LOS DÍAS SIN CIUDAD,
SIN PATRIA
Darío Ruiz Gómez
Miles y miles de
kurdos que habían creado un territorio para fundamentar su vida cotidiana,
fueron de pronto bombardeados,
asesinados y debieron emprender una vez más la huída por los borrados caminos
del desierto dejando atrás sus muebles y
retratos, los cuadernos de los niños. En la frontera con Grecia la multitud de
sirios, kurdos, afganos que avanzaba buscando la libertad en Europa fueron
brutalmente rechazados por el gobierno griego y por la dictadura
fundamentalista de Erdogán. En la isla
italiana de Gatopardo se hacinan más de 40.000 africanos que quisieron
atravesar el Mediterráneo en frágiles pateras. Con olímpica desidia Obama permitió que apareciera y se conformara el territorio de un
sanguinario califato de los yihadies, mientras ante las cámaras de t.v. asistíamos a
uno de los más desvergonzados espectáculos como lo fue el degollamiento de más de siete
mil cristianos que desfilaron sostenidos por el cuello, junto a sus verdugos cuchillo en mano, con la más admirable dignidad , recordándonos
que la fe no muere mientras los “progres” del mundo ni se
conmovieron. En estos casos palabras como exilio, desplazamiento, fronteras, manipuladas por el fariseísmo político de ciertas onegés
se han vaciado de su primigenio significado humano tal como lo
seguimos comprobando en las nuevas guerras periféricas en el Cauca, el Chocó, Meta, Nariño donde en lugar de plantear abiertamente el gobierno lo que significan estas formas
de agresión contra el derecho a la paz, se ha dedicado a disfrazar y postergar su intervención inmediata
para evitar el aumento de víctimas y dar a conocer a la opinión del mundo el verdadero alcance de esta agresión
internacional de la delincuencia. ¿El implacable informe de Human Rihgts sobre las atrocidades del ELN en Arauca que en nada se diferencian de las
atrocidades en Kenia, Eritrea, ninguna
resonancia ha tenido en nuestra sociedad
¿Lo ventilaron acaso en las universidades en una de esas retóricas “Cátedras de
la Paz”? Arauca es hoy como el Putumayo un territorio incorporado a la alta
delincuencia internacional, una indescriptible pérdida de patria, una exasperada forma de violencia que se agrega a la de los desplazamientos de familias en las ciudades –para
diabólicas especulaciones inmobiliarias- lo que constituye una mutación de lo que es realmente una encubierta variación de nuevas formas de apropiación del territorio urbano, del alejamiento de los ciudadanos de su patria -que es el campo, el barrio- y ante la cual la farándula de izquierda del
Congreso, nuestro liberalismo pegajoso, desconocen o prefieren cerrar los ojos para continuar responsabilizando al Estado, olvidando
aquello que recuerda T.W. Adorno: “La abundancia de sufrimiento real no tolera
el olvido”
Detrás de los
victimarios, de los verdugos está el poder oculto de los verdaderos dueños y estrategas
de la nueva violencia, de manera que inculpar al Estado de los crímenes de los
grupos armados corresponde a la
estrategia de neutralizar la responsabilidad de esos actores detrás de
las sombras. Es diluir en el eufemismo del lenguaje de los distintos medios de comunicación
lo que aconteció de verdad en la realidad –reclutamiento de niños, mujeres violadas, ancianos asesinados,
destrucción de las culturas ancestrales- con la complicidad de una justicia sinnombre. “El porvenir, dice Andreas
Huyssen, no habrá de juzgarnos por olvidar, sino por recordarlo todo y, aún
así, no actuar en concordancia con esos recuerdos”
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