Víctor Bustamante
Hace unos años leí
un poema de Yuyín en la revista Gaceta
de la Universidad de Antioquia que era publicada casi entre amigos. Me llamó la
atención ese nombre, llamado familiar para ella, que parecía ser de origen oriental; muchos más tarde supe su significado en mandarín: voz. Tampoco volví a saber más de ese
nombre debido a un truco nunca de magia sí personal, su poseedora había
decidido salir a la luz pública con su nombre verdadero. Había dejado de
ocultarse en un seudónimo que, a veces, daba para pensar que la escritora quería
pasar desapercibida. Eugenia Sánchez Nieto, fue Yuyín, ahora es la poeta
y ya la reconocemos por su voz.
De
ella leo uno de sus libros, donde hay entereza y reflexión en su poesía. En él añade
la prolijidad necesaria para capturar la poesía y ratifica: “Las palabras huyen
/huyen de hombres y mujeres que desean poseerlas”. Ella se aparta de las acostumbradas quejas
debidas a la sororidad que llega, a las diatribas y la sucesión de escolios que
casi convierten cierta poesía en algo esquizofrénico y de remate. En ella, en su escritura, existe un ademán crítico,
casi en baja voz; en apariencia poco notorio, pero letal. Recorro, camino las
páginas de este libro que es como sentir el ritmo y su eficacia que traspira en
cada uno de sus poemas. O sea, para escribir la autora nos refiere algo que ha
visto, algo que la ha tocado, algo que difiere en cuanto a la poesía inventada ya
que ella la ha vivido. De ahí que podría retomar aquel aserto que señala como
de cada escritor sus poemas se constituyen en su autobiografía. Por esa razón
leemos poesía, algunos quieren habitar ya sea el empíreo personal, pero otros,
sobre todo, indagan por esos infiernos de quien escribe. De ahí que la poesía
sea tan difícil que atrape al lector, él siempre busca cierta afinidad, esa
ascesis de ser atrapado por esa escritura sin artificios, apenas mediada por
las palabras que entrega, en este caso, su autora.
Por supuesto, me
refiero a Dominios cruzados de Eugenia Sánchez Nieto, ( Caza de libros, 2011), su
antología personal. Siempre me ha llamado la atención la razón por la cual un escritor
o una escritora realiza una antología debido a que en sus libros lo escrito
revela la totalidad de esos temas que lo obseden. Muchas veces él mismo deja de
lado textos que considera que no encajan en algún proyecto, pero luego le da otra mirada y entonces
resultan las preguntas y las dudas por las cuales los ha dejado de lado. Luego,
al realizar su propia antología regresa a ese espíritu de relegar más poemas
para darse el gusto de decir que lo escogido es su esencia, y cuando digo, es
su esencia, no olvidemos que cada lector se previene ya que cada uno posee de
lo que es su antología. En pocas veces se coincide con el autor. Pero es cierto,
el autor deja de lado lo que considera que es su particularidad, los poemas que
lo expresan.
Cierto, al realizar
su propia selección no complace a los críticos habituales, quiero decir a
nosotros, sus lectores, en esos momentos de conversación con sus poemas durante
los cuales identificamos poesía con su autora, ya que en ellos buscamos su
discurrir, queremos ahondar en su mundo interior. En síntesis, el lector busca
en sus textos a quien escribe, indaga en ella, en su antología, y es entonces
que al escudriñarla hay una presencia notoria de la noche como el espacio transcendental
de la poeta, ya que en la noche misma al habitarla nos compromete con sus
textos, ya que en ese lapso de tiempo donde la oscuridad trae otras personas,
otros saberes, otros sentires y otros sosiegos queremos acompañarla en esa
suerte de inframundo donde salen las criaturas en todo su esplendor pero
también en la elocuencia de la miseria como ámbito. La noche es el momento de
recogimiento, de silencio al regresar después de haber vivido el tráfago
diurno. En la noche misma somos otro ya que se deja de lado la vida cotidiana
con sus actuaciones nunca descarnadas, por ese motivo la noche al abrazarnos
nos define de otra manera. En la noche somos herederos de nosotros mismos, auscultamos el pasado, este nos hace milenarios. En esa decisión y escisión propia
de la noche ella, Eugenia, define su concepto de la noche:
“… fatigosas noches
/ rostros blancos me visitan mis hijos tienden / puentes movedizos en mi dedo
la alianza / entre la soledad y la noche.
“…desde el fondo de
la noche hay labios, amor y sonrisas”
“…lentamente desde
el día hasta la noche nos entregábamos / incansables en la búsqueda de
imágenes”
“La noche
besa mi mejilla en el largo corredor figuras escurridizas”
“…noches calientes, pieles húmedas Segovia los / muros sangran en ese cuerpo miles / de cuerpos sus ojos abiertos miran…”
“Hermosas noches se
convierten en monstruos por calles”
Esa noche posee un
cuadrivio particular, donde ella habita sus calles, sus casas, sus lugares que prefiere,
y donde el domo de ese cielo de noche ella cubre no solo con su mirada aguda
sino con sus pasos. ¿Por qué no nombra la ciudad? La ciudad al no nombrarla se
desliza hacia cierta reserva, que no es más que la afirmación de su presencia. Ella no la designa, pero al no designarla no
la olvida, prefiere vivir sus calles y mostrarnos sus recodos, sus aceras, antros
y parques, pero también su ignominia, y así, viviéndola más cercana a nosotros lejos
del pudor del ausente porque ella la camina y la sufre también. Para el
lector esta asimilación es ineludible, por qué no es
completa, ya que, al no hacerlo, la generaliza. No permite esa personalización
que, de todas formas, se desliza al lector. Así, en su displicencia incluso nos
favorece para mantener alerta, y así buscar su ciudad. Cuando leo su poema, Sin sombra, ella va silenciosa e imperceptible, ya en la Ciudad de los vientos, prosigue
su escritura y su trasiego.
En ella existen
momentos de condescendencia que se reflejan en su pensamiento y expresión. Esos
puntos la han mantenido alerta, pero no nos la ha entregado aun, como si quisiera
esconderla, dejar esa ciudad para su escritura. Es cierto, quizá cambien las
formas de buscarla, de vivirla. Existe una época en que se condena y se relega
los nombres de la topografía citadina, otras en que la ciudad atrae al nombrarla;
un período en que uno se alegra cuando la poeta María Mercedes Carranza la
menciona, Bogotá 1982. Sí, la insinúa
desde su displicencia donde, parece que no tiene más cercanía en la literatura que sus arrestos políticos. Cobo Borda también ha mencionado a Bogotá con
ciertos atisbos borgeanos.
Pero volvamos a Eugenia que nos da de todas maneras su cercanía con Bogotá, eso sí desde
su lejanía.
“En esta ciudad fría
que he amado / llegaron a mi apartamento el miedo era un globo/ a punto de
reventar..”
"La ciudad se
calienta / El asfalto amanece con
huellas sombrías el hermoso rojo gotea /en cada esquina invisibles personajes /
colocan rejas sirenas acuden a mi
espanto a plena luz..”
“¿A dónde fue mi querida ciudad?
los ángeles danzan el ritmo interminable del acoso nada / tiene su lugar me desvanezco, duermo, muero el verde maravilloso / de la sabana se cuela en mi sueño”.
Pero en ella no hay exclusión, que nos dé, a lo mejor, idea de una mención sombría, sin demarcaciones porque esa ciudad ella sí la camina, solo que desde la lejanía no la menciona para caer en diversos tópicos del olvido y del pudor solo que al determinarla en lo exterior si la narra, pero también nos atrincheramos para saber cómo la poetiza en su interior. Sólo que esos fondos y subfondos no son fijos, sino mutables cada que la menciona. Pero no rechazamos su poesía no cabe para ella una forma de excluir, ella está precisamente en nuestra voluntad de asimilarla donde permite que lleguemos debido a sus palabras, y así descubrirla en su cosecha de poemas.
Tratamos de no
apartarnos de su escritura donde el espejo se convierte en uno de sus símbolos.
Si he escrito la palabra espejo es porque en ella el mirarse allí, al ver su
doble la lleva a reflexionar. Hay tres poemas que lo refieren: en “Paisajes secretos”, uno de sus poemas más
intensos, una mujer reflexiona sobre su vida y su marcha.
“Al mirarme al
espejo no estaba allí alguien que no reconocía me observaba de aquel rostro
sólo poseía mi pensamiento”
En “Señales
particulares”, reflexiona sobre la otredad de esa mujer que se mira al espejo que
cada vez le repite lo que ella sabe que ve, pero al pensarse quiere huir.
“Al mirarme al
espejo no estaba allí alguien que no reconocía me observaba de aquel rostro
sólo poseía mi pensamiento”
“Lo que oculta el
espejo”. Al mirar y recrea su imaginación sentimos que ella se ve, reflexiona
hechizada:
“Observo el espejo
un desasosiego invade mi ánimo allí un ser sonriente observa extasiado un
extraño temor invade, se adentra”.
Y ahora, ¿por qué
Rostros, Máscaras y Sombras? ¿Cuál es la
razón para que la escritora acuda a estas palabras y las tenga tan presentes?
Ya sabemos que un rostro es lo que nos expresa, a través del tiempo, es nuestra
huella pública lo que todos ven, lo que reconocen en nosotros, así como lo contrapuesto
a la máscara que está ahí para cubrir ese rostro cuando se quiera ser otro o
mentir o esconderse. De ahí que cuando habla de extraños, ella se sitúa reflexiva
en la otra orilla, ya que necesita saber que ella también es una extraña de sí
misma, quien observa a esos seres que pasan porque ella mira, necesita que le entreguen
ese toque de saber que han sido mirados por alguien aún más ajenos a ellos, la
poeta. Sí, ella, Eugenia.
La poesía es
esencialmente poder de discusión, de subversión y sobre todo de apropiación del
lenguaje para contar una experiencia. Eugenia, sin cesar, poetiza los
territorios que busca y la definen y así contribuye a fijar su escritura cuando
esos temas emergen sin cortapisas, en ella no desaparecen, sino que logra
referenciarlos al escribirlos, lejos de la felicidad idealizada. De tal manera
su escritura adquiere una forma más nítida, pues es lo ilimitado mismo con su
tono tan propio de ella. La imagino caminando, viendo, redefiniendo la
ciudad que no nombra, pero que siente sin adherirse a los límites que muchas
veces otorga el silencio, sino pasando desapercibida, para que su escritura
misma no adquiera la síntesis de ser una escritora con mayúsculas, sino esa transeúnte
que necesita fisgonear, sentir para ser tocada por eso que llaman halo
creativo, y así entregarnos su poesía en la circunstancia de su apartamiento, pero que al leerla establece un
puente entre la escritora y el hipócrita lector.
Toda aproximación a
una escritura ajena, a la de ella, me refiero a la de Eugenia Sánchez
Nieto, también es arbitraria, el lector, cada lector, observará algo distinto,
y esto es lo que enriquecerá el diálogo. En ella no merodea el fanatismo de la
incomprensión, ni las diatribas sobre cierto estado de cosas, lamentos
desbordados. Nada de eso la define, ya que su escritura no se desdora, sino que
es presencia. Yo la he mirada a través de la ciudad que define, a través de los
rostros, y de las máscaras y de las sombras que la acechan y ella acecha como
si se desdoblara con quienes encuentra.
Estos primeros días
de noviembre he leído y visitado la poesía de Eugenia en lo que puede ser
una visión de conjunto, arbitraria de todas maneras, sin olvidar la totalidad
de sus libros que es cuando todo se percibe y todo se legítima en su palabra.
De tal manera queda esa reserva personal escrita en sus otros textos aún por
descubrir que abren paso a diversas preguntas dentro de su lenguaje, como una
totalidad inmersa en este espacio y en este tiempo que solo le corresponden a
su ejecución, al dejar de lado el resto de sus poemas. Ella misma nos propone
su experiencia, por la que somos puestos a prueba para una tentativa desigual, que
se dispone, al no estar presente la relectura de los otros textos, y leer de
una manera desigual este libro donde resplandecen los poemas que ella eligió.
No pude resistirme
a leer de nuevo uno de sus poemas. Dije, ¿uno de sus poemas?, debí decir, un
excelso y fino poema. Eso sí, lejos de la displicencia que mencioné antes. Es cierto, todas sus palabras y objeciones, pausas y silencios me llevaron a este punto de
encuentro:
La ciudad de los vientos
Los
vientos se toman mi ciudad
recorren
el amanecer con el canto de los pájaros
despeinan
a las colegialas, levantan sus faldas
el
sueño se despereza, huele a pan fresco
transeúntes
del día con sus múltiples oficios
el
hombre jalado por sus perros, la muchacha y su blanco delantal
la
mirada perdida del oficinista
la
maestra agobiada por el murmullo infinito de sus estudiantes
el
conductor con su alegre tonada, el ciclista apuesta contra el viento
la
modelo en sus tacones haciendo malabares
la
amante incansable en busca de su lugar perdido
el
guardián abismado en su deseo, el deportista elevando su cometa
calles
infinitas recorren los barrios de la macarena, la soledad, teusaquillo
el
viento murmura una canción al oído de los tristes
eleva
a los ebrios, los jalona por calles que no conducen a ningún lugar
el
viento los abraza y los deja dormir
mi
ciudad insondable con sus secretos profundos
con
calles asombrosas que nos conducen a vértigos desconocidos
calles
azules, blancas, grises, rosadas,
puertas
falsas, invisibles, puertas abiertas al viento, puertas sin cerradura
la
ciudad de las furias con rostros bárbaros y miradas de miedo
los
visitantes que desdeñan mi ciudad la injurian la maldicen
y
sin embargo siempre se quedan
mi
ciudad verde asomada al sol del atardecer
con
heridas que lentamente va restañando
en
medio de los cerros me elevo recorro la sabana
su
verde profundo me abraza
mis
deseos más sentidos caen como lluvia
cruzo
alucinada por puertas invisibles, tejas naranjas, ventanas al cielo
paseo
por lugares perdidos, soy de esta ciudad de este clima
de
este comportamiento distante, ambiguo, critico
los
amigos de otros días con rostros transformados,
los
amigos idos, el hilo roto
allí
en medio de la plaza jóvenes cantan con sus banderas al aire
muchachas
con su belleza pálida sonríen a hombres enlutados
viajo
por mi ciudad me recuesto en el verde jardín
estoy
atada a ella por todos los costados
la
tierra me jalona, me atrapa
coros
inusitados penetran las blancas paredes
jóvenes
resueltos tiemblan en su sueño el cielo abierto los saluda
mi
querida ciudad abandonada y plena en busca de la más propia humanidad.
Esta tarde de noviembre he caminado Bogotá con este agudo, soberbio poema. Me pregunto, ¿dónde fue, en qué lugar secreto de la memoria o de los sueños, de las calles o de las aceras, de las plazas o salones en penumbra se ha refugiado ella, sí, “la amante incansable en busca de su lugar perdido”, para donarnos su lucidez? Había llegado a pensar que después de Mario Rivero los poetas habían olvidado pronunciar y escribir sobre Bogotá, y ahora es Eugenia que nos ha dado su poesía, y sobre todo, este poema; este puñado de poemas, su antología.
Muy sugerente su nota crítica, señor. Dan ganas de volverla a leer, de leer a Yuyín, ¡y de ir a Bogotá!
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