PARA ESTAR EN CASA
Darío Ruiz Gómez
La noción de hogar es un concepto que nada tiene que ver hoy con
un lugar fijo sino que se ubica dentro
de lo que ha comenzado a ser nuestro exilio interior: el hogar va con nosotros a donde nos traslademos en
épocas en que la sociedad líquida, es decir la sociedad sin valores impone
también su economía, su arquitectura, su
amor líquido y por lo tanto la lucha de cada uno es por impedir que aquello que
nos hace humanos como son el recuerdo,
el afecto, la solidaridad con los otros sea apabullado por la sociedad del
simulacro: una t.v mediocre y alienante, medios de información instaurando
la mentira, las masas histéricas de los
estadios de fútbol, los rebaños de turistas que han dejado de ver, oler, gozar , de estar
en el mundo. Fernández Galeano señalaba que en una sociedad de estas
características volcada hacia lo exterior para olvidarse de sí misma, al
desaparecer el fuego que fue el elemento
que convocaba a la conversación después de las horas de trabajo se nos ha abocado a vivir en una arquitectura incapaz de convocar a la conversación familiar.
Recuérdese que en Inglaterra se llamó hogar a la olla de la comida que reunía a
la familia alrededor de la chimenea. Y recordemos que en nuestra casa
tradicional la sala convocaba al diálogo donde la sabiduría de la madre, de las
viejas criadas rescataba la cultura oral.
En “La poética del espacio” el magistral texto de Gastón
Bachelard se nos describe en una prosa sublime cada espacio de la casa y señala
la función de los rincones como lugares sin los cuales los niños nunca podrían
crear sus imaginarios, incorporar la melancolía a la realidad de los cielos y la tierra. De ahí que para Lévinas la casa sea no un espacio egoísta, un objeto
lujoso, sino el refugio necesario contra las agresiones de la realidad
exterior. ¿En esta situación de encierro que apenas hemos comenzado a vivir qué
encontraremos entonces al paso de los días, al tener que mirarnos de
frente con los otros? Venimos de una
realidad dislocada, sin reposo y allí en casa ¿Quién estará esperándonos? La
peste del Medioevo que mató la mitad de la población europea incorporó al arte
y a la música, al pensamiento la noción fundamental de que el ser humano es un ser contingente,
abocado como dice Heidegger a la muerte y esta conciencia de nuestra contingencia es la
que nos permite responder a esta condición con la palabra que ilumina, la
palabra en el tiempo, con el arpegio que recupera el canto del mundo, con la
risa que eterniza la alegría, con el sufrimiento que concede valor eterno a la
dignidad de aquellos que no tienen voz sino esperanza y que al mirarse confían
sin recelos.
Metáforas son éstas de lo
que hemos perdido o de lo que los poderes terrenales nos han quitado: la casa,
imagen eterna de la confianza humana, ha sido como lo estamos comprobando una ausencia más, se han dispersado la familia y los amigos pues la violencia
antes que el virus ya nos había hecho encerrar tempranamente. Y la casa no son ni el
caricaturesco “apartamento modelo” ni la casa del programa social de vivienda
donde las gentes no viven sino que se hacinan: la casa es el entorno de la
calle, las voces de los vecinos y amigos o sea aquello “que nos hace mucha falta”
Por esto la pregunta es muy sencilla ¿A dónde vamos a
regresar si ya el espacio de los padres
ha sido borrado por los
imperativos de la arquitectura comercial y la familia fue lanzada a la diáspora? ¿Dónde queda la esquina que convoca a la
amistad? Encerrados en nuestros habitáculos por fuerza mayor comprobaremos que
sólo siendo nosotros mismos podremos crear
la intimidad al llegar a la
certidumbre de que lo que
nos espera es por fin la familia,
es el mundo y su canto.
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