Orietta Lozano |
Peldaños
de agua de Orietta Lozano /
Víctor Bustamante
Su poesía define un
mundo que quiere expresar lo inexpresable. A veces, es notorio un acercamiento
con la saga dogmática del Apocalipsis; otras veces, su escritura deambula
presurosa en pos de magnificaciones terribles que provienen de leyendas donde
ensoñaciones, presagios, titubeos, asolan y azotan al peregrino, el lector
itinerante, quien lee a quien escribe; otras veces el azar de cierto universo gótico
se insinúa. No olvidemos que las palabras elegidas para escribir son nuestra
huella, nuestra memoria y nuestro estado de ánimo: nos expresan. En ellas
reside la poética, la voz de quien las ha elegido. El énfasis de su lenguaje,
en ciertos mundos subterráneos, le dan otra significación a su escritura:
poblarla de un sentimiento cuasi piadoso; otras veces de un sentido lleno de
fantasía. Su actitud, la de Orietta Lozano, a la hora de escribir, se impregna
de lo trascendente. El mundo mágico es su paraíso encontrado que le servirá
para indagar sobre sí misma, ¿y quién no lo lleva a cabo?, ya que quien escribe
poesía quiere expresar, decir y decirnos los mundos que habita. Otra lectura
daría la significación de que quien escribe evade el presente, también podría
preguntar, ¡de qué huye Orietta para no escribir, sobre el mundo que la
circunda? ¿Hastió o simpleza? ¿evasión o remordimiento? ¿redefinición o
presagio? ¿autenticidad o capricho? Estas preguntas, por supuesto se irán
respondiendo a medida que el libro, su libro, entregue sus significaciones y,
sobre todo, sus significaciones ocultas.
Leo y releo Peldaños de agua de Orietta Lozano,
(Caza de poesía, Ibagué, 2009). De un libro el título de ninguna manera es una
combinación al azar de algunas palabras. Un título es la invitación para que el
lector entre e indague en esa morada de papel y tinta que es el mundo de la
poeta, que ha seleccionado hasta ese año lo mejor, lo que resplandece de sus
poemas con toda la arbitrariedad que ello significa. Ya sabemos que peldaños de
agua no existen, o podría ser el agua que baja paciente por unas escalas, pero
en el sentido de la poeta, sus peldaños de agua son más soñados y puros, y en esos
peldaños que sirven para subir o bajar, en esos peldaños que también pueden ser
sus mismos poemas, ella los ha transitado, se suceden. Eso sí ya sabemos que
nadie puede caminar sobre las aguas, salvo como alegoría en la Biblia. De ahí
que lo que parece ser una tenue combinación de palabras se convierte en una
metáfora que expresa a su autora. Sus palabras lo dicen mejor: “...y su lengua
de lagarto olfatea los carcomidos / peldaños, la inexorable caída”. “La
escalera donde el dolor / asciende hacia el vestíbulo”. “Llamo a los ángeles, /
que bailan, en la escalera del crepúsculo. Llamo, en fin, que da lo mismo, / a la cortina, a la ventana, a la
escalera, / que en la sombra del ocaso / se confunde con las perlas, / los
gusanos, el umbral de lo olvidado”. Esos peldaños, esa escalera adquieren su
significación: el dolor, la caída. Ese umbral, ese vestíbulo lo asemeja a una
huida, a una ascensión, pero también desde ahí se puede caer. Así desde el
título ella expresará el dilema que vendrá.
Desde un comienzo es
visible su aquiescencia por el mundo mágico, aquel que existió aun en los
presocráticos que lo conformaron con cuatro elementos: tierra, fuego aire y
agua. Orietta se orienta y prefiere el agua como el más significativo. Este
elemento es el más presente en ella, a esa palabra que es todo un concepto, y
el amnio universal, la poeta lo presenta de diversas maneras y significaciones:
“Ella sentencia el
agua / que emerge del pozo”, “y el agua putrefacta”, “Y sobre el agua en que
transita el navío, / el náufrago y el pez”, “de la viscosa mezcla del agua y
del aceite”, “La burbuja que emerge / del éxtasis del agua”. “Ha llegado la
cofradía del agua / que lava los pies de la tierra”. “Donde el agua rugía y se
hacía dulce”. “Deshice la herencia de los que murieron de tristeza, / y de un
solo trago bebí el dolor del agua”.
El taoísmo, señala
que deberíamos imitar el agua. Es decir, tomar la vida con calma. Ella sirve
sin conflicto. Orietta le da su mejor significación: sentirla.
Ya cuando menciona
la palabra tierra, en ella se afirma, la admite como la utopía prometida como
en el relato bíblico, pero también como la entraña que acoge:
“Desdibuja con su
mirada oblicua / la tierra que le fue otorgada”. “El hierro en la entraña de la
tierra”.” Al cristal avizor de los ojos de la tierra”. “El almizcle sereno de
la tierra”. “En que se levanta la tierra, la tierra, las estrellas y las
grietas”. “La tierra ha movido su lengua y su palabra.”
También en su poesía
el fuego está muy presente. No olvidemos que el fuego es la palabra suprema de
los griegos, símbolo para la destrucción y la renovación, así como en el Apocalipsis,
prosigue en la Edad Media, con los alquimistas al pie del atanor esperando que
los metales se transformen en oro. El fuego es otra de las palabras que
adquieren en ella su sacralidad:
“Guarda en su
alfanje círculos de fuego, de la gran boca de fuego”. “Somos hermanas en la
hermandad del fuego”. “Con la máscara del agua, con el antifaz del fuego”. “Hermético
secreto / del fuego y la palabra”. Ha escrito, el fuego y la palabra, nada más
lacerante, nada más que dos palabras que se aproximan, así como ella reclama
cuando escribe. Ese fuego se convierte en luz. Así surge entre el fuego y la
luz a pesar de sus discordias una cercanía, ya que el fuego consume y estalla,
y la luz se erige, calma y origina un camino:
“Preserva
para mí la noche solitaria, / reserva para mí la luz del centinela”. “La luz de la luciérnaga y la luz de la
escritura”. Muy cierto, para Orietta es la escritura como el fuego por la efusión
con que escribe, pero también, luz, es decir un sendero entre la vastedad de un
mundo al cual ella define y se define en otro plano, el de su propio
distanciamiento.
Otro elemento que ella tiene presente es el aire. Es lo evanescente, lo que nos trasporta a otros sitios, lo impostergable, lo contemplativo:
“En la máscara del
aire”. “Se hace aire en las alas transparentes”. “La ascensión del soplo del
aire”. “Y entre la cítara del aire”.
Por supuesto que, en
el aire, merodean los vientos, y a esos vientos les ha escrito uno de sus
poemas mas enigmáticos, “Tejedor de vientos, donde se diluye el concepto de
dios y de hombre. A veces siento su ira, su tono de arrebato cuando dice dos
veces: “El que hace esclavos a sus
hijos”.,
En sus poemas viven
ángeles, así mismo coexisten pájaros, águilas, larvas, bueyes, ciervos, leones, hormigas, serpientes, culebras, corderos, peces y mariposas, junto a mirtos,
guirnaldas, bosques selvas y jacintos. Y no es para menos, Orietta se aleja de
la ciudad que habita y la nutre. Y al alejarse de la ciudad también prefiere,
para un encuentro amoroso, el Locus eremus, en un lugar inhóspito para
establecer y celebrar su rebeldía y fuga. De ahí la mención a esos desiertos, y a
esos alfileres, que son sinónimo de su fortaleza, de sus sacrificios:
Ahora
duermo, y tú me deliras sobre el rostro:
la
visión del matadero y su crepúsculo infernal,
de
la plateada escarcha y una horda de molinos,
de
un nido de hormigas en un árbol de alfileres,
de
un libro abierto sobre la arena desolada,
de
la raíz de la datura y de la danza,
del
remolino de las zonas prohibidas,
de
la bitácora flotando en la memoria de la nieve,
del
frasco del azufre y la líquida montaña,
del
mástil de un barco a la deriva,
de
los mercaderes de los miedos y los sueños,
y
de una solitaria muchacha
girando
en la triste rueda de la noche.
Somos
hermanas en la hermandad del fuego.
Ahora
duermes, y yo deliro en tu costado,
Sí, ella ha escrito
en su ductus: “La escritura es la sangre / que se desborda ilegible, agonizante
/ como el dolor de mis arterias”. ¿Quién nos dice la razón de su dolor? O es
otra manera de apartarse de lo cotidiano como paisaje de dos colores: negros y
blancos, de buenos y malos, minerales y vegetales, noche y día, duplicidades que
la sostienen y la apartan de un mundo real y que ella prefiere como su
sustancia y simbolismo para poetizar su
dolor. Pero el paso del tiempo que anuncia sus espadas de sangre y la
apasionada mención de la noche permite seguirla por bosques y selvas, por
abismos y acantilados, donde se anuncia y permite encontrarla a través de sus poemas
donde se asila, pero ya cuando hay confidencias su yo deja de suspenderse y
dice:
“Yo dormí en la
pupila de un portal, / en una sombra, en un muro / y en la nada, / y en la
línea que se inclina.../ ”
“Yo perdida, yo
mutante, / tengo bastante con el hueso milenario / de las piedras...”
“Yo te alejo de mis
ortigas ciegas”. “La otra que soy yo”. “Arrojarme yo misma hacia mí misma”. “Yo
limpiaré sus hojas como si fueran mis ojos, / Yo limpiaré sus hojas como si
fueran mis ojos”.
Yo la desquiciada, /
albacea de las astillas de la noche, / con mi pecho de sombría leche / amamanto
la balanza de los sombríos valles”.
Emerge un yo nunca
suspendido sino latente, construido y destinado a rubricar su presencia, una
presencia fuerte, sin digresiones que convoca con obstinación para evocar la arquitectura
de su universo, tan particular, para espolearnos, ante esa concepción de su
mundo interior, tan apartado de ella misma, ya que la presentimos serena. Eso sí
quiere llevarnos consigo, ya que instiga con sus palabras que son su
presciencia, donde el tiempo se llena de presagios, donde la piedra supone sus
significaciones bíblicas, de dureza, insensibilidad, pero que deriva hacia su
fortaleza moral. Donde el azufre establece la complejidad de relacionarlo con
un mundo lleno de un fuego abrazador, donde caminamos a tientas con alfileres
dispuestos a hurgarnos, sobre un desierto de sal, sobre un valle con la línea
delgada lejos de la metrópoli. Allí en esa línea movediza construye Orietta su
paisaje interior para expresar en su poesía la lejanía con el mundo civilizado,
que no es más que hacinamiento y consumo, indiferencia e interés comercial
donde el concepto de humanidad duerme en los textos. De ese mundo huye Orietta.
Ella misma crea su universo, que no es más que la posibilidad de una utopía.
Hay, ciertamente, en
ella y en torno suyo, una fuerte provisión de sueños. Ese elemento onírico,
sirve para establecer una distancia que no es más que el sendero para huir del
presente, de lo que la circunda, y así apela a un mundo de metáforas lo que
otorga la posibilidad de escabullirse, de evadirse lejos, a su ensueño con citaras
y de reyes, de ciertos códigos, a veces, caballerescos, pero crueles cada vez más,
ya que ella no admite ese mundo que la asedia, sino que precisa poetizar lo
innombrable, pero lo innombrable la atrapa, y de esa manera a quien ella también
atrapa, es al lector como sobornado por el detritus de un mundo que cada vez se
ve lleno de ruinas, de horas turbias y turbas que huyen.
He escrito hace unas
líneas la palabra, cruel. Hay un perfecto poema donde Orietta la admite, pero
es una crueldad que es su autoflagelación.
La
escritora
Ya
clavé el puñal a mi fantasma,
corté
mi larga cabellera,
y
la di de comer a mis hambrientos tigres.
Deshice
la herencia de los que murieron de tristeza,
y
de un solo trago bebí el dolor del agua,
atravesé
el bosque ardiente,
me
sembré como una lila,
agonicé
con la raíz del vientre entre las manos,
caminé
con la dulce tos de la nostalgia,
y
el cansado espejo que refleja
la
turbiedad de mi costado.
Con
cuanta suavidad
suspiro
aún,
en
el misterio y la palabra calma,
en
el grito de la campana
que
despierta
a
las pequeñas luciérnagas,
que
tan hondo cavan
en el centro de mi
espalda.
En ese ámbito tan de
ella pervive un secreto, un código tan personal y es su religiosidad que admite
el mundo de la higuera y la zarza, los ángeles que le reviven la nostalgia del
paraíso, que se contrapone a palabras como
abismos, acantilados y sombras y el azul,
sinónimo de origen y de lejanía.
En Peldaños de agua se reúnen poemas
separados del contexto de sus propios libros, aun así, a pesar de esa
separación, aún persiste en ellos su transcendencia. Ya que en ellos perdura su
unidad previsible en sus temas, como el alejamiento, la soledad, la búsqueda de
una arcadia, donde la escritora se aparta para no hablar, sino separarse de la
turba que habla y habla. Pero ella quiere algo más personal, encantarse y
encontrarse con sus propias palabras, y nada más elocuente que esta decisión ya
que quiere apresarlas, es decir escribirlas, darles forma, sacarlas del torrente
del pensamiento. Ella lo precisa mejor:
Jardín innombrable
Desearía que no hubiera afuera,
sólo
adentro,
la
silla, el escritorio,
el
delirio en pleno impulso,
el
patio, las hojas, la cocina,
el
agua de los sueños, entre el agua de la esfera.
Desearía
después de la puerta y la ventana,
niebla
blanca, vaporosa,
para
contemplar el mundo,
como
un letargo, dormido, imaginado,
cerrado
como el nudo del silencio.
El
adentro me penetra,
me
hace inexistente, sola,
el
afuera aturde, asfixia,
desemboca
en mí
como
un oscuro alud y me derrumba.
Un rasgo me llama la
atención en este poema, y es que en él reside una declaración de principios, y es
por esa razón que me parece categórico y tan personal. En este poema hay tantas
palabras precisas que expresan la obstinada decisión de ella para que no solo
sean más que palabras, sino que establece no un discurso atiborrado de
metáforas que agotaría la precisión, sino que de repente ella nos habla, se
descubre en su discurrir cotidiano, de la desazón de su silencio, así como en
la austeridad no solo de sus palabras sino de su vida misma, como si ella
necesitara de un escenario propicio casi vacío, para alejarse de las faenas que
la entorpecen ya que de lo contrario no sucumbiría más que en la exteriorización
como cuando la prefigura este verso: “Esta tarde tengo trece años / y me
regocijo en la ventana”.
Sí, nada más
sorprendente: aquí, en este poema no hay abismos, ni acantilados, ni el azul
púrpura que tiñe el cielo. Ya que bajo la desazón en el transcurso de la noche,
a través de cuartos silenciosos y oscuros, ella desde los trece años erige el
jardín en su memoria, donde hay un lugar para lo que ella dice, contemplar el
mundo, donde sus propios poemas se convierten en testigos de aquella que escribe
casi imperceptible tras las paredes de su casa. Esas paredes, son muros que inmovilizan
ese lejano pasado, lugares reducidos, determinados y determinantes, que le
otorgan una considerable decisión por la poesia. Y entonces caemos en cuenta que
así el infinito se ha abierto desde esa ventana y es la desazón de necesitar escribir
para siempre, inmóvil y sosegada. Es como si el valor de las palabras se
volviese más visible, más significativo y poderoso y diera lugar a abandonar el
vacío que la obsede con sus uñas llenas de tedio, y así sospechar que ella entrega
ese solaz, casi un claro de luna en su bosque lleno de significaciones entre lo
que adviene su reconciliación. Momento que asombra y que deja de lado lo que
ella llama: “el aullido largo del silencio” . “Esperan hasta que el silencio se
haga llaga en el recuerdo”. “Me esconderé en el silencio de la fuga / que
mortifica, que suplica, que enardece” ; lo cual no es el equivalente fantasmagórico
del mismo silencio sino la presencia inequívoca de su poesía, siendo ésta la
pura y prístina vitalidad de ella y a la
cual tratamos de aprehenderla de lo que parece escapar de lo que ella sugiere,
pero que el lector desde la lejanía al leerla, al seguir sus poemas, sus peldaños
de agua encuentra la reconciliación con la existencia.
Exquisita poeta. gracias a ella. Felicitaciones Victor.
ResponderEliminarCreo, si mal no estoy, fue desde Poetas en abril, que leí sus poemas primeros y qué prendado del hilo de sus palabras e imaginándola a ella en una conversación de ángeles, mohanes, mariposas y el fuego a flor del agua.
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