Adriana Hernández (Babel) |
El Café Rojo y Adriana Hernández
Víctor Bustamante
En esta casa
construida y estrenada en 1958 vivió José Pablo Toro V., con su esposa Margot
Mejía y con sus hijos Clarita, Juan Luis y Pablo. Él ha sido poco mencionado
por lo que se denomina, bajo perfil, ya que él no se destaca en las fotografías
ni ceremonias sobre la industria antioqueña. Sin embargo, fue accionista de la
Naviera, de la Fábrica Nacional de Chocolates y de Zenú. Julio Silva
Colmenares, aquel que nos abrumó con uno de sus libros, Los verdaderos dueños del país, señala como José Pablo Toro, ha
pertenecido a las directivas de dos empresas por más de 30 años, como si no se
diera en cuenta que un accionista debe cuidar su inversión. También José Pablo
Toro, en compañía de otros industriales antioqueños, embistió a la dictadura de
Rojas Pinilla hasta hacerla caer, y, por tal razón, fue llamado uno de los
conjurados en Soldados sin coraza,
historia de una revolución, Abelardo Londoño Marín, y Flavio Correa
Restrepo, apelando al verso de Núñez que impuso su himno con este verso nunca
memorable, “Soldados sin coraza ganaron la victoria”. Por supuesto, estos
industriales no tenían coraza, pero detrás de sus escritorios se confabularon
para darle al traste con Rojas Pinilla que había prometido: “Paz, justicia y
libertad para todos los colombianos", y terminó prohibiendo y censurando
periódicos mientras se enriquecía, corrupto pertinaz, de una manera total desde
su blasón de Teniente general, sentado en el mullido solio de dictador. José
Pablo, también fue ganadero quizá para venderle a su propia empresa, Zenú, su ganado
como buen paisa socarrón y negociante. Su padre era dueño de la finca Pascalma
donde se construyó el Hotel Intercontinental. Muchos años más tarde el político
liberal César Pérez García fue propietario de esta casa.
Siempre que
salíamos con algunos amigos de La Boa rumbo al Parque del Periodista o a los
confines de La Playa, al pasar por esta casa, siempre había un aura de silencio.
Pocas veces la vi abierta en la noche, pero enseguida, en la otra casa si había
una taberna y, además, por épocas de votación era preciso ver el gentío, y no
era para menos, ya que era parte de un directorio liberal agenciado por Cesar
Pérez García.
Adriana y el pintor Juan Uribe (Café Rojo) |
El frente de esta casa, donde ahora el Café Rojo posee sus instalaciones, es el más diferente de todos en esta cuadra, ya que su diseño rompe con el concepto de estilos arquitectónicos. Para la fachada que es el rostro de la casa se han combinado materiales que no poseen aún ninguna de las mansiones cercanas como el mármol amarillo que, dispuesto en tablillas horizontales, le otorgan un contraste a la tercera parte de esta fachada con ventanas de aluminio y celosías, así como otro material que son los mosaicos que han sido cubiertos con pintura. Luego, la piedra bogotana de color verde incrustada en la fachada, se apodera de la otra tercera parte, en el primer piso a la entrada, así como del balcón con baranda de hierro. En total hay cuatro ventanas. Las del primer piso con rejas, que permiten la regulación de la luz. En la entrada, una suerte de vestíbulo, que servía de garaje, presenta una reja de hierro y una puerta lateral en artesonado de madera, que conduce al interior de una sala donde la voluta de unas escalas con pasamanos también de madera sobre una reja elaborada en hierro, último resquicio de una arquitectura republicana, que conduce al segundo piso.
Luego de esta
sala sigue una suerte de living. De su primer cuarto, al lado izquierdo, hay una entrada
a otro salón, otra puerta que conduce a una suerte de patio amplio que traslada
hacia la parte trasera, por lo cual debemos pasar un puente que supera un estanque
que, cuando estaba lleno le daba esa sensación de estar cerca a la cercanía del agua para darle ese toque mágico a la vida. El puente de madera, de una
manera rotunda le proporcionan a este espacio la movilidad necesaria para ir
hacia un patio más amplio, lo que sería un solar, donde queda la piscina, acaso
la única que había en estas casas y que es la continuación del baño de inmersión
de las casas de principios de siglo.
En este espacio, amplio y fresco, se destaca la piscina donde seguro la familia disfrutó de ese contacto y de ese alejamiento en una ciudad aún serena en la época de los años 60. Esta piscina luego fue cubierta con un piso de madera que la despoja de su dignidad, a lo mejor, para aprovechar el espacio y situar ahí una suerte de proscenio para la lectura de poesía y para los encuentros literarios que se realizaron. Es cierto, cada generación, casi siempre sin historia le da un uso diferente y lo adecúa de acuerdo a sus necesidades.
Luisa Vergara |
En este espacio, amplio y fresco, se destaca la piscina donde seguro la familia disfrutó de ese contacto y de ese alejamiento en una ciudad aún serena en la época de los años 60. Esta piscina luego fue cubierta con un piso de madera que la despoja de su dignidad, a lo mejor, para aprovechar el espacio y situar ahí una suerte de proscenio para la lectura de poesía y para los encuentros literarios que se realizaron. Es cierto, cada generación, casi siempre sin historia le da un uso diferente y lo adecúa de acuerdo a sus necesidades.
Esta es la
huella de su arquitecto, del cual aún no sabemos su nombre, pero sí de su rastro no en la nieve pero sí por la calle Maracaibo, con sus ideas sobre una
disposición de la amplitud de los espacios: zaguán con un puente de madera y
atrás, ya no el solar, sino un patio para el rito de la piscina, una piscina
ondulada con su baño de azulejos, como antesala, para entrar al espejo de agua en los días
de esos veranos perdidos, que le daba ese aislamiento necesario a sus
habitantes para sentirte en una casa total, su casa, como símbolo del
aislamiento sino de la conciencia del lujo como norma de vida.
Junto a la
piscina aún hay una parcela de tierra con jardines que le dan ese toque de lo que
fue un solar como huella que poco a poco desaparecerá de las casas, como el último
vínculo con las anteriores concepciones de arquitectura. Si caminamos al frente
del jardín, hay una puerta que conduce a la cocina como eje y contacto de la
casa hacia donde confluyen los actos de rutina no solo hacia el comedor, a
un costado, y al aire libre sino con las otras conexiones del primer piso hacia
a entrada. Hay, además, un bar elaborado en madera, un rinconcito muy paisa,
muy de fiesta taimada, donde se destaca una foto de Gardel y otra de Rafael Escalona
para matizar el jolgorio y los eventos y conversaciones non sanctas, alrededor de la piscina.
Su segundo
piso, en el interior, posee un suelo en madera, que al caminar da un toque muy
chic, como diría el poeta Amílkar U, “tan tibia las maderas de los suelos hoy
temprano en la mañana”. Hay una biblioteca donde seguro su dueño la pasó largo
rato haciendo cálculos para la valoración de sus acciones y negocios y, a lo
mejor, luego utilizada por sus hijos para el estudio. También hay un balcón al
interior que servía para mirar el zaguán y por ese corredor la entrada a los dormitorios,
así como un tercer piso que también servía de dormitorio en la parte de atrás,
para la servidumbre.
No sabemos
nada del uso del interior de esta casa, magnifica amplia y sosegada. Nada
sabemos de las fiestas que ocurrieron cuando su dueño siempre a la sombra, y en
discreción total, recibía a sus amigos, realizaba reuniones de su familia. Sorprende
la disposición de los espacios, la luminosidad que se cuela, así como el silencio
que reinaba en esta casa, para cinco personas que poco se veían.
Pero esa
historia del interior de la casa se ha perdido cuando sus dueños y habitantes decidieron irse
hacia otro barrio casi siempre El Poblado, en esa diáspora constante, y en venderla
debido a que el espacio interior es inmenso, y el uso del suelo va cambiando lo que condujo a usos diferentes del inicial.
En la
actualidad, en el primer piso de la casa, hay varios almacenes. En el segundo piso,
el eje central en la biblioteca de su nueva inquilina con computadores y sus
libros. En la parte de la piscina el Café Rojo, al aire libre, ya habilitado
con la piscina cubierta, donde tantas veces hemos entrado a la invitación de
algún almuerzo con los enemigos de la carne, digo de la carne animal, o casi
siempre a las lecturas en las noches, donde siempre fui la mayoría de veces a compartir
la presentación de alguna revista, a la
lectura de poesía del Festival Alternativo, pero también al ejercicio de unas
buenas charlas sobre literatura y ciudad donde se da todo tipo de reuniones esenciales.
Aquí en esta casa hemos presenciado la lectura de algunas ediciones de la revista, La musa sonámbula, con Gustavo Zuluaga ejerciendo como un buda barbado y desaliñado, risueño y lenguilargo, imprudente como solo él sabe hacerlo, al lado de Mario Sánchez, poeta pausado e inteligente matizado de esa bondad tan presente. Una de esas noches con la edición total de la revista, esperamos la llegada de Harold Alvarado Tenorio que venía para una lectura, pero el poeta que llamaba luego de una hora de espera insistía en que se encontraba parqueado en La Pintada debido a problemas en la carretera, luego supimos que el poeta no había ni salido de su escondite en Cali, su casa, atestada de libros y de esa voz crítica tan necesaria en el país de las letras tan amañado, áulico y ojeroso. Alvarado, aficionado a Sábados felices y al Súper agente 86 nos había hecho esperar, pero más tarde sí vino a la presentación de otro número de la misma revista, de la Musa sonámbula y también a unas lecturas del Festival Alternativo de Poesía dedicado a esa gran poeta Olga Elena Mattei. El presentador, quien abría la entrevista era el mismo Gustavo Zuluaga, indeciso entre Mattei y Alvarado, y a cuál de los dos preguntarles algo con su imprudencia, lengua viperina dicen, hasta que le sacó la piedra al poeta al preguntarle e insistirle hasta el desespero por un comentario sobre Uribe o referir que me pagaban valiosas sumas de dinero para criticar al municipio por el abandono del patrimonio.
En el Café Rojo (Babel) |
Aquí en esta casa hemos presenciado la lectura de algunas ediciones de la revista, La musa sonámbula, con Gustavo Zuluaga ejerciendo como un buda barbado y desaliñado, risueño y lenguilargo, imprudente como solo él sabe hacerlo, al lado de Mario Sánchez, poeta pausado e inteligente matizado de esa bondad tan presente. Una de esas noches con la edición total de la revista, esperamos la llegada de Harold Alvarado Tenorio que venía para una lectura, pero el poeta que llamaba luego de una hora de espera insistía en que se encontraba parqueado en La Pintada debido a problemas en la carretera, luego supimos que el poeta no había ni salido de su escondite en Cali, su casa, atestada de libros y de esa voz crítica tan necesaria en el país de las letras tan amañado, áulico y ojeroso. Alvarado, aficionado a Sábados felices y al Súper agente 86 nos había hecho esperar, pero más tarde sí vino a la presentación de otro número de la misma revista, de la Musa sonámbula y también a unas lecturas del Festival Alternativo de Poesía dedicado a esa gran poeta Olga Elena Mattei. El presentador, quien abría la entrevista era el mismo Gustavo Zuluaga, indeciso entre Mattei y Alvarado, y a cuál de los dos preguntarles algo con su imprudencia, lengua viperina dicen, hasta que le sacó la piedra al poeta al preguntarle e insistirle hasta el desespero por un comentario sobre Uribe o referir que me pagaban valiosas sumas de dinero para criticar al municipio por el abandono del patrimonio.
A veces Adriana
Hernández, la nueva inquilina de ese lugar y creadora del Café Rojo, declama
poesías ya clásicas del repertorio de ese parnaso que aun habita en muchos
colombianos. A ella siempre le ha
gustado declamar, para esa labor se viste de una manera elegante con vestidos
de fiesta, amplios y vaporosos, y se dispone a decir su poesía con una
concentración muy personal, en un acto de tanta presencia como si su lectura
fuera un rito, ese rito que merece la poesía ya en su dicción , ya en su habla,
en su presencia, en su voz en estos días cuando hay tanta poesía y tantos
lectores que han olvidado que declamar es un arte ahora olvidado por la bacanería
y relegan la presentación de la voz a una simple lectura. No, Adriana le da un
valor, un concepto muy denodado a su manera de decirnos las poesías que la
embargan, en lo que podríamos llamar, todo un evento litúrgico, donde ella
pausada, a veces inmersa en sus silencios que irrumpe con esa voz que le da la
palabra, a la poesía, el tono crucial que nos transporta al tiempo del habla,
de la declaración del habla con corazón. También han programado charlas
dirigidas por Mario Sánchez, una de ellas inolvidable en memoria del poeta, de
Porfirio Barba Jacob del poeta con mayúsculas, digo. Era una noche muy porfiriana
por cierto y después de una conversación, uno de los habitués, dijo en voz alta
y con un fervor algo inusual, una de las cartas de Porfirio que se sabía de
memoria.
Este lugar,
el Café Rojo, es símbolo de la resistencia para que estos espacios no sean
carcomidos por el avatar constante de los paisas que no solo destruyen el paisaje
citadino, sino que continuamente perseveran en su mentalidad de comerciantes a
como de lugar y, a lo mejor, de estas casas al cambiar su uso llevados por la
rentabilidad la conviertan en taberna, motel, venta de pollos, parqueadero, con
esa destreza de los señores de ahora sin escrúpulos para dañar una casa como
estas. Todo un espacio ganado para la cultura.
Además, es el
único lugar un oasis en esta parte del Centro para entrar y aprovechar ese encuentro
con tono bajo de música para poder conversar y compartir. Últimamente han
ocurrido eventos desusados en este lugar, debido a visitas inesperadas de parte
de personas del municipio que han llegado con sus motivos al cierre del Café
Rojo, lo cual causa extrañeza, si precisamente la ciudad necesita de estos espacios
culturales para el establecimiento de la civilidad y de la socialización de encuentros,
de certezas. Fue tanta la fuerza y la contundencia para mantener este lugar
cerrado que uno piensa, por qué razón estos mismos entes municipales no acuden a
tantos sitios donde se expende droga o licor adulterado y los cierran con la
misma decisión, ya que estos sí que le causan mal a las personas y a la comunidad.
No sabemos qué trama existirá con esta durísima imposición al Café Rojo, uno de
los lugares que más necesita protección en la ciudad, en una calle como, Maracaibo,
donde solo se ven venir parqueaderos que destruyen la arquitectura y las casas patrimoniales,
o se convierten en moteles, en sitios para expendedores de confites alucinógenos
de muchos colores y nada que se investiga y previene, eso sí para practicarles unas normas
contundentes.
El municipio de
Medellín, que solo da una visión de la cultura de la ciudad, como espectáculo,
muchas veces enfocado a lo que se percibe como una decisión para el turismo, es
decir para el taimado viajero que viene y se va, no puede desdeñar las otras presencias, las otras actividades que provienen de una ciudad
que necesita preservar estas instituciones. Además, no sabemos si la flamante oficina
de la gerencia del Centro ya conoce de este caso, y si ya ha dispuesto algún oficio
para que el Centro no continúe desbocado a su misma destrucción que se mira de reojo.
El Café Rojo un espacio mágico creado por la artista Adriana Hernàndez en bien de la cultura del centro. Recuerdo mucho el espacio tan agradable que brindó a la Corporación Medellín es Tango para la divulgación y apoyo de los artistas tangueros, que fue bien recibida por el público. Tampoco olvido las tertulias musicales programadas y alternadas con exposiciones artísticas de diferentes pintores y escultores de la ciudad e internacionales. Estas tertulias musicales con el apoyo del gestor cultural don Henry Cardona sobre la música colombiana, a la cual fui invitada con mi grupo Dulce Armonía Internacional. Qué buenos tiempos que no volverán. Gracias Adriana, gracias Café Rojo. Ojalá se reabra y se repitan estas bellas experiencias culturales para el disfrute de los melómanos y amantes del arte. Cerrarlo fue un crimen oprobioso a la cultura. LUZ MARINA (Belcanto)GÓMEZ M. Med. 15 abril 2020
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