lunes, 13 de abril de 2020

LA PANDEMIA Y LA VERDAD ÚLTIMA / Darío Ruiz Gómez


LA PANDEMIA Y LA VERDAD ÚLTIMA
Darío Ruiz Gómez

La muerte está en el aire e invisible nos cerca llenándonos de terror y el terror desarma la razón y nos sume en el infierno que somos nosotros mismos al  ponernos de frente a lo  vergonzoso  que  habíamos  ocultado: nuestra falta de compasión, nuestro  desolado  egoísmo, nuestras “explicaciones  racionales”  y nuestra displicencia  ética.  Las fábricas de analgésicos para el dolor, las pastillas para rehuir los zarpazos de la soledad a través de la promesa de una insulsa felicidad, la muerte de las ilusiones en estas realidades virtuales donde nos han instalado para hacernos  ciegos y sordos ante la suerte del  prójimo. Pero lo que nunca llegamos a esperar ha explotado en medio de nuestra bonhomía colocándonos ante las postrimerías de juicio e infierno que ningún ser humano puede eludir.  A esta situación Scruton la llamó “demandas de la moral”.  La industria de la falsedad informativa ha recurrido a un método muy eficaz para engañarnos al encubrir el sufrimiento humano como mera información periodística. Disfrazar estas ofensas recurriendo a consideraciones abstractas ha sido el sofisma de distracción para que al desaparecer los valores morales estos sean sustituidos o por el pragmatismo de las nuevas economías o por el amargo simulacro de un mesianismo populista empeñado en negar al individuo en sus derechos,  convirtiendo lo plural en multicultural, instrumentalizando   lo religioso al matar  lo sagrado. He aquí el resultado de la destrucción sistemática de la educación a lo largo de décadas y por parte de quienes no han sido transmisores de conocimientos, de perplejidades sino difusores agresivos de ideas  totalitarias. ¿Tienen derecho los ignorados (as) a tomar la palabra en las Universidades, en los Sindicatos para no ser humillados (as)?  El inesperado  distanciamiento   que  con respecto a  lo que ha constituido  un  continuo atropello   de vejaciones  a nuestra  civilidad,  hoy  nos  brinda   la  pausa  propiciada   por  la pandemia,  creo que  debe  convertirse  en demostración  de  madurez  política  en lo que  respecta  a la destrucción de nuestro patrimonio moral a nombre de una falsa paz,  sometiendo   mediante  el necesario  cuestionamiento  que no hemos logrado hacer,  mareados  como estábamos  por el vértigo  de tanta desinformación, para  lograr hacer un  juicio  implacable  a  hechos  que conciernen a nuestra vida personal  y social  y  que un ser ofendido  nunca  debe olvidar ni perdonar. ¿Qué dirá ahora el caricaturesco Magistrado de la JEP que “fundamentó” la inocencia de un criminal como Santrich,  absolución que  de inmediato  fue ratificada  por el Consejo de Estado y la Corte Suprema de Justicia para que el narcotraficante  orondamente  se fugara? ¿Cómo responderá nuestra justicia cuaternaria a las preguntas que ya le están  haciendo  la justicia de 22 países y de la Fiscalía norteamericana?

El espacio  de preguntas  abierto  por  el  coronavirus  permite  a los colombianos  el lograr sopesar  con  fundamentada indignación  la aberración  jurídica  de  una  patraña  que  es la radiografía  misma de cierto  país   oficial,  sacado a flote por  esta dolorosa situación de  pandemia   frente a  la cual  la  ciudadanía  ha sabido responder  estableciendo   profundos  lazos  de esa solidaridad  que la corrupción política había tratado de desconocer y que la llamada Oposición  paradójicamente  a ignorado a pesar de haber tenido  la gran oportunidad  de mostrarse como una Organización  supuestamente  comprometida  con la suerte de  las gentes;  instrumentando   a cambio otra “política de la amenaza”  que, para suerte  ha dejado  al descubierto  ante la opinión pública su incapacidad  de  humanizar su credo político pero igualmente   la ilegitimidad ética de cada uno de sus dirigentes  perseguidos desde ahora pero por su turbio pasado   recurriendo como siempre no al debate sino a la difamación, al escándalo  mediático, a la policía del lenguaje. Olvidando que toda crisis es siempre indicadora de que retóricas, costumbres  políticas como las instrumentadas por su delirante oportunismo ya se han  desacreditado suficientemente  ante los ojos del mundo.   

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