ROY
BARRERA: LA FARSA POLÍTICA Y EL ACTOR
Darío
Ruiz Gómez
La
farsa, nos recuerda el diccionario, es una pieza breve cuyo único objetivo es
hacer reír. Se habla de farsa cuando se nos hace
creer que hay un proyecto serio cuando en realidad es la
escenificación de una gran mentira hecha
por actores mediocres que nos causan una risa amarga: Marx en “El dieciocho Brumario”
retrató al pequeño burgués que con Luis III irrumpe como
protagonista de la vida social y que
creyéndose un personaje histórico
decide vestirse, peinarse como lo hacían los patricios romanos, la farsa. El Congreso se convierte
en el escenario que propicia esta simulación: la necesidad de una nueva
retórica se convierte en la casposa
grandilocuencia de personajillos que destierran la grandeza y lo trágico de
los verdaderos tribunos y entronizan el
esperpento político “Es característico
de nuestra época; - aclara Ortega y
Gasset- no que el vulgar crea que es
sobresaliente y no vulgar, sino que el vulgar reclame e imponga el derecho de
la vulgaridad, o la vulgaridad como un derecho”. Cuando una sociedad al nivel
de clase política cae en estas bajezas
impera el descrédito de la confianza entre otras cosas porque el maquillado actor político al pasar a un primer plano en la vida pública,
trae como consecuencia que los falsos tribunos
usurpen
el lugar de los héroes morales que toda sociedad necesita para crecer
éticamente. No es extraño por lo tanto
que al desaparecer la opinión pública como fiscalizadora de la política descubramos que en Colombia nos continúa acechando la continuidad de lo que con acierto
se ha llamado la Patria Boba, ese condenable
interregno que sirve para que de soslayo se introduzcan en las
costumbres ciudadanas la semilla de los
malos hábitos de las traiciones y de las
mermeladas. Ante las cámaras de t.v. Roy Barrera calculadamente se coloca de perfil en el momento en que Timoschenko y Santos firman la Paz Fashión en Cartagena: con los ojos
semicerrados, el cuerpo envarado en
actitud solemne como un héroe patrio, el aplauso en ralentí. No es un
intrigante de Palacio, un Rasputín criollo sino el hombre camaleón, “Zelig” el
protagonista del film de Wooody Allen
que se transforma a conveniencia y que ha utilizado su ingenio, paradójicamente, para desacreditar la vida política, fungiendo de poeta, de
hombre culto, impostando en la voz un
tono cavernoso con el cual él confía en que su histrionismo sea un argumento histórico
ante un público parroquial. Su
escenografía para montar la moción de censura al Ministro de Defensa fue la de un
coreógrafo de Broodway, él fue el
protagonista único pues convirtió en pálidas comparsas a quienes lo apoyaron en
el coro, las exguerrilleras que “nunca vieron a los niños reclutados por las
FARC; vejados, violados, asesinados”; el
títere enviado por César Gaviria para que mal leyera los fake news de “Semana”,
etc. Fragmentó estratégicamente del bombardeo a un asesino narcotraficante la muerte de los niños guerrilleros en ese bombardeo, y , con el gesto melodramático de un actor de telenovela, obscenamente ideologizó el
horrible atentado donde ” solamente se logró rescatar las manos de una niña” .
Banalizó gracias a este melodrama la
verdadera responsabilidad de los reclutadores de niños de las FARC y les dio a éstos y a los narcotraficantes vía libre para seguir
actuando con impunidad. La renuncia del
Ministro debió hacerse mediante la crítica democrática- yo no estuve nunca de
acuerdo con su nombramiento por su falta de contundencia ideológica- y no
recurriendo a una moción de censura escenificada por la oposición para levantar
una nube de humo frente al próximo enjuiciamiento de las FARC por el reclutamiento
de niños, para disimular la cobardía y el fatal egoísmo de Cambio Radical, del Partido de la U y el Liberalismo
conspirando al lado de los terroristas en lugar de defender críticamente la democracia. Curioso, Petro dijo lo importante: los grupos
mafiosos se están apoderando de los territorios del Cauca y sometiendo a las
comunidades indígenas a su dominio. ( A la memoria de Guillermo Gaviria
Echeverri)
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