LA PANDEMIA Y LA
VERDAD ÚLTIMA
Darío Ruiz Gómez
La muerte está en el
aire e invisible nos cerca llenándonos de terror y el terror desarma la razón y
nos sume en el infierno que somos nosotros mismos al ponernos de frente a lo vergonzoso
que habíamos ocultado: nuestra falta de compasión,
nuestro desolado egoísmo, nuestras “explicaciones racionales”
y nuestra displicencia ética. Las fábricas de analgésicos para el dolor, las
pastillas para rehuir los zarpazos de la soledad a través de la promesa de una insulsa
felicidad, la muerte de las ilusiones en estas realidades virtuales donde nos
han instalado para hacernos ciegos y sordos
ante la suerte del prójimo. Pero lo que
nunca llegamos a esperar ha explotado en medio de nuestra bonhomía colocándonos
ante las postrimerías de juicio e infierno que ningún ser humano puede eludir. A esta situación Scruton la llamó “demandas de
la moral”. La industria de la falsedad
informativa ha recurrido a un método muy eficaz para engañarnos al encubrir el
sufrimiento humano como mera información periodística. Disfrazar estas ofensas
recurriendo a consideraciones abstractas ha sido el sofisma de distracción para
que al desaparecer los valores morales estos sean sustituidos o por el pragmatismo
de las nuevas economías o por el amargo simulacro de un mesianismo populista empeñado
en negar al individuo en sus derechos, convirtiendo lo plural en multicultural, instrumentalizando
lo religioso al matar lo sagrado. He aquí el resultado de la
destrucción sistemática de la educación a lo largo de décadas y por parte de
quienes no han sido transmisores de conocimientos, de perplejidades sino difusores
agresivos de ideas totalitarias. ¿Tienen
derecho los ignorados (as) a tomar la palabra en las Universidades, en los
Sindicatos para no ser humillados (as)? El
inesperado distanciamiento que con respecto a lo que ha constituido un continuo
atropello de vejaciones
a nuestra civilidad, hoy nos
brinda la pausa propiciada por la pandemia, creo que
debe convertirse en demostración de madurez
política
en lo que respecta a la destrucción de nuestro patrimonio moral a
nombre de una falsa paz, sometiendo mediante el necesario
cuestionamiento que no hemos
logrado hacer, mareados como estábamos
por el vértigo de tanta
desinformación, para lograr hacer un juicio
implacable a hechos que
conciernen a nuestra vida personal y
social y
que un ser ofendido nunca debe olvidar ni perdonar. ¿Qué dirá ahora el
caricaturesco Magistrado de la JEP que “fundamentó” la inocencia de un criminal
como Santrich, absolución que de inmediato fue ratificada
por el Consejo de Estado y la Corte Suprema de Justicia para que el
narcotraficante orondamente se fugara? ¿Cómo responderá nuestra justicia
cuaternaria a las preguntas que ya le están haciendo la justicia de 22 países y de la Fiscalía
norteamericana?
El espacio de preguntas abierto por el coronavirus permite
a los colombianos el lograr sopesar
con fundamentada indignación la aberración jurídica de una patraña que es
la radiografía misma de cierto país oficial,
sacado a flote por esta dolorosa
situación de pandemia frente
a la cual la ciudadanía ha sabido responder estableciendo profundos lazos de
esa solidaridad que la corrupción política
había tratado de desconocer y que la llamada Oposición paradójicamente a ignorado a pesar de haber tenido la gran oportunidad de mostrarse como una Organización supuestamente
comprometida con la suerte de las gentes;
instrumentando a cambio otra “política de la amenaza” que, para suerte ha dejado al descubierto ante la opinión pública su incapacidad de
humanizar su credo político pero igualmente la ilegitimidad ética de cada uno de sus
dirigentes perseguidos desde ahora pero por
su turbio pasado recurriendo como siempre no al debate sino a la
difamación, al escándalo mediático, a la
policía del lenguaje. Olvidando que toda crisis es siempre indicadora de que retóricas,
costumbres políticas como las
instrumentadas por su delirante oportunismo ya se han desacreditado suficientemente ante los ojos del mundo.
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