domingo, 26 de abril de 2020

Horas sin tiempo de Raúl González / Víctor Bustamante



Horas sin tiempo de Raúl González
Víctor Bustamante

Cada que me encuentro con Raúl González es algo inesperado, ya que habitamos casi los mismos lugares de la ciudad. Una caminada por Junín, Versalles, a veces, el Parque del Periodista, otras, Katrú. Pero cada que lo encuentro debo ir a saludarlo para intercambiar algunas palabras, por una razón de peso, hay amigos con los cuales, después de unas copas o de alguna discusión de cine o de algún libro, es necesario reiniciar ese diálogo interminable, presente. Uno de sus espacios creativos, plenos, es la ciudad; esa ciudad que él ha fotografiado, que ha caminado, que ha buscado, vivido y bebido, con un tamiz esencial, la noche, y que ahora poetiza, atrapa con sus palabras. Lo atestiguan La Arteria, El Jurídico, La Huerta, El Oro de Múnich, La Bahía, El Panamá, El Tibiri Tabara y, sobre todo, La Boa. Postas para la noche con la lucidez de la conversación con los licores que alegran y persiguen el límite de la madrugada. El cine, la fotografía, la factura gastronómica, viajar y la caligrafía lo mantienen activo como temas sustanciales. La pasión por los haikús tal vez lo asemejan a otro vagabundo, Matsuo Basho, que poesía su cabaña alejada del mundanal ruido para poder concentrarse en esas pocas líneas, y escribir: Este camino nadie lo recorre salvo el crepúsculo. No sé si la afición de Raúl por el haikú se deba a esa probidad y silencio del escritor japonés. Lo cierto es que comparte con él su aserto por los haikús sin ser un devoto malgeniado, que se asusta cuando le realizamos bromas, ya que Raúl es un poeta de verdad. Su alejada cabaña en San Jerónimo, su continuo caminar por las montañas y caminos, sus extravíos en los bosques dan la cercanía con Basho. Allí, en su refugio del Llano de San Juan, ha adquirido la mesura cuando se aleja solo un poco de la bohemia citadina, ya que Raúl González posee la ciudad no solo con sus pasos nocturnos, sino con sus largas marchas protegidas con esa paz y esos silencios que el poeta necesita para suspenderse en el éxtasis preciso de la creación y de sus silencios.

Todo lo anterior para establecer ese diálogo entre lector y escritor. En estos instantes me detengo en su libro de poemas, Horas sin tiempo (2010, Los Octámbulos Ediciones), para iniciar una conversación con sus poemas, como diría Quevedo, En la paz de estos desiertos y con tantos doctos libros juntos. El libro media entre el lector y quien ha escrito. En el texto perduran sus palabras que lo expresan y que seguro él ha buscado y vivido; esas palabras que permiten que él aprese y exprese los días, su experiencia cotidiana, así como esa experiencia interior que lo conduce a la necesidad de escribir, ya que él debe formular lo que ve y siente. En estos poemas Raúl posee una escritura definitiva, ya que posee su propia expresión sin titubeos para percibir su sensibilidad ante el refugio del campo como experiencia continua, la noche como impulso de sus encuentros, así como de la soledad que lo lleva a interrogarse sobre la escritura como un posible terreno no baldío, sino lleno de presencias que lo conducen a la reiteración del ser; en ellos se afirma. Un libro es una carta arrojada, enviada, entregada al mar del tiempo y de la noche, y que el lector recobra en la playa de este día de abril para encontrar sus palabras, ese diálogo que persiste de otra manera al pasar y leer y releer cada página para encontrar el sello de quien escribe.

Pero, ¿de qué trata y qué significa Horas sin tiempo? La pregunta surge porque un título expresa a quien lo escribe, un título es el portal a su morada, a su morada interior, repito, ya que los títulos son pensados, son escritos, reescritos hasta que se convierte en ese aviso necesario en la vera del camino, de las noches o de los días, y en la inmensidad de los libros alineados en un cuarto.

Horas sin tiempo según el poema del mismo autor, responde a esa pregunta, enseña en la sumisión del alba la mirada absorta, llena de perplejidad de quien escribe y describe a partir de las gotas de agua que caen a los frutos y a las hojas. A esta hora es el inicio de la creación de cada día y, de repente, se agolpan en el poeta los parajes que salpican el alma, los pensamientos del hado, los ensueños, los dioses desperdigados, las grafías de la muerte que, “penetran como hiel en lo profundo del ser”, mientras el agua se desliza lenta y continua sobre las rocas. El poeta se descubre asombrado en la irrupción del alba misma y en la contemplación del día que abre el mundo, pero que lo arredra, lo sobrecoge, en ese éxtasis que lo llevan a interiorizar lo antes dicho. De ahí que el primer capítulo, Diario del campo, el poeta asume su comunión y conjunción con la naturaleza de una manera total donde él se haya a gusto: placidez y silencio, tranquilidad y meditación, lo llevan a detallar esas hojas, esos árboles, los pájaros, el ámbito, el paisaje que lo sobrecoge. Estos poemas demarcan su alejamiento con la urbe. De ahí que en ellos notemos mucha prolijidad, mucha comunicación, mucho apartamiento para detallar cada momento, cada experiencia, cada hoja, cada árbol, cada fruto. Incluso sentimos el agua que gotea bajo la luminosidad, de la misma luz que la define, y él debe contarla.

Ya en Diario de la noche, el poeta, aun inmerso en el campo con esos paisajes que ya son su huella, se abre a la escucha de los sonidos de los grillos, murciélagos y de otras presencias que en la noche pueblan, ese pasaje hacia el interior, pero que no lo horrorizan, sino que parten el silencio alumbrado, a veces, por la Coleman donde el poeta se haya solo en compañía del paisaje que él disfruta; paisaje que es suyo y, además, en ese paraje construido con sus manos, la casita, la cual describe con ternura, como la morada, su morada, extensión de su refugio.

En Diario de viajes el poeta busca otros lugares y ligares, hay un hotel con ruidos y ritmos nuevos en la mañana. Irrumpen ancestros, deidades, sendero de piedras, la ciudad costera donde escucha vallenatos que describe, pero no nombra. Así como navega el río Guayuriba, donde ha practicado rafting sobre el lomo de ese río que es manso, a veces, y otras es torrentoso, desafiante. También hay un poema, el más sentido de todos, “Signos de memoria”, dedicado a la abuela como la expresión de ese viaje sin retorno: la muerte.

En Diario de ciudad, ya aparece el otro destino de Raúl ser un caminante citadino. Él nos dice con sus palabras: “…ciudad de sueños detenida / en el silencio y en el ardiente goce / ciudad fluyente de ti”. El poeta ha dicho, ardiente goce. Cierto. La ciudad le trae otros caminos, que son las calles pobladas del ideal posible, la fiesta, las mujeres, el licor que desborda, así como esa colcha de la noche que cubre los lugares para que el poeta se asile, y vuelve a salir; allí esperan sus amigos. Hay otros lugares donde habita la vida en todo su fragor, y el recuerdo de la mujer como en Desolación, con el rasgo de los años que la sacuden y cortan la piel mientras el poeta huye a la noche; se asila en ella. El poeta se haya sacudido por esas calles, que alguna vez marchó con las lecturas de carteles que vociferan reclamos y con la factura de esas voces buscando un mundo mejor que nunca llegó, pero no lo hace como un fracaso sino como la pregunta ante el paso del tiempo que lo arredra en esas horas sin tiempo en que la ciudad lo obliga a asilarse en sí mismo. En estos poemas, él se hace más preguntas por su ser. Llegan los recuerdos, las temibles nostalgias que asoman sus hoscos atisbos y pesares. Pero el poeta no sucumbe a la nostalgia, mejor dice: "Somos tan frágiles / cuando caminamos / por oscuros callejones /confiados /en el silencio de la noche / en la lumbre /de estrellas/ tenues rayos de luz / la ciudad".

Hay un poema, En la sombra del tiempo, el perseguidor anónimo prefiere seguir y mirar y admirar la chica que va tranquila sin saber que alguien la ha mirado, que alguien la ha admirado y la ha detectado, y por eso ha olvidado para donde va y él decide darse vuelta movido por la curiosidad que espolea esa desconocida que no merece una fotografía.

Ya en Breviario nos confiesa: “Bajo la resaca / estupor del alma”, y en Resquicios de tiempo, el poeta refiere y recrea en los haikús su poetizar y por esa razón escribe de esa manera pequeños pensamientos donde no olvida sus temas, el campo, la ciudad, el ser mismo que lo habita y escribe, y ante el cual las calles y el devenir del mundo lo mantienen alerta de lo que observa.

Para el poeta el paisaje del campo con su exuberancia y detalle, así como los viajes, la noche y la ciudad pertenecen a esos caminos que él ha transitado. De ahí que persevere en ellos, son sus realidades. Además, la noche en la que mantiene su pulso, la noche altanera y eterna, le abre el filo de la ciudad y lo sitúa en su calidad de poeta y de transeúnte.

Esta tarde de sábado, 25 de abri,l he conversado con Raúl González a través de su libro, Horas sin tiempo, siguiendo de nuevo las páginas de su escritura; páginas donde ha dejado su ser, y esas palabras que son su tiempo, el devenir, la síntesis de sí mismo. Cae la tarde sobre la ciudad sitiada, solitaria, y entonces, la fiesta del silencio, kermesse inmutable, trae la celebración del primer libro de Raúl con sus poemas, y con sus poemas ese diálogo aún persiste.









LAS CIUDADES A SOLAS / Darío Ruiz Gómez





LAS CIUDADES A SOLAS
Darío Ruiz Gómez

El coronavirus nos ha hecho replegar hacia nuestra desconocida intimidad y a partir de una situación de fuerza mayor hemos comenzado a descubrir que tenemos un pasado personal pues comenzamos a ver en entre los velos del duermevela  patios, solares donde resonaron un día las voces de la familia,  estaba la calle y los amigos, las amigas que compartían secretos y sentíamos que nos rodeaba el hálito de la pequeña ciudad a la cual pertenecíamos, esa ciudad  que bruscamente había desaparecido  de nuestras referencias y se volvió tan ignota que quiso huir  de  nuestra memoria. Referirse a esta ciudad construida como hábitat contra la insalubridad, se convirtió para los grupos universitarios progresistas desde los años setenta, curiosamente provenientes de barrios de modesto origen, en una “nostalgia políticamente peligrosa y burguesa” cuya referencia era necesario borrar. Un artículo de Milán Kundera describiendo el porqué de la falta de memoria impuesta por los regímenes comunistas  a la juventud, pudo entonces aclararme la causa de este rechazo: ese “pasado” era peligroso  porque si se lo aceptaba como patrimonio del esfuerzo humano introduciría en el imaginario  de los jóvenes la existencia de algo que en el vacío programado de sus vidas reducida a la militancia  los conduciría a la nostalgia y la eficacia de esos discursos actúa sobre un presente vaciado de recuerdos.  Hoy a través de la visión de la ciudad inusitadamente  desierta hemos ido descubriendo que sobre calles y espacios que nuestra memoria atesoró inconscientemente, sobre el sabio trazado de las avenidas con la escala de sus edificios, los remates visuales, los grafismos de las fachadas, allí donde permanece presente el aura  de las  ciudades  del mundo y que por un milagro  los arquitectos que dieron paso  al Medellín  moderno entendieron que las arquitecturas de la ciudad en su respuesta a la naturaleza  no se limitan  a la construcción de espacios funcionales sino también a incorporar al anhelo  común de civilidad  las arquitecturas universales que incorporaron los conceptos de habitabilidad, de goce visual tanto en los edificios empresariales como en las mansiones, como en esa poética de la casa familiar que propusieron los llamados maestros de obra. En esa Medellín donde los barrios populares respondían a la espacialidad de la cultura de la música y del abrazo, al canon de la modestia. Y ahora que momentáneamente se retira la turbiedad del ruido vehicular anarquizado, agresivo, la turbamulta donde alocadamente se confunden el miserable y el atracador a sueldo, emerge ante la imaginación agredida por la amenaza del  coronavirus, aquello que constituyó el logro de una voluntad ciudadana a la cual los arquitectos  y maestros de obra dieron en su tiempo una respuesta adecuada al hacernos sentir que no estábamos solos. ¿Cuál ha sido la respuesta de los arquitectos-urbanistas radicalizados políticamente en los años 70 hasta hoy? Porque eran y son ellos(as) los que debieron hacer frente al shock que supuso la avalancha de desplazados del campo, posteriormente a los espacios dominados por el narcotráfico, ellos los encargados de impedir mediante una lectura continua de los nuevos territorios que la manipulación semántica de esos territorios consolidara la desigualdad a nombre no de los ricos sino paradójicamente como el derecho de los violentos a oponerse a cualquier intento de racionalidad espacial ya que confinando a la población se la seguirá manteniendo en el hambre, la promiscuidad, la ignorancia, convirtiéndola en motivo de folclore urbano.

Esas periferias ajenas a cualquier pacto social cuentan  con servicios de luz, agua, un transporte precario pero carecen del estatus de ciudadanía, un derecho inalienable  que  el urbanismo y la arquitectura han materializado para vencer la tugurización que no es otra cosa que  la inhumanidad: el derecho a lo lúdico, a las aceras, a una vida social creativa que solamente podría  nacer de unos rigurosos planes de renovación urbana transformando la promiscuidad del hacinamiento en hábitat, rompiendo los confinamientos de las fronteras invisibles tan mortíferas como el coronavirus. Porque no podemos, en nuestro derecho a la ciudad, volver al rudo enfrentamiento entre dos ciudades sino a lo más importante y a lo que más añoramos: una vida nueva surgida de una inter-relación social negada por la violencia de los nuevos intereses inmobiliarios en conflicto.    

jueves, 23 de abril de 2020

El mundo del Cine y los cine clubes en Medellín / Orlando Mora


Orlando Mora y Carlos Uribe (Babel)

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El mundo del Cine y los cine clubes en Medellín / Orlando Mora

Víctor Bustamante

Este conversatorio, El mundo del Cine y los cine clubes en Medellín, entre Orlando Mora y Carlos Uribe debería haberse llamado, Cine club de Medellín, ya que en efecto la charla gira en torno a ese tema central que es el origen y el posterior funcionamiento de dicha institución, que es la base inicial para mirar el cine desde otro punto de vista, alejado de esa significación de entretenimiento, cuando esta forma de arte, ya era necesario interrogarlo, pensarlo, preguntarlo y analizarlo, desde otra perspectiva alejada de ese carácter que se le había asociado. El cine se convertía en parte esencial del divertimento de muchas personas. Además, contactaba con directores que daban su punto de vista, abría posibilidades narrativas, así como otro concepto de la vida. Por su distribución y acercamiento fácil daba la posibilidad de un proceso de Ilustración hacia ese público ávido de ver otras geografías, otras costumbres, otras latitudes y así, salir de la monotonía de estos pagos ahíto de política con naderías sin solución y de otro lado con oraciones inútiles.

A un público fervoroso por la ópera y la zarzuela le llega el cine con sus primeros teatros. Y no solo eso, sino una revista de farándula Micro, dirigida por Camilo Correa, donde él da nota de la presencia de las radiodifusoras en Medellín, de los artistas que descollaban a nivelo local, así los que llegaban de otros países. Correa comienza a hablar de cine para referirse a películas extranjeras y, además, un poco soberbio va definiendo esa personalidad contradictoria con el cine nacional ya que le daba con todo a una cinematografía naciente, lo cual contrastó cuando le dio por hacer cine, fundar empresas cinematográficas y al final quedarse solo con la teoría y sus películas inconclusas y pésimas.


Camilo Correa
Correa tenía en Maracaibo con Palacé N. 53-18 la oficina de su revista Micro y, además, distribuía toda clase de revistas y servicio de revelado de fotos. Entre las revistas que distribuía descollaba Vanidades, en lo femenino, así como de radio. En deporte El Gráfico y de diversos temas, unas 84 revistas nacionales e internacionales, que daban muestra de lo que se leía aquí en Medellín. Por supuesto, que las preferidas para Correa eran Cine Mundial editada en Nueva York donde destellan las grandes estrellas de cine en sus tapas: desde Pola Negri, Gloria Swanson hasta Veronika Lake. Cinelandia, editada en Hollywood también con rostros de actrices en sus portadas. Guion, revista de espectáculos española. Ecran, revista de cine chilena y Cine Argentino. Es difícil no pensar que al leer estas revistas Correa no quisiera ser un magnate del cine ya que estas publicaciones le enseñaban ese entorno de mujeres deslumbrantes y eternas fiestas, de esa Babilonia con su mundo oscuro donde nunca anochecía, Hollywood. O sea, el tipo de Ilustración de Correa era nada menos que el mundillo que giraba en torno al cine, pura farándula. Micro es un poco de todo eso, pero además ha dejado una huella de lo que ocurría en Medellín en materia de espectáculo, y, que, además, sirve para mirar la vida en la ciudad en esos años tan llena de vida, de fiesta de y sociabilidad. Correa ya inmiscuido del todo en el cine, buscaba ser realizador, pero más en ser una suerte de tycoon local, sin dinero, con sus avatares y desasosiegos que él llegó a imaginar y luego a crear. Aun en plena crisis con Procinal, Camilo Correa quería hacerlo todo, desde administrar su empresa, hacer el guion, dirigir la película, disponer las luces y el sonido. Lo ciertos es que las películas que el realizó nunca llegaron a ninguna parte. Ya que solo fueron la quimera de verse con un gran director que solo confiaba en él mismo y en esa soberbia que lo llevó a dilapidar ahorros de persona que se le habían acercado para patrocinar el cine nacional con marchas y carteles por las calles de Medellín. Ya los patrocinadores capitalistas sabían de su manera de dilapidar el dinero ajeno y lo abandonaron. En este desorden de actividades a Correa se le ocurrió crear un cineclub, al lado de Darío Valenzuela su secretario en Procinal. Camilo Correa fue un eterno derrotado, el fracaso lo persiguió en todas sus actividades. Sus quimeras quedaban despedazadas en cuanto él se acercaba.

Paradójicamente Camilo Correa, en Micro, escribiría sobre el teatro María Victoria en 1940, que sería muchos años después la sede de su próximo invento: el Cine club de Medellín. Hacía unos años se había caído el techo luego de un incendio en 1935 del María Victoria que se llamaba el Alcázar. Esa noche presentaban Bolero y se mataron varias personas, entre ellas el escritor santandereano Jaime Barrera Parra que salió ileso con su esposa e hija, y al devolverse por su sombrero dejado en una butaca le cayó una viga en la cabeza. Continúo con Camilo Correa. en Critiquilla decía: “El simpático teatro del Circuito Antioquia está ahora en tratamiento de maquillaje. Según hemos entendido, su estilo de iluminación (muy bonito hace años, pero ya anticuado) va a ser cambiado por algo moderno y “efectivamente” luminoso. Muy bien por los empresarios: no era cosa de quedarse “ahí” cuando los teatros competidores se han preocupado por renovarse”.

El Cine club de Medellín fue fundado el 10 de junio de 1951 por Camilo Correa y Darío Valenzuela, otra vez su secretario. El Teatro María Victoria era su centro de exhibición y comenzaron con, La favorita del puerto, que era en realidad, debido la traducción, La Marie du Port de Marcel Carné. También presentaron Incendio en San Francisco que era San Francisco de W.S. Van Dyke. Pero ante la imposibilidad de conseguir películas debido a presiones de la curia, incitados por el padre Fernando Gómez Mejía que dirigía La Hora Católica, fue cerrado el 25 de julio.

 Correa escribía ya en El Colombiano reseñas de cine bajo el seudónimo de Olimac. También poseía el sueño, mejor la utopía de establecer un Hollywood en Itagüí, creó Procinal y hasta dirigió Colombia Linda. Darío Valenzuela su cofundador, crearía en 1952 con Manuel Guillermo del Corral una empresa de cine, Producciones Quimbaya, su obra más atrayente sería, El cigarrillo me habló, un film de largo metraje que estará listo a fines de este año, según una nota de la revista Semana. Por supuesto esta película no sabemos si se filmó.


Alberto Aguirre

René Uribe Ferrer

Hay una entrevista que realiza Héctor Abad Facio Lince en un video dirigido por César Montoya, Karaktere Aguirre, al cual debo las apreciaciones y precisiones de Alberto Aguirre, que añade, como en 1956 durante la celebración del Día de Francia, el 14 de julio, en la sede de la Alianza Francesa dirigida por el escritor Rene Cleman. Allí mientras aclamaban la Toma de la Bastilla, charlaban Alberto Aguirre, Eddy Torres, Rafael Vega Bustamante y René Uribe Ferrer. En esa reunión Aguirre decide ser el secretario general que es el que manda según su criterio como en los países comunistas, y el presidente sería René Uribe Ferrer. Nombraron una comisión para ir donde el arzobispo de Medellín, Joaquín García Benítez, al Palacio arzobispal de la avenida La Playa. Fueron con la pesada goda, Uribe Ferrer y Vega Bustamante director de la Librería Continental. Como García Benítez perdía la memoria, el coadjutor monseñor Buenaventura Jáuregui los atendió. Le explicaron que un cine nada tenía que ver con la pornografía. Aguirre le explicó su lema: “El cine club no es para ver cine sino para aprender a ver cine”. Ya tenían estatutos, declaración de principios, es decir, toda la formalidad para su funcionamiento. Jáuregui para librarse de esa jauría les dio su ventura. Ellos no querían censura sino ver cine. También fueron a la Secretaría de gobierno a solicitar permiso, ya que había una Junta de Censura que podía quitar episodios de la película. La concepción de sus fundadores era que el cineclub era algo privado donde solo entraban a ver cine los socios. De tal manera presentaron, Senso de Luchino Visconti, película prohibida en Colombia durante muchos años. El padre Gómez Mejía que andaba atento a cualquier desviación de la moral pública en eventos que no fueran de índole confesional los pulpitió desde su trinchera, la Hora Católica y, además, convocó a las milicias católicas a que ese lunes en el Teatro Metro Avenida fueran a estropear la proyección de esa película. Para obviar este sabotaje Aguirre, malicioso y oportunista, convocó de nuevo a la parte goda de la Junta Directiva: Uribe Ferrer, a Vega Bustamante y a Rodríguez, y con la junta en pleno, presentaron la película ante las autoridades eclesiásticas para que la analizaran.



Rafael Vega Bustamante


Eddy Torres

Cuando reabren el Cine club de Medellín, presentan sus películas en el Teatro Metro Avenida y sobre todo en el Teatro Colombia. A él estuvieron vinculados intelectuales de prestigio como Bernardo Hoyos que estudiaba derecho en la UPB, y así mismo colaboraba en programas culturales en la emisora de esta universidad, incluso se le sancionó por una referencia al uso de los condones en un programa de la BBC. Jorge Vega Bustamante de la Librería Continental. El Cine club de Medellín también lo dirigió Pablo Tattay, de origen húngaro, que estudiaba ingeniería civil en la Universidad Nacional. Tattay actualmente vive en Popayán y ha estado muy vinculado al CRIC. Eddy Torres que dirigirá Generación de El Colombiano y Semana en Bogotá también perteneció a él, Orlando Mora que estudiaba derecho en la Universidad de Antioquia y Darío Valencia Restrepo, estudiante de ingeniería, que luego sería rector de la Universidad Nacional, sería su director durante los años de 1963 y 1967, También estuvo junto a ellos Alfonso Pineda, Gabriel Jaime Arango, Álvaro Sanín, Jorge Velásquez.

Bernardo Hoyos

Entre los años de 1969 y 1971 asumió la presidencia del Cine club de Medellín Orlando Mora. La programación se realizaba por ciclos, cada proyección la precedía una presentación del film y al finalizar se realizaba un foro. Se proyectaban películas dos veces cada mes. Durante uno de los foros se crearon discusiones exaltadas al ver Morir en Madrid de Frederic Rossif, entre los partidarios de la república española que defendían la propaganda roja que los volvía adictos y sin crítica y los franquistas locales, rezanderos, que llegaron a cantar en el Teatro Bolívar Cara al sol, himno franquista. Una persona encargada de la distribución en Cine Colombia, Fabio Díaz, les ayudaba muchísimo en la consecución de las películas.


Desde 1963 Orlando Mora era su secretario e Iván Amaya oficiaba como Presidente del Cine club de Medellín, cuya sede funcionaba en la elegante Casa Ricordi, especializada en música, situada en la carrera Sucre N. 52-14, donde trabajaba Iván Amaya. Allí se vendían las boletas a los socios.

En 1972 Alberto Aguirre, cinéfilo desde los años 1930 en que asistía al gallinero del Teatro Junín, los sábados para ver series de vaqueros, tomó la Presidencia del Cine club. Aguirre había pertenecido al Cine club de Medellín cuando lo dirigía Camilo Correa, al que tildaba de ignorante, pero valoraba que le gustara el cine y que de ahí no pasaba. Con respecto al cine, Aguirre, tan rotundo como era, decía que el cine no era un modo de expresión. Y no es para menos él, tan radical y analítico y critico feroz, se hallaba más cerca de la literatura y esperando en sus caminadas por Junín, ya mayor, que llegara la revolución y hablando mal del tango.

Darío Valencia Restrepo


Pablo Tattay

Orlando Mora

Iván Amaya

En su presidencia lo acompañaría Orlando Mora, editaron ocho números de la revista Cuadro, en la que escribieron Darío Ruiz, Aura López, Elsa Escobar, Carlos Álvarez, Luis Fernando Calderón y Luis Alberto Álvarez. Alberto Aguirre, aquel que lloró ante la tumba de Marx en Londres, dirigió su revista con mano férrea. También en ella colaboró Álvaro Sanín, abogado, que luego sería el director del Cine club Ukamau. Aguirre muy crítico, y muy procubano, también le puso punto final a su revista en el número 8.  Su sede era ya La librería Aguirre en Maracaibo. El Cine club poseía una biblioteca con revistas especializadas en la materia y con suscripción a Sight and Sound, Cahiers du Cinema, Positif.

 En 1977 murió el Cine club de Medellín debido la politización de los foros. El grupo de colaboradores no se dispersó, sino que Aguirre era imperioso, además los costos de funcionamiento eran altos. Aguirre sin ira añade que simplemente se aburrió ya que a él le tocaba hacerlo todo. Eso sí, olvidaba que como había dicho al comienzo que el secretario general de su ilusoria troika era el que mandaba, también le tocaba hacer de todero. Según el mismo Aguirre, se cansó del cineclub porque le tocaba hacer de todo, repicar y estar en la procesión, escoger la película, hasta revisarla desde la mañana. Una vez llegó de Bucaramanga El tesoro de la Sierra Madre de John Houston y él, junto al operador debieron ordenarla durante tres horas.


Luis Alberto Alvarez

Intelectualmente del Cine club de Medellín, de sus personas cercanas, solo mantiene su pulso creativo con el cine Orlando Mora. Él ha sido profesor de cine de la UPB, aun escribe sobre cine y dirige el Cine club de EPM cada viernes. Ha escrito Que nunca llegue la hora del olvido (1986). También ha sido director de programación del Festival de Cine de Cartagena, ha escrito en El Colombiano, en El Mundo, en Kinescopio, Cine y Cinemateca.  La música que es como la vida, 1989, dedicada a varios cantantes a los cuales ha entrevistado como Álvaro Dalmar, Lucho Bermúdez, Esthercita Forero, Luis Uribe Bueno, Frank Domínguez, José Antonio Méndez, Armando Manzanero, Susana Rinaldi, y Mario Clavell, donde al entrevistarlo ausculta en ellos algo primordial su acercamiento con la música. Y así mismo también se convierten en una referencia para el propio autor que ha escogido a aquellos compositores y cantantes que lo obseden.

Orlando Mora ha recopilado algunos de sus textos de cine en Escrito en el viento (1994). A pesar de su escepticismo ya que dice en el prólogo: “…refleja bien el sentimiento con que se escribe en los periódicos, siempre convencido de que lo dicho estará irremediablemente condenado a la lectura del día y al subsiguiente olvido”. 

Hubiera sido atrayente conocer sus primeros escritos para trazar un perfil de su aspecto creativo. Estas crónicas, las escogidas, permiten dar una mirada a una forma muy personal de ver y analizar y de pensar el cine en un momento muy determinado, con esa pasión por el cine mismo en cuanto obra de arte. No me explico cómo Orlando Mora no se impregnó de esa radicalidad de Aguirre, que en el fondo era un moralista, ya que no afectó su manera de escribir y de ver cine desde un punto tan diferente más lleno de análisis y de amor al cine mismo.

Esta conversación entre Orlando Mora y Carlos Uribe ha traído una memoria sobre la ciudad, y develado en parte lo que fue la significación del Cine club de Medellín, para establecer ese camino que vendría con los otros cineclubes, así como la presencia en esa ciudad que buscamos y que huye, que posee su luminiscencia por esos caminos arduos del cine.

Teatro Colombia, a la derecha, (1971
Teatro Colombia ( Gabriel Carvajal)






lunes, 20 de abril de 2020

Intermedio de Óscar Botero G.

Oscar Botero G. (Babel, 2020)



Intermedio de Óscar Botero G.
Víctor Bustamante

No sé la razón por la cual Óscar Botero mantuvo guardado uno de sus trabajos cinematográficos, si desde hace años las personas que hemos estado cerca de él, hemos tratado de abordar la cuestión del cine, desde la época de los cineclubes, del Ukamau, digo. Así como de los diversos seminarios en o a las proyecciones de cine en los 80 empezaron a cautivar y a advertir otra manera de acercase al cine, como filmar diversas propuestas de guiones, cuando el ambiente de cine surgía con una fuerza inusitada y un puñado de personas queríamos aprender la parte práctica de cine ya que no había donde llevarlo a cabo, o a escribir de cine como una manera de acercamiento. Sí, era imperioso pasar de las pantallas de los teatros a lo práctico: hacer cine. Eso sí unos pocos lograron filmar sus guiones, unos pocos fueron los elegidos por ese dios caprichoso de la creación que ha permitido que ahora sepamos de este corto metraje donde Óscar Botero enseña su capacidad creadora, su único filme hasta ahora visto apenas en estos días del corona virus que no olvidaremos y persistirá como una fijación, una pésima fijación de estos años de aislamiento.

Óscar Botero, siempre ha sido un adelantando en el aspecto técnico de la fotografía. A él se le debe aún la presencia de una exposición, Estripados, donde es notoria la diversidad de colores con sus formas caprichosas y es que al fijarnos bien se trata de un experimento, acaso, en un laboratorio de biología, donde el fotógrafo nunca preguntón decide ampliar estos insectos y de ahí obtener nada menos lo que podría llamar una serie de representaciones conceptuales que apartan de la fotografía realista que se estila con tanto denuedo en Medellín. Además, estas imágenes fueron fijadas en un plástico de un tamaño apreciable, por lo cual recordamos estos momentos. Daba la impresión de que Óscar no quería realizar más fotografías realistas, ya que él quería buscar otros caminos y experimentar otro lenguaje, diferentes temas, y lo otro que Óscar ha estado muy cercano a al movimiento teatral de la ciudad. Hay fotografías de él que son ya iconos de algunos carteles de teatro, como es el de Oh, Marineiro, que siempre identifica esa obra. Allí una mujer, ¿la parca?, con un turbante negro sobre la frente y un manto que la cubre, así como su rostro blanco, las cuencas de sus ojos sombreadas por círculos negros, así como sus labios también negros. Su rostro sin expresión, solo las huellas casi a punto de una sonrisa al cerrar los labios, que la cámara fotográfica detiene en ese instante, contrastando con el azul intenso de una noche, como si ella, a esa hora, saliera de su mundo, donde las ramas secas de los arboles arañan y cuartean ese cielo con sus presagios.

Oh, Marinheiro, (Oscar Botero)


Ahora voy a referirme a la sorpresa de un cortometraje suyo, Intermedio, 1992, bajo su dirección, y como asistente a Juan Guillermo Betancur, la música Gustav Holst y de Oliver Messiaen con variaciones sí diabólicas de Diego Sánchez, obrando como contrapunto indispensable para crear esa atmósfera de lo lúgubre como al interior e interior, en el cuarto. Para mayor asombro el actor, es Gustavo Montoya que no sabíamos de sus incursiones en el cine. En Estripados y en Intermedio que está Oscar en sus preferencias creativas, notamos lo siguiente, a Oscar le gusta buscar las experiencias límites. De una los insectos incomodos, sino ampliados para mirar los colores de la muerte que en esas fotografías adquieren una plasticidad, eso sí alejada de la extravagancia. Y aquí en Intermedio, es el mundo de alguien que vive en las entrañas de la tierra, mejor de un cementerio, y ese personaje es nada menos que Gustavo. Entre Estripados e Intermedio, hay dos fronteras que amparan su creatividad, la indulgencia hacia los insectos rescatados en la magnificencia de su muerte, en la especulación de sus colores y en el mimo que en el subsuelo que se regodea con su propia soledad sin caer en cuenta que ya está muerto.

Esta cercanía con el teatro, como fotógrafo, ha llevado a que, en Intermedio, Oscar asuma la presencia del acto creativo, teatral en su obra. ¿Por qué escogió un mimo y no ha dejado que el actor hable, sino que grite de una manera desgarrada solo una vez? ¿Le ha bastado solo ese grito para sacudir al espectador, para que Gustavo no utilice su voz portentosa? Y es que básicamente un mimo es un actor poblado de silencios y de pausas, aunque aquí Gustavo no se haya preso como Marceau en una jaula invisible ideada por él mismo, aquí es el actor que se haya preso en el silencio y en la oscuridad, y en esa tierra de nadie de una rutina y de un aislamiento total que el mimo asume con un gesto de desdén a veces, pero que lo asume en una aparente serenidad hasta el grito, su grito, destila toda su tragedia.

Estripados de  Oscar Botero G. (1992)


Gustavo aquí no habla, es un mimo mimado, que al despertar no ve escarabajos ni insectos de ninguna clase, sino que muy elegante, siempre se levanta y acuesta impecable, de cachaco. Su preocupación mayor es la disposición para persistir en su rutina y su preocupación fundamental: ordenar sus palillos cuando cena porque es el único rito que parece que le preocupa, junto a tender su cama y a limpiarse su saco. El mimo solo posee un ámbito, el de la oscuridad, lo obsede desde el despertar a la noche y así la luna esquiva pasa como una saeta, y toda esa vida, hombre del subsuelo con un único gesto de desdén, y de asombro, cuando se mira al espejo, y en el grito que da que lo desgarra parece El Grito de Munch que sale del cuadro. Precisamente al recordarse, al mirarse, al saber que es él mismo en ese diálogo visual de un solo lado, que no olvida esa costumbre muy humana de mirarse al espejo para no poblarse de silencios, sino de preguntas que nunca dirá pero que sí lo ahogarán. Él saber que está muerto, y un muerto no se mira al espejo, ya que se distinguirá en toda su carnadura, pero este hombre muerto, no envejece, su tiempo se ha detenido acaso en una suerte de limbo que lo mantiene intacto en esa atmósfera donde el doble lo repite en sus gestos y señales, en la presciencia de su rostro, en los ojos que todo lo ven y lo definen en medio de las paredes de la noche y su pérdida de paisajes; solo el interior lo posee, no lo acosa, y es que los palillos y el espejo y la rutina continua de comer y dormir es la vida de este mimo en el subsuelo, al requisarse visualmente  que se espanta ante su mismo doble.

Cuando sube la escalera caemos en cuenta que el mimo, sale nada menos que de un cementerio y precisamente es el de El Peñol, que ha perdido su significado sagrado, ya que los muertos fueron trasladados, y al cual se le derrotó de una manera total al usurpar la historia de este pueblo de tantos años y sepultarlo bajo el agua, ya que el progreso avanza con su poder destructor como ese ángel de Benjamín que no debería mirar hacia atrás, salvo que en la sequía del 92, bajo el mandato de ese presidente Gaviria, mediocre y con buena estrella, lanzado a ese solio desde un cementerio, con ese slogan trapero que fue una estafa: Bienvenidos al futuro, y es cierto, ocurrió el apagón que nadie preveía y menos a Gaviria embelesado con  la Apertura económica, pero ahora hay que recordado por esas horas de tinieblas, en los apagones que llegaron y sellaron su periodo presidencial. Pero dejemos a los políticos en sus veleidades y sus discursos de risa y sigamos con el cine.

Gustavo Montoya en Intermedio (1992)


Luego de que el hombre del subsuelo, sin nombre, anónimo, pero elegante camina por sus pagos, el cementerio de El Peñol, donde vemos surgir sus ruinas después de la sequía, ante la inutilidad de esa atmósfera de progreso y de su otro rostro, el fracaso de esa política energética. Este hombre pesca, pero sabe que todo en la atmósfera está más que muerto. De ahí que solo lleve a su casa que es su caverna nunca la de Platón sino la de otro dios menor a veces siniestro Hipnos, su logro, las espinas de pescado que lo a acompañan dentro de la oscuridad, Nix misma, en la cual se sume luego, al regresar.

Hay una constante en Intermedio, en este hombre del subsuelo, y es su concentración, su persistencia en escoger los palillos, con ese rigor de quien vuelve una y otra vez. Solo lo saca de su tiempo la decisión de arrojar los palillos y luego irlos cogiendo uno a uno, como si poseyera la paciencia de un monje budista, debido a su circunspección y persistencia. A veces uno cree que este es el Mikado, juego de palillos de colores que se juegan de la misma manera, salvo que aquí solo hay un solo color, el tono de un amarillo desbordado de la madera. Cada palillo, en este monólogo, se debe tomar sin mover los otros. Lo cual exige pericia y aun más concentración. Si fallas sales del juego, de ese juego, de esos juegos chinos que a veces cautivan, pero solo un momento. Pero que, a veces, cuando llegan remotos quizá del desborde de un laboratorio o de qué extraña combinación.

Si bien muchas veces una obra es producto de un momento determinado, Intermedio, con sus imágenes y símbolos expresionistas pervive y nos enseña una mirada sobre la muerte como algo sin tristeza pero sí con mucho estoicismo donde un gran actor, Gustavo Momtoya, no habla pero con sus gestos aún continúa pendiente de ese juego solitario donde él puede manipular su destino, la esencia de su vida, preso en las paredes de esa eterna noche, la muerte, que habita y el juego que lo ocupa y lo aparta de esa realidad que no le interesa.

Oscar Botero, ha expresado la parábola kafkiana a su manera les ha otorgado todos los colores y sus galas a los insectos, para ello los ha situado frente al lente del microscopio y los aumenta con la cámara fotográfica, en cambio al mimo, Gustavo Montoya, en este caso un Gregorio Samsa que despierta y duerme en este círculo virtuoso de su no tiempo, lo ha dejado deambulando  en la cámara oscura de la cámara de cine, que es su cuarto, donde lo ha condenado a jugar en un eterno retorno con los palillos como alegoría misma de la crudeza humana.


Gustavo Montoya en Intermedio ( 1992)








LA DERIVA DE LA IZQUIERDA ESPAÑOLA / Darío Ruiz Gómez




LA DERIVA DE LA IZQUIERDA ESPAÑOLA
Darío Ruiz Gómez

En un reciente debate en el Congreso de los Diputados en España  acerca del problema del coronavirus el nacionalista catalán Rufián llamó la atención sobre la existencia de numerosos padres  o madres de familia que por su pobreza no tienen con quien dejar a sus hijos en estos días de encierro. La respuesta de Pablo Iglesias el Vicepresidente representante de PODEMOS el movimiento de Izquierda supuestamente defensor de las clases populares fue inesperada: ” Tengo suerte de tener un jardín para mis hijos”  Se  refería a su chalet de Galapagar cuyo costo fue de dos millones de euros en un barrio de la esa   casta social que tanto atacó Iglesias a lo largo de su militancia “proletaria”, chalet con jardines y piscina y que disfruta con su compañera la Ministra Irene Montero  quien igualmente ilustra la presencia en el gobierno Sánchez  de un curiosísimo  populismo: ”Necesitamos –acaba de decir con su fraseología  -una vacuna antivirus y antifascista”  La Montero ha estado recluida en su chalet pues dio positivo de coronavirus después de la  marcha feminista que ella con la  esposa del Presidente Sánchez encabezó a pesar de que  un mes antes  se había advertido en España lo peligroso de esta manifestación  ya que se habían conocido los primeros casos de lo que rápidamente  en España se convertiría en una pandemia que hasta hoy  se prevé podría cobrar la vida de 35.000 personas.  Pero ¿ Pero lo que la ciudadanía se pregunta es cuánto dinero ganó Iglesias en su colaboración con el régimen chavista cuyas consignas aún hoy defiende ? En plena pandemia  la  obsesiva  y única  tarea de Iglesias  parece haber  consistido en dos claros actos de punible deslealtad  en un  Vicepresidente  de Gobierno: convocar a  un cacerolazo contra el Rey, y twitear contra éste  condenando su presencia  ya que su  gran pecado  consiste según Iglesias,  en “aparece vestido de militar” olvidando tal como se lo ha recordado José Antonio  Zarzalejos  que  de militarotes  vistieron y visten sus  admirados hermanos  Castro, Perón, Chávez, Ortega y hoy viste Maduro. Se podría hablar de contradicción  entre  la lealtad a su militancia personal  y la lealtad que debe guardar al Gobierno del cual hace parte, Gobierno presidido por el Rey, pero  la contradicción es  algo  muy diferente  al  oportunismo  de  un  arribista  perteneciente  a un grupo  que  políticamente  había desaparecido en  las últimas elecciones  pero que,  sorpresivamente,  Pedro Sánchez  resucitó, en el momento en  que sin escrúpulo alguno  y con tal de  seguir  a toda costa en el poder  fue capaz de pactar  con PODEMOS y con  los Soberanistas  mediante  una  vulgar estrategia.  Los errores, vacilaciones  del Gobierno de Sánchez –torpeza burocrática, ignorancia sobre los contenidos específicos- han  conducido - por falta de previsión para declarar el Estado de alarma-   a este horror que ni Goya hubiera imaginado  y  que ya ha trastornado  la vida social  y a derrumbado la vida económica de España sumiéndola en una nueva pobreza. Para Irene Montero era más importante sacar adelante  su pija  “Ley de libertad sexual” que prevenir lo que para las mujeres trabajadoras  en condición de pobreza,  para las jóvenes sin futuro supondría  la  amenaza ya comprobada   de la pandemia.

Este  libertarismo  pequeño burgués  alcanzó su  más delirante manifestación  con  aquella frase impactante de  Celaá  la aristocrática  Ministra de Educación:”Los hijos no pertenecen a los padres, pertenecen  al Estado” que, recordemos, el mismo estalinismo  debió  rectificar a  tiempo. O sea que para los Podemitas  lo más importante no es enfrentar   los horrores  de la pandemia  y sus miles y miles de muertos sino  aprovecharse  de la falta de carácter de Sánchez,  ir haciendo, solapadamente   la “revolución” a base  de  revanchismo,  olvidando el llamado a la solidaridad social, el acompañamiento a los  sufridos  ciudadanos.  Ya la lucidez de Félix Ovejero en su penetrante análisis –al cual he aludido en varias ocasiones-  “La deriva reaccionaria de la izquierda” nos había ilustrado sobre lo que históricamente ha supuesto  la degradación   de las verdaderas  ideas de una izquierda democrática  en manos  de un populismo reaccionario  alejado  de la clase obrera y  que ha  ideologizado  y  atomizado   las  reivindicaciones  de las mujeres,  olvidando a la juventud  y a la vejez,  a la cultura, propiciando no la emancipación sino el sometimiento, alentando secretamente con Sánchez  la censura sobre los medios de comunicación en un intento claramente  chavista  de eliminar  toda voz contraria. P.D. Es necesario salvar las librerías.


sábado, 18 de abril de 2020

Yo, el inmigrante de Mario Alberto Agudelo M.

 Mario Alberto Agudelo M.

Yo, el inmigrante de Mario Alberto Agudelo M.

Víctor Bustamante

Casi siempre los críticos de cine, imbuidos de esa aureola de ser los descubridores del cine o comentar cineastas con propuestas sugestivas, terminan ingresando a la pesada lista de la farándula que es tan cercana a esta forma de expresión, y así acaban pareciéndose tanto a los personajes que deambulan por las llamadas galas, o pisando la alfombra roja de los diversos festivales de cine, y solo andan especulando sobre las mismas películas que habla todo el mundo, las de éxito. Nunca arriesgan un texto o una mirada sobre una película que merece ser analizada, sino que piensan que andan encumbrados, así como encumbran las mismas películas. O sea, un crítico en la mayoría de las veces,, piensa que está pontificando sobre una película cuando su punto de vista es el mismo al de la mayoría con alguna variación, pero en síntesis lo que hace es la reiteración sobre la película de moda a la cual se le pliega con tibios comentarios matizados de cierto esnobismo para poder pertenecer a ese mundillo de alfombrillas rojas y un largo etcétera, de la farándula. Y no es para menos, en él aún ronda la idea, solo que no la menciona, de saber que el cine, en la mayoría de los casos, es una industria muy poderosa que a veces entrega unas buenas películas y donde reverenciamos a algunos directores. Se debería buscar el otro cine, el que se realiza lejos de las actualidades que se imponen, lejos de los templos de arena. Pasada esas dosis de publicidad y de escarmiento, busquemos ese otro cine que se realiza, ese otro cine del cual no sabemos dónde anda, pero que describe otras posibilidades. El marketing es fundamentalista, por esa razón buscamos otros realizadores en esta ciudad donde solo el cine de la mafia y su corte de tercermundismo es notorio.

Dentro de este esquema, nunca de seguridad, que es el único del que oímos hablar, sino de conocer, iba a decir otras voces, sino más bien otros realizadores. Desde hace tiempos hemos tenido una cita inconclusa con Mario Alberto Agudelo Montoya, cita que se diluye debido a lo áspero en este tiempo de encierros y del nunca anhelado coronavirus. He mirado uno de sus cortometrajes, Yo, el inmigrante, el cual toca uno de los temas que más se ocultan en la ciudad de todos los eslóganes, Medellín, arribista hasta al desespero, extensivo al resto de un país que hace tiempo padece la conciencia municipal de sus dirigentes. El corto trata de esas personas que deben irse a otros países, a otras latitudes, ya que en el medio las posibilidades de una vida digna, se convierte en una supervivencia más que indigna. Por tal motivo es innumerable el tipo de personas que no tienen que huir amenazados, o auto amenazados, sino que también deben precisamente huir, pero una huida voluntaria, casi estigmatizada por la derrota previsible en muchos casos, para cristalizar un proyecto de vida. O la delincuencia o la guerrilla, dice Orlando, y es cierto, en uno de esos extremos se encuentra la definición de vida de muchas personas. Es el caso narrado sobre la vida de Luis Orlando Isaza, quien luego de 18 años de vivir en Abejorral y de donde debe huir con su familia a Medellín, a Manrique, luego a Envigado, a soportar otro tipo de violencia, esa que flota y señala, esa que es aún más indigna: la del desalojo y la de la exclusión.

El corto se abre en el aeropuerto José María Córdoba. Un aeropuerto es un lugar de nadie, solo demarcado por dos posibilidades, huir o regresar. De ahí que los forasteros siempre andan de afán, ya que en la mayoría de los casos no tienen a nadie cerca. Luego vemos a Orlando León Isaza, llegar a su casa, a su refugio logrado, su residencia campestre en La Ceja, donde disfruta ese largo periplo de regreso por los Estados Unidos donde se ha formado como una persona de bien. Y cuando digo de bien es porque él ha viajado y ha estudiado, nos ha colmado de su solidaridad y nunca ha sido marcado por el atavismo moral de haber estado en prisión por sus delitos, sino transgresor y crítivo. Pero qué hace Orlando, nunca el furioso, frente a la tele de su casa, nada más que ver la campaña de Trump contra los malos emigrantes que Orlando desdice con su historia, y es que ahí mismo surgen las reflexiones sobre la cuestión política de ese país al cual él ha sentido y ha vivido desde 1965, en los años atrabiliarios y de perdidos himnos con los cantos de paz de Bob Dylan hasta los días de hoy. Orlando fue testigo del movimiento de derechos humanos encabezados por Martín Luther King, del sufrimiento de las Panteras Negras y le tocó participar en las manifestaciones por la paz. Es decir, estuvo ahí y vivió, padeció, miró, y fue sacudido por el centro de poder del mundo, mientras nosotros lo veíamos por la tele, como consuelo, cosa seria. Allá Orlando ha estudiado, se ha casado con una mujer israelita y su destino lo ha llevado a casarse con una peruana.

Todo ello matizado por un carácter sereno y reflexivo que sorprende en todos sus actos, en su estudio, en sus trabajos, en su ser que enriquece la visión que existe sobre ese otro carácter de ser antioqueño: la solidaridad y algo desusado la entra total, así Mario nos descubre y unos describe un ser humano en toda la extensión de la palabra. Esos seres de los cuales se habla poco pero que nos sorprende ya que las noticias y la prensa se cubre de obituarios como una manera espontánea y atrabiliaria de atraer lectores.

Narrado en forma de contrapunto a una escena comprende otra como compendio de la huida o la llegada de nuevo a Abejorral a la que fue su casa, a ese lugar que le mereció a Porfirio uno de sus más soberbios poemas, y lo parafraseamos, ¿Es esta la casa que fue de Ricard?; su casa misma, aquel espacio donde vivió su infancia que es uno de los regresos que más sacuden. No con menos presencia las mismas ausencias en Manrique o en el parque de Berrío o en Envigado. Ágora de los sacrificios y de la sangre durante la Violencia. O caminar por la plazuela de San Ignacio, en el Paraninfo de la U. de A., donde Orlando estudió.

Así Mario ha descrito en un corto los motivos del viajero, esa constante de Orlando en siempre vivir en un país extraño del cual es ciudadano y del cual se apropió de su lengua, de su ser, que lo disfrutó y se preparó al máximo, pero, y ese, pero, se abre con la infinitud de saber que debe, que quiere regresar a su país como otra de esas metas que percibe el inmigrante o emigrante, en esas tierras que de todas maneras le son ajenas. Él sabe que su vida está acá, a pesar de toda la ferocidad en su interior, y que él regresará ya como otro sueño, para afincarse a rumiar sus bondades, su tranquilidad en su oasis, su finca en La Ceja.

Orlando ha regresado sin heridas, sin estigmas, vivió el mundo en un momento crucial. La vida allá lo ha macerado para llegar de nuevo y se ha impregnado de esa suerte de orfandad del viajero que ahora se encuentra en puerto seguro y, a lo mejor, estará dispuesto para huir, para viajar de nuevo porque él ya sabe el sufrimiento y el otro extremo, el sabor del triunfo, al haber regresado sin ningún atisbo de maldad.

El padre Vicente Restrepo y su labor social en los barrios más desahuciados, ha llevado a que Orlando ejerza su liderazgo y después regrese a Moravia donde su presencia no es lo inmediato sino la certeza de su llegada, de su filantropía, junto a su esposa, para buscar el mismo país peor que siempre.

Mario ha narrado una historia de vida, pero no una historia de vida de la lástima o de la violencia per se, sino la vida de una persona con tesón y con temple y eso que hemos perdido. Orlando ha viajado a un país extraño que le ha abierto sus puertas, pero no él no se ha dejado engullir por el gran país del norte, sino que ha mantenido eso que se llama bondad, que lleva a la solidaridad, y que Mario ha descubierto para contarnos que aún hay personas y, sobre todo, una persona que regresa a contarnos como se puede vivir sin estigmas, pero sí con esa adhesión que respira y suscita Yo, el inmigrante.

Escucho como un homenaje a este precioso y tan presente cortometraje,de la Colombia All Stars, El Emigrante Latino, lo canta Juan Piña, acompañado por Piper Pimienta, Joe Arroyo, Wilson Manyoma, Jairo Licazale. Na-da, y, por supuesto, Fruko con su bajo, y cosa rara Jimmy Salcedo en el piano. Las trompetas con su sonido de metálicos ritmos horada esta noche de abril 17 y otorgan esa saudade peculiar, intensa, inobjetable, cubierta de la misma desazón que sienten las personas que emigran, eso sí matizadas por los desvaríos de la trompeta pocket que asaltan esa valiosa canción. Hay tanta sonoridad en la voz aguda de Piña, que destroza esta noche y hay tanta fuerza, tanto nervio y tanta presencia en sus otros músicos con el sabor de la primera salsa colombiana, así como hay tanta ausencia en quien se va. Así, Juan Piña persiste:

Soy emigrante latino
Que llora en la lejanía
Añoro el pueblo querido
Que le dio luz a mi vida.
Tierra pedacito de cielo
Que diste un día a mis ojos luz
Puedo volver a cantarte una
Serenata por ti mi amor.

La música lo expresa todo y así mismo persigue y trae al inmigrante / emigrante. Mario nos da las imágenes, la ductilidad de su talento, y Orlando León Isaza cuenta su historia de tantos regresos como testigo de primera mano, mientras un ron extiende la noche vacilante, altanera y eterna, como memoria por las huidas, por los que se van, por los que emigran. Ah, he dicho los que emigran.