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Lucia
Agudelo la Barca de los Locos, Deslices
Víctor
Bustamante
Cómo
no tenerla presente si en su acritud que la ha llevado a mantenerse al margen
por tanto tiempo, pero no un margen del alejamiento sino otro más preciado, su
propia lejanía impuesta y certera para no volverse ávida de halagos, sino que,
en la premura de su existencia, saber que ella permanecía, alerta, firme y
atrabiliaria para unos, cuando sabíamos que era indispensable ese apartamiento,
de la misma manera como, con su cercanía, insuflaba a Bernardo la tranquilidad
para ese don de su creatividad, en ese estado de alerta y desconfianza, ante
todo, porque Bernardo nos dio una lección de cómo debía ser un artista en
tiempos donde la vanidad empobrece cualquier actitud creativa y crítica,
desafiante y vigorosa. En ese saber del mismo Bernardo en mantenerse a flote
con la égida y la compañía de esta mujer que no solo ha dado todo, no solo por
el teatro, para que estuviera alerta y no fuera cooptado por el entretenimiento
sino también que creyó en él, que lo acompañó a través de la azarosa vida de un
artista; de dos artistas como ellos, que lo dieron todo, y así, en la calle, en
su teatro que no necesitaba sedes ni el embargo tribal con la presencia de otros
indolentes, fue capaz de mantenerse tantos años ahí en el Parque de Bolívar,
donde los espectadores pasan o se quedan o tienen ese encuentro fortuito de dos
personas que decidieron llevar, portar el preguntar continuo con esa serie de dudas
a esas personas del llamado teatro local. Lejos de aquellos intelectuales de
cartilla o de aquellos militantes que ofrecían la placenta de un mundo feliz,
mientras ellos dos, a puro pulmón y con lo más cercano a dos personas, el
habla, fueron capaces de mantener ese espíritu crítico que no ha dejado que
Medellín se mantengan entre lo provinciano y el disimulo o, mejor, la simulación
como presencia en el arte y así extensivo a la vida cotidiana tan plagada de
zonas rosa. Nunca los acompañaron en lo masivo como presea escolar para la hoja
de vida porque ellos debían decir, decirnos, tantas veces a la cara, que el
arte, en este caso, el teatro, poseía otro destino sin desatino, la presencia
de ellos dos en una ciudad que nunca ha admitido a sus críticos porque los
aleja de la manera más disimulada y mentirosa, no mencionarlos. Y los aleja y
confina en ese lugar nunca denodado, el olvido como estigma.
Todo
en ellos, fue claro con una línea recta marcada por su honestidad donde sabían
de antemano qué horizonte acaecía, que su teatro no entregaría el cielo
esperado de plastilina y comodidad, sino un camino largo y tortuoso, eso sí
lleno de preguntas pesadas, innovadoras, cargadas, forjadas con mucho valor que
harían despojar de sus actitudes tranquilas en un mundo intranquilo a quien los
escuchara, a quienes los acompañaran cada jueves en sus presentaciones, ya que
la claridad, el tono de sus voces llevan a que esas mismas diatribas floten y
aun flotarán en el aire de ese parque enrarecido, donde acudíamos a verlos, con
la simpleza de su vestimenta, con la
medianía de su comienzo donde el portento de sus voces, de su
creatividad nos aislaba en ese mundo, en esa ciudad, donde la simulación y el
triunfo campea como norma.
Todo
en ellos, y ahora en ella, en Lucia, ha sido muy claro, el teatro ha sido
despojado de sus conjeturas de salón, de su actitud pasiva. Nadie como ellos ha
asumido esa actitud crítica ni en los momentos más duros cuando se bañaba de sangre
la ciudad. En esa contrariedad, ellos permanecían fieles y puros. No con la
pureza como extravagancia sino en esa lejanía que otorga quien tiene la
urgencia de decir, mientras en el otro extremo, unos aficionados, que se creían
poetas de dudosa ortografía pretendieron apropiarse de la ingenuidad de otros bardos,
empobrecer la misma poesía mientras salían a flote con la espuma sucia de sus
intenciones y de sus babas, hablando en Europa mal del país porque en su interior
esos falsos poetas salían a pedir de rodillas lastimosamente limosna para regresar
con medallitas de risa, asumiendo este arte como la simulación y como el
negocio más espantoso y lleno de descrédito que aún no se recupera. De ahí que
la actitud de Bernardo y Lucia siempre nos reconforta, por su sinceridad, por
seguir la línea de desconfianza que el Indio Uribe, Tejada, De Greiff,
Porfirio, incluso en la primera epifanía Nadaísta, cuando la transparencia de
sus criterios eran una norma y no una claudicación.
Bernardo
y Lucia nunca tuvieron máscaras para esconderse, todo en ellos fue y ha sido la
claridad, la constante de hablar con las palabras precisas, con la aspereza
necesaria, y con esa poesía que bulle en las calles cuando la alteridad y la
actitud acidular persiste en el mercado persa y avinagrado del teatro. Ellos
sabían que su teatro, su forma peculiar de encarar la situación, de decir sus
obras siempre estaría en un punto de equilibro en donde sí se miraba desde la
cuerda del equilibrista a cualquier lado, no serían aceptados, pero a ellos no
les interesaba ese agasajo; eran y seguirán, así de simple, marcando y definiendo
una actitud que los mantiene como ese par de personas valientes donde el teatro
y la vida se conjugan no como algo teórico sino con la praxis más temible,
sentirlo, vivirlo, y hacerlo parte de ellos mismos.
Hay
tres mujeres en Medellín que han marcado la pauta, y han pertenecido a la
vanguardia, mientras ni los mismos colectivos feministas se dieron cuenta de
ello. María Cano con el vértigo de su palabra yendo de ciudad en ciudad, y,
además, ser una gran poeta, no sacando los trapitos domésticos a la acerada
luna con el hombre como su pretendido enemigo, sino en esas mismas
instituciones haciendo pedazos el discurso oficial, y enfrentando con valentía
la demagogia de los partidos políticos, incluso de sus mismos compañeros que la
degradaron y la dejaron sola en su plenitud como oradora y líder de ese otro
país que aún no se define. La otra mujer es Débora Arango que pintó la
Violencia y la enfrentó con su arte, lo que ninguno de los pintores del momento
fueron capaces de enfrentar. Muchos de ellos se fueron a buscar la manzana no
de la discordia sino mordida por los dólares pintando gordas, y mientras el
otro, que no quiso ser su maestro, se asiló en el indigenismo. De ahí que Débora
supera la lectura, y, por tanto, la herida de una ciudad, de un país. Buscó a las
mujeres laceradas por el placer del licor y la pobreza en los bares de
Guayaquil. Ella no ingresaba a ninguno de esos sitios, pero sí las espiaba
desde la entrada de los bares, y solo le bastaba el rayo de esa iluminación para
pintarlas, para mostrarlas como el otro rastro que queda de Medellín. A ella,
en muchos momentos, el silencio la rodeó, porque era una artista incómoda en un
mundo de hombres y muchos artistas genuflexos y mimados por el botín político.
Por supuesto que la otra mujer es Lucia Agudelo, que lo dijo todo con bravura,
mientras el mundo cambiaba en apariencia, pero la solidez de la mentira se escondía
y reaparecía para afincarse de nuevo. Lucia, sí Lucia, desmintió a las actrices,
a los actores de gabinete con muñequitos de plástico o a los seguidores de la comunidad guasca. Lucía una verdadera compañía para un actor. Ella no estuvo a la sombra de
Bernardo fue su carne misma fue su alter ego, fue el mismo Bernardo fundido en
un mismo acto creativo. Ella no está en las estacas de bronce y altanería en La
Playa donde otras mujeres aparecen con su seriedad carcomida por las palomas,
no, Lucia es de oro talante, es la palabra viva en el teatro, es la actitud que
sacude en tiempos del delirio de las heráldicas y de los reconocimientos de
oficina, ella no merece estar allá sino en el nuestro reconocimiento presente como
una de las actrices más soberbias en este país de la cultura ligh, liviana y
sin nada que decir, eso sí contrahecho con silicona y a codazos.
Acabo
de decir que ella, Lucia no estaba a la sombra de Bernardo, sino que me
rectifico, ella era Bernardo mismo, quien le sirvió de soporte y apoyo en los
momentos de hostilidad, en la simpleza de sus quehaceres diarios, pero también
en los más difíciles, pero, sobre todo, en sus actos creativos. Lucia es
Bernardo mismo al unísono, son ellos dos mirándose en pleno parque, en plena función
cuando desafían a todos y al teatro mismo en la plenitud de sus obras con el
vértigo de sus palabras que nos asaetan aun.
Pero
ahora no está Bernardo y es cuando precisamente notamos el fuste de Lucia, la
férrea voluntad de proseguir, no de amilanarse o fundirse en el silencio que es
la otra lejanía y la desvía de lo vital, su actuación. No, ella no existe para
este tipo de normas mentales. Ella, Lucia, no está forjada para vanos silencios,
para escudarse en la soledad. Sí, ella aún perdura, pero aún más fuerte, por
esa razón nos hace falta su voz, las diatribas tan necesarias dentro de la
calma hipócrita de la ciudad, su actuación. Ella misma en sus distancias, en la
plenitud de su palabra que vibra en la tarde, en cada tarde.
Teatro en que actor y espectador son hilillos de la misma trama hablando un lenguaje que interroga, que trastroca y fustiga mostrando la pus en la llaga de la decrépita cultura y sus caducos valores éticos, morales y vivenciales. Teatro de palabra viva desdeñóso de espíritus de momia y embusteros altares empulpitados...cuya fusta es la irreverente palabra en fuego, incendio y combustión emanada como grito del cuerpo en llamas de pasión..y ahí.
ResponderEliminarAhí Lucia en la inmanencia de ése rio