domingo, 26 de abril de 2020

Horas sin tiempo de Raúl González / Víctor Bustamante



Horas sin tiempo de Raúl González
Víctor Bustamante

Cada que me encuentro con Raúl González es algo inesperado, ya que habitamos casi los mismos lugares de la ciudad. Una caminada por Junín, Versalles, a veces, el Parque del Periodista, otras, Katrú. Pero cada que lo encuentro debo ir a saludarlo para intercambiar algunas palabras, por una razón de peso, hay amigos con los cuales, después de unas copas o de alguna discusión de cine o de algún libro, es necesario reiniciar ese diálogo interminable, presente. Uno de sus espacios creativos, plenos, es la ciudad; esa ciudad que él ha fotografiado, que ha caminado, que ha buscado, vivido y bebido, con un tamiz esencial, la noche, y que ahora poetiza, atrapa con sus palabras. Lo atestiguan La Arteria, El Jurídico, La Huerta, El Oro de Múnich, La Bahía, El Panamá, El Tibiri Tabara y, sobre todo, La Boa. Postas para la noche con la lucidez de la conversación con los licores que alegran y persiguen el límite de la madrugada. El cine, la fotografía, la factura gastronómica, viajar y la caligrafía lo mantienen activo como temas sustanciales. La pasión por los haikús tal vez lo asemejan a otro vagabundo, Matsuo Basho, que poesía su cabaña alejada del mundanal ruido para poder concentrarse en esas pocas líneas, y escribir: Este camino nadie lo recorre salvo el crepúsculo. No sé si la afición de Raúl por el haikú se deba a esa probidad y silencio del escritor japonés. Lo cierto es que comparte con él su aserto por los haikús sin ser un devoto malgeniado, que se asusta cuando le realizamos bromas, ya que Raúl es un poeta de verdad. Su alejada cabaña en San Jerónimo, su continuo caminar por las montañas y caminos, sus extravíos en los bosques dan la cercanía con Basho. Allí, en su refugio del Llano de San Juan, ha adquirido la mesura cuando se aleja solo un poco de la bohemia citadina, ya que Raúl González posee la ciudad no solo con sus pasos nocturnos, sino con sus largas marchas protegidas con esa paz y esos silencios que el poeta necesita para suspenderse en el éxtasis preciso de la creación y de sus silencios.

Todo lo anterior para establecer ese diálogo entre lector y escritor. En estos instantes me detengo en su libro de poemas, Horas sin tiempo (2010, Los Octámbulos Ediciones), para iniciar una conversación con sus poemas, como diría Quevedo, En la paz de estos desiertos y con tantos doctos libros juntos. El libro media entre el lector y quien ha escrito. En el texto perduran sus palabras que lo expresan y que seguro él ha buscado y vivido; esas palabras que permiten que él aprese y exprese los días, su experiencia cotidiana, así como esa experiencia interior que lo conduce a la necesidad de escribir, ya que él debe formular lo que ve y siente. En estos poemas Raúl posee una escritura definitiva, ya que posee su propia expresión sin titubeos para percibir su sensibilidad ante el refugio del campo como experiencia continua, la noche como impulso de sus encuentros, así como de la soledad que lo lleva a interrogarse sobre la escritura como un posible terreno no baldío, sino lleno de presencias que lo conducen a la reiteración del ser; en ellos se afirma. Un libro es una carta arrojada, enviada, entregada al mar del tiempo y de la noche, y que el lector recobra en la playa de este día de abril para encontrar sus palabras, ese diálogo que persiste de otra manera al pasar y leer y releer cada página para encontrar el sello de quien escribe.

Pero, ¿de qué trata y qué significa Horas sin tiempo? La pregunta surge porque un título expresa a quien lo escribe, un título es el portal a su morada, a su morada interior, repito, ya que los títulos son pensados, son escritos, reescritos hasta que se convierte en ese aviso necesario en la vera del camino, de las noches o de los días, y en la inmensidad de los libros alineados en un cuarto.

Horas sin tiempo según el poema del mismo autor, responde a esa pregunta, enseña en la sumisión del alba la mirada absorta, llena de perplejidad de quien escribe y describe a partir de las gotas de agua que caen a los frutos y a las hojas. A esta hora es el inicio de la creación de cada día y, de repente, se agolpan en el poeta los parajes que salpican el alma, los pensamientos del hado, los ensueños, los dioses desperdigados, las grafías de la muerte que, “penetran como hiel en lo profundo del ser”, mientras el agua se desliza lenta y continua sobre las rocas. El poeta se descubre asombrado en la irrupción del alba misma y en la contemplación del día que abre el mundo, pero que lo arredra, lo sobrecoge, en ese éxtasis que lo llevan a interiorizar lo antes dicho. De ahí que el primer capítulo, Diario del campo, el poeta asume su comunión y conjunción con la naturaleza de una manera total donde él se haya a gusto: placidez y silencio, tranquilidad y meditación, lo llevan a detallar esas hojas, esos árboles, los pájaros, el ámbito, el paisaje que lo sobrecoge. Estos poemas demarcan su alejamiento con la urbe. De ahí que en ellos notemos mucha prolijidad, mucha comunicación, mucho apartamiento para detallar cada momento, cada experiencia, cada hoja, cada árbol, cada fruto. Incluso sentimos el agua que gotea bajo la luminosidad, de la misma luz que la define, y él debe contarla.

Ya en Diario de la noche, el poeta, aun inmerso en el campo con esos paisajes que ya son su huella, se abre a la escucha de los sonidos de los grillos, murciélagos y de otras presencias que en la noche pueblan, ese pasaje hacia el interior, pero que no lo horrorizan, sino que parten el silencio alumbrado, a veces, por la Coleman donde el poeta se haya solo en compañía del paisaje que él disfruta; paisaje que es suyo y, además, en ese paraje construido con sus manos, la casita, la cual describe con ternura, como la morada, su morada, extensión de su refugio.

En Diario de viajes el poeta busca otros lugares y ligares, hay un hotel con ruidos y ritmos nuevos en la mañana. Irrumpen ancestros, deidades, sendero de piedras, la ciudad costera donde escucha vallenatos que describe, pero no nombra. Así como navega el río Guayuriba, donde ha practicado rafting sobre el lomo de ese río que es manso, a veces, y otras es torrentoso, desafiante. También hay un poema, el más sentido de todos, “Signos de memoria”, dedicado a la abuela como la expresión de ese viaje sin retorno: la muerte.

En Diario de ciudad, ya aparece el otro destino de Raúl ser un caminante citadino. Él nos dice con sus palabras: “…ciudad de sueños detenida / en el silencio y en el ardiente goce / ciudad fluyente de ti”. El poeta ha dicho, ardiente goce. Cierto. La ciudad le trae otros caminos, que son las calles pobladas del ideal posible, la fiesta, las mujeres, el licor que desborda, así como esa colcha de la noche que cubre los lugares para que el poeta se asile, y vuelve a salir; allí esperan sus amigos. Hay otros lugares donde habita la vida en todo su fragor, y el recuerdo de la mujer como en Desolación, con el rasgo de los años que la sacuden y cortan la piel mientras el poeta huye a la noche; se asila en ella. El poeta se haya sacudido por esas calles, que alguna vez marchó con las lecturas de carteles que vociferan reclamos y con la factura de esas voces buscando un mundo mejor que nunca llegó, pero no lo hace como un fracaso sino como la pregunta ante el paso del tiempo que lo arredra en esas horas sin tiempo en que la ciudad lo obliga a asilarse en sí mismo. En estos poemas, él se hace más preguntas por su ser. Llegan los recuerdos, las temibles nostalgias que asoman sus hoscos atisbos y pesares. Pero el poeta no sucumbe a la nostalgia, mejor dice: "Somos tan frágiles / cuando caminamos / por oscuros callejones /confiados /en el silencio de la noche / en la lumbre /de estrellas/ tenues rayos de luz / la ciudad".

Hay un poema, En la sombra del tiempo, el perseguidor anónimo prefiere seguir y mirar y admirar la chica que va tranquila sin saber que alguien la ha mirado, que alguien la ha admirado y la ha detectado, y por eso ha olvidado para donde va y él decide darse vuelta movido por la curiosidad que espolea esa desconocida que no merece una fotografía.

Ya en Breviario nos confiesa: “Bajo la resaca / estupor del alma”, y en Resquicios de tiempo, el poeta refiere y recrea en los haikús su poetizar y por esa razón escribe de esa manera pequeños pensamientos donde no olvida sus temas, el campo, la ciudad, el ser mismo que lo habita y escribe, y ante el cual las calles y el devenir del mundo lo mantienen alerta de lo que observa.

Para el poeta el paisaje del campo con su exuberancia y detalle, así como los viajes, la noche y la ciudad pertenecen a esos caminos que él ha transitado. De ahí que persevere en ellos, son sus realidades. Además, la noche en la que mantiene su pulso, la noche altanera y eterna, le abre el filo de la ciudad y lo sitúa en su calidad de poeta y de transeúnte.

Esta tarde de sábado, 25 de abri,l he conversado con Raúl González a través de su libro, Horas sin tiempo, siguiendo de nuevo las páginas de su escritura; páginas donde ha dejado su ser, y esas palabras que son su tiempo, el devenir, la síntesis de sí mismo. Cae la tarde sobre la ciudad sitiada, solitaria, y entonces, la fiesta del silencio, kermesse inmutable, trae la celebración del primer libro de Raúl con sus poemas, y con sus poemas ese diálogo aún persiste.









7 comentarios:

  1. Qué bonito eso volver a recordar poeta... felicidades ....

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  2. Muy buena reseña. Muchas gracias Víctor Bustamante por divulgar lo bello. Y por su gracias a Ragohe que con su mirada sin afán, nos recrea momentos de verdadera poesía.

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  3. * corrección: ...Y por supuesto muchas gracias a Ragohe que con su mirada sin afán nos recrea momentos de verdadera poesía.

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  4. Semejante vagabundo trashumante, risueño, amable y grandilocuente de voz regulada y suave...debe inspirar a muchos acerca de los beneficios de ser constante en las causas nobles de las letras y la amistad...gracias Víctor..jcsp

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  5. Por supuesto que me refiero al hijo del odontólogo..Raúl González Hernández

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  6. Cordial saludo, me gustaría saber si Raúl tiene una página en internet de sus fotografías o podría montar las fotos de su exposición fotográfica que hizo en Katru de los habitantes de la noche en internet : podría ser en una página web o en instagram o en flickr que es una página para fotógrafos, gracias...

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  7. Raúl González es el mejor poeta del grupo los Octambulos. Se le nota en su filigrana escritural..

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