sábado, 1 de agosto de 2020

LA CARAVANA DE GARDEL / Carlos Palau por Olga Lucia Betancourt S.

Carlos Palau

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LA CARAVANA DE GARDEL / Carlos Palau
por
Olga Lucia Betancourt S.

El alma del Tango surge desde los primeros planos, como una puerta a la historia, y un homenaje a Gardel. En ese ambiente de malevaje, música y baile, entre la profunda voz de la cantante, el realizador nos va aproximando, recordando el ambiente gardeliano, reviviendo nuestra propia alma tanguera, patrimonio de una bohemia que nos llega desde las fondas campesinas, donde tango y Pasillo eran el reducto de los amores y desamores en el placer de la noche y el cálido regusto de las copas. Todo eso nos recuerda que Medellín, donde murió Gardel, se levanta a golpe de hacha y guitarra, música que después fue bandoneón y tango. Y cabe preguntarse, ¿Por cuál azar de la vida, Gardel vino a morir a Colombia, un país que había crecido entre el tango y la milonga?

Entonces parecería trágico creer en ese juego del destino que nos envió el Ángel de la tragedia, y le permitió a Colombia, a Medellín convertir a Gardel en un Mito; en un raro y doloroso regalo de la suerte, como para afianzarnos en la tradición de esa música que adoptamos desde siempre. Porque desde que tenemos memoria, nos ha acunado el sonido de un tango lejano.

Esta hermosa película va dosificando sabiamente ese mito, esa imagen, a través de fotografías, como de la evocación nostálgica, de la "moda" gardeliana, con su sombrero coquetamente de lado, de ese color jugando con el Sepia del ambiente en el que se danza el tango. El alma de Gardel planea en el ambiente y nos permite comprender esa melancólica travesía, por entre el paisaje atormentado de montañas y caminos solitarios, como el propio despojo, de quien fuera voz, sonoridad, sonrisa... Un contraste acentuado por los largos planos que rodean el pequeño camión que rueda hacia el adiós. Y qué bello el ojo de la cámara, trotando detrás del camioncito, al ritmo de un lamento musical, hasta que desaparece como absorbido por la fuerza de las montañas desnudas.

La película es sostenida por un escenario maravilloso de viejos puentes, el río con su frescura protectora y unos caminos sombrosos que Gardel, nunca recorrería con su acariciante voz, su corazón viajero y su figura de galán.

El pasearse de la cámara por el cementerio, con una profunda música de fondo, acariciando las tumbas, el mármol evocador de la de Jorge Isaacs, y el paso marcial de los que vienen por sus restos, son detalles importantes de la sensibilidad del realizador, que nos impone con el ojo de su cámara, la silenciosa soledad de la muerte.

Y como despedida al largo viaje, nos recrea el río con su luminoso vaivén, llevando el féretro al ritmo del canto ritual de los habitantes del puerto, como un candoroso contraste mágico-primitivo, para el cantor viajero que tuvo al mundo en el timbre de su voz y se silenció para siempre al borde de las majestuosas montañas de la tierra colombiana.




 
Olga Lucia Betancour S.


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