Carlos Palau |
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LA CARAVANA DE
GARDEL / Carlos Palau
por
por
Olga
Lucia Betancourt S.
El alma del Tango
surge desde los primeros planos, como una puerta a la historia, y un homenaje a
Gardel. En ese ambiente de malevaje, música y baile, entre la profunda voz de
la cantante, el realizador nos va aproximando, recordando el ambiente
gardeliano, reviviendo nuestra propia alma tanguera, patrimonio de una bohemia
que nos llega desde las fondas campesinas, donde tango y Pasillo eran el reducto
de los amores y desamores en el placer de la noche y el cálido regusto de las
copas. Todo eso nos recuerda que Medellín, donde murió Gardel, se levanta a
golpe de hacha y guitarra, música que después fue bandoneón y tango. Y cabe
preguntarse, ¿Por cuál azar de la vida, Gardel vino a morir a Colombia, un país
que había crecido entre el tango y la milonga?
Entonces parecería trágico
creer en ese juego del destino que nos envió el Ángel de la tragedia, y le permitió
a Colombia, a Medellín convertir a Gardel en un Mito; en un raro y doloroso
regalo de la suerte, como para afianzarnos en la tradición de esa música que
adoptamos desde siempre. Porque desde que tenemos memoria, nos ha acunado el
sonido de un tango lejano.
Esta hermosa película
va dosificando sabiamente ese mito, esa imagen, a través de fotografías, como de la evocación nostálgica, de la "moda" gardeliana, con su sombrero
coquetamente de lado, de ese color jugando con el Sepia del ambiente en el que
se danza el tango. El alma de Gardel planea en el ambiente y nos permite comprender
esa melancólica travesía, por entre el paisaje atormentado de montañas y
caminos solitarios, como el propio despojo, de quien fuera voz, sonoridad,
sonrisa... Un contraste acentuado por los largos planos que rodean el pequeño
camión que rueda hacia el adiós. Y qué bello el ojo de la cámara, trotando detrás
del camioncito, al ritmo de un lamento musical, hasta que desaparece como
absorbido por la fuerza de las montañas desnudas.
La película es sostenida
por un escenario maravilloso de viejos puentes, el río con su frescura
protectora y unos caminos sombrosos que Gardel, nunca recorrería con su
acariciante voz, su corazón viajero y su figura de galán.
El pasearse de la cámara
por el cementerio, con una profunda música de fondo, acariciando las tumbas, el
mármol evocador de la de Jorge Isaacs, y el paso marcial de los que vienen por
sus restos, son detalles importantes de la sensibilidad del realizador, que nos
impone con el ojo de su cámara, la silenciosa soledad de la muerte.
Y como despedida al
largo viaje, nos recrea el río con su luminoso vaivén, llevando el féretro al ritmo
del canto ritual de los habitantes del puerto, como un candoroso contraste mágico-primitivo,
para el cantor viajero que tuvo al mundo en el timbre de su voz y se silenció
para siempre al borde de las majestuosas montañas de la tierra colombiana.
Olga,felicitaciones por describir tan hermoso apartes de ésta pelicula
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