sábado, 27 de junio de 2020

LOS MUSEOS DE LA MEMORIA / Darío Ruiz Gómez




LOS MUSEOS DE LA MEMORIA

Darío Ruiz Gómez

Tony  Jud quién murió en 2010 fue un notable  de la historia política  o sea que con gran claridad conceptual tuvo la capacidad de leer un acontecimiento, un choque racial, una guerra étnica para  hacer el debido diagnóstico de lo que este hecho podría tener en el orden social de una nación o del mundo entero contando para ello con un conocimiento profundo de la Historia moderna y de sus antecedentes  y por otro con la necesaria independencia intelectual para no dejarse arrastrar por el dogmatismo. Ser objetivo frente al conflicto de Israel y Palestina siendo judío le valió el anatema de ambos bandos, siendo de izquierda  levantó el rechazo  de la izquierda estalinista. El hizo suyo aquella advertencia del gran Hobsbawm de que “los historiadores son los recordadores profesionales de lo que sus conciudadanos desean olvidar”. Por lo tanto y siendo fiel a este postulado consideró absurdos los llamados Museos de la Memoria para que – esta es la presunción- el Holocausto no fuera olvidado  por parte de las nuevas generaciones. Estuve en el Museo del Holocausto de Berlín un edificio de paredes oblicuas, de corredores estrechos e intrincados mediante los cuales Libeskind  el arquitecto norteamericano  trataba de, mediante ese laberinto  y esos planos oblicuos que distinguen sus arquitectura, que  el visitante se llevara la impresión de lo que aquel sacrificio había comportado como ejemplo de una maldad que no podía repetirse. La realidad es que ese espacio deliberadamente  fragmentado, confuso con las paredes llenas de fotos de niños, mujeres ancianos, en los campos de concentración y que apenas  fugazmente podían verse  sin quedar en el recuerdo  y visto desde fuera los volúmenes del Museo no lograban alcanzar  esa imagen simbólica que era lo que se le exigía. El Holocausto debe permanecer en la memoria universal como testimonio de la inhumanidad extrema de un poder cruel y el sacrificio de millones de víctimas a esa irracionalidad suprema. Pero un monumento conmemorativo puede serlo una fuente, como en Nueva York o Washington, donde la belleza del mármol rescata con el agua que fluye el nombre de las víctimas de los atentados, de la guerra. Un espacio  simbólico  que desde el silencio interior  nos impone  la reflexión sobre  los sacrificados a un ideologías  para las  cuales  sigue siendo  más importante  una consigna terrorista que los seres humanos.

Se piensa  levantar en Bogotá un ostentoso edificio de la Memoria con los archivos,  los testimonios de las distintas comunidades ofendidas, documentación necesaria para los estudiosos que, paradójicamente, siempre permanecerán muda para aquellos que  carecen  de la piedad  y del amor necesarios para la tarea de buscar la verdad de unas vidas. No logro entender entonces la saña con que los historiadores de la llamada extrema izquierda cuya obra sobre la lucha de clases en Colombia, entre otras cosas, es aún desconocida  tratan de apoderarse  de estos documentos para imponer un único relato al servicio de sus intereses,  olvidando  que  la llama que arde como respuesta a la  barbarie, siempre permanecerá   viva en el corazón de quienes padecen el dolor de la ausencia de sus seres amados y seguirán  elaborando la necesidad de su presencia para seguir viviendo. Lo verdaderamente inmoral es tratar de manipular  políticamente a los muertos  sabiendo  que  los muertos  son los encargados  de  deshilvanar la trama de mentiras que ha impedido castigar debidamente   a  los  verdugos  de una tragedia que no puede ser convertida en mercancía de victimarios  y jueces  venales , en un vulgar artificio mediático:  incorporemos  al imaginario  el diseño por hacer de los humildes camposantos en los lugares donde las víctimas fueron sacrificadas,  escuchemos sus voces en el viento, no alejemos a los muertos de sus paisajes amados.   

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