la calle y me perturbo. Creo que cualquier lugar está bueno para pasar de
largo. Desde que era joven - le confieso - me gustaba salir, me apasionaba
estar con la gente. Hoy lo confieso, tengo miedo cuando se aproximan a mí, ya
no me gusta tanto la multitud prefiero estar sola. Ha pasado algún tiempo. El
tiempo pasa y a muchas mujeres no les deja nada. ¿Canas y arrugas a lo sumo? El
miedo deja un vacío. El tiempo es como el agua nos va gastando hasta que ya no
somos trasparentes. A mi abuela en el pueblo, todos la llaman “loca” cuando se
pone a cantar y a decir: “Yo veo la luna y me duele el fondo de mis ojos, ahora
lo dirán mis hijas y tendrán que ir
corriendo donde el clínico”. Mi abuela, también recita una elegía: “Bajo
un mismo techo, dormían también; las prostitutas; las flores… y la Luna”. Los
habitantes de mi pueblo somos realistas. Aceptamos en principio que la liebre
es un gato. La mujer es tan carente y corruptible que puede volverse maniática
mediante su razón. La vida de una mujer es demasiado corta para no poder gozar
de ella. Mi doméstica y cocinera, me comenta que no se casó porque no tuvo
mucho tiempo para amoríos. Siempre ha estado trabajando con familias que solo
le permitían salir ocho horas cada quince días. Le digo que salga cuando quiera
y se queda en casa. No conoce el amor y los hombres solo le hacen insinuaciones
malas que no la favorecen. He vuelto monótona mi existencia para que no sea
monótona, me explica cada que le pregunto por su vida amorosa. No soporta ver
las películas de amor. El médico observa a la mujer de la cabeza a los pies y luego
le dice: desvístase. La mujer se desnuda. Su cuerpo está bien formado y sin desiguales grasas, mide uno setenta de
estatura, su cara es hermosa, su cabello
es largo y negro, su piel es blanca y pulcra. Sus labios dibujan una sonrisa
perfecta y una atractiva dentadura. El médico se agita, respira muy hondo y
rápido. El médico la examina muy meticulosamente y exclama: Tu cuerpo es
precioso y está bien formado pero tienes que
fenecer en mis brazos para poder salvarte.
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